La historia de Alexander Alekhine es completamente distinta a la de Capablanca. Hijo de una adinerada familia rusa pero traumáticamente exiliado de su país, incluso llegó a ser encarcelado durante la Revolución acusado de espionaje, lo cual pudo haberle costado la vida.
Tras su liberación, Alekhine huyó a occidente y terminó adquiriendo la nacionalidad francesa. Fue un individuo formal, aplicado y serio, de maneras casi militares y sin el gusto por lo mundano de Capablanca.
La misma actitud aplicó al ajedrez, cuya teoría estudiaba concienzudamente. No era especialmente simpático ni tenía las habilidades sociales de Capablanca, lo cual le mantuvo más alejado de los aplausos del gran público, pero entre los ajedrecistas y aficionados despertaba admiración por la originalidad y brillantez de sus espectaculares partidas, las más bellas y sorprendentes de la época.
Aunque no fue un niño prodigio sí mostró un talento natural bastante considerable, aunque de naturaleza distinta al de Capablanca. De hecho, hoy también se considera a Alekhine un genio con mayúsculas y es por ejemplo uno de los grandes ídolos de Garry Kasparov.
Su principal arma era la imaginación, la fantasía. Le gustaba jugar al ataque, con complicadísimas combinaciones de jugadas ofensivas que causaban el terror entre sus rivales (excepto, claro, Capablanca, a quien nunca ganaba) y que le solían valer premios a la partida más bella en muchos de los torneos donde participaba. Pese a su imagen de individuo seco y estudioso, cuando se ponía a jugar era poseído por el espíritu artístico y buscaba el camino más enrevesado para llegar a la victoria.
Capablanca decía amar la sencillez, pero Alekhine buscaba el juego más complicado e imprevisible, como queriendo siempre poner a prueba su inspiración. Una curiosa paradoja: Capablanca, un bohemio en la vida, tenía un estilo de ajedrez que era bastante simple y metódico. Alekhine, un individuo metódico en la vida, tenía por contra un estilo imaginativo y arriesgado sobre el tablero.
El gran Leontxo García (que espero sepa perdonarme el que yo transcriba “Alekhine” todavía a la manera tradicional y de uso común, aunque estrictamente incorrecta) probablemente explicaría esta paradoja en téminos de temperamento. Capablanca era un hombre pacífico y esa placidez se transmitía en su juego “tranquilo”. Alekhine, en cambio, era muy competitivo e incluso con momentos de cierta agresividad, lo cual se traducía en un juego de ataque.
Fuente: Jot Down