La declaración de la Vocería de los Pueblos, integrada por 34 constituyentes independientes, provenientes de movimientos sociales, mediante la cual reivindican la soberanía de la convención constitucional, es en primer lugar, una excelente noticia.
Segundo -y principal- con notable sentido de tiempo y distancia, tomaron la iniciativa e instalaron en el debate, el tema central del próximo, histórico e inédito certamen, vale decir la naturaleza del mismo, en un campo donde se enfrentarán las representaciones del Chile que no termina de morir y de aquel que no acaba de nacer.
La inmediata alineación del partido del orden, demuestra lo que está en juego. Perdedores en las dos últimas elecciones en forma consecutiva, impetran la legitimidad de una elección de hace cuatro años, e insisten en encorsetar el proceso constituyente con el cepo de los dos tercios.
La presidenta del senado, Yasna Provoste, acudió a la ironía:
«Me resulta curioso venir a desconocer el Acuerdo por la Paz que da inicio al itinerario constituyente del que ellos participaron, e incluso fueron candidatos y electos».
«Cuando uno desconoce algo no se presenta como candidato», sentenció; misma tesis del ministro del interior, Rodrigo Delgado:
«Pasa que esos constituyentes ya se sometieron a lo que fue el acuerdo, porque si fueron candidatos, fue gracias a ese acuerdo. El Gobierno validó ese acuerdo ha cumplido cada centímetro de ese acuerdo, por lo tanto, no nos queda más que seguir cumpliendo».
Agustín Squella, independiente en lista del Partido Liberal), manifestó:
«No hago ningún llamado que no sea a ajustarnos a las normas previas, nunca me gustaron los dos tercios, pero es la regla que se estableció».
Fuad Chahín, único constituyente de la DC, fue más categórico:
«Pasar por encima de las reglas del juego en el fondo es pasar por encima de la democracia».
Cristián Monckeberg, convencional de RN por el distrito 10, expuso una peculiar interpretación:
«No nos produce sorpresa la actitud que han tomado algunos miembros de la Convención. Lo que se está produciendo es saltarse las reglas del juego, las reglas democráticas, y lo que nos dijo la ciudadanía y el verdadero mandato del pueblo fue: ‘siéntense a dialogar'».
Estas son las expresiones del Chile desfalleciente, moribundo, portadoras del discurso del modelo que fracasó.
Todavía no entienden que fueron destituidos por una revuelta de carácter histórico, que cierra el ciclo neoliberal, iniciado en Chile en abril de 1975, con ocasión del primer ajuste estructural, dispuesto por el ministro de hacienda, Jorge Cauas.
Como es apenas natural, se aferran a cualquier argumento que al lado derecho del signo igual, signifique blindaje para los intereses que representan, y a los cuales se deben.
Exigidos a fondo por el guante lanzado por la vocería de los pueblos, los representantes de la república neoliberal comprenden con espanto, que aparte del discurso, y su difusión asegurada en el sistema mediático, no disponen de otros recursos para abortar el parto del Chile que pugna por nacer.
Tampoco se dan cuenta de que la revuelta canceló la política de lo posible, y su discurso justificador.
¿En virtud de qué lógica política la minoría impone reglas a la mayoría, como no sea en el universo de las extrañas matemáticas de los dos tercios, donde se puede ganar perdiendo?.
¿Por qué los representantes del nuevo Chile deberían aceptar un acuerdo que no firmaron, y que los priva de potestad constituyente, en una coyuntura histórica única e irrepetible?
La democracia no consiste en respetar acuerdos espurios, a espaldas del pueblo movilizado, ni en normas dictadas para favorecer la gobernanza, ni en representaciones políticas sin revocabilidad, sino en el gobierno de mayorías.
Eso está al alcance, y el pueblo se lo ganó.
La magnitud de la revolución social chilena se puede medir por su impacto en la revuelta social de Colombia y la elección presidencial de Perú.
La principal virtud de la declaración de la Vocería de los pueblos, consiste en desvelar lo que está en juego.
Impulsados por el viento histórico de cambios, que esta vez sopla de popa, los convencionales democráticos harían bien en cubrirse los oídos con cera, para no escuchar los cantos de sirena del Chile que fracasó, y con la audacia de Ulises, rediseñar Chile desde la perspectiva de la justicia social, sin condicionamientos previos.