por Luis Manuel Arce.
El mundo debe estar alerta y abrir bien los ojos ante la inminente conversión de Venezuela en un Irak, una Libia o una Siria por una agresión militar de Estados Unidos en contubernio con Colombia y la OEA.
El Comando Sur tiene ya cercada a la patria de Simón Bolívar y la Colombia del presidente Juan Manuel Santos está jugando el triste papel de mercenario principal de una aventura que puede incendiar todo el continente y quebrar los sueños de la Celac de que América Latina y el Caribe sea la única zona de paz.
No son expresiones alarmistas. Las evidencias son abrumadoras y sus protagonistas no ocultan nada. Kurt Tidd, jefe del Comando Sur de Estados Unidos, adelantó en Colombia los propósitos de acciones militares contra Venezuela y aseguró que Bogotá y Washington seguirán trabajando para vencer amenazas en seguridad, pero no las argumentó.
La cobertura para movimientos militares de envergadura que no se pueden ocultar es el de siempre: un presunto combate contra el narcotráfico con el cual el Pentágono oculta planes de ataque a Venezuela en ejecución con el despliegue de la operación Atlas, que moviliza a unos 10 mil hombres de las fuerzas militares y policial en Tumaco y zonas cercanas a la frontera.
El general Tidd concreta lo instruido por el secretario de Estado Rex Tillerson, enviado de Donald Trump para anunciar al continente un elefántico retorno a la Doctrina Monroe de “América para los Americanos” (los yanquis), que pretenden restablecer con la derrota de la Revolución bolivariana sin importar el horrible y terrible genocidio que conlleva.
Eso explica la insólita decisión de la Mesa de Unidad Diplomática de retractarse de los acuerdos de paz alcanzados en República Dominicana y retirarse de las negociaciones.
Todo es muy peligroso y en esa locura el presidente Santos, el denominado Grupo de Lima y la OEA con Luis Almagro al frente, están jugando un papel mercenario que la historia les está tomando en cuenta.
Todo eso significa que el gobierno de Donald Trump ya comenzó la preparación de la guerra, y solamente basta para corroborarlo entrar en el Catatumbo del Norte de Santander, fronterizo con Venezuela, específicamente en las poblaciones de Tibú y el Tarra, y ver la movilización de grupos armados mercenarios que serán usados como carne de cañón.
Movilizaciones semejantes ocurren en Villa del Rosario donde las autodenominadas bandas de autodefensas se han expandido por los barrios como engranajes de una previsible invasión a Venezuela facilitada por Bogotá, y en áreas de Cúcuta, donde operan paramilitares con incursiones esporádicas en Venezuela, principalmente en Llano Jorge y San Antonio del Táchira.
Si tal preparación no ha causado más ruido es porque ya desde principios de este siglo, con la ampliación de las bases militares norteamericanas iniciadas en 2009 hasta sobrepasar la docena en la actualidad, hay un despliegue militar permanente que se ha ido incrementando año tras año con la creación de nuevos enclaves en la frontera con Venezuela y en torno a los antiguos territorios controlados por las ex Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, claves para una previsible invasión al vecino país.
Un lugar destacado parece asignado a dos bases militares estadounidenses de acción rápida instaladas en las comunidades de Vichada y Leticia, en el departamento colombiano de Amazonas, limítrofe con Venezuela por el suroeste del país, que forman un arco con las de Palanquero y Tolemaida en el interior, Malambo en la Costa Atlántica, Apiay y Larandia en los Llanos Orientales y Saravena ubicada en la línea fronteriza sobre el río Arauca, y la ubicada en la Bahía Málaga en la Costa Pacífica.
En el cerco a Venezuela, además, se integran las tropas de asalto norteamericanas acantonadas en las bases de control y monitoreo Reina Sofía, de Aruba, y Hato Rey, de Curazao, cuyo centro de operaciones estaría en la base de Palmerola, en la Honduras de los golpistas, a las que se suman las numerosas que mantienen en Panamá donde el Comando Sur está alistando personal de la Fuerza Aérea de Estados Unidos.
El gobierno de Trump, además, está ampliando su estructura militar contra Venezuela con una red de una veintena de radares de largo alcance, como el que opera en Tres Esquinas (Caquetá, Colombia). A ello se une el hecho innegable de que las Fuerzas Armadas colombianas son las mayores de Suramérica, superiores incluso a las del Brasil, y que Santos fue el ministro de Defensa que participó directamente en los nuevos despliegues militares estadounidenses que aún prosiguen.
El cerco militar a Venezuela, que la Casa Blanca ni siquiera se toma el trabajo de encubrir por la prepotencia superlativa de este gobierno es, contraproducentemente, una expresión del fracaso de las políticas aplicadas hasta ahora para derrocar al chavismo y la revolución bolivariana que ha sobrevivido contra viento y marea, bajo la conducción del presidente Nicolás Maduro.
Washington, Donald Trump, el Pentágono, los jerarcas del petróleo en Estados Unidos, los empresarios de ese gobierno, parece que han llegado al punto extremo previsible de estimar que la única solución aceptable para ellos pasa por la destitución de Nicolás Maduro y un cambio de régimen mediante el genocidio, y no por vías pacíficas como el camino de las urnas y la consulta del pueblo como se gestaba en República Dominicana.
Fuente: Alainet