No nos olvidemos que el 2011 no sólo fue un remezón impulsado por la calle en Chile, sino que también en el resto del mundo. Somos la generación de los hijos del neoliberalismo, que queremos ser padres de algo distinto; una generación que probablemente es la primera con la información suficientemente completa y rápida como para mirar críticamente lo que ocurre con ella misma en otros lugares del mundo, usando Internet.
Somos la generación a la que los ritmos de la democracia representativa nos quedan un poco lentos. Nuestros pares alemanes están proponiendo la “democracia líquida” para apurarla usando Internet, y los islandeses usaron Facebook en su proceso hacia una nueva Constitución. Es una generación entera viviendo sus experiencias más intensas de movilización y activación política, con diversas consecuencias, pero en general estrellándose contra el muro de los sistemas político-institucionales de sus respectivos países (como en Egipto).
En Chile, sin embargo, acabamos de elegir cuatro diputados venidos directamente desde la calle. Ese mundo estudiantil del que vienen, sin embargo, hace que esa “calle” sea algo distinto a los otros ejemplos del mundo: el movimiento estudiantil chileno tiene más de 100 años, y ha jugado un rol clave tanto en construir esos notables momentos en que los jóvenes se hacen cargo de la voz del pueblo de Chile (la última vez había sido en dictadura), como en la producción de generaciones que conducen la política nacional.
Desde esta especificidad, Camila, Karol, Gabriel y Giorgio, y podríamos sumar a Iván Fuentes (y ojalá también a todos los diputados que vienen del mundo más “tradicional” de la política), tienen la posibilidad de aportar a responder las preguntas que esta generación le está haciendo a la democracia.
Lo fundamental es entender que los movimientos sociales, la ciudadanía organizada, aquellos a los que aparentemente se quiere integrar más, no son un grupo estático al que se le pueda representar como quien elije un delegado de curso. Por otro lado, el pueblo en general desconfía de sus representantes. Ese fantasma ya ha comenzado a rondar a los mismos dirigentes. De las Juventudes Comunistas, la Izquierda Autónoma y la Nueva Acción Universitaria (NAU), los espacios desde donde trabajaron los “diputados estudiantiles”, sólo los últimos mantienen la conducción y vocería en la FEUC, con su sexta victoria consecutiva en una difícil elección donde en primera vuelta obtuvieron la menor cantidad de votos de su historia. Los otros dos se han visto fuertemente cuestionados por la “vía institucional” que tomaron, y han pagado los costos perdiendo elecciones en las federaciones universitarias.
En resumen: la “denominación de origen” no es suficiente para que estos nuevos diputados aporten a un cambio en la relación del pueblo con su parlamento. Tampoco lo será que “voten bien” las leyes que envíe el gobierno de Bachelet. Si bien serán vocerías que llegan con fuerza propia al Congreso, la pregunta es: ¿qué pueden hacer para agregar valor a nuestro sistema democrático, más allá de haber sido electos?
En el último tiempo se ha levantado un concepto: la Democracia Participativa. ¿En Qué consiste? En introducir mecanismos de democracia directa en el régimen de democracia representativa que nos rige. Esto quiere decir incorporar instancias de deliberación y decisión popular, en temas más allá de elegir quién nos representa, y de manera más frecuente que los períodos de esa representación, que normalmente corresponden a varios años. En esta línea, en el PNUD han acuñado la idea de pasar hacia el “Estado de Ciudadanía” (tal como tuvimos el Estado de Bienestar o el Estado del Compromiso).
Los ex dirigentes estudiantiles provienen de una práctica participativa: las federaciones de estudiantes eligen representantes, para regirse en sus decisiones por los plenos, plebiscitos y asambleas, mezclando mecanismos representativos con democracia directa. En un espacio que no está exento de desconfianzas, la democracia directa es la forma de validar el rol de los representantes: por algo estos jóvenes tuvieron posiciones de liderazgo desde la presidencia de la FECH, la FEUC y la FEC. La lógica representativa y la directa son completamente compatibles, como lo refleja la orgánica de la que viene la bancada estudiantil.
En cuanto al parlamento, incluso más allá de la agenda de la Asamblea Constituyente, existen mecanismos que podrían introducirse. Dos de ellos son los referéndums revocatorios (como en Suiza, donde por esa vía las personas pueden revocar una ley generada en el Congreso) y la iniciativa popular de ley (existente en países en Europa y las Américas). Estos son cambios institucionales que permitirían darle más legitimidad al parlamento, paradójicamente, quitándoles poder a los diputados. Los ex dirigentes estudiantiles debiesen entender bien esta aparente paradoja: su legitimidad dependía de los procesos democráticos en los plenos, sabiendo equilibrar el rol de representante y vocero. En el Congreso, llegan a una institución todavía más deslegitimada.
Si estos cambios institucionales se logran, probablemente no se implementen a tiempo como para que los puedan aprovechar los ex dirigentes. La bancada estudiantil puede hacer una tremenda diferencia si es que se aboca a generar procesos de co-legislación participativa. Esa podría ser una manera de no sustentar su legitimidad sólo en su elección y su denominación de origen, sino también en qué significa para el pueblo, y particularmente para la ciudadanía organizada y los movimientos sociales, que ellos sean parlamentarios. Derribar el muro con el que ellos se encontraron el 2011 en Valparaíso no es sólo ser electos, sino que deben renovar las prácticas legislativas.
Es evidente que no podrán hacerlo solos, y gran parte de las iniciativas provienen del ejecutivo, pero ¿quién más que ellos para liderar la apertura de este tipo de espacios? Es cosa de imaginarse qué hubiera pasado si se hubiese contado con una de estas vías institucionales el 2011, cuando, entre muchas otras iniciativas, 500 mil personas votaron en un plebiscito simbólico por la educación.
Sería una buena idea ejercitar procesos nacionales de participación y movilización, discusión y deliberación organizada, para lograr leyes. Tal como ha pasado en otras experiencias que mezclaron fuerzas políticas nuevas con otras tradicionales (como el Frente Amplio uruguayo), posiblemente haya diputados de los partidos tradicionales que se sumarían a experimentos de esta naturaleza. Lograr procesos de este tipo implicaría mostrar alternativas a las preguntas que los jóvenes de gran parte del mundo le hacen a la democracia.
A los diputados estudiantiles, algo como esto les permitiría renovar su alianza con el mundo social, entendiendo que para ello deben ser capaces de ofrecer un valor, entregar poder. Permitiría, particularmente en los casos de Revolución Democrática y la Izquierda Autónoma, que no tienen la estructura de partidos nacionales como el PC, el poder crecer y aumentar su influencia predicando con el ejemplo.
Si se unieran todos, y sumaran a unos cuantos más, da como para entusiasmarse…
¿con qué ley partimos?
(*) Arquitecto y Magister en Desarrollo Urbano. Secretario Comunal de Planificación de Providencia. Miembro de Revolución Democrática.
Fuente: El Mostrador