viernes, noviembre 22, 2024
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Herbert Spencer y Karl Marx

La tumba de Herbert Spencer se encuentra frente a la de Marx en el cementerio de Highgate, en Londres. En su funeral, Spencer fue loado por su antiimperialismo por el nacionalista y anticolonialista indio Shyamji Krishnavarma, que financió una cátedra en Oxford con el nombre de Spencer.

¿Qué es lo que puede aportar a los marxistas o en general a la izquierda Herbert Spencer (1820-1903), liberal, utilitarista y darwinista social decimonónico, que fue tal vez el filósofo más prominente, más leído y popular en el mundo durante su vida – es decir, en vida de Marx -, cuando ese tipo de liberalismo fue objeto no sólo del desprecio de Marx, sino también de la crítica de Nietzsche?

Nietzsche se refirió a Spencer y su gran atractivo como el enigma moderno de los “psicólogos ingleses”. Nietzsche criticó lo que él tomó por la asunción de Spencer de una línea de desarrollo histórico evolutiva y de mejora de la moral humana que conduciría a un epítome en el siglo XIX; donde Nietzsche encontró las «transustanciaciones de valores» a través de profundas inversiones de «auto-superación» (La genealogía de la moral: una polémica, 1887).

Nietzsche considera la moralidad liberal moderna no como una perfección, sino más bien como un reto que impone la tarea de lograr un «super-hombre», que, al fracasar, amenaza en su lugar con conducirnos al callejón sin salida nihilista del «último hombre».

Marx consideraba el liberalismo spenceriana como un ejemplo de la decrepitud del pensamiento burgués revolucionario en decadencia. Yerno de Marx, el socialista francés Paul Lafargue, escribió, justo después de la muerte de Marx, contra el «pesimismo burgués» de Spencer, al que confrontó un optimismo marxista. (1)

Ese marxismo encarnaba el “pesimismo de los fuertes» de Nietzsche. A finales del siglo XIX, los marxistas podían tener confianza en que trascenderían la sociedad burguesa. Hoy no es así.

La contraposición de Spencer de una sociedad «militante» frente a una «industrial» (Los principios de la sociología Vol 2, 1879 a 1898) – es decir, la contraposición entre la civilización tradicional y la sociedad burguesa – sigue siendo, por desgracia, muy pertinente hoy en día, e ilumina un punto ciego actual de la ostensible «izquierda», especialmente en relación con el fenómeno de la guerra.

Spencer siguió la observación del liberal clásico Benjamin Constant (La libertad de los antiguos comparada con la de los modernos, 1816) de que los modernos consiguen a través del comercio lo que los antiguos obtuvieron a través de la guerra; y que para los modernos la guerra siempre es lamentable y de hecho en gran parte injustificablemente criminal, mientras que para los antiguos la guerra era virtuosa – una de las más altas virtudes.

¿Nos sacrificamos los modernos por la preservación y la gloria de nuestra específica «cultura», como los «militantes» hacen, o más bien nos dedicamos a una actividad social que facilita la libertad universal – un valor desconocido para los antiguos? ¿El futuro pertenece a la guerra constante entre determinadas diferencias culturales, o a la sociedad humana?

Marx pensaba que a esta última.

La pregunta es si pensamos que vamos a luchar o, por el contrario, a intercambiar y producir en nuestro camino hacia la libertad. La libertad, ¿se logra a través de una sociedad «militante» o más bien de una «industrial»?

Marx creía que era a través de esta última.

Cuando buscamos a ensalzar a nuestros actuales dirigentes políticos, no los representamos conduciendo un tanque, sino despertándose a las 5 de la mañana y trabajando hasta pasada la medianoche para gestionar sus sociedades. No hablamos de sus cicatrices ganadas en combate, sino de sus canas acumuladas en el cargo.

No los imaginamos disfrutando del botín de guerra en público, sino corriendo por la mañana para mantenerse en forma para el trabajo. Los juzgamos no como guerreros astutos sino como trabajadores diligentes – y negociadores responsables. En nuestra sociedad, no se trata de ganar una batalla, sino de realizar un trabajo.

Carl Schmitt creía que ello había llevado a nuestra deshumanización. Pero pocos estarían de acuerdo con él.

Lo qué hubiera parecido sentido común a los críticos contemporáneos de Spencer, como Nietzsche y Marx, debe sorprendernos hoy, más bien, como algo profundamente perspicaz y de hecho fundamental para nuestra sociedad.

Esto es debido a la regresión histórica de la política y de la sociedad desde los tiempos de Marx, y, por otra parte, a la liquidación del marxismo. Lo que Marx habría considerado como fatalmente unilateral y no dialéctico en Spencer, sería considerado hoy adecuado a las condiciones que prevalecen, en ausencia de la dialéctica marxista-hegeliana. La crítica marxista del liberalismo se ha vuelto irrelevante, no en el sentido de la superación social del liberalismo, sino por la regresión histórica habida.

La sociedad ha caído por debajo del umbral histórico no sólo del socialismo, sino también del liberalismo clásico – de la propia emancipación burguesa. No sólo hemos caído por debajo de los criterios de Kant y Hegel que superaron el empirismo del siglo XVIII, hemos caído también por debajo de su sucesor en el siglo XIX, el positivismo.

La cuestión es el estatus actual del liberalismo como ideología. Es utópica. Como Adorno lo resumió, es a la vez promesa y farsa.

Las tendencias “militantes” e “industriales” no se enfrentan hoy como sociedades diferentes, sino como aspectos opuestos de una misma sociedad, por muy contradictorios y antagónicos que sean, en el capitalismo. Del mismo modo, las fases «religiosa», «metafísica» y «positiva» no se suceden de forma secuencial en un desarrollo lineal, sino que interactúan en una dinámica de historia social.

Lo qué Spencer consideraba como «metafísica» regresiva sigue siendo válido en el capitalismo, como «ideología» que pide una crítica dialéctica. Ahora no podemos reivindicar que abordamos los problemas en el aire claro de la Ilustración.

Si Adorno, por ejemplo, criticó el «positivismo» sociológico, no fue como un romántico anti-positivista, como Max Weber, sino más bien como una crítica de la sociología positiva como ideología en el capitalismo.

Para Adorno, el positivismo y la ontología heideggeriana, así como la «sociología cultural» weberiana, se oponían entre sí en una antinomia del capitalismo que sería superada no por el triunfo de un principio sobre otro, sino más bien en la medida en que la antinomia se resolviese dialécticamente en libertad. Weber negó la libertad; mientras que Spencer la asumió. Ambos evitaron el problema específico del capitalismo.

Confundir una condición de falta de libertad por la libertad es el fenómeno más sobresaliente de la ideología.

Esto es lo que falsificó el positivismo como ilustración liberal, su falsa sensación de libertad ya alcanzada cuando es aún una meta de la sociedad. La libertad no debe ser considerada como un estado alcanzado sino como un objetivo de lucha.

Una sociedad emancipada sería «positivista» – ilustrada y liberal – de una manera que bajo el capitalismo sólo puede ser ideológicamente falsa y engañosa. Por lo tanto, el positivismo debe entenderse como un objetivo deseable aún por alcanzar en vez de una posibilidad en el capitalismo.

El problema con Herbert Spencer es que consideró el capitalismo – comprendido parcial e inadecuadamente como la emancipación burguesa – como una condición de la libertad que aún tendría que ser alcanzada realmente. Si la «metafísica», frente al positivismo, sigue siendo válida en el capitalismo, entonces se trata de una condición que debe ser superada. La metafísica capitalista es un síntoma real de la falta de libertad.

El positivismo la considera como una mera cuestión de pensamiento equivocado, que debe ser tratado a través de una metodología «científica», mientras que en realidad es un problema de la sociedad que requiere lucha política. La antinomia positivismo vs metafísica no es de opción militante, sino social.

Como observó Adorno, la misma persona podría ser científicamente positivista y filosóficamente ontológico-existencialista.

La oposición de Spencer al «socialismo» en el siglo XIX era a su innegable aspecto antiliberal retrógrado, lo que Marx llamó «socialismo reaccionario.» Pero Marx ofreció una perspectiva sobre como trascender potencialmente la unilateralidad del socialismo en el capitalismo.

Spencer era totalmente inconsciente de esta dialéctica marxista. Marx estuvo de acuerdo con Spencer en el carácter conservador reaccionario y regresivo de «ese» socialismo.

Marx ofreció una dialéctica del socialismo y el liberalismo desde el punto de vista de su antinomia sintomática y de diagnóstico del capitalismo que apuntaba más allá del mismo. Las insuficiencias del liberalismo del siglo XVIII con respecto  al problema del capitalismo del siglo XIX requirió una oposición socialista; pero el liberalismo todavía ofrecía una crítica del socialismo que para realizarse exigía ser trascendido el mismo, y no ser menospreciado o rebatido como tal.

Sólo en la superación del capitalismo a través del socialismo puede la Humanidad, como dijo Marx, enfrentarse a su condición «con sentidos sobrios». A este lado de la barrera de la emancipación del capital, la humanidad permanece atrapada en una «fantasmagoría» de relaciones sociales burguesas que se convierten en contradictorias y auto-destructivas.

Esta fantasmagoría es a la vez individual y colectiva – liberal y socialista- en carácter. Spencer naturalizó esta antinomia. Su anti-estatismo libertario y su amplio y popular atractivo político a través del siglo XX fue el resultado necesario de la continuación del capitalismo y sus descontentos.

Spencer consideraba el problema como un vestigio histórico de la civilización tradicional que debía ser superado en lugar de como la nueva condición de la sociedad burguesa en una crisis capitalista que Marx reconoció como inevitable, pero que no podía ser superada en los términos liberales de Spencer.

Marx estuvo de acuerdo con Spencer en la meta, pero difería, fundamentalmente, sobre la naturaleza del obstáculo y, por lo tanto, en cómo ir de aquí a allí. No sólo los seguidores de Spencer posteriores (de forma más infame que el propio Spencer), sino incluso los de Marx, han falseado esta tarea.

Ha sido descuidada y abandonada. No podemos suponer, como Marx hizo, que ya estamos más allá del liberalismo clásico de Spencer, sino que volvemos de nuevo a él, inevitablemente, nos demos cuenta o no. Sólo volviendo a los supuestos del liberalismo clásico podemos entender la crítica de Marx a los mismos.

El resplandor de la tumba de Marx en Highgate se proyecta sobre un objeto muy determinado. Si uno desaparece, ambos lo hacen.

Profesor del Departamento de Historia de Arte y del de Ciencias Sociales de la Universidad de Chicago, EE UU.

Fuente: Sin Permiso

Notas:

(1) www.marxists.org/archive/lafargue/1884/06/herbert-spencer.htm

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