Bernie Sanders ya ha ganado. El viejo socialista de Vermont demuestra día a día que una candidatura de izquierdas puede llenar pabellones, movilizar a miles de voluntarios y poner en aprietos a la maquinaria política más formidable de las últimas décadas: el matrimonio Clinton.
Aunque, como pronostican los sondeos -y el sentido común- al final la nominada demócrata sea la ex primera dama y ex secretaria de Estado Hillary Clinton, el senador Sanders ya ha ganado. Porque ha conseguido desplazar el debate hacia la izquierda y porque, contrario a la prosaica Clinton, insufla en la campaña un ingrediente genuinamente estadounidense: la esperanza en transformar el mundo, el sueño de la revolución.
Aunque Clinton logre la nominación demócrata, el senador por Vermont desplaza el debate a la izquierda y recupera el mensaje de cambio y esperanza de Obama
En Iowa, el Estado donde el lunes Estados Unidos empezó a elegir a sus candidatos para las elecciones presidenciales de noviembre, la democracia parece a veces un instinto primigenio, casi animal. Nada, ni las peores condiciones meteorológicas, frena a los votantes a la hora de desplazarse para ver a los candidatos.
Y nada frena a los candidatos para encontrarse con los votantes. El lunes por la tarde una nevada cubrió el centro de Iowa. Las autopistas y calles, cubiertas de un manto blanco, estaban desiertas: pocos se aventuraban por el asfalto resbaladizo.
En un gimnasio de la Universidad de Grinnell, un pueblo a 100 kilómetros de la capital, Des Moines, un hombre de 74 años —serio, con tono de sabio gruñón— discurría sobre las desigualdades, la corrupción, el sistema carcelario ante un millar de estudiantes que habían desafiado los elementos.
“Me gusta su autenticidad”, dice un estudiante de políticas. “El tipo es increíble”, tercia otro. El tipo es Bernard Sanders. El político que se define como socialista y se enorgullece de ser el senador más progresista. El que usa palabras olvidadas en el discurso público como revolución u oligarquía. El que se atreve a romper tabúes y promete subir impuestos, defender un Estado fuerte o proponer un sistema de cobertura sanitaria público.
En Grinnell, repite el estribillo de campaña: cómo puede EE UU ser el país más rico del mundo y uno de los más desiguales, el que encarcela a más personas que China, el que deja a millones de personas sin cobertura médica, el que concede a unos pocos millonarios una influencia extraordinaria en el proceso electoral. “No os pido que me votéis”, dice Sanders a los estudiantes, “sino que ayudéis a transformar el país”. La frase tiene un eco del Barack Obama de 2008, el joven senador por Illinois que derrotó a la maquinaria de Clinton en los caucus o asambleas vecinales de Iowa, primer peldaño de su carrera a la Casa Blanca.
La lucha demócrata entre posibilismo y revolución
Bernie Sanders promete transformar el sistema de arriba abajo. Su rival, Hillary Clinton, promete cambios progresivos.
La reforma sanitaria es el mejor ejemplo de esta batalla en el campo demócrata. Sanders quiere una sanidad pública, a la europea. Cree que los estadounidenses no deben renunciar a lo que es justo. Hoy EE UU tiene un sistema público para los mayores de 65 años y las personas con menos ingresos. El resto es privado.
Clinton no niega que el plan de Sanders sea justo, pero dice que, con un Congreso en manos de los republicanos, sería imposible de aprobar.
El precedente de la reforma sanitaria de Barack Obama es significativo; una reforma mucho más modesta y que, sin embargo, ha afrontado todo tipo de obstáculos en el Congreso y en los tribunales. Embarcarse ahora en una reforma para imponer la sanidad pública pondría en riesgo los logros de la de Obama, según Clinton.
Como Obama, Sanders hace soñar; como Obama, confía en la movilización de los jóvenes. La cuestión es si Sanders se parecerá más a Obama, que efectivamente logró que los jóvenes participaran en los caucus, o a Howard Dean, aquel candidato, también del diminuto estado de Vermont, que en 2004 entusiasmó a los jóvenes y parecía que iba a revolucionar la política pero pinchó en Iowa, y acabó derrotado por el senador John Kerry, que es tanto —o más— del establishment que los Clinton.
El éxito de Sanders es haber captado, como Donald Trump en el campo de la derecha, el descontento de la ciudadanía con el status quo. Trump lo usa con una retórica que mezcla lo bufonesco con la xenofobia; Sanders, con un discurso progresista clásico.
En Europa, muchas de sus propuestas son asumidas por la izquierda y la derecha. Socialismo se asocia en EE UU al comunismo, pero en realidad Sanders es un socialdemócrata: no quiere la nacionalización de los medios de producción pero formula una crítica más severa que Obama o Clinton al capitalismo heredado de la revolución de Ronald Reagan en los ochenta.
“Bernie Sanders ha ampliado la conversación política”, dice E. J. Dionne, columnista de The Washington Post que se define como socialdemócrata católico. “Presenta una posición de izquierda democrática auténtica que hacía tiempo que no se escuchaba con tanta contundencia”. Obama, pese a la retórica transformadora de 2008, siempre ha sido un pragmático. Como Hillary Clinton, que en Iowa se presenta como heredera de Obama por contraste con Sanders, el revolucionario.
Al mitin de Grinnell no sólo asisten jóvenes. Dave Butcher tiene 72 años y es un veterano activista agrícola de Minnesota. Se ha desplazado a Iowa para trabajar para la elección de Sanders. “Hillary y Bill son básicamente republicanos light”, dice. “Necesitamos un gran cambio. Y Bernie puede traerlo”.
Fuente: El País