En un panel de televisión nocturno en el que se discutió sobre las declaraciones de Jorge Burgos, manifesté que ya se perfila una «coalición chica» que, bajo la tesis del «país descarrilado», buscará paralizar no solo hoy sino también en el futuro toda reforma política o social de envergadura como las planteadas en el programa de Michelle Bachelet.
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El diseño de esta coalición supone la participación protagónica de los que han venido trabajando en esa parálisis desde dentro del actual Gobierno, con bastante éxito, pero con el resultado de desestabilizar a tal Gobierno, y de partidos cómplices activa o pasivamente en tanto se les asegure cuotas de poder y privilegios burocráticos.
Los conservadores de la actual coalición gobernante, empezando por Jorge Burgos, confiesan con desparpajo su éxito en impedir que el país se dote de nuevas instituciones a través de una asamblea constituyente y, en tono más bajo, su éxito en morigerar la reforma tributaria o en lograr que la reforma de la educación superior se traduzca en consagrar más y más subsidios públicos a universidades privadas y en mantener en un contexto de mercado a las universidades públicas, es decir, las estatales y pocas más que expresan a comunidades universitarias auténticas.
La propia Presidenta no colabora mucho en recoger las legítimas demandas ciudadanas de dejar atrás las pesadas herencias neoliberales (como el “no al lucro en educación” y “no más AFP”) en nuestra sociedad con varias de sus decisiones, como la de nombrar a neoliberales, cuando no a personas directamente vinculadas al poder económico, en los puestos clave de su Gobierno, y recientemente con su afirmación de que nunca habrá de nuevo un sistema de reparto en Chile.
Esto no se condice con el hecho de que ya existe reparto en Chile a través de la pensión básica y el sistema de pensiones de las FF.AA. y de Orden, aunque contengan privilegios inaceptables, mientras en la propia comisión que ella convocó se consideraron propuestas que incluyen elementos de reparto.
A la par, países como Estados Unidos y muchos europeos no tienen en absoluto contemplado otro horizonte que el de consolidar sus sistemas de reparto reformados como alternativa a la incertidumbre e inestabilidad de la capitalización individual, en un contexto de un necesario mayor esfuerzo de ahorro frente al cambio demográfico.
Pero parece que hoy todo vale para satisfacer la amenaza de los poderes fácticos frente a las reformas políticas y sociales bien diseñadas y bien implementadas que la sociedad demanda.
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Los que no debieran, porque fueron elegidos para expresar una voluntad de reforma, retroceden todos los días ante el discurso conservador y ante los intereses del poder económico concentrado, hoy fuertemente cuestionado por su grotesca intervención en el sistema político a través del financiamiento ilegal de campañas, al que por fin se ha puesto legalmente término a partir de la próxima elección.
Soy de los que ha llegado, después de mucho resistirse pero rendido ante la evidencia de los hechos, a la convicción de que dentro de la actual coalición ya no hay cambios posibles. Los partidos que debieran impulsar el cambio político y social ya no están interesados en realizarlo.
Solo están interesados en permanecer en el Gobierno, por sobre cualquier otra consideración, salvo la de ampliar como sea su influencia en los espacios burocráticos.
Es, por ejemplo, el caso del PS, el PPD y el Partido Radical, el otrora “polo progresista” (¿alguien se acuerda?), que sociológicamente son ya partidos mayoritariamente de funcionarios, o bien de aspirantes a serlo, a pesar de los nobles intentos de algunas de sus minorías internas que mantienen determinados valores y principios.
El diseño de Burgos –con rasgos bastante burdos– es que Ricardo Lagos se imponga en la DC con ayuda de su sector conservador, en el PS con ayuda de Camilo Escalona, y en el PPD con la bendición de todos, como restaurador del orden frente a una supuesta crisis de las instituciones y descarrilamiento del país que requiere de un salvador de la patria por encima de los partidos.
Yo trabajé, a mucha honra, con un Ricardo Lagos que tenía un programa transformador a la cabeza de una coalición de partidos y fuerzas sociales que se planteaban ser alternativa a la derecha en un contexto muy difícil, en un Gobierno con sombras pero también con importantes luces.
La actual proyección de Lagos en la versión de Burgos, como un nuevo Portales, a muchos no nos identifica en nada.
Nos identifican, en cambio, las nuevas expresiones de izquierda, socialcristianas, regionalistas, ecologistas, feministas, humanistas y progresistas que nacieron en los últimos tiempos como alternativa a la centroizquierda anquilosada y en descomposición.
Con todas sus insuficiencias y divisiones, ahí hay al menos voluntad de cambio y de actuar al margen del condicionamiento del gran empresariado y a favor de las mayorías.
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Creo que es un deber de los que ya no tenemos roles de primer plano que jugar, pero sí convicciones firmes que sostener, el de apoyar a estas nuevas generaciones y ponerse a su disposición.
Vienen realizándose prometedoras articulaciones de un arco de fuerzas que pudiera dar lugar a un frente amplio alternativo a la derecha y la Nueva Mayoría.
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En mi caso personal, creo que comprometerse con una alternativa así ya no es compatible, como dije en el panel televisivo, con militar en el Partido Socialista, partido al que pertenezco desde 1985, que hoy es solo un partido más del poder constituido y no un agente de la transformación de la sociedad, aunque muchos de sus militantes desde siempre han trabajado lealmente, y con los mayores sacrificios, por esa transformación.
Socialista seguiré siendo siempre, por convicción y en homenaje a los que dieron su vida, aunque alguno de estos días iré a borrarme de los registros de un partido que me cuesta mucho dejar, pero con cuya práctica actual ya no comparto casi nada desde hace mucho tiempo.
En todo caso, no se trata de hacer de decisiones personales materia de discusión, porque lo que hay que discutir son las opciones para el futuro frente a la decadencia y subordinación al poder económico que hoy día definen, con apenas matices, a las dos coaliciones tradicionales que se disputan el poder, y construir una nueva alternativa con lo mejor de las experiencias pasadas y lo mejor de las energías y sueños de las nuevas generaciones.
Fuente: El Mostrador