A veces, la historia dibuja extrañas figuras, los hilos de las vidas individuales atan nudos, tejiendo los destinos de las naciones. Así, como si se tratase de una homérica épica o una jugarreta de los dioses, hoy las dos principales aspirantes a la Moneda poseen una genealogía que las emparenta directamente con el golpe militar perpetrado hace ya cuatro décadas. Tanto la candidata de centroizquierda, Michelle Bachelet, como la candidata de derechas, Evelyn Matthei son hijas de generales de la Fuerza Aérea de Chile.
Si bien ambas comparten una biografía ligada al mundo militar, los destinos de sus padres, así como los propios, no podrían ser más divergentes. La distancia que separa al general Alberto Bachelet de Fernando Matthei es el abismo que va de la víctima al victimario.
En efecto, mientras uno moría en la tortura en la Academia de Guerra por haber colaborado con el gobierno de Salvador Allende, el otro llegaría a ser miembro de la junta militar presidida por Augusto Pinochet.
Las actuales aspirantes a la presidencia de Chile fueron marcadas por aquella tragedia protagonizada por sus padres.
Michelle Bachelet debió marchar al exilio durante varios años, mientras Evelyn Matthei hizo su vida muy próxima a los fastos del poder.
Las experiencias históricas marcan a fuego las biografías personales en un sentido u otro.
La señora Bachelet se formó en un entorno socialista, mientras la señora Matthei lo hizo en la conservadora familia militar.
Después de cuarenta años, las hijas de los generales comparecen ante su pueblo, protagonizando un capítulo más de esta épica.
Ya no es la Moneda en llamas, ya no la sangre ni la tortura, perviveen la escena, empero, el recuerdo de un otrora que reclama su presente. Acaso sin ser planamente conscientes de ello, ambas mujeres encarnan simbólicamente un dibujo inconcluso que exige su hora de término.
Cada una de ellas debe ocupar el lugar que les corresponde en esta sutil dramaturgia. Cada una de ellas, con el bagaje de una vida, debe mirar a las nuevas generaciones de chilenos.
Es así, cada presente evoca y significa los dolores pretéritos, diferidos presentes que regresan cada tanto. Sin embargo, no es menos cierto que cada presente histórico es el vértice de un porvenir que traza el horizonte de lo posible.
En todo instante se conjugan la remembranza y la promesa, la evocación y el anhelo. Solo de este modo, los muertos de antaño encuentran su sosiego y tanta pena, encuentra un sentido profundo. Dos mujeres, cuarenta años después, protagonizan una escena que es, al mismo tiempo, ayer y mañana.
(*) Investigador y docente de la Escuela Latinoamericana de Postgrados. ELAP. Universidad ARCIS