Uno de los hechos más insólitos en la seguidilla de declaraciones que han seguido a la revelación de los negocios de Bancard con una pesquera peruana, es la declaración del ex Presidente de la República, Sebastián Piñera, respecto a que no tenía conocimiento alguno de lo que invierte Bancard en el extranjero.
{source}
<script async src=»//pagead2.googlesyndication.com/pagead/js/adsbygoogle.js»></script>
<!– Banner Articulos –>
<ins class=»adsbygoogle»
style=»display:block»
data-ad-client=»ca-pub-2257646852564604″
data-ad-slot=»2173848770″
data-ad-format=»auto»></ins>
<script>
(adsbygoogle = window.adsbygoogle || []).push({});
</script>
{/source}
Según la información que publicó este mismo medio, el hijo del ex Presidente forma parte del directorio de la compañía que compró acciones en una pesquera peruana. La pregunta lógica que viene enseguida es: ¿cómo entonces los diputados de derecha pueden sostener que es imposible que la Presidenta Bachelet no supiera de los negocios de su hijo y nuera y al mismo tiempo respaldar la versión del ex Presidente de su sector?
Este es uno de los frentes en que la reciente revelación sobre la compra de acciones de una pesquera en medio de la disputa por el límite marítimo con Perú se asemeja al tristemente recordado Caval, que provocó los daños que ya se conocen en La Moneda y en la popularidad de la Presidenta.
Un segundo parecido es respecto a la naturaleza del impacto. Varios analistas han corrido a los medios a decir que esta denuncia es algo más de lo que se sabe sobre Piñera: que es un inversionista incontrolado y que su fideicomiso ciego requiere pronto una visita al oftalmólogo.
Pero esta denuncia tiene un ápice distinto: puede llegar a configurar la opinión que los problemas de compulsión financiera del ex Presidente son tales, que podría vender a la patria.
En una opinión pública donde el nacionalismo sigue siendo una fuerza emotiva dominante, y en especial en el votante de derecha, puede significar un doloroso traspié. Se espera que los gobernantes de izquierda sean más solidarios con los vecinos, pero no uno de derecha, en especial con Perú, que hay que recordar que todavía reclama un pedazo de territorio nacional, el denominado triángulo terrestre.
En eso es también similar a Caval: la avaricia del matrimonio Dávalos-Compagnon en sus negocios inmobiliarios y el uso de su evidente posición privilegiada para obtener una reunión con el vicepresidente del Banco de Chile en medio de la gestión de un crédito, contrastaba con la idea de un Gobierno que quería hacer reformas para una sociedad con más acceso para todos y que había declarado en su primer discurso que el único enemigo que tenía Chile era la desigualdad.
Aunque es completamente ilógico que haya influido en la estrategia de defensa ante La Haya –y lo más probable es que se hizo una compra imprudente, como confesó el gerente de su empresa familiar–, a la opinión pública el hecho de que durante su Gobierno se perdiese un área marítima considerable y al mismo tiempo que Bancard compraba acciones de una pesquera peruana, le hará fácil configurar la sensación de que Piñera estaba más preocupado del terminal de computador donde se veían las acciones que de los mapas con los límites del país.
Quizá el mismo 80% que nunca creyó que la Presidenta no sabía de las andanzas de su familia en Machalí, tampoco creerá que Piñera no sabía nada de las estrategias bursátiles de su empresa familiar en Perú.
Al respecto los hechos no son favorables para el ex Presidente. Hay que recordar que su canciller estableció con el vecino país la llamada política de “cuerdas separadas”, que implicaba en la práctica un espacio amistoso y de lisonja al Gobierno peruano, precisamente en materia comercial, independientemente de la demanda en La Haya, y pese a que se trataba de quitarle espacio marítimo a Chile.
Dicha política fue ampliamente criticada y hubo muchos que vieron con sospecha la gran cantidad de inversiones en Perú ligadas al patrimonio de Piñera, como explicación de tanta simpatía. Los nuevos antecedentes pueden volver a traer a la palestra las críticas a dicha política.
Como parte de esa extraña política, Piñera condecoró al ex Presidente del Perú, Alan García, que fue quien hizo la demanda en La Haya. Con elementos muchísimo más circunstanciales, la opinión pública se convenció de que Piñera había tenido que ver en la salida del entrenador de la selección, Marcelo Bielsa, por intereses en un club de fútbol del que era accionista.
En estos tiempos de mayor desconfianza y donde el estándar ha subido varios ordenes de magnitud, la primera configuración comunicacional será que los negocios primaban más que el mar de Chile.
También es de alto riesgo para Piñera la duda instalada de que las filtraciones a la prensa pueden venir desde el entorno de su más enconado adversario: el senador Ossandón. Aunque no hay ningún elemento que pruebe ello, sus rápidas declaraciones golpeando a Piñera abrieron la temporada de sospechas en el sector. La paranoia nubla el sentido de la realidad como pocas cosas.
Hay que recordar, asimismo, que en el entorno de la Presidenta Bachelet e incluso en la misma familia, siempre existió la sospecha de que tras la filtración a Caval estaba el ex ministro del Interior. El delirio llegó a tales puntos, que el propio Sebastián Dávalos lo dijo en una declaración judicial, que su abogado se preocupó de filtrar.
Una guerra civil dentro de la derecha contra Ossandón puede ser fatal para Piñera, que si bien tiene una ventaja en las encuestas no es en modo alguno cómoda, y un traspié puede encender el hambre en otros políticos conservadores.
Hay un punto que sí diferencia a esta historia con el caso Caval. Piñera puede ocupar, como hacía con el papelito de los 33 mineros, las expresiones del canciller Heraldo Muñoz de defensa irrestricta de su gestión política. Es un regalo inesperado que La Moneda nunca tuvo en medio del torbellino de Caval.
Es muy extraño lo que hizo el ministro Muñoz, pues Piñera no es solo ex Presidente, sino candidato presidencial de la oposición, y lo razonable es que el Gobierno del que forma parte luche por mantener en su área política la sucesión. Así ha sido siempre, y las consideraciones sobre política exterior valen para los Mandatarios, pero no para los candidatos.
{source}
<script async src=»//pagead2.googlesyndication.com/pagead/js/adsbygoogle.js»></script>
<!– Banner Articulos –>
<ins class=»adsbygoogle»
style=»display:block»
data-ad-client=»ca-pub-2257646852564604″
data-ad-slot=»2173848770″
data-ad-format=»auto»></ins>
<script>
(adsbygoogle = window.adsbygoogle || []).push({});
</script>
{/source}
Hay que recordar que durante el Gobierno de Piñera la ministra Cecilia Pérez, habitualmente intentaba endosarle la culpa en la tragedia del 27-F a la ex Presidenta Bachelet, pues se la entendía entonces como aspirante a volver a Palacio. Más cerca aún en el tiempo son los discursos del matrimonio Obama con duros juicios sobre Trump.
Una cosa es que el canciller defienda la política de relaciones exteriores y a los equipos jurídicos que defendieron a La Haya, y otra distinta es la devoción con la que buscó blindar al ex Presidente Piñera en un momento en que podría perder la punta en las encuestas.
Esa dicotomía fue hábilmente tomada por el agente José Miguel Insulza, que hizo la separación adecuada, colocando en un problema al actual canciller Muñoz. Podría el Panzer hacerles un favor a las relaciones exteriores chilenas prestándole al ministro su ejemplar de El Príncipe de Maquiavelo, subrayando aquella parte que hace referencia a cuánto les cuesta a los hombres ofender a quien temen.
(*) Ingeniero civil, analista político y ex subdirector de la Secretaría de Comunicaciones de Gobierno.
Fuente: El Mostrador