Así como se dice que en la Concertación coexisten dos almas, los autocomplacientes y los autoflagelantes, es un hecho de la causa que, históricamente, la derecha chilena ha estado cruzada por dos sensibilidades, visiones e incluso proyectos; a saber las alas conservadora y liberal. Resulta que tres exponentes de esta última se dedicaron con entusiasmo a la demolición de lo que quedaba de la imagen de Pablo Longueira, a propósito de su vínculo económico con SQM. Sinverguenza y vendido es lo menos de lo que le dicen.
No deja de ser curioso que en dos de estos casos, el escenario del debate han sido las páginas editoriales del diario El Mercurio, tan generosas con Longueira como con su partido.
Los protagonistas son Carlos Peña, Rector de la Universidad Diego Portales; el decano de la Facultad de Artes Liberales Universidad Adolfo Ibáñez, Francisco José Covarrubias, y el senador de RN, Manuel José Ossandon.
Por algo dicen que no hay que meterse en peleas de familia.
El Caso Longueira
Carlos Peña
A Pablo Longueira solía atribuírsele una rara cualidad. La de ser un político de Estado, alguien capaz de sacrificios incluso en favor de sus adversarios: los acuerdos que siguieron al caso MOP-Gate, la vez en que promovió una ley para salvar las inscripciones de la DC, la disposición a llevar una candidatura presidencial sobre los hombros de una depresión, etcétera.
A la luz de eso, un político sacrificial.
La semana pasada acaba de descubrirse otra cualidad igualmente notable: la capacidad que tenía de informar a Patricio Contesse y a SQM, con diligencia de estafeta y lealtad perruna, los avatares del royalty y la reforma tributaria y -a juzgar por el informe de Shearman & Sterling- su disposición a tolerar, con sumisión evangélica, que personas relacionadas a él recibieran de esa misma empresa poco más de un millón de dólares.
A la luz de eso, un político pícaro.
La primera cualidad que solía atribuírsele, la de hombre de Estado, lo hizo apoyar la ley que regulaba el financiamiento electoral; la segunda cualidad que se acaba de revelar lo empujó, al parecer, a transgredirla.
Cuando el reportaje de la revista Qué Pasa puso de manifiesto sus tratos con SQM, Pablo Longueira, no se sabe si revelando incomprensión del problema, audacia sin límites o vergüenza inexistente, escribió una columna en este mismo diario.
En ella no explicó ni un ápice de su conducta -nada menos que participar en un intercambio tácito de dinero por influencia-, sino que ¡se quejó de la mala imagen del oficio que él mismo, según se sabe ahora, ha contribuido a desacreditar!
Dijo que su contacto regular con Contesse revelaba su incombustible vocación por el diálogo. Dijo que su labor de parlamentario lo obligaba justamente a parlamentar. Dijo que su quehacer consistía en tejer acuerdos. Dijo que la política era un actividad noble «al servicio de nuestro semejantes» (no aclaró la identidad de estos últimos). Dijo que todo eso derivaba de la enseñanza ignaciana que había recibido.
Dijo todo eso, pero no dijo nada acerca del problema en el que estaba envuelto.
El pudor debió impedirle explicar por qué su sumisión a Contesse (¿De qué otra forma llamar a la lealtad canina que, una y otra vez, le manifiesta en los correos?) estuvo acompañada de entregas regulares de dinero, en total casi un millón de dólares, a personas relacionadas con él.
Debió también ser el pudor, y la humildad que aprendió en los patios del Colegio San Ignacio, el que le impidió explicar por qué un CEO de una empresa afectada por las regulaciones en cuyo diseño él participaba debía recibir información pormenorizada acerca del proceso legislativo y las negociaciones que en él se llevaban a cabo.
Todo eso calló Longueira.
Justificó el silencio acerca de su propia conducta en el hecho que, como todo ciudadano, tenía derecho a defenderse.
Y es verdad. Pero su derecho a guardar silencio lo es frente a la coacción estatal: quien quiera aplicarle una pena penal tiene la obligación de probar lo que se le imputa y mientras tanto el juez debe presumirle inocente.
Pero todo eso que vale ante la coacción estatal (guardar silencio cuando se le imputa un delito penal) no vale frente a la opinión pública que le pide cuentas por sus actos como político que aspiró a la conducción del Estado. Pablo Longueira está obligado a explicar a la opinión pública por qué informaba con fidelidad de estafeta y rapidez de reportero radial los avatares del proceso legislativo a Contesse y por qué personas relacionadas con él (según el informe de Shearman & Sterling) recibieron ingentes cantidades de dinero de parte de SQM. ¿O acaso alguien que apenas ayer aparecía como un hombre de Estado y aspiraba a ser Presidente de la República no debe explicar ese tipo de conductas?
Cuando se piden respuestas a esas preguntas, no se están exigiendo los máximos estándares morales ni olvidando que en los políticos hay una mezcla de egoísmo y altruismo (como insinuó un editorial de este mismo diario, preocupado porque las críticas a los políticos pudieran desprestigiar a la política como actividad). Se está pidiendo un mínimo: que expliquen su conducta ante los mismos ciudadanos cuya confianza demandaban, en vez de huir de la opinión pública a través del artilugio de escribir cantinfladas.
Por supuesto, todo lo que se exige a Longueira vale también para todos quienes, junto con aplaudir inexplicablemente la columna de Longueira, como es el caso del senador Pizarro o Juan Pablo Letelier, deben explicaciones a la opinión pública acerca de su propio financiamiento.
Salvo, claro, que todos ellos confíen, para superar este problema, en que a nadie puede acusársele de transgredir la ley allí donde nadie la respeta.
Fuente: El Mercurio
Longueira y los cómplices pasivos
Francisco José Covarrubias
Longueira rompió su silencio. En una columna publicada en «El Mercurio», tras conocerse sus primeros correos con Contesse, el dirigente UDI lamentó que la política esté siendo denostada. «El financiamiento de la actividad política es una de las tareas más ingratas y difíciles que les corresponde realizar a quienes han ejercido liderazgo en los partidos políticos del país», señaló, circunscribiendo el problema prácticamente al financiamiento de las palomas en las elecciones.
Paradójicamente, tres días después de esa columna se conocieron nuevos correos. Esta vez -cuatro años más tarde- ya no le mandaba información a Contesse sobre el royalty , sino que sobre la reforma tributaria que él mismo estaba negociando. «Solo para ti, con la máxima reserva. Lo acabamos de terminar. Un abrazo. Pablo», le escribió al gerente de SQM.
En el intertanto se han ido conociendo los cientos de millones que recibió el propio Longueira de la empresa SQM, a través de familiares, testaferros y fundaciones de papel, no solo en el período de campaña, sino que además en forma permanente.
No hay duda: la vida política de Longueira ha terminado. El mismo Longueira que fue presidente designado de la federación de estudiantes de la Universidad de Chile en la dictadura. El mismo Longueira que comandó, en 1986, una turba para atacar a Ted Kennedy cuando vino a Chile. El mismo que, dos años más tarde, comandó otra turba para amedrentar a los nuevos dirigentes elegidos en RN.
El mismo al que se le apareció Jaime Guzmán. El mismo que como ministro de Piñera desactivó la agenda procompetitividad que elaboró Fontaine. Ese Longueira. El diputado, el senador y el precandidato presidencial. El político al que «no le gustaba la política».
Muchos le reconocen su capacidad, inteligencia y liderazgo. De ello, pocas dudas caben. Pero a estas alturas poco importa.
Durante años se ha enaltecido su gesto de «estadista» cuando, como presidente de la UDI, logró el acuerdo con Lagos para encapsular el caso MOP-Gate. Con la perspectiva del tiempo y conocidos los antecedentes que conocemos, ese gesto parece ir adquiriendo otra explicación. Longueira le tendió la mano a Lagos sabiendo que el día de mañana la podría necesitar de vuelta.
Pero ello ya no es posible. Chile ha cambiado demasiado en 12 años.
Es cierto que es injusto circunscribir el problema a Longueira. La transversalidad de la relación incestuosa entre política y empresas hace que, probablemente, no haya político al margen de financiamientos ilegales de campañas. Muchos de los que apuntan con el dedo, con la otra mano buscan esconder sus propios problemas.
La vieja frase bíblica habría que actualizarla a «quien esté libre de pecado que muestre sus mails «. Y probablemente, nadie pase el filtro.
Pero no todos los hechos son iguales.
El financiamiento ilegal de campañas es una cosa. Se trataba de platas que las empresas pasaron a candidatos para «ayudarlos» a solventar gastos electorales, que en vez de hacerlo por la vía legal lo hicieron por la otra vía. Por cierto, todo revestido de la hipocresía propia de Chile de una suerte de legalidad. Boletas, cheques, mails y vale vistas reemplazaron a los maletines de dinero utilizados en el pasado.
Si la transacción se corta en el período de campaña puede ser antiestético, indebido e ilegal. Pero distinto es cuando las relaciones se mantienen en el tiempo. Ello es lo que ocurrió con Orpis, por ejemplo, que se terminó transformando en un empleado de Corpesca. Sueldo a cambio de información. Y eso mismo es lo que ocurrió con Longueira.
Ahora, lo que le corresponde hacer a la UDI es condenar a Longueira. No hacerlo es volver a transformarse en cómplices pasivos. Transferir información reservada con una contraprestación de dinero es una práctica derechamente inmoral. El que haya más en el ruedo no es excusa. El que la política sea distinta a como parece (como decía Maquiavello), tampoco.
Si la UDI quiere sobrevivir a este nuevo trance, se tiene que renovar de verdad. Bellolio, Silva, Ramírez, Macaya y otros tienen que hacerse cargo del partido y romper con el pasado. Mal que mal, no están manchados con la actuación del partido en dictadura ni con el obstruccionismo de la transición. Más allá de sus posturas conservadoras o excesivamente dogmáticas en ciertos aspectos, representan a la generación nueva, tienen la capacidad y son los únicos que pueden romper con un pasado que a estas alturas hace agua por todas partes.
Se dirá que es injusto que a la UDI le haya tocado más que al resto en un problema que es generalizado. Otros dirán que es un complot. Puede que tengan razón. Pero sea como fuere, esta es la realidad. Y los hechos deben condenarse enérgicamente.
Algunos consideran que si la crítica viene del mismo sector es traición. La realidad, sin embargo, es justo lo contrario.
Fuente: El Mercurio
Ossandón: «En Chile Vamos se condena el caso Caval pero cuando se trata de Longueira hay un silencio sepulcral»
«No puede ser que, mientras nosotros desde RN trabajamos por mejorar la Reforma Tributaria, desde la UDI se le transmitía toda la información al señor Contesse», reclamó el senador y precandidato presidencial de RN Manuel José Ossandón.
Esto, en relación con los correos electrónicos intercambiados por Pablo Longueira y el ex gerente general de SQM, Patricio Contesse, en donde se remitían antecedentes de la reforma que se tramitaba en el Congreso Nacional.
Los e-mails datan de julio de 2014, cuando Longueira –lejos del Senado y los ministerios– funcionaba como un negociador entre el oficialismo y la oposición por destrabar el proyecto. En ese contexto, envió a Contesse una versión del protocolo de acuerdo entre el Gobierno y los senadores miembros de la Comisión de Hacienda.
Al respecto, Ossandón tiene un duro diagnóstico respecto a su sector:
“Chile Vamos sigue siendo cómplice pasivo de hechos tránsfugos. Estos días hemos visto cómo condenan fuertemente el caso Caval, pero cuando se trata de hechos de nuestro sector, hay un silencio sepulcral”.
Cabe recordar que esta no es la primera vez que el senador RN arremete contra la UDI, consigna La Tercera. A fines de 2015, Ossandón escribió una misiva dirigida a los presidentes de Chile Vamos donde rechazaba las declaraciones del ex ministro Andrés Chadwick, quien salió a respaldar a Jovino Novoa, condenado por la justicia en el marco del caso Penta.
En la carta, el parlamentario emplazó al conglomerado de derecha a emitir un pronunciamiento al respecto.