“El abrazo de la serpiente” es un absorbente viaje que exige atención. El legado colonialista, la esclavitud causada por la explotación cauchera a principios del siglo XX y la destrucción cultural de los pueblos del Amazonas son elementos claramente presentes en la hipnótica película de Ciro Guerra pero, dentro de la expedición en la que el filme embarca al espectador, se establece además un profundo diálogo entre personajes y espectador acerca de las ideas sobre la alteridad y el encuentro con el otro.
En una entrevista su director manifestó que “el pensamiento amazónico es casi incomprensible para alguien que no lo ha estudiado”, una frase tras la cual se esconde el legado de siglos llenos de prejuicios, visiones etnocéntricas y las nuevas metodologías asentadas en la reformulación de los estudios antropológicos contemporáneos. Aparte de la belleza, el mensaje y el magnetismo de la película, uno de sus grandes logros es que crea un vehículo para hacer comprensible ese pensamiento.
Lo logra mostrando por partida doble dos choques de alteridades, donde dos investigadores separados temporalmente por varias décadas dialogan con el mismo personaje indígena, un chamán solitario llamado Karamakate.
La bella cámara de David Gallego actúa como testigo mudo de los encuentros que dirige Guerra, convirtiéndose en los ojos del espectador y permitiéndole ver, caminar, sentarse, respirar y asistir a la interacción de dos visiones del mundo que conocen demasiado bien el pasado, así como el presente creado por haber entrado en contacto. El genocidio y la extinción difícilmente pueden dejar paso al entendimiento, la comprensión y la conexión.
Detrás de “El abrazo de la serpiente” se hallan, como dos de sus puntos de partida, los trabajos de campo realizados por el antropólogo alemán Theodor Koch-Grünberg en 1909 y el etnobotánico estadounidense Richard Evans Schultes en 1941, ambos personajes de la película. No hay que intentar buscar una exactitud realista sobre cómo los diarios de estos dos científicos han sido plasmados en la pantalla, puesto que su inspiración hay que buscarla en su visión del mundo.
El primero de ellos, Theodor Koch-Grünberg, fue un precursor de su época. Antes de que se normalizara la metodología de los trabajos de campo en la antropología cultural, Koch-Grünberg ya practicaba muchos de los acercamientos que hoy se consideran imprescindibles para las investigaciones de esta disciplina.
En su época se sentían, aún con mayor fuerza, el poso depositado por testimonios de compleja historia y su visión occidental tras sus encuentros con la alteridad: los realizados por militares de todas las épocas, por los conquistadores de ayer y los explotadores de hoy reconvertidos en caucheros, misioneros siempre presentes y diferentes clases de viajeros que consideraron la cultura occidental como la “natural”, ocultando así un discurso eurocentrista que veía con superioridad a la diferencia.
Koch-Grünberg realizó un trabajo de campo poco habitual en su tiempo y cercano a la modernización metodológica que impulsaron tesis como las de Malinowski, una antropología basada en la observación directa, el contacto con comunidades indígenas durante un largo periodo de tiempo para conocer su comportamiento social y una visión abierta fundamentada en la noción de relativismo cultural.
Aún así, Koch-Grünberg no deja de estar influenciado por su época, especialmente por una visión romántica de la alteridad que se traduce con claridad en el mito del buen salvaje, algo que curiosamente también se transmite en la película, presentando a los indígenas con una herencia diluida de este estereotipo, la del nativo ecológico.
El segundo personaje occidental de la película, Richard Evans Schultes, es mostrado como un heredero del acercamiento de Koch-Grünberg, pero un hombre eminentemente más práctico, y que no tiene reparos en intentar engañar a Karamakate ofreciéndole un par de dólares a cambio de su conocimiento. Es otro alter-ego de la visión cientificista occidental, demasiado seguro de su capacidad intelectual y quien, con la Segunda Guerra Mundial en segundo plano, ha perdido completamente su capacidad de soñar, tanto a nivel físico como metafórico.
Ambos hombres buscan lo mismo pero desde necesidades distintas. Koch-Grünberg está gravemente enfermo y lo único que puede salvarle es la yakruna, una planta sagrada que solo el chamán Karamakate sabe dónde se encuentra. Karamakate se cree el último superviviente de su tribu y supera su rechazo inicial a ayudar a Koch-Grünberg, por ser un hombre blanco, cuando éste le comunica que otros de su tribu se salvaron también y puede llevarle hasta ellos.
Evans ha leído sobre la yakruna en los diarios de Koch-Grünberg y busca a Karamakate para que le conduzca a ella, puesto que piensa que puede ser un arma en la guerra que se desarrolla en ese otro mundo, lejos del Amazonas. Para Karamakate, en la yakruna se condensa todo el conocimiento de su pueblo, el legado último que está a un parpadeo de ser destruido, así como la capacidad de enseñar a soñar.
Remontando el río y encontrando diferentes asentamientos, de una manera que recuerda y homenajea a Joseph Conrad y su serpiente-río en el “Corazón de las tinieblas”, los dos investigadores realizan el mismo recorrido y dialogan no solo con la versión joven y mayor de Karamakate, también lo hacen entre ellos y entre las visiones de la realidad tanto occidentales como indígenas.
Durante el viaje a través del río se ve la herencia del colonialismo en sus múltiples formas, así como el esclavismo y la barbarie que trajo la explotación de caucho.
La imposición de la religión y la alienación cultural por mandato divino también quedan reflejadas y, a la vez, se muestra una visión indígena de respeto a la naturaleza que resalta un ecologismo unido a sus ciclos para poder preservarla.
Pero la ambición del director Guerra no es de denuncia ni se centra en remarcar el gran desconocimiento existente sobre el mundo amazónico o, como mínimo, no se reduce a ello, sino que su relato contiene un arriesgado paso metafísico y filosófico hacia adelante.
Toda la película está construida como un magnético trance, donde su hermosa fotografía en blanco y negro, la inmersión en la selva amazónica, su pluralidad lingüística, las diferentes concepciones del tiempo, los simbolismos, su pausado ritmo y el tema del viaje se aúnan para transportar al espectador mucho más allá.
Si uno se sumerge en la marisma cinematográfica desplegada, es un viaje fascinante que culmina con otro tipo de diálogo entre visiones y percepciones integradoras de la realidad, hecho de un modo que recuerda a “El árbol de la vida” de Terence Malik, “La fuente de la vida” de Darren Aronofsky o incluso “2001” de Kubrick. Si uno se queda en tierra y la película no consigue hacerle subir a bordo, es entendible que la palabra pretenciosidad venga a la mente.
“El abrazo de la serpiente” es la primera película colombiana nominada a un Óscar al mejor filme extranjero y una rara avis dentro de estos premios estadounidenses. Una visión a través de los ojos de un indígena que busca trascender la barbarie que es su historia. Un encuentro con el otro a través del séptimo arte.
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Ficha técnica:
Dirección: Ciro Guerra.
Intérpretes: Nilbio Torres, Jan Bijvoet, Antonio Bolivar y Brionne Davis.
Año: 2015.
Duración: 125 min.
Idioma: Español.
Fuente: El Viejo Topo