Han transcurrido 24 horas del fallo en La Haya y aún no logro entender cómo fue que Chile ganó perdiendo. Escucho nuevamente al Presidente Piñera en cadena nacional y por más que trato, imposible. Con lo del “triángulo terrestre del hito 1 equidistante de la línea de base” como que me perdí. Chile, país de eufemismos.
Un diplomático de carrera con quien hablo del tema en Ginebra -estoy cubriendo por estos días en Suiza el examen de Chile ante la ONU- reconoce, sin anestesia, que se trató de una derrota diplomática de proporciones.
“Ningún mandatario quiere entregar un país con menos territorio que el que recibió. Reconocerlo sería un suicidio político”, agrega. Ok. Esta explicación me hace mucho más sentido. Estamos, a fin de cuentas, ante una victoria de la diplomacia peruana y ante una derrota de la diplomacia chilena. Todo lo demás, cantinfleadas. Caso cerrado. Se levanta la sesión.
Más allá de las implicancias geopolíticas del fallo y su incidencia en la rotación de la Tierra -sospecho que los únicos reales perdedores serán, una vez más, los peces-, lo acontecido en La Haya no deja de llamar mi atención como periodista y ciudadano mapuche.
En especial este súbito apego chileno por la “inviolabilidad de los Tratados”, principio reafirmado en el reciente litigio con Perú por el Presidente Piñera, sus ministros, cuerpo diplomático y -por sobre todos ellos- el diputado PPD Jorge “Adiós al Séptimo de Linea” Tarud.
“Si ponemos en duda los tratados, ese es un camino que no queremos recorrer”, recalcó el propio mandatario chileno en 2013 a propósito de otro vecino incómodo para La Moneda, Evo Morales, quien acusó a Piñera de “ignorar” la historia al afirmar que era “imposible” dar a Bolivia una salida soberana al mar. Morales, ni tonto ni perezoso, no se quedó sólo en el lamento. En abril de 2013 demandó también a Chile ante La Haya.
Si de “inviolabilidad de los Tratados” se trata, hablemos entonces de Tapihue, tal vez el principal Parlamento o “Koyang” celebrado entre los mapuche y la recién conformada República de Chile, acontecimiento histórico del cual, de seguro, muchos no tienen ni la más remota idea. Este tuvo lugar en las riberas del río Tapihue, al este de Yumbel, entre el 10 y el 14 de enero de 1825, durante el gobierno del general Ramón Freire.
Tuvo como finalidad poner fin a las hostilidades mapuche derivadas de su alianza con los realistas españoles y acordar el estatuto que regularía sus relaciones con el Chile independizado. Por el lado chileno, y enviado por el Congreso, actuó el Coronel de la Frontera, Pedro Barnechea, mientras que los mapuche fueron liderados por el reconocido Lonko Mariluan. No se trató de una tomatera colectiva, como gusta todavía caricaturizar este tipo de encuentros la historiografía oficial chilena. Fue, a todas luces, un acuerdo de alta diplomacia del cual constan numerosas actas y registros.
¿Qué acordaron en Tapihue autoridades chilenas y el pueblo mapuche? Ni más ni menos que la ratificación del río Biobío como la frontera entre ambos pueblos, límite emanado a su vez de otro Parlamento, el de Quillen, celebrado en las márgenes del río del mismo nombre un 6 de enero de 1641 . Así lo establecía el artículo 18 de Tapihue, al consignar que “los caciques no permitirán que ningún chileno exista en los terrenos de su dominio por convenir así al mejor establecimiento de la paz”.
Tan moderno era el tratado que incluía desde acuerdos de extradición (“Queda obligado de ultra Biobío a entregar todo oficial o soldado enemigo y que casualmente se abrigue en sus territorios”. Art. 8) hasta el tratamiento de prisioneros de guerra (“Cada cacique entregará al gobierno las familias que hayan sido conducidas allí prisioneras en la pasada guerra, quedando el gobierno con la obligación de hacer lo mismo con cuantas personas de la tierra hubiesen en sus dominios”. Art 9).
Sabemos que los tratados modernos, casi siempre, norman relaciones comerciales. Tapihue no fue la excepción. “Nuestros comerciantes serán tratados fraternalmente cuando se internen en sus terrenos”, establecía el artículo 18. El 28, por su parte, señalaba que “todos los comerciantes que hagan sus giros sobre las provincias de Valdivia o Chiloé, tendrán el pase y auxilio necesario, mostrando el pasavante a los Caciques Gobernadores”.
Si, leyó bien, pasavante, figura usada hasta el día de hoy en zonas limítrofes y que permite el tránsito de productos libres de impuesto. Así lo establecía el Artículo 22 de Tapihue, al indicar que “la línea divisoria no se pasará para esta ni para aquella parte sin el respectivo pasavante, y el que lo haga sin este requisito será castigado como infractor de la ley”. Y viceversa, “queda obligado el gobierno a facilitarles (a los mapuche) el paso para este y el otro lado del Biobío a fin de evitar incomodidades en su comercio, que podrán extender hasta lo último de la República con la condición de pedir el correspondiente pasaporte por medio del comisario al Jefe de Frontera” (Art.30).
Volviendo al reciente fallo de La Haya, los mapuche no podríamos estar más de acuerdo con aquello de la “inviolabilidad de los tratados”. Y es que Tapihue sólo es uno de la veintena de acuerdos firmados por nuestros antepasados con la Corona Española y la República. Tratados que a juicio del Relator de Naciones Unidas, Sr. Miguel Alfonso Martínez Cobo, eran relaciones contractuales entre naciones soberanas, con numerosas implicancias en el actual derecho internacional.
“El origen, causas y desarrollo de estos instrumentos jurídicos podría compararse, prima facie, y desde ciertos puntos de vista, a los de ciertos tratados indígenas en los territorios británicos y franceses de Norteamérica”, concluye el relator en un Informe presentado a la Subcomisión de Prevención de Discriminaciones y Protección de las Minorías el año 1999 .
La comparación que Martínez realiza de los Parlamentos Mapuche con los países del Commonwealth no es trivial. En el caso de Nueva Zelanda, el Tratado de Waitangi entre Maoríes y la Corona Británica constituyó la base sobre la cual se cimentaron las actuales y avanzadas políticas indígenas de la isla. ¿Y si en Chile transitamos por el mismo camino? Mucho mejor que llegar a un juicio en La Haya.
Se me ocurre.
Fuente: Blog del autor