Ejército de Chile
Comandante en Jefe
General del Ejército
Juan Emilio Cheyre Espinosa:
Quiero empezar esta carta abierta dirigida a usted, General Cheyre, con el pensamiento de un poeta, al que nuestra poetisa Gabriela Mistral, admiraba: «Los hombres van en dos bandos, los que aman y fundan, los que odian y deshacen».
En su entrevista de la revista «Siete más siete», usted expresa que tiene miedo, yo diría que como buen militar, no es el miedo lo que lo invade, sino que usted está horrorizado, espantado ante los brutales y macabros crímenes, violaciones y torturas, que sus subalternos le han relatado; crímenes que repugnan a la conciencia de cualquier ser humano normal.
Razonemos juntos, General, si algunos militares fueron tan valientes para dar el Golpe de Estado y optaron por la cultura de la muerte, con el pretexto de salvar al país de los siniestros constitucionalistas, entre ellos al General Prats. ¿Por qué abandonaron esa valentía, al momento de reconocer los crímenes, diciendo la verdad?
General, dice usted que su señora sabe llevar sus penas. Me alegro por ello, sólo que entre mis penas y las de su señora existe una gran diferencia. Ella sufre por su padre acusado por violar los Derechos Humanos.
Yo sufro por los mágicos y soñadores 21 años de mi nuera Nalvia, embarazada de tres meses, por mis hijos Luis Emilio y Mañungo, y por mi esposo Manuel. Todos ellos fueron detenidos y
ocultados en el fondo de la tierra. Pero yo no sufro sólo por mi dolor de ausencia, muero un poco cada día al pensar lo que mis amados sufrieron, en la más completa indefensión.
General, sólo hay una manera que usted comprenda. Pongámonos cada uno en el lugar del otro. Piense por un segundo que yo soy usted y le hubiesen arrebatado a sus hijos, a su nieto por nacer, a su amada señora, a su querida madre y nadie le diga absolutamente nada, indefenso frente al Estado, indefenso frente a la Justicia, indefenso frente a los medios de comunicación.
Sin embargo, su suegro, el General Forestier, ha tenido la Justicia y el derecho a tener cerca a los suyos; los míos no tuvieron nada, sólo oscuridad y desamparo.
Yo quisiera creer que para los míos no hubo parrillas, ni pau de arará, ni submarinos húmedos o secos. Yo quisiera creer que el bebé de Nalvia nació y otras manos mecieron su cuna, yo quisiera creer que ese nieto aun vive y tendría 27 años y que algún día lo encontraré.
Toda esa verdad, General, está en sus manos, verdad que no destruirá al Ejército. Al contrario, sólo entonces, será su ejército y mi ejército, y el ejército de todos los chilenos, porque se habrá
reivindicado de lo que un día los llevó a matar a sus propios hermanos.
Usted ya conoce la terrible historia, por lo tanto tiene una parte de la solución, no puede seguir siendo el paño de lágrimas o escuchando el golpe de pecho de un mea culpa, no sólo tiene que ver con el ejército sino que con la Patria toda.
No puede haber impunidad porque este drama atraviesa a toda la Sociedad y, por el bien de ella, es necesario que haya Verdad y Justicia, ¡Ya y ahora!
Cuando el Derecho ejercitado por instituciones, por personas que ocultan la verdad, se parece mucho al crimen, se declara usted «desesperanzado» por los entrabamientos que a su juicio han tenido los proyectos de ley sobre derechos humanos, porque «a las víctimas no les están dando respuesta a sus legítimas aspiraciones y las mantienen en un duelo permanente. Y para los procesados, muchos de los cuales pueden ser incluso no culpables, se les aplica una situación casi de venganza al no poder avanzar los procesos.
¿Usted se declara desesperanzado, General Cheyre? ¿Cómo debería sentirme yo y los miles de familiares de los detenidos desaparecidos en Chile, que llevamos una vida entera clamando por Verdad y Justicia?
Esas son nuestras «legítimas aspiraciones» que usted dice reconocernos. ¿Por qué habla usted de «una situación casi de venganza» al referirse a los procesados por violaciones a los
derechos humanos?
Le invito a que busque una sola declaración, una acción, un gesto de nuestra Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos, o en mi propia lucha que se asocie con venganza.
Precisamente porque no nos anima la venganza es que apelamos a la Justicia, la forma civilizada que tiene la sociedad de investigar y castigar los delitos. Porque aún creemos en la Justicia, pese a todo.
Es que nunca transigiremos con la impunidad que aún persiguen denodadamente quienes no quieren entender que los crímenes de lesa humanidad no son amnistiables, no prescriben y gozan de jurisdicción universal.
General, usted no es insensible al dolor, como yo. A usted y a mí, la verdad nos estremece, pero usted parece no haber asumido aún que la verdad y la justicia son una necesidad imperiosa para el bien de nuestra sociedad.
Apelo a su honor militar, a su conciencia, a su amor por la institución. Los porfiados hechos lo llevan a un único camino: la impunidad no puede ser el epílogo de esta tragedia nacional. Sólo
entonces, sólo entonces, habrá un Nunca más, como usted y yo lo deseamos.
Sin embargo, en sus palabras yo noto una velada amenaza al decir que «siempre que nos portemos bien», y con esta frase entre líneas, me está usted quitando el derecho a soñar en un mañana mejor.
Nunca más un 11 de septiembre, nunca más masacres en la Escuela Santa María, nunca más masacre en Lonquimay, nunca más masacres en el Seguro Obrero, nunca más masacres en Plaza Bulnes, nunca más masacres en José María Caro, nunca más masacres en Puerto Montt, nunca más masacres en ningún rincón del país, nunca más violaciones de los derechos humanos, nunca más, nunca más, nunca más.
Ana González de Recabarren
Santiago, 28 de Enero del 2004