El longevo hombre de mar dio la vuelta al mundo al ser retratado en una fotografía, mientras en medio del fragor de los bloqueos camineros encendía apaciblemente un cigarrillo, convirtiéndose en la postal del levantamiento chilote.
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El estallido social de Chiloé dejó varias postales como testimonio de lo que fueron las mayores movilizaciones que se recuerden en la provincia, pero entre ellas la que más se recordará es una que dio la vuelta al mundo, con un personaje que se convirtió en ícono de la lucha de los pescadores artesanales y todo un pueblo que se levantó ante la grave crisis social, ambiental y económica.
Un longevo vecino, vestido a la usanza del campesinado chilote, fumando en una tensa calma sentado sobre un neumático en el medio de la que fue la barricada más importante del Archipiélago, en el puente Pudeto, se convirtió en el símbolo de este movimiento.
Al mediodía del viernes, en pleno acto en que los dirigentes de la pesca artesanal de la mesa de la marea roja de Ancud daban a conocer a más de un millar de personas en la plaza de armas el acuerdo logrado con el Gobierno, entre homenajes a quienes fueron parte importante de la paralización, de forma espontánea decenas de asistentes comenzaron a corear «¡abuelo, abuelo; que suba, que suba!» y los voceros no pudieron más que subir al escenario a Sigisfredo Maldonado.
La multitud abrió paso entre vítores a un vetusto hombre, calzado de sombrero y manta de lana, quien por primera vez se veía frente a un micrófono, dirigiéndose a una masa de gente que lo ovacionaba. «Agradezco mucho nomás por todo el tiempo que hemos estado en el paro, donde yo he estado todas las noches, hasta la una o 2 de la mañana y al día siguiente volvía otra vez», fueron las breves palabras a una multitud que no dejaba de aplaudirlo.
Don Sigisfredo vive solo a sus 82 años y ha trabajado desde pequeño en el mar, como recolector de orilla, según él mismo cuenta. «Me dedicaba a recolectar almejas, choros y calminco (pelillo)», relata de lo que era su vida hasta antes que la zona fuera declarada con marea roja y se viera imposibilitado de proseguir con las labores que significaban una buena parte de su presupuesto mensual y la base de su alimentación.
Cuenta también que vive en la población Cruz Roja, un tradicional barrio de pescadores de este sector ribereño ancuditano, desde donde todas las mañanas las emprendía a pie hacia el sector de la ensenada, al otro lado del río Pudeto, una rutina que ya no repite hace más de un mes, cuando supo que los mariscos que sacaba para vender y consumir estaban contaminados con el veneno paralizante.
«Yo he trabajado toda mi vida en esto, desde chico», señala y seguido se refiere a la contaminación por marea roja, indicando con resignación que «harto fregado está esto, porque no se sabe cuándo podrá terminar esto, que sigue todavía y con esto no se puede trabajar».
Salmoneras
Maldonado dice que en sus cerca de 70 años trabajando en el mar nunca había sido testigo de una crisis como esta en Chiloé, advirtiendo que «yo creo que esto es obra de las pesqueras nomás, porque las salmoneras botaron mucho pescado y eso fue lo que contaminó».
Como muchos otros, el abuelo de las barricadas es un recolector de orilla que no cuenta con papeles formales que lo acrediten como tal, por lo tanto, no ha recibido ningún bono del Estado, del llamado aporte solidario.
Peor aún, confiesa no tener seguridad si le corresponde o no el subsidio que entregará el Gobierno a los trabajadores perjudicados con la marea roja, porque posee una pensión de vejez, que al igual que para muchos otros ancianos le es insuficiente para sus gastos de subsistencia. «Puede ser que me llegue, pero no sé todavía», recalca esperanzado.
«Yo vivo solito y tengo esa pensión de vejez y a veces compro cositas para cocinar y comer», cuenta el ancuditano, opinando que «la negociación que se hizo con el Gobierno la encontré regular, porque podrían haber dado más plata a toda la gente, porque es harto tiempo el que llevan sin trabajo los pescadores y esto ha afectado mucho».
En este sentido, el isleño asevera que le hubiera gustado que el ministro coordinador Luis Felipe Céspedes negociara en Chiloé y no en Puerto Montt con los pescadores, indicando que «estuvimos tanto tiempo batallando para conseguir algo, pero al final se consiguió».
Mantención
«Yo, por ejemplo, vendía parte de lo que sacaba del mar y con eso a veces me ganaba unos 15 o hasta 30 lucas en el mes, lo que me servía para mantenerme, pero ya no va a ser», lamenta, acotando que «de todas formas tengo a mis hijas que me ayudan también y tengo un hijo que es taxista, pero él tiene que dializarse día por medio».
De su llegada a las barricadas, don Sigisfredo comparte que luego de quedar cesante de la noche a la mañana en sus labores de recolector de orilla del río Pudeto, el tiempo era lo que más sobraba, además del sentimiento de insatisfacción por el estado del mar que le había acompañado toda su vida.
«Me fui a las barricadas de Pudeto Bajo y estuve todos los días ahí y me volvía de noche para mi casa y al otro día volvía otra vez», relata Maldonado, a la vez que subraya que «yo conocía gente ahí y también hice hartos amigos entre las personas que estaban en ese lugar».
Agrega el hombre de mar que «harta gente también me sacó fotos y me hice famoso con mi mantita, mi sombrero y mi cigarro», a la vez que evidencia que pese a este último vicio que le ha acompañado buena parte de su existencia, no es aficionado a la bebida. «Fumo, pero no tomo», insiste.
Con ese mismo orgullo, el abuelo de las barricadas comenta que pese a sus 82 años y su vida sacrificada, él es «sanito, no sufro ninguna enfermedad, pero ahora que no se va a poder comer ninguna cosa (del mar), quizás hasta cuánto tiempo, no se sabe…».
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«Esto es obra de las pesqueras no más, porque las salmoneras botaron mucho pescado y eso fue lo que contaminó».
Fuente: Estrella del Mar