“Una buena educación termina con las clases sociales”, dictaminó la tercera candidata presidencial de la derecha, Evelyn Matthei, en reciente comparecencia televisiva. Novedoso, aunque no tanto: ya en el Manifiesto Comunista de 1848 Marx y Engels habían postulado una “sociedad sin clases”, junto con enunciar los medios de alcanzarla.
Las novedades tras la pintoresca declaración de la candidata derechista son, primero, que durante años tanto la dictadura como la derecha habían “aplanado” la sociedad negando la existencia de las clases sociales, y persiguiendo desde el silencio y la exclusión hasta la cárcel a quien osara referirse a ellas. Lo mismo hicieron y hacen cuando decretan superada la clásica diferenciación ideológica y política entre derecha e izquierda. La otra novedad es el nuevo status de la (“una buena”) educación, ahora convertida en un tan poderoso motor de los cambios que basta con ella para superar siglos y milenios de historia.
Convengamos al menos que, en medio de tanta mediocre y aventurera profusión de “verdades” para consumo rápido, estas revelaciones que nos hace la candidata derechista son de una indiscutible originalidad y… audacia.
Una buena pregunta que debieran responder sus apoderados, es si estas novedades teóricas de la señora Matthei son compartidas por sus escuderos, lo que no parecería muy cierto de oír las más recientes reacciones de los que se supone sus asesores y directores de campaña.
Enfrascada en una disputa centímetro a centímetro con su rival en las encuestas, apuesta la candidata UDI-RN a no quedar relegada a un tercer lugar en las elecciones del 17 de noviembre. Perdida su “primera serenidad”, Dama Evelyn se ofrece en espectáculo ante todo el país, demostrando que la derecha, aunque unida, siempre será vencida si tiene al frente suyo una izquierda y un centro favorecidos por fuertes convicciones y esperanzas sólidamente asentadas.
La que parece “carrera corrida” no es, sin embargo de toda señal y apariencia, un dato definitivo. Por eso, desde los partidos de la Nueva Mayoría se insiste en no bajar la guardia y en sostener la marcha ascendente para asegurar un triunfo presidencial en primera vuelta (“golpe de gracia” a la derecha), y el máximo posible de doblajes en diputados y senadores para que el programa de cambios surgido de la experiencia de las luchas por educación, nueva Constitución, salud, reforma tributaria, sean posibles al más breve plazo.
El descubrimiento teórico de la señora Matthei podría deslumbrar a algún inadvertido. ¿Sociedad sin clases?: por cierto. ¿Cómo?: también con “una buena educación”, pero eso no basta. Hay que “educar al soberano”, como decía Sarmiento aludiendo al pueblo. Si no hay reforma tributaria, ahora; si no se reparte mejor “la torta”, no hay educación por buena que sea que nos salve del reino de la injusticia. Si seguimos en una realidad de empleos precarios, campamentos y servicios de salud deficientes, no habrá progreso real. ¿O es que todos seremos Oxford porque así lo disfraza la candidata de la educación y la salud privadas, de las carreteras, hospitales y cárceles concesionadas, de la estrechez binominal y del culto a una dictadura que no se atreve a llamar por su nombre?