La basurización consiste en investigar a fondo y milimétricamente a quienes denuncian al poder hasta encontrar algo y denunciar el hecho a los cuatro vientos. Allí se alzan entonces, con una infatuación casi erótica –ohhh, ousss, au, auuuuhhh, mmmm–, las voces del populacho, y es que el populacho, según en qué deliciosos momentos, somos todos. Nadie se salva de lo corrupto, nadie deja de alegrarse por lo corrupto.
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Podemos llamar “Basurización” al procedimiento consistente en tirar, los poderosos, basura y acusar de corruptos precisamente a quienes intentan denunciar y desmontar el basural corruptísimo del poder. Para eso usan a sus medios controlados y a periodistas mercenarios. Le están aplicando el procedimiento a Camila Vallejo, han tratado con Giorgio Jackson y con Boric. Y seguramente que van por Sharp. Es lo que se ha hecho en España con los jóvenes líderes de Podemos.
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El espectáculo divierte a las masas y las hace desistir de sus ilusiones por limpiar la vida política, abochornando a los acusados y afirmando la idea de que el ambiente natural de la humanidad es una pocilga y que ahí es preciso continuar.
Pinochet se soltó en una ocasión el bigote comentando informes que le traían sus sistemas de espionaje: hay uno de esos señores políticos que habla, habla, habla… y otro (se refería creo que Viera-Gallo) que también tiene su yayita. ¿Quién no tiene su yayita?
En efecto, como bien lo analiza Owen Jones en su libro El Establishment, funciona en el Reino Unido, y evidentemente en todos los demás países, un servicio integral de descrédito de quienes amenazan a las posiciones del poder. ¡Basurizamos a quien sea!
El sistema parte por los colegios de elite, son entre cinco y diez, a los cuales es preciso pertenecer para asegurarse luego un puesto entre los mandamases y para gozar de un baño protector como el de Aquiles. No es que otros no puedan llegar a parlamentarios, CEOs, ministros, altos cargos, sino que, como no están bañados en el chocolate de la elite, lo tienen más difícil y estarán siempre más inseguros en sus puestos.
Luego están los medios de comunicación, periódicos, radios y canales de TV, concentrados en manos de cuatro millonarios. Por ahí la realidad aparece a veces, es una especie de atmósfera modificada. Permiten que existan algunos otros medios, para que no digan, pero la percepción pública, la agenda, los valores y convicciones compartidos son los que marca ese concentrado central. Sus dueños veranean juntos, se casan entre sí y se compran el mismo color de calcetines.
Nos gusta considerar que la corrupción es cosa de un alcalde o de una diputada, so asquerosos, porque son políticos, que es una profesión un poco rara, es cierto. Pero no habría corrupción si no hubiera corruptores, sin maquinarias de corromper. Los senadores corruptos por las empresas pesqueras o las mineras son modestos empleados de aquellos emprendimientos. Admiramos a los corruptores y despreciamos a los corruptos.
Al menos los corruptores no se avergüenzan de sus corrupciones, son en verdad parte del negocio en un mundo competitivo e infiltrado por ideas destructivas.Después están las empresas sofisticadas que asesoran en imagen, hacen lobby y son capaces de modificar la percepción pública sobre cualquier cosa. ¡Oh, Correa!
En Chile tenemos a una parte importante de los parlamentarios investigados o imputados por corrupción, pero el hecho no parece tener trascendencia alguna: allí hay alguna de esas empresas trabajando con la debida intensidad y astucia. Muchos odian la corrupción pero –milagro, milagro– siguen votando por partidos y parlamentarios corruptos. Y para saber en qué consiste la realidad se informan en medios corruptos. Hay como un sentido familiar en esta pertenencia que incluye pertenecer a verdades que sabe uno que son mentiras asquerosas, es que, loco, la vida es ardua.
Finalmente, hay empresas o servicios que se dedican a investigar a alguien que se les cruza en el camino, y lo destrozan. Siempre encontrarán algo. Una cuñada, un préstamo, una casa, un hijo, un asunto erótico, una boleta mal hecha, lo que venga. Inicialmente de esas personas no se habla, como que no existe. Cuando se habla es para destrozarlas.
La basurización consiste en investigar a fondo y milimétricamente a quienes denuncian al poder hasta encontrar algo y denunciar el hecho a los cuatro vientos. Allí se alzan entonces, con una infatuación casi erótica –ohhh, ousss, au, auuuuhhh, mmmm––, las voces del populacho, y es que el populacho, según en qué deliciosos momentos, somos todos.
Nadie se salva de lo corrupto, nadie deja de alegrarse por lo corrupto. Nada hay puro en esta vida. Todo está mezclado. Es más, la vida misma se propaga solo a través del cruce, de la penetración, del intercambio de secreciones, de la polinización…
Denuncian a uno que roba y estamos todos muy contentos, pero, a poco andar, revisando, nos damos cuenta de que a lo mejor en nuestra casa o en nuestra tribu o en nuestra billetera las cuentas no están tan, tan, claras. Entonces aparece el zorro enmascarado a denunciar a los denunciantes, y no puede haber felicidad tan grande.
Todo está podrido. Todos mienten. El mundo es un asco. Hay una mirada brillante y una sonrisa luminosa que saludan a esta convicción tibia y pantanosa. Somos puros, y somos mezcla. No podemos evitarlo.
El estado de transparencia global en que vivimos permite a Google trazar un bonito mapa de nuestros movimientos del día de ayer (y del último mes, el año pasado, etc.) gracias al seguimiento satelital de nuestros celulares. Antes se recolectaba información sensible, hoy los grandes vigilantes lo recolectan todo: historiales de búsqueda, conversaciones telefónicas, compras, cuentas bancarias, viajes, contactos personales, opiniones, amigos Facebook…
Es fácil, si cuentas con algunos recursos, acceder a la historia privada o privadísima de cualquiera.
Las dos acusaciones que más tocan al honor de las personas son el dinero y lo erótico. Todo es bueno si sirve para demostrar que tal senador es un pervertido o ese alcalde un ladrón. Hay que ver solo el aspecto destruido de quienes son acusados para comprobar la eficacia de estos recursos. De acuerdo, campeoncito, investiga, denuncia lo que quieras, que dentro de unos meses te va a tocar a ti.
Aunque también a veces basta una acusación de frivolidad, por ejemplo, el uso de un palacio municipal para celebrar la boda del sobrino –caso de Josefa Errázuriz– y su amplia difusión en los medios. ¿No eras de izquierda, nena? ¿Qué te pasó?
La basurización tiene como objeto no tanto hacer justicia, sino apagar el aura de algún nuevo dirigente, matarle el carisma. El abuso de poder (todos tenemos algún poder, todos podemos usarlo mal) es una acusación emergente. Un empleado, una vendedora, un profesor, una dueña de casa, un funcionario público, todos pueden usar mal su poder y ser basureados en las redes sociales.
La basurización enfrenta de igual a igual a ciudadanos con holdings, a personas individuales con poderosos conglomerados de opinión, a dirigentes juveniles con multinacionales. Siempre ganan los grandes, por paliza.
Hay un informe desclasificado de la CIA donde aparece una frase sobre Allende diciendo que es imposible corromperlo. No importa. Publicaron, tras su muerte, en El Mercurio y en La Tercera, que acaparaba whisky, que hacía ejercicio en una máquina para adelgazar cintura y que entre los objetos encontrados en las dependencias del GAP en Tomás Moro se encontraron unos “denominados consolador”.
La basurización no se detiene ante nada.
(*) Artista visual
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Fuente: El Mostrador
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