Al igual que hizo la compañera Mari Mari Narváez en el artículo “Cuba: Este momento crítico podría ser para avanzar”, publicado en Claridad el 27 de julio pasado , nosotros también hemos estado reflexionando y leyendo mucho sobre lo acontecido en Cuba en días recientes.
Al igual que a Mari Mari, nos motiva también el amor que le tenemos a Cuba. En nuestro caso también nuestra reflexión está también matizada, porque no decirlo, por nuestro compromiso con el socialismo y su horizonte comunista que no es lo mismo que usar de referentes diversos planos conceptuales del liberalismo político desde donde se ha pretendido –no por pocos- analizar la situación cubana.
Escribe la compañera en su página en Facebook:
“Espero ser justa en mis comentarios y aportar a una discusión que no debe seguir polarizándose”.
Nosotros también aspiramos a ser justos, aunque desde una perspectiva crítica que no va a temer ser tal vez polarizante. Y es que no hay la más mínima posibilidad de adoptar posturas asépticas en torno a Cuba.
No existe la posibilidad de un afuera de la contradicción estructural o sistémica que define la situación cubana. Nunca lo ha sido pues lo que ha existido a partir del triunfo de la Revolución en 1959 es un orden de batalla, cuyo reto ha sido caracterizado magistralmente por la consigna de ¡Patria o muerte!
Desde entonces Cuba está en guerra, tanto dentro del país frente a la lucha de clases y la contrarrevolución que pretende revertirlo todo, y fuera del país contra el imperialismo estadounidense.
Se trata de una guerra que le ha sido impuesta a Cuba sobre todo como precio por no rendirse ante la prepotencia imperial de Washington que siempre ha pretendido tratar a la América latina y el Caribe como su patio trasero. La polarización es la lógica inescapable de esta guerra a muerte.
En el momento en que Cuba y su revolución lucha por su supervivencia y Washington arrecia el asedio y la victimización de su pueblo impidiendo que satisfaga sus necesidades más básicas, a Mari Mari le preocupa más los derechos individuales abstractos de unos pocos por encima de los derechos colectivos concretos de todo un pueblo que lleva sobre 60 años resistiendo y sufriendo las inhumanas consecuencias del bloqueo y el embargo estadounidense.
La crítica de la compañera nos hace recordar un viejo cuento.
Un cristiano es lanzado en medio del Coliseo Romano para que se enfrente en combate con un león. Debido al temor existente por las destrezas guerreras que ha demostrado en el pasado el gladiador, en esta ocasión se le amarran los brazos y los pies.
El león se lanza contra el indefenso cristiano, quien no encuentra otro modo de defenderse y combatir que no sea usando su boca y sus dientes, por lo cual empieza a morder como pueda a su salvaje atacante.
Ante ello, el público presente le grita al cristiano: “¡Sucio! ¡Pelea limpio!”.
El contexto estratégico
El futuro de Cuba nada tiene que ver en estos momentos con los cantos de sirena de la democracia burguesa que salen de las bocas de algunos y algunas de una izquierda que históricamente opta por ignorar las realidades estratégicas propias de una revolución anticapitalista, tanto aquí en Puerto Rico como en otras partes del mundo.
Hace abstracción de las fuerzas que concretamente están en disputa, no como individuos sino como clases, como pueblos, y cuya activación actual nadie seriamente puede pretender que responde estrictamente a errores o deficiencias del gobierno revolucionario, o que se deben a elementos internos que buscan la reforma de la Revolución para profundizarla y no para destruirla.
No podemos ser tan ingenuos como para creer que lo acontecido corresponde por pura casualidad a procesos de desestabilización y cambio de régimen ensayados y realizados en otros lugares del mundo en años recientes.
En particular, nos preocupan algunas miradas que tienden a descontextualizar estratégicamente la actual crisis por la que atraviesa Cuba. Por ejemplo, allí está la decisión del presidente estadounidense Joseph Biden de mantener el bloqueo y las sanciones ilegales contra Venezuela, además de ampliar las sanciones contra Cuba en medio de una pandemia y en un momento en que vuelven a soplar aires contra-hegemónicos desde la izquierda en México, Argentina y Perú, a los que podrían sumarse en un futuro cercano también Chile y Brasil.
Washington aspira a detener el desgaste creciente de su hegemonía regional y mundial, profundizada bajo el gobierno de Donald Trump.
De ahí, por ejemplo, su ofensiva diplomática y económica contra la República Popular China, un país socialista que se ha ido erigiendo en poco tiempo en la principal economía del mundo, demostrado así crecientemente la superioridad del socialismo sobre el capitalismo, aún con las dudas que puedan existir sobre el modelo seguido para ello: el socialismo de mercado.
Es el mismo modelo que esencialmente ha servido para hacer de Vietnam, también en pocos años, la más próspera economía en el sudeste asiático, aún con la salvaje destrucción que heredó de la guerra que libró Estados Unidos en su contra y de la que finalmente salieron victoriosas las fuerzas comunistas.
De hecho, Cuba ha tratado de erigir un socialismo con mercado desde temprano en la década de los años noventa cuando comenzó a establecer leyes para la flexibilización de la economía con una importante apertura hacia las inversiones privadas extranjeras.
Las miradas socialdemócratas y liberales pregonan la ilusoria solución de una tercera vía para la solución pacífica y no adversativa del conflicto que apenas oculta su ideario democrático-liberal. Con ello, no hacen otra cosa que desvirtuar la atención de las raíces estructurales del conflicto.
Preocupa en ese sentido algunas reflexiones críticas desde ciertos sectores en los cuales no se presentan ni las más mínimas evidencias de la represión que se le imputa al gobierno revolucionario de Cuba. En muchas ocasiones hemos visto como se reproduce por la grandemente denunciada ofensiva comunicacional, junto a su manipulación de hechos o fabricación de “fake news” desde los poderes fácticos mediáticos contra Cuba.
Llama la atención que muchas de estas denuncias a las que aludimos coinciden con la imposición por Washington de sanciones a la policía revolucionaria cubana.
Se trata de otra medida a la que se le ve la costura imperial, siendo que Estados Unidos está caracterizado por una violencia policial contra su población, especialmente negra y de las minorías, que produce anualmente sobre mil muertes.
El que paga la orquesta, escoge la música
La ideología capitalista se mueve de maneras muchas veces inadvertidas y misteriosas. Es lo que sucede, por ejemplo, en la misma Cuba donde Estados Unidos y fundaciones con sede en dicho país han gastado millones de dólares para cultivar a raperos, músicos, artistas y periodistas, para que sean exponentes de una contrarrevolución cultural cuyo imaginario está inspirado en el propio Estados Unidos y Europa.
Se consideran a éstos parte de una juventud “desocializada y marginada” que puede ser usada contra el socialismo cubano. Incluso, se le tiende a identificar como una de las fuerzas catalizadoras de las protestas y los conflictos recientes en las calles de varias ciudades cubanas.
¡Quien paga la orquesta, escoge la música!
Al respecto, el director fundador de la National Endowment for Democracy (NED), Carl Gershman, un operador reconocido por su apoyo al cambio de régimen en Cuba, y Orlando Gutiérrez, otro operador reaccionario ligado al USAID y que favorece la invasión a Cuba por Estados Unidos, señalan:
“Utilizar los principios de la democracia y los derechos humanos para unir y movilizar a esta vasta mayoría desposeída frente a un régimen altamente represivo es la clave del cambio pacífico”.
Por tal motivo, preocupa que se analice la situación en Cuba desde una perspectiva que claramente está alineada con el liberalismo político. Ello se refleja claramente cuando la compañera Mari Mari escribe:
“¿Cuándo va a dar (Cuba) el empujón final hacia el respeto del derecho a la protesta, la libertad de expresión, y los estándares fundamentales para juicios justos para todos, con derecho a defensa y a apelación?”.
Es un error garrafal pensar en ese tipo de aperturas “liberales” en un sistema político que como ya adelantamos está asediado poderosa y existencialmente por el imperialismo más injerencista, el cual es capaz de hacer lo que sea para destruir el sistema político cubano.
Estamos ante una visión liberal de los derechos humanos, sin reconocer que dicho liberalismo jurídico-político no constituye una receta universal y menos un modelo sin sus propias contradicciones estructurales.
h2>La crítica liberal de un Estado socialista
Cuba no es un país que se define desde un marco jurídico liberal sino que socialista. Conforme a su perspectiva y concepción marxista, detrás de todo Estado de derecho hay un Estado de hecho, y el motor de éste es irremediablemente la lucha de clases.
Las perspectivas estrictamente “juridicistas” no logran entender esta realidad marcada más bien por relaciones de poder que por normas abstractas. De ahí que todo Estado de hecho también está marcado por la dominación o la hegemonía de una clase sobre otra.
Ello es así aún bajo el capitalismo liberal, en el cual se reconoce el derecho a la protesta pero no el derecho a cambiar el sistema, así como el derecho individual al debido proceso de ley pero no el derecho a no ser explotado por otro ser humano.
Formaciones socioeconómicas y políticas como la cubana no existen en función de la reproducción de la propiedad privada capitalista y el concepto de libertad individual que se deriva de ésta.
En el caso de Cuba, se trata de una formación que privilegia lo común sobre lo privado, en donde la propiedad ha sido socializada en sus funciones y fines, y en que el concepto de libertad es por ende muy otro.
La libertad individual no existe separada de la libertad colectiva ni deja de ser parte funcional de ésta. La sociedad aspira a constituirse en una comunidad universal dedicada a unos fines comunes. El “yo” burgués ha sido sustituido por el “nosotras/nosotros”.
Esta visión no tiene como referente único el marxismo. El líder histórico de la Revolución cubana, Fidel Castro, la obtuvo inicialmente de la idea rousseaniana de la voluntad general, que no es lo mismo que la voluntad de todos, es decir, la voluntad de los individuos.
En la Sierra Maestra anduvo con una copia de El contrato social de Rousseau. Incluso, la idea del partido-único viene también de la concepción que tenía José Martí de la democracia y de cómo no debía permitirse su fraccionamiento en un multipartidismo que lo único que conseguiría sería partir en pedazos y fragmentar la unidad nacional necesaria para enfrentar exitosamente al imperialismo y demás enemigos de la República.
Hace ya tiempo que nos alarma la confusión ideológica y política que se ha ido entronizando en la izquierda nuestra, incluyendo su divorcio de las prácticas e ideas del socialismo desde por lo menos mediados de la década de los ochentas a raíz de la liquidación del Partido Socialista Puertorriqueña (PSP).
Nuestra izquierda o, si se prefiere, izquierdas, se ha reducido a una serie de focos dispersos de resistencia, unidos apenas en torno al tema de la descolonización. Parte de la izquierda ya ni se refiere a sí misma como independentista sino usando el elusivo concepto de “soberanista”, a pesar de que el independentismo, representado por el Partido Independentista Puertorriqueño (PIP), fue la fuerza política que más creció en las pasadas elecciones.
Ya ni la oposición a la estadidad nos une, como demuestra el caso del Movimiento de Victoria Ciudadana.
Se trata de una izquierda totalmente desarraigada de cualquier horizonte revolucionario, habiéndose rendido al discurso capitalista y liberal como si representase fatalmente el único de los mundos posibles.
Incluso nos podemos ver vulnerados por tendencias que provienen desde la práctica política estadounidense que se tienden a visualizar como “progresistas” o de avanzada en su forma pero que son reaccionarias en su esencia.
La rebelión civil del verano del 2019 pareció habernos planteado una nueva posibilidad para avanzar pero al igual que ocurrió cuando la lucha exitosa en Vieques y las huelgas combativas de los estudiantes en la Universidad de Puerto Rico.
No obstante, prevaleció la vuelta a una tenue paz de los sepulcros que nos incapacita para pasar de la mera protesta a la propuesta transformativa de nuestras circunstancias. Es como si cada vez que sumamos fuerzas para lograr victorias que parecían inalcanzables, nos entra un temor a profundizar lo conseguido no sea que nos veamos forzados a salirnos de nuestros cómodos nichos cotidianos.
Y así las cosas volvemos a la fragmentación de nuestras fuerzas y reclamos, para empuñar proyectos e iniciativas particulares que no representan como tal un proyecto común de país y sociedad frente a la debacle colonial-capitalista actual.
Ante ello, no nos debe sorprender entonces la postura del Comité Interagencial sobre Puerto Rico designada por Biden. Se dedicará a reconstruir la economía política capitalista-colonial para que, entre otras cosas, estemos en condiciones de pagar la deuda pública de Puerto Rico, aún a costa de nuestro propio progreso y necesidades como pueblo.
En cuanto a la descolonización, le dejará el tema al Congreso federal, el cual está totalmente dividido en torno a las dos piezas legislativas ante su consideración: la de la comisionada colonial Jennifer González a favor de la anexión y la de las congresistas puertorriqueñas Nydia Velázquez y Alexandria Ocasio Cortez a favor de que Puerto Rico organice una convención constituyente para iniciar un proceso de descolonización con opciones no coloniales.
Llama la atención que aún así el Departamento de Justicia federal insista en que el actual status colonial sea una de las opciones. Es como si Lincoln le hubiese ofrecido a los esclavos en su Proclama de Abolición de la Esclavitud que pudiesen optar por seguir siendo esclavos.
En fin, una receta para seguir en el inmovilismo total.
Lo triste es que mientras todo esto acontece en torno a Puerto Rico, entre tantísimas otras cosas, algunos y algunas pretenden dictarle pautas a los cubanos sobre cómo solucionar sus problemas y a qué tipo de sociedad deben aspirar.
Sin embargo, el derecho a la autodeterminación sólo tiene sentido si a Cuba se le permite vivir y desarrollarse en paz y de conformidad a la voluntad soberana de su propio pueblo y con total independencia de las preferencias foráneas –aún las bien intencionadas– que nada tienen que ver con su realidad y menos con sus intereses nacionales.
Es al pueblo cubano al que le va la vida en este batalla y si la pierden, el imperio le destruirá la Patria sin importarle, como hasta ahora, los derechos individuales o colectivos de éste.
Carlos Rivera L., Carlos Severino V.
https://www.claridadpuertorico.com/amores-que-matan-2/