domingo, noviembre 24, 2024
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Usain Bolt: Todo Empezó en Beijing

El sábado 16 de agosto de 2008 se levantó a las 11 de la mañana y trasteó, sin desayunar, hasta la hora de comer. En el McDonald’s, patrocinio manda, de la Villa Olímpica, 12 nuggets. De vuelta a la habitación, tres horas de siesta.

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Para merendar, segunda visita al McDonald’s. Seis nuggets. A las 22.23 horas, el Nido de Beijing enmudece de un modo atronador. A las 22.23 horas, más 9 segundos y 69 centésimas, con los decibelios disparados por esa forma tan asiática de animar, próxima a la banda sonora de Psicosis, Usain Bolt (Trelawny, Jamaica, 1986) anuncia: “Yo soy el rayo”.

Permaneció el mundo ojiplático, asombrado, sobrecogido porque antes de ese día, antes de ese 16 de agosto de 2008 en Beijing, apenas había avisado con las platas (200 y el relevo) del Mundial de Osaka en 2007.

Como mucho, alguien podría haberse percatado en mayo de ese 2008, el día 3, en Kingston, la capital jamaicana, cuando rebajó de forma brusca su marca personal en el hectómetro (de 10.03 a 9.76). Tuvo viento a favor (+1,8), cierto, pero era la segunda mejor marca mundial de todos los tiempos en ese momento. Así, sin anestesia.

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Un tiempo estratosférico en un evento clandestino, un breve en los periódicos del día siguiente, unos pocos segundos en los informativos deportivos. Casi nadie imaginó que era el preludio de una de las explosiones más asombrosas de todos los tiempos en el mundo del deporte.

Porque, tres días después, 19 de agosto de 2008, desintegró mediante su segundo oro el récord mundial de 200, dejándolo, entonces, en 19.30, y culminó su puesta de largo planetaria con otra plusmarca mundial, 37.10 para el relevo.

Después de esa semana mágica, el deporte se rindió ante él. Primero, obvio, por los logros deportivos.

Aquellas tres medallas de Beijing fueron idénticas en Londres y aspira en Rio de Janeiro a ser el único velocista con tres medallas en la misma prueba. Hablando del campeonato del mundo, un dato sirve: desde 2009, nadie más que él ha ganado una prueba de velocidad en un Mundial si estaba en la pista.

En total, son 11 títulos, cuatro en cuatro en 200 metros, cuatro en el relevo 4×100 y tres en los 100 metros. ¿Por qué solamente tres?

Los nervios, parece mentira, le engañaron en la cita de Daegu, en 2011, y fue descalificado por dos salidas en falso. “Todavía hoy no entiendo qué me pasó”, recuerda con frecuencia.

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Tras las medallas, los récords. Dos de Beijing murieron al año siguiente en Berlín, en el Mundial. Los nacidos entonces permanecen vivos. Son 9.58 en 100 metros y 19.19 en los 200. Sí ha ido reduciendo, hasta los 36.84, el del relevo junto a sus compañeros. Y es así como, a las puertas de su trigésimo cumpleaños (será el día 21, cierre de la cita brasileña), afronta un reto sencillamente mayúsculo.

Y lo hace con el susto en el cuerpo. El pasado 2 de julio, durante las semifinales de los trials jamaicanos, los isquiotibiales de su pierna izquierda dejaron una señal que era una advertencia.

Temblaron los Juegos, y con ellos los patrocinadores, y con ellos el prestigio del evento, hasta que Bolt corrió los 200 el viernes 22 en Londres e hizo la quinta mejor marca del año. “No estoy en mi mejor forma todavía, pero lo importante es que no he terminado lesionado. Hay que seguir trabajando”, dijo, más serio de lo habitual.

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Porque esa supremacía en la pista viene acompañada de un carisma innegable. El deportista de los gestos, de la complicidad con el público, el del arquero, el de la sonrisa y los bailes cuando gana, que es siempre, completa a un deportista monumental en tiempos donde la imagen cuenta, y mucho.

Fiel a Puma pese a las ofertas desorbitadas de Nike, imagen de más de una veintena de marcas, sonríe de medio lado cuando le nombran junto a Jesse Owens, Muhammad Ali o Michael Jordan.

Sonríe pero no aparta la mirada. Sabe que triunfar en Río le colocaría, si no lo está ya, junto a esos nombres. “Estos serán mis últimos Juegos”. Eso es seguro.

Sin relevo en el imaginario colectivo del atletismo, quizá hasta eso sea una verdad a medias.

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