El químico Eugenio Berríos grababa todas sus conversaciones telefónicas. Tras su asesinato en 1992 en Uruguay, su viuda, la bailarina Gladys Schmeisser, entregó todas las cintas a la jueza Olga Pérez.
En audio de 1991 Berríos insinúa al exagente de la DINA conocido como “Tata” que él entregó en 1973 a la PDI la sustancia que supuestamente se le inoculó al Premio Nobel de Literatura, poco antes que saliera el avión con que México pretendía rescatarlo.
Oficialmente, el poeta chileno Pablo Neruda murió de cáncer de próstata en septiembre de 1973. Sin embargo, desde hace años se han multiplicado los indicios de que fue envenenado. La última pista la acaba de aportar la grabación de una llamada telefónica:
“Me metí en tremendo lío por ser más papista que el Papa. Esto es una historia antigua que data de 1973, cuando yo le entregué algo al coronel Aro, que estaba en la misma oficina que el general Baeza. Luego un avión voló y uno se quedó abajo. Voy a vender el guion: es de película”.
Esta enigmática revelación fue vertida en 1991 por el hoy extinto bioquímico Eugenio Berríos Sagredo –quien trabajaba para la Dirección Nacional de Inteligencia (DINA)– en medio de una conversación telefónica con el coronel de Ejército Manuel Pérez Santillán, alias “Tata”.
Este audio –junto con numerosas conversaciones grabadas por Berríos– fue entregado por la viuda de éste (la bailarina Gladys Schmeisser) a la jueza Olga Pérez, que entre 1999 y 2003 sustanció el proceso Rol 7.981, caso Berríos.
El telefonema fue recientemente conocido por el juez del caso Neruda, Mario Carroza, quien lo integró a una carpeta ultrarreservada, pero que aquí damos a conocer en exclusiva para Chile.
Lo señalado allí por Berríos calza perfectamente con lo que le sucedió a Neruda –premio Nobel de Literatura en 1971– en sus horas finales.
El escritor murió en la clínica Santa María, de Santiago, el 23 de septiembre de 1973, pocas horas antes de que un avión DC-8 de Mexicana de Aviación –en el que el poeta saldría rumbo al exilio– despegara desde el Aeropuerto de Santiago rumbo a México.
Resulta sugestivo que dicha frase haya sido vertida por Berríos, principal perpetrador de los numerosos “asesinatos químicos” de la dictadura militar de Augusto Pinochet.
Según expuso la recientemente fallecida agente de la DINA Mariana Callejas en entrevista con El Mercurio (publicada el 16 de julio de 1995), una vez escuchó a Berríos comentar que “no había mejor manera de liberarse de un indeseable que con una gota de estafilococo dorado”.
En mayo de 2015, el tanatólogo de la Universidad de Murcia Aurelio Luna encontró en los restos óseos del autor de Canto General trazas de dicha bacteria.
El ADN de ese microorganismo está siendo analizado, desde febrero pasado, en el Centro de ADN Antiguo de la Universidad de McMaster (Ontario, Canadá) con el fin de determinar si éste fue o no deliberadamente inoculado a Neruda en la clínica Santa María.
El Programa de Derechos Humanos del Ministerio de Interior, en un informe de marzo de 2014, determinó que “de los hechos acreditados en el expediente resulta claramente posible y altamente probable la intervención de terceros en la muerte de Pablo Neruda”.
Allí se mencionó que “de haber existido la intervención de terceros, ésta habría consistido en la inoculación, mediante una inyección en el abdomen del poeta”, tal como denunció Manuel Araya Osorio, asistente del poeta desde noviembre de 1972 hasta su muerte.
En este informe se destaca que, al momento de morir, Neruda “era el personaje más relevante de la intelectualidad chilena”. Había sido senador, amigo y cercanísimo colaborador del presidente Salvador Allende. El análisis añade que, si bien “la dictadura siempre logró impedir que se formara un gobierno en el exilio, (…) Neruda era el candidato ideal” para encabezarlo.
LOS MENCIONADOS
En el citado audio, Berríos menciona al “coronel Aro” y al “general Baeza”. El primero es Jorge Aro Confalonieri (fallecido), quien efectivamente fue ayudante del general de Ejército Ernesto Baeza cuando éste dirigió la Policía de Investigaciones (PDI).
Baeza es reconocido –tanto por pinochetistas como por partidarios de Allende– como uno de los mayores promotores del golpe militar. Al inicio del gobierno de Allende, fue jefe de la Misión Militar de Chile en Washington (1970-71), lo que le permitió acercarse a las esferas de inteligencia de Estados Unidos.
En 1972 fue nombrado comandante en jefe del Comando de Infraestructura del Ejército en Santiago y, ese mismo año, fue ascendido a general de división.
La mañana del 11 de septiembre de 1973, día de la asonada, Baeza conversó dos veces con el presidente Allende, a quien conminó a rendirse. Allende se negó.
Ese mismo día fue nombrado director general de la PDI y conservó sus responsabilidades en el Ejército. Como tal, se encargó de dar a conocer la versión oficial de la muerte de Allende, en una conferencia de prensa realizada el 20 de septiembre de 1973.
EL QUÍMICO DE LA DINA
Apenas ingresó –en 1967– a la Licenciatura en Bioquímica, en la Universidad de Concepción, Eugenio Berríos puso de manifiesto su fanatismo de derecha y su carácter extremista.
Según informó el periodista Jorge Molina en su libro “Crimen imperfecto, La historia del químico de la DINA Eugenio Berríos”, en 1969 fue sorprendido intentando hacer explotar la Facultad de Química y Farmacia, luego de ser reprobado en Química Orgánica. Fue expulsado.
En 1970 se trasladó a la Universidad de Chile –sede Santiago–, en la que continuó sus estudios. Además, se volvió militante del ultraderechista Frente Nacionalista Patria y Libertad (FNPL), fundado a los pocos días de que Allende ganara la elección presidencial de septiembre de 1970. En las filas de esa organización conoció al terrorista estadunidense Michael Townley.
Según Molina, Patria y Libertad planificó el asesinato de Allende en un proyecto dirigido por Townley, y en el que supuestamente participó Berríos.
El reportero recoge en su libro el testimonio de una persona –a la que no identifica– que asegura que la noche del 11 al 12 de septiembre de 1973 Berríos hirió y asesinó a balazos a numerosas personas en las calles de Santiago.
Durante la dictadura, abunda, el bioquímico mantuvo una gran cercanía con el criminal de guerra nazi y experto constructor de armas químicas y biológicas Walter Rauff, quien fue jefe de la Gestapo en el norte de Italia durante la ocupación nazi y creó los “camiones de la muerte” o “cámaras de gas móviles”.
“Quizás la amistad de Rauff –que se mudó a Chile en 1958– con Berríos pudo haber tenido un horizonte común: las armas químicas (y) los servicios que ambos prestaron a la DINA abren insospechadas conexiones del servicio represivo con la red Odessa (una trama de nazis en América del Sur)”, afirma Molina en su investigación.
“No es descartable que la fórmula del gas sarín (un compuesto organofosforado que penetra en el sistema nervioso y produce la muerte por asfixia en pocos minutos) pudo haber llegado a manos de Berríos y la DINA a través del exoficial hitleriano”.
LA LIGA CON COLONIA DIGNIDAD
El vínculo entre Rauff (“consejero secreto ad honorem de la DINA”, según el cazanazis Simon Wiesenthal) y Berríos evidencia la estrecha relación que mantuvieron la DINA y Pinochet con Colonia Dignidad. Como se sabe, en Colonia Dignidad se fabricaron armas químicas y convencionales y fueron asesinadas, desaparecidas o torturadas decenas de personas durante la dictadura pinochetista.
El reportero Carlos Basso expuso –en el paso de Walter Rauff y otros científicos nazis por Colonia Dignidad– numerosos asesinatos perpetrados con sustancias químicas en Colonia Dignidad, antes y después del inicio de la dictadura.
El primero de ellos fue el de la joven Ursula Schmidtke, “fallecida en los años sesenta, la cual, según Ingrid Szurgelies (excolona que consiguió fugarse) fue muerta porque en la Colonia pensaban que era una joven a la ‘que le gustaba mirar a los chicos (y eso) no fue bien visto por Schäfer’”, se lee en la obra de Basso.
En julio de 1974 fue asesinado el agente de la DINA Miguel Becerra por querer huir de Dignidad con su hijo homónimo. Se le aplicó un químico basado en organofosforados, semejante al gas sarín.
ESPÍRITU OBTUSO
En 1975 Mariana Callejas y su esposo, Michael Townley, formaron la Brigada Quetrupillán. Ésta funcionó en una casa-cuartel que la DINA adquirió a dicho matrimonio en la calle Vía Naranja 4925, comuna de Vitacura (Santiago).
Allí se puso en marcha el Proyecto Andrea de la DINA: producir armas químicas y bacteriológicas con las que se cometerían asesinatos de opositores al régimen. Para concretar este plan, Townley convocó a Berríos –alias Hermes– y al bioquímico Francisco Oyarzún Sjoberg.
La primera partida de gas sarín producida en Quetrupillán fue probada la Semana Santa de 1976 por Townley –que la aplicó directamente, con spray, al rostro de detenidos– en un crimen que fue presenciado por el jefe de la DINA, Manuel Contreras.
También de Quetrupillán, por ejemplo, salió el gas tóxico introducido en un frasco de perfume Chanel N° 5 que Townley llevó a Washington en un avión (de Lan Chile) con la intención de matar al excanciller de Allende, Orlando Letelier.
Finalmente, Letelier fue ultimado por anticastristas cubanos, contactados por Townley, con una bomba instalada en su auto el 21 de septiembre de 1976.
Dos años antes –el 30 de septiembre de 1974– la DINA había matado en Buenos Aires al excomandante en jefe del Ejército y vicepresidente de Chile Carlos Prats González, con una bomba instalada y activada por Townley, quien actuó acompañado por su cónyuge.
Llamativamente, en el tercer piso de la casa-cuartel Quetrupillán –vocablo mapuche que significa “espíritu obtuso o mocho”– funcionaba un taller literario dirigido por Callejas, al que asistían escritores que muy pronto constituirían la médula de “la nueva narrativa chilena”, como Carlos Franz, Gonzalo Contreras y Carlos Iturra.
En 1978, Townley fue extraditado a Estados Unidos, donde se le condenó y encarceló por el homicidio de Letelier.
Por esa época, el laboratorio de Vía Naranja fue trasladado al Complejo Químico del Ejército en Talagante (al sur de Santiago), del que se hizo cargo el coronel Gerardo Huber, a la postre asesinado.
En un informe enviado en 2006 por Manuel Contreras al juez Claudio Pavez –que investigaba la ejecución en 1992 de Huber–, afirmó que Berríos produjo en dicho recinto una variedad de cocaína denominada “coca rusa”, que se caracteriza por ser inodora e indetectable para los perros de las policías antinarcóticos.
Contreras aseveró que la producción de droga fue ordenada por el propio Pinochet. En el libro La delgada línea blanca (2000), de los periodistas Juan Gasparini y Rodrigo de Castro, se detallan vínculos del Ejército y de Pinochet con la producción y el tráfico de drogas.
Berríos fue despedido del Complejo de Talagante a mediados de los años ochenta: Se hizo insostenible su alcoholismo y adicción a las drogas. A partir de ahí se dedicó a traficar cocaína, faena en la que aprovechó sus vínculos con altas esferas políticas y militares.
En reiteradas ocasiones, además, la familia del presidente Eduardo Frei Montalva culpó a Berríos de ser el autor del envenenamiento que acabó con la vida de éste el 22 de enero de 1982, aunque nunca lo ha podido probar.
EL FIN, A MANOS DE SUS “AMIGOS”
Berríos fue asesinado a finales de 1992. Su cadáver apareció en abril de 1995 en la playa El Pinar, cercana a Montevideo, con heridas de bala en el cráneo.
Había sido trasladado a Uruguay por la Brigada de Inteligencia del Ejército (BIE), en una operación de “control de bajas” activada en octubre de 1991, después de que el juez que sustanciaba el caso Letelier, Adolfo Bañados, lo citara a declarar en esta causa.
En esta operación, acorde con investigaciones periodísticas, participaron escoltas de Pinochet (que entonces era comandante en jefe del Ejército) y agentes de inteligencia uruguayos.
Según señaló la periodista Mónica González en su reportaje Todas las muertes conducen a Berríos (Ciper, diciembre de 2009), “no eran los autores del crimen de Letelier lo que Pinochet y sus custodios del BIE temían que revelara el químico. Bañados ya tenía ese cuadro claro. Eran otras muertes que, en ese momento y recién iniciada la recuperación de la democracia, permanecían ocultas y podían detonar problemas mayores”.
El Tata, quien junto a Berríos asesinó con sarín (en julio de 1976) al diplomático español Carmelo Soria, se encuentra, desde 2015, cumpliendo una condena de cinco años por su complicidad en el secuestro y asesinato de Berríos.
Fuente: El Ciudadano