En enero del año pasado, una expedición liderada por los montañistas Leonardo Albornoz y Lower López reabrió uno de los misterios más grandes de la historia de la aviación nacional, luego de llegar al lugar exacto donde se encuentran los restos del avión DC 3 Nº 210, de la Línea Aérea Nacional que transportaba a parte del plantel de Green Cross desde la Provincia de Temuco aquella fatídica tarde del 3 de abril de 1961.
En el siniestrado vuelo iban a bordo siete jugadores del “Pije” (Manuel Contreras, Dante Coppa, Berthe González, David Hermosilla, José Silva, Alfonso Vega y el ex seleccionado argentino Eliseo Mouriño); el técnico Arnoldo Vásquez; los árbitros Gastón Hormazábal, Roberto Gagliano y Lucio Cornejo; el kinesiólogo Mario González; el funcionario de la Asociación Central de Fútbol, Pedro Valenzuela; el representante de la Asociación Nacional de Fútbol Amateur (ANFA), Luis Medina; el ex diputado Moisés Ríos y los pasajeros Armando Hita, Guillermo Schade y María y Gabriela Andrade.
A ellos se sumaron el piloto Silvio Parodi; el copiloto Carlos Jorquera; el radioperador Evaristo Casanova y el sobrecargo Hernán Etchebarner.
Luego de 10 días de búsqueda se encontraron los restos de la nave en la zona de Los Nevados de Longaví, en la Séptima Región, donde sólo se recuperaron algunos cadáveres, que luego fueron entregados a los familiares. Sin embargo, el proceso estuvo rodeado por una serie de irregularidades, que mantienen las dudas hasta hoy.
“Mi abuelo tenía 17 años y lo llevaron a reconocer a su hermano. Sólo reconoció la argolla de matrimonio, pero no vio nada más. Él dice que los huesos fueron sacados en bolsas de basura. Incluso, en el cementerio hay tres nombres en cada lápida, por lo que siempre hemos dudado de lo que hay ahí”, señala Marcelo Torres Toledo, sobrino nieto de Héctor Toledo, quien cambió su pasaje a última hora con el delantero Alfredo Gutiérrez.
Por esta razón, el hallazgo del año pasado abrió las esperanzas de las familias, ya que además de fierros, el grupo encontró osamentas.
“Fue como entrar en un camposanto; traspasar un umbral y encontrarse de golpe cara a cara con la historia. Había gran parte del fuselaje retorcido y expuesto entre las piedras, piezas del motor esparcidas en el lugar, una hélice semicubierta y mucho material esparcido… Vi también fragmentos óseos que, sin ser un especialista, tuve la impresión de que se trataban de restos humanos”, confiesa Albornoz.
Increíblemente, y a pesar de que se encontraron restos presumiblemente humanos, la Fiscalía de Linares jamás abrió una investigación. “No lo entiendo. Yo dije claramente en todos los medios que estaba disponible a aportar la información que me fuera requerida por las instituciones correspondientes y fui enfático en no entregar información sensible para las familias a través de los medios de prensa”, señala el montañista.
Incluso, la Fuerza Aérea de Chile, a través de una carta firmada por su director de operaciones, el general de brigada aérea Albert Widmer Thomas, a la que La Tercera tuvo acceso, ratifica que la zona en que se estrelló el avión es la misma que visitó la expedición de Albornoz y López.
Para aclarar las dudas, este diario se comunicó con Carola D’Agostini, fiscal adjunta jefa de Linares, quien respondió escuetamente que “ese tema era parte de la justicia antigua” y que “a pesar de lo que salió en la prensa, nunca hubo una denuncia”.
Al ser consultada sobre si la Fiscalía no abrió igualmente una investigación, aprovechando las nuevas informaciones y la disposición a colaborar de Albornoz, D’Agostini se excusó de responder, argumentando que tenía una carga de trabajo muy intensa y que con gusto entregaría su parecer en otra oportunidad.
“Hemos tratado de contactar a las familia. No queremos encerrar a nadie, tampoco buscamos indemnización ni culpables. Mi abuelo está en el cementerio y en el cajón hay puras piedras. Leo Albornoz encontró algunas cosas de mi abuelo. Por eso, el hecho de que se abra una investigación nos serviría para terminar con la incertidumbre, pues podrían identificarse los restos, a través de pruebas de ADN”, clama Pedro Valenzuela Silva, nieto del dirigente de la ACF, Pedro Valenzuela Bello, mientras que Marcelo Torres agrega:
“Sería mucho mejor que la fiscalía abra el caso, porque siempre hemos tenido muchas dudas sobre los restos que nos entregaron”.
A 55 años del incidente, el enigma se mantiene y las familias todavía no pueden alcanzar la paz.
Fuente: La Tercera