Hace cuarenta años, el imperialismo gringo con su ideología fascista inoculada en la derecha, en sectores medios, y en la elite más reaccionaria de las Fuerzas Armadas chilenas, arrastraron al país, a civiles y militares, a un baño de sangre asesinando al Presidente Allende y a miles de compatriotas chilenos y de otras nacionalidades. Instaurando por 17 años una dictadura para destruir el tejido social y un estado de derecho construido con un gran protagonismo popular, a lo largo de más de 50 años, para imponer una institucionalidad que garantizara la reimplantación del modelo capitalista en su nueva versión neoliberal.
Así el imperialismo norteamericano y sus cómplices chilenos se cobraban de una de las mayores derrotas sufridas en el siglo XX, a mano de los trabajadores que a la cabeza del pueblo, se plantearon conquistar el gobierno para impulsar un programa de cambios estructurales y satisfacer las más sentidas necesidades de las grandes mayorías, ser libres e independientes, incorporar el país a la integración latinoamericana y para ejercer la plena soberanía sobre la explotación y comercialización de los recursos naturales, en poder de los mayores monopolios transnacionales planetarios de esa época.
Las grandes y profundas transformaciones y el protagonismo popular, fundamentalmente de los trabajadores, demostraron el carácter nacional, popular y revolucionario de los mil días del gobierno encabezado por Salvador Allende.
El heroico Presidente, en su mensaje del 4 de septiembre de 1970 dijo: “Chile abre un camino que otros pueblos de América y del mundo podrán seguir. La fuerza vital de la unidad romperá los diques de la dictadura y abrirá el cauce para que los pueblos puedan ser libres y puedan construir su propio destino”.
La experiencia chilena nos mostró que con fuerza y capacidad de crear alianzas con distintos sectores de la sociedad, la clase obrera y el pueblo podían abrirse camino al Poder en los marcos de un sistema estatal burgués, creando una correlación de fuerzas capaz de impedir la violencia armada de los que se oponían a su victoria, por lo tanto su repercusión en el campo revolucionario y democrático mundial, llevó al imperialismo, fundamentalmente norteamericano, a desplegar todos sus recursos para declararle la guerra a muerte, frustrarla y liquidarla.
El proceso chileno confirmó también que las clases desplazadas no abandonan voluntariamente el Poder, y que por el contrario lo defienden con dientes y muelas, y que la conquista de posiciones de poder político a través de una vía no armada no invalida esta realidad.
Lenin, decía que la reacción “conserva el dinero… conserva las relaciones, los hábitos de organización y administración… conserva una experiencia infinitamente superior en lo que respecta al arte militar… sus relaciones internacionales son poderosas… Después de la primera derrota seria, los explotadores derrocados, que no esperaban su derrocamiento ni creían en él, que no aceptaban ni siquiera la idea de que pudiera producirse, se lanzan con energía deduplicada, con pasión furiosa y odio centuplicado a la lucha por la restitución del “paraíso” que les ha sido arrebatado”.
La reacción internacional y sus cómplices chilenos, utilizaron todos estos recursos en todas las formas posibles para derrocar el gobierno popular.
La experiencia chilena nos mostró también el daño que hizo el revolucionarismo pequeñoburgués desde fuera y al interior de la Unidad Popular, al pretender que el socialismo estaba a la vuelta de la esquina y que sólo bastaba con “la voluntad” para decretarlo, promoviendo expropiaciones a capitalistas medios y pequeños, empujándolos a la oposición, y creyendo en la ilusión de crear un divisionista poder popular paralelo al Gobierno Popular; amenazaba con la lucha armada creando rechazos en los militares constitucionalistas, subestimaban al enemigo de clase y se negaban a acuerdos necesarios con los Partidos representativos de los sectores medios.
Hoy, a cuarenta años aún hay quienes afirman que la derrota se debió a las divergencias políticas al interior del gobierno, ignorando que en los procesos de cambio siempre se presentan desacuerdos y divergencias, son inevitables, es cierto que juegan un papel negativo, pero no es lo decisivo. Lo importante es identificar al enemigo fundamental, conocer sus contradicciones, para así resolverlas a favor del campo popular.
Hoy a cuarenta años del golpe fascista, con la misma demagogia social y presión psicológica, en la patria de Bolívar y Chávez volvemos a escuchar el mismo discurso, los fascistas venezolanos que desestabilizan el país invocando “restablecer el Derecho, la legalidad y el orden” ocultan su verdadero propósito:destruirlo, para luego entregarlo al capital transnacional.
En la nueva realidad latino-caribeña, los cambios, progresistas y estructurales, que se vienen dando confirman la vía que defendió con su vida Salvador Allende, le dan la razón y agigantan día a día su figura y pensamiento, pero al mismo tiempo nos debe llamar a no olvidar lo ocurrido en la experiencia chilena.
Hoy los medios sociales de comunicación, nos muestran a diario, casi en tiempo real, la ofensiva que llevan adelante vastos sectores de la sociedad chilena contra el paradigma neoliberal, para terminar con la extrema desigualdad social y la exclusión, profundizada por una “transición a la democracia” pactada entre la centro-derecha y la dictadura bajo la atenta vigilancia de EE.UU.
Y también, nos muestran chilenos que no han perdido su memoria histórica expresando con todas las fuerzas su repudio al candidato perdedor del fascismo venezolano y sus anfitriones, que con su presencia insultan la memoria de Allende, Neruda y Víctor Jara.
Los derechistas chilenos y venezolanos que en 1973 apoyaron el golpe fascista, hoy nuevamente se dan la mano en la conspiración y la desestabilización para liquidar la Revolución Bolivariana, pero se romperán los dientes, pues tal como Chile, en su lucha contra la dictadura recibió la solidaridad de los seres humanos de todo el mundo, hoy el pueblo de Bolívar y de Chávez cuenta con la solidaridad de todos los pueblos del planeta, para enfrentar el fascismo en defensa de sus conquistas y su protagonismo, reiterando, con profunda convicción lo que dijera el Comandante Supremo: “hoy tenemos Patria, que nadie se equivoque”, “hoy tenemos Pueblo, que nadie se equivoque”.
(*) Exiliado político, Responsable del Partido Comunista de Chile en Venezuela.
Fuente: Tribuna Popular