viernes, noviembre 22, 2024
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Gobernar desde la Minoría

El arte de gobernar siendo minoría -arte mayor cultivado por el sector más sofisticado de nuestra elite- impone ciertas destrezas y el disimulo es una de éstas. Implica renunciar a ciertas externalidades y ostentaciones del poder, y concentrarse en no perder nunca de vista el control del mecanismo principal de éste.

Un gran ejemplo de este arte de gobernar desde la minoría lo dio Jaime  Guzmán, a comienzos de los 90, al dar los votos de la UDI al DC Gabriel Valdés en la elección como presidente del Senado, dejando a RN esperando en la puerta de la iglesia.

Guzmán comprendió que la mayoría espuria con que contaba -senadores designados mediante- no debía ser usada ni menos exhibida en ese momento y que, por el contrario, debía ser disimulada mediante la operación de elegir a un adversario político.

¿Qué mejor forma de invisibilizar el poder de un Senado contramayoritario que entregar su presidencia a un contrincante? Guzmán había leído bien las vanidades presidenciales heridas de Valdés y con su elección se aseguraba que fuese un opositor a la dictadura quien defendiese este estratégico “enclave autoritario”.

Sin duda esta sofisticada acción de Guzmán, de disimular el poder para acrecentarlo, contrasta con las expresiones de torpe ostentación del diputado UDI Jaime Beillolio quien, después de perder una votación importante, dijo: “No importa. Vamos al Tribunal Constitucional. Allí estamos 6 a 4”, aludiendo así a la nueva mayoría conservadora de este organismo.

Si de lo que se trataba en esta etapa era de co-gobernar desde la penumbra de una poco conocida y algo opaca institución como el Tribunal Constitucional (TC), lo cierto es que el reciente fallo de 6 a 4 -Bellolio estaba en lo cierto- que echó abajo o relativizó la propuesta de gratuidad del Gobierno, da cuenta del rol de “última trinchera” o “guardia pretoriana” de las esencias del modelo que está llamado a jugar el TC en esta etapa.

Seguramente se vienen operaciones de disimulo (algunas votaciones que hagan “olvidar” su actual composición), pero el poder del TC ya se hizo irremisiblemente visible.

Desde el 90 la derecha ha tenido más conciencia y claridad sobre los resortes del poder que sus adversarios. En las reformas constitucionales del 89 entregó un derrotado artículo 8 (sobre exclusión de las “ideologías totalitarias”) a cambio de la inutilización del mecanismo del plebiscito y la mantención de los enclaves autoritarios.

En las reformas constitucionales de 2005 entregó a los senadores designados, institución que comenzaba a sumar en su contra, pero mantuvo el binominal y aumentó las atribuciones del TC. Finalmente, y en medio de una gran crisis de representación, entregó el binominal en 2015. Ahora el relevo lo toma el TC.

La institución de los senadores designados duró 15 años, el binominal lo hará 27 años (recién termina en 2017).

¿Cuánto durará el reinado del TC en su rol de poder contramayoritario?

Difícil decirlo. Seguramente hasta el día en que exista una nueva Constitución Política.

(*) Académico de la Facultad de Filosofía y Humanidades y Director del Departamento de Estudios Pedagógicos (DEP) de la Universidad de Chile.

Fuente: Primera Piedra

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