miércoles, diciembre 25, 2024
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A Cuarenta Años del Golpe de Estado (XII): La Guerra de Augusto

1.- La guerra interna
A lo largo de la historia algunos hombres marcan el destino de sus pueblos con el delirio cruento de traición y la guerra. Como verdaderos predicadores del odio solo llevan devastación y muerte a las familias, obligando a sus huestes a la degradación y el crimen. El cronista suele reconocerlos como bárbaros, legiones que han sido el azote de los pueblos cuyo legado no es sino la destrucción y el dolor. La historia atestigua con suficiencia este tipo de tragedias donde lo que muere no es solo aquello que es, vidas humanas, sino aquello que pudo ser, los sueños y anhelos de muchos.

La tarde misma del 11 de septiembre de 1973, la soldadesca desplegada por los golpistas se volcaba en todo el país hacia los barrios populares en busca del “enemigo interno”, esto es, trabajadores, campesinos, mujeres y niños que habían sido la base social del gobierno de la Unidad Popular encabezado por el presidente Salvador Allende. Mientras la cadena radial trasmitía bandos y marchas militares, los uniformados allanaban universidades, poblaciones y las barriadas pobres en las ciudades de Chile. Los estadios y muchas dependencias militares fueron convertidos en campos de prisioneros. Los soldados se ensañaban contra su propio pueblo desarmado, iniciando así la pesadilla de una supuesta “guerra interna” de acuerdo a los manuales sobre “seguridad nacional” editados en Washington. La guerra de Augusto había comenzado.

Al día siguiente del golpe de estado, Augusto Pinochet decretó el “estado de guerra interna” (Decreto ley Nª 5  del 12 de septiembre de 1973), con ello se justificada el fusilamiento sin juicio simulando consejos de guerra que nunca se efectuaron. Como ha explicado el abogado de derechos humanos, Eduardo Contreras:”

De tal suerte queaunque en nuestro país lo que sucedió a partir del golpe fue una masacre, una matanza, un genocidio contra un pueblo desarmado y no una guerra,  desde el punto de vista jurídico y en mérito del DL citado, sí hubo, legalmente, estado de guerra y por consiguiente los prisioneros fueron, técnicamente, todos ellos prisioneros de guerra.Así lo ratificaron además diversos fallos de la mismísima Corte Suprema de aquellos años que, avalando la acción de la dictadura, sostenía invariablemente que en Chile estábamos en guerra”.

Sería esta condición de “guerra interna” la que posibilitaría los escasos juicios que se han llevado a cabo: “…al hacer aplicable la legislación de tiempos de guerra la dictadura hizo aplicables los Convenios de Ginebra, que eran ya hacía tiempo ley chilena tras su ratificación y aprobación a comienzos de la década de los años 50 del pasado siglo y cuyo artículo 3º, común a los 4 Convenios, establece la imprescriptibilidad de los delitos de lesa humanidad.Es precisamente lo que ha hecho posible los procesos en curso hoy en Chile por las violaciones específicas, caso a caso, de los derechos humanos”.

La guerra de Augusto no fue sino un coartada pseudo legal para justificar crímenes de lesa humanidad, una manera de cohonestar la violencia homicida escenificada en todos los rincones del país. A cuarenta años del golpe, muchos de los civiles y uniformados que protagonizaron esta “guerra interna” siguen impunes, sobreviviendo a su felonía, muchos de ellos enriquecidos, posando de demócratas. La guerra de Augusto se instala entre nosotros como una mancha de sangre en las últimas décadas del siglo XX.

2.- Historia nacional de la infamia

La guerra de Augusto representa para las nuevas generaciones uno de aquellos episodios que merecen un lugar principal en la “Historia Nacional de la Infamia” Instrumentalizar a las fuerzas armadas para servir a una potencia extranjera y volver las armas contra su propio pueblo, bombardeando el palacio de gobierno, sirviendo así a las elites de oligarcas temerosas de perder sus privilegios en un mundo democrático.

Pocas veces en nuestra historia se ha degradado a tal punto el sentido básico de patriotismo y dignidad nacional.Sembrar un país de tumbas sin nombre, convertir los espacios públicos dispuestos para la alegría y el esparcimiento en “campos de concentración”, hacer de la vida cotidiana una amenaza constante de la “policía secreta”, hacer de la desaparición y la tortura una práctica naturalizada, tal es la guerra de Augusto.

Las calles desiertas por un “toque de queda” mantenido durante muchos años. Un país de silencios habitado por los fantasmas de muchedumbres, levantando sus puños, soñando dignidades, reclamando justicia. Es el misterio de lo ausente, oquedad infinita de lo que no pudo ser, simiente para futuras generaciones. La guerra de Augusto representó la expulsión del país de miles de chilenos, separando familias y torciendo el destino de tantos.

La guerra de Augusto fue el intento más radical por detener el tiempo histórico, erradicando para siempre las luchas sociales. Fue el intento de construir un mundo ajeno al mundo y a la vida en que la paz de los cementerios ordenaría la vida de los vivos.

Chile adquirió la pátina broncínea de otrora, los altos oficiales en tenidas de gala y el dictador presidiendo actos y fiestas con sus cómplices en las páginas sociales de El Mercurio. Augusto Pinochet construyó una dictadura “pelucona”, un alambicado mundo de paniaguados y rastreros que le rodeaban, mientras la DINA, su particular organización criminal, hacía el trabajo sucio en las ciudades del país.

La guerra de Augusto fue, de algún modo, la guerra de un dictador contra los relojes, como si el calendario pudiese detenerse para siempre en su hora de gloria un once de septiembre de 1973.

3.- A cuarenta años de la guerra de Augusto

Entre los muchos argumentos que se esgrimen para justificar la guerra de Augusto está aquel de los logros materiales de una modernización capitalista. Este tipo de argumentación olvida que con la misma lógica se puede aducir que Adolf Hitler terminó con la cesantía en la Alemania nacional socialista, ocultando la dimensión ética de dicho régimen que llevó a la perversión el totalitarismo.

El golpe de estado en Chile se puede explicar racionalmente como un lamentable episodio de la Guerra Fría que confrontó, a escala planetaria, dos sistemas económicos y políticos. El golpe de estado puede ser interpelado desde una aproximación emocional y así nos va a conmover el abuso de tantas víctimas inocentes.

No obstante, pocas veces se dimensiona la profundidad de lo acontecido, en este sentido, el golpe de estado en Chile puede ser aprehendido en su dimensión espiritual de “numinoso terror”.

La muerte y el sufrimiento confronta a las sociedades al pavor y el pánico, estremecimiento ante lo irracional y la barbarie. Es esta dimensión de profundidad la que hace de estas experiencias algo que trasciende su circunstancia histórica. La guerra de Augusto alcanza así su carácter de infamia universal, crimen contra la humanidad toda. El golpe de estado en Chile constituye en todo el sentido del término una aberración que arrastró a un pueblo entero a su degradación.

A medida que el tiempo nos distancia de tan trágico acontecimiento, se advierte con creciente nitidez su significado más sutil. Es difícil encontrar las palabras para la dimensión inefable de un padecer colectivo que convierte a éstos en victimarios y a aquellos en víctimas. Solo a modo de aproximación se podría ensayar términos como estupor, vergüenza, indecible dolor. Al revisar recuerdos, testimonios e imágenes nos sobrecoge el silencio ante el mal, la locura y la muerte, cuando ya ni las lágrimas.

4.- El presente de la historia

Suele acontecer en la historia que tras muchas décadas se vuelve en espiral al mismo punto de partida, pero en un nivel cualitativamente distinto. El caso del golpe de estado en Chile, pareciera confirmar esta sentencia. Al observar las últimas décadas se constata que las razones profundas que llevaron en su momento, a la elección de Salvador Allende y su singular “vía chilena al socialismo” nunca han desaparecido.

El fundamento último de la llamada Unidad Popular fue la aspiración de una parte importante de la población de ver realizadas sus aspiraciones de justicia social frente a una democracia oligárquica por definición desigual y excluyente.

Si bien el pasado, el presente y el futuro constituyen categorías temporales lo cierto es que el imaginario histórico y social se define más bien como una “experiencia histórica” esto es, como un tiempo vivido. En este sentido, todo “ahora”, tal y como nos enseña Benjamin, actualiza su pasado histórico como un “otrora” un presente diferido que adquiere una nueva significación en una circunstancia actual.

Ese “otro ahora” no ha desaparecido de la subjetividad colectiva, está allí cristalizado en recuerdos, testimonios, imágenes, en fin, está inscrito simbólicamente como una posibilidad cierta. No se trata desde luego, de reeditar experiencias históricas sino de reconocer en ella su fundamento histórico y moral.

Desde esta perspectiva, la superación de la Guerra Fría y su falsa oposición entre un socialismo de cuño soviético o un capitalismo al estilo occidental, torna más nítido el carácter histórico político de la fisura latinoamericana. En efecto, en este “ahora” del siglo actual surge con mayor claridad el imperativo de dejar atrás las formas arcaicas de una democracia oligárquica sedimentada desde los albores de nuestra independencia y cuya expresión más reciente es la constitución de facto impuesta por una dictadura militar.

La guerra de Augusto ha sido el intento más acabado de refundar un país, afirmando, al mismo tiempo, su tradición oligárquica. Esta empresa, empero, está llegando a su fin. Como señaló el mismo Allende aquel histórico 11 de septiembre de 1973:

“Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos”

Tales palabras adquieren hoy su sentido más pleno y profundo, pues las nuevas generaciones retoman los pasos de un proceso democrático cuyo sentido es el mismo de hace cuarenta años: el anhelo de una mayor justicia social para las mayorías.

Es cierto, otros son los protagonistas, otras las voces. Es cierto, muy diversas las circunstancias del mundo y de nuestro país. Otros los matices de la historia presente, mas los gritos y demandas en las calles nos traen los ecos de ese otrora que reclama su presente. Hay un sutil hilo de seda que atraviesa el tiempo aparente, diríase un mismo espíritu que anima dos épocas separadas por tanto dolor, por tanto silencio.

Es la marcha humana de muchedumbres en las calles, hombres, mujeres niños, construyendo su destino en el océano infinito de tiempo y de historia, su propia historia.

(*) Investigador y docente de la Escuela Latinoamericana de Postgrados. ELAP. Universidad ARCIS
Fragmento del eBook La Guerra de Augusto.

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