En enero de 2015, fueron publicadas las bases de datos de la encuesta social y económica más importante de nuestro país, la CASEN 2013. Los principales resultados recogidos y publicados por el establishment fueron una reducción en la pobreza monetaria (la que llega al 14,4%) y una mantención en los niveles de desigualdad de ingresos. De paso, se presentó una metodología para medir pobreza en múltiples dimensiones y, según ésta, para 2013, la pobreza multidimensional llegó a un 20,4%.Estos datos nos permiten responder la siguiente interrogante: ¿qué pasa con el mundo del trabajo?
Procesando de manera autónoma los microdatos de la CASEN 2013, es posible arribar a los siguientes resultados:
El promedio de ingresos del trabajo en la ocupación principal es de $416.909.
El 74% de los trabajadores/as gana menos de $400.000 líquidos.
El 61% de los trabajadores/as gana menos de $300.000 líquidos.
El 50% de los trabajadores/as percibe menos de $260.000 líquidos.
En el caso de las mujeres, el 50% gana menos de $221.000 líquidos.
El 70% de los trabajadores/as de las regiones del Libertador (VI), Maule (VII), Araucanía (IX), Los Lagos (X) y Los Ríos (XIV), percibe menos de $300.000 líquidos.
El 62% de los trabajadores/as del comercio, percibe menos de $250.000. En “hoteles y restaurantes” el 60% percibe menos de $240.000 y, en “industrias manufactureras”, el 62% percibe menos de $300.000.
El 72% de los trabajadores dependientes en jornada completa, percibe menos de $400.000 líquidos.
Prácticamente, 2 de cada 3 trabajadores/as (el 66%) que tiene jornada completa en la gran empresa, perciben menos de $470.000 líquidos.
Sólo un 11,8% de los trabajadores percibe más de $700.000 líquidos y sólo un 5,9% más de $1.000.000.
Este cuadro ilumina una cara de la economía chilena de la cual aún poco se habla, ésta es, que funciona con salarios al límite, lo más bajo posibles. Ese infra-valor del trabajo tiene como contra-cara una fachada económica formidable: muy lejos de lo que la mayoría puede percibir en su diario vivir, Chile clasifica mundialmente como parte del selecto grupo de países de ingresos altos (WDI-World Bank) y este año se estima que nuestro PIB por habitante será de US$15.653 y de US$24.170 si se mide en dólares comparables PPP (siendo lo más alto para América Latina y El Caribe, datos del WEO-IMF).
Para entender esta fractura, es decisivo visualizar la desigualdad de ingresos desde una mirada relacional. De acuerdo al sociólogo norteamericano Erick Olin Wright (1994), el sentido relacional de la desigualdad se da en cuanto un atributo es lo que es, en función de lo que otro deja de ser.
En la dimensión salarial y de los ingresos del trabajo, el vínculo relacional se da en que el infra-valor que enfrenta la mayoría, no es tanto un problema individual de falta de oportunidades o de capacidades, sino más bien la falta de poder de un grupo en función al elevado poder de una clase dominadora. Dicho de otra forma: los salarios, los ingresos del trabajo, son bajos porque hay otros que se benefician de aquello.
El despojo cotidiano que enfrenta la mayoría de los trabajadores por la sub-valoración de su trabajo y la apropiación de sus ingresos laborales, no se queda sólo allí. Se complementa con la desposesión vía mercantilización de los derechos sociales (salud, educación, pensiones), la privatización de servicios básicos y de activos públicos y el obligado endeudamiento de los hogares para llegar a un nivel de vida medianamente soportable, lo que a la vez amplifica los recursos financieros de los mayores grupos económicos.
Así, y siguiendo a Harvey (2007), en Chile y en todas partes del mundo se observa cómo los ricos se hacen más ricos y la desigualdad se recrudece.
En Chile, la tendencia es reveladora. Al inspeccionar la desigualdad de ingresos autónomos (sin subsidios ni transferencias) entre puntos distantes de la estructura social, se puede observar un incremento importante de las diferencias. Si en 1990 la brecha de ingresos autónomos entre las personas que pertenecían al 5% más rico era de 129 veces en relación a quienes pertenecían al 5% más pobre, en el año 2000, esa brecha llegó a 170 veces.
Ya en 2011, la brecha asciende a 257 veces y ¿qué pasa en 2013?, la brecha sube (aún con un fuerte crecimiento del empleo mediante) y llega a 285 veces. Es decir, en menos de 25 años, la desigualdad de ingresos del trabajo vista en la distribución por veintiles, crece en más de un 100%.
En todo esto, el sistema jurídico que diagrama el funcionamiento de las relaciones de producción juega un papel central: a través de las normas del trabajo, el sistema capitalista valida socialmente la dominación de Clase. En el caso chileno, la legislación laboral o Código del Trabajo (CDT) es un ejemplo patente de ello.
En 1979, el libro IV del CDT (Sindicatos, Negociación Colectiva, Huelga) fue completamente modificado bajo la filosofía política de cimentar un libre camino para la acumulación empresarial. Esto se llevó a cabo a través del encapsulamiento de la negociación colectiva en el nivel de empresas, la conformación inédita de una huelga no paralizante, un paralelismo organizacional y un profundo proceso de despolitización de los trabajadores que sería funcional al objetivo de horadar la elevada conciencia social que existía en Chile.
Los resultados de la encuesta social más importante del país, dan cuenta de un problema de poder que difícilmente se solucionará con una simple remasterización del Plan Laboral del año 1979. Los bajos salarios, el elevado nivel de deuda, y la falta de acción sindical distributiva, son determinantes en la mantención del statu quo en materia de desigualdad de ingresos.
En esas coordenadas una trasformación genuina que recupere el rol protagónico del trabajo será una que apunte en la dirección de dar mayor poder a los trabajadores para ejercer un contrapeso a la unilateralidad empresarial.
En ese norte, la negociación colectiva por rama de actividad económica emerge como un potente inductor distributivo, que participa activamente en la conformación colectiva de los salarios y a la vez mejora los niveles de politización en la sociedad. El último punto no es menor, ya que más allá de lo monetario, el sindicalismo es una poderosa vía de democratización social.
Fuente: Red Seca