Son extrañas las celebraciones, el año es un campo minado de cumpleaños, conmemoraciones y celebraciones, púas, puntas y bombas en las cuadrículas del calendario mientras nos movemos hacia el año nuevo. Particularmente explosivo este septiembre, donde una semana nos tocó llorar, enojarnos y mirar de cara a la muerte y a la siguiente estuvimos celebrando la primavera y la gracia de ser lo que sea que seamos. Muerte y vida, 11 y 18, el invierno y la primavera en una semana vertiginosa.
Octubre está más libre, no hay días del niño, la madre, el tío, la patria o whatever. Octubre es primavera en pleno, un mes raro donde nadie arma grandes ferias del auto-libro-novias, estrenos de cine o elecciones de nada, un mes amplio, lleno de brisa y cielo despejado.
Pero, el 5 de octubre de 1988.
Hay quienes ven trampa en eso de «la alegría ya viene». Quizá no se entiende del todo, la alegría llegó porque salimos de un valle de sombras, la alegría llegó porque ya no te mataban, te echaban de tu trabajo o recibías una visita peligrosa si discrepabas con la política oficial.
Estábamos en un nivel tan bajo, tan aplastados y con un fusil en la nuca, tan en la condición más despreciable que un ciudadano puede soportar, que una generación completa se quemó para conseguir SÓLO un piso mínimo decente para constituir sociedad y eso fue la alegría para todos. Hoy nadie quiere ese mínimo decente y se quiere ir por más, es lo correcto, es el deber como sociedad que tenemos, pero no creo adecuado juzgar con el mismo parámetro lo conseguido en esa época
¿Cuál era la alternativa? ¿Las armas? No me hagan reír, cuáles armas, ¿las de Carrizal? ¿Dónde estaban los helicópteros, los barcos y los tanques para combatir a un ejército profesional?
Personalmente admiro a quienes tomaron las armas para defenderse de un gobierno opresor (los admiradores de USA en la derecha deberían saber que esa es la razón por la que allá se permite la tenencia civil de armas: el DERECHO a levantarse en armas contra un gobierno opresor) pero no era un momento viable. Había que agotar esa posibilidad que en ese momento parecía ridícula: echar a Pinochet votando. Situación que provocaba risa en el extranjero, ningún dictador se echa con una elección, que situación más estúpida. Por supuesto, con el control total de los medios y una fe ciega en su paranoia, Pinochet estaba seguro de ganar.
A sus adherentes (cada vez más desmemoriados) que lo defienden diciendo que se expuso unilateral y democráticamente a elecciones que podía perder, les recuerdo que ese 5 de octubre en la noche sus primeras declaraciones frente a la derrota fueron: «Estoy preocupado… porque vieron a personas armadas, con pasamontañas, por ahí», intentando figurar un clima que preparara… quizá qué reacción de su parte.
Recordarles que el propio Matthei habló de desactivar una bomba cuando concurrió al Palacio de La Moneda. No, el dictador no pensaba que perdería y sin piso político para continuar sólo le restó ladrar por cadena nacional, vestido nuevamente de militar, al día siguiente.
Vivir con Pinochet de Comandante en Jefe fue una mierda, el día del boinazo estaba en la U escuchando por la radio lo que ocurría. Cuando hoy se habla con tanta naturalidad de la recuperación de la democracia y de los pactos espúreos de los políticos de la época (como si hubiéramos estado sentados con copas en las manos riéndonos con los militares), déjenme decirles que ese día de 1993, en que pasaban camiones con militares armados por las calles, pensé: «Ahora me toca morirme a mí». Con una tranquilidad extraña me fui caminando a la casa pensando en que «había que irse pa’l monte» no más, que no había resultado quitarle el poder con el voto y que me habría gustado haber tenido una familia.
¿La alegría llegó? En mi opinión, sí. Repito, frente al páramo desértico que fue la dictadura para el alma del territorio, estas primeras lloviznas fueron pura alegría. Qué pasó después? Desgraciadamente la generación de políticos realmente heroicos que nos ayudaron a recuperar la democracia fueron, primero gastando, luego lapidando, el capital moral que habían ganado justamente.
La Concerta se gastó toda la cuenta de ahorro y terminó convertida en una mafia cuestionable, como si se hubieran acostumbrado a pactar cuando ya no era necesario, a seguir cooptando y coludiendo cuando ya no habían fusiles ni ejercicios de enlace. Y nosotros, sumergidos en un secuestro emocional de agradecimiento y rechazo a la derecha, los votamos una y otra vez convirtiéndolos en una elite, una casta, los ayudamos a corromperse al no cuestionarlos «porque cuestionarlos era hacerle el juego a la derecha».
Mi generación, traumada por Pinochet, no quería a todo costo premiar a la derecha dándole un centímetro electoral, aunque eso terminara significando validarle cualquier mierda a quienes nos habían salvado. Les entregamos un cheque en blanco. Ellos violaron el 5 de octubre. Pero el plebiscito le pertenece a la gente.
¿Quién nos despertó? Sigo creyendo que Piñera. El no tener en el gobierno a quienes «nos habían salvado» nos hizo sentir libres de desatar toda la frustración que habíamos escondido. Primero fueron los movimientos ambientalistas.
Recuerdo que en esa histórica manifestación contra Hidroaysén ví carteles contra las ISAPRE, contra las AFP, a favor de la educación gratuita, contra la Ley de Pesca. Toda la agenda social estaba ahí, esas pancartas que después, por la fuerza de las movilizaciones, se convirtieron en la lista del supermercado de todos los candidatos estaba ahí en ese germen de descontento.
Desde ahí el concepto «fiscalización ciudadana» se volvió la clave para el futuro, una ciudadanía consciente y movilizada que había sido adormecida. La Concertación levantó miles de centros comunales para coordinar la acción por el NO, centros donde la gente se informaba, se reunía, dialogaba y colaboraba, una red maravillosa, una joya para la participación ciudadana. Todos fueron cerrados el 6 de octubre de 1988. No nos dimos cuenta, pero nos aislaron del poder y estábamos tan agradecidos que no vimos en ese error el tono de lo que se venía: «Nosotros gobernamos, ustedes votan por nosotros, punto».
Pero eso se acabó. Por eso que puedo votar tranquilo, porque sé que la fiscalización ciudadana estará ahí para apretarle el cuello a quien esté en el poder, porque ahora ya no hay vínculo emocional épico, quien sea ahora el presidente es un funcionario que debe ser fiscalizado por nosotros.
¿Qué me preocupa? Quienes se marginan del gesto electoral. Los que no quieren votar. Son libres, pero me duele. Hay un comercial argentino buenísimo que muestra a un par de tipos saliendo del local de votación diciendo que da lo mismo, que el voto es una mierda. A lo lejos se recorta una figura a caballo, parece ser San Martín, que se arroja del caballo y le saca la cresta al que había hablado.
Mientras se aleja, molesto, una voz en off dice: «Hay quienes murieron para que pudieras votar». pidiendo respeto y valoración para el acto.
Pues bien, acá en Chile bien podría salir Víctor Jara agarrando a guitarrazos al que no vota porque es «validar a la burguesía» o tonteras así aprendidas en folletines huevones de esos que yo también leí de pendejo y repetía de memoria. Si bien no toda la resistencia a Pinochet creía en el acto electoral, puedo decir que todos murieron por el derecho a la rebeldía, a disentir, a discrepar y a elegir. Nuestra democracia es imperfecta hasta la chantedad, pero no se va a cambiar ignorándola.
Votar es un derecho. En twitter me recordaban que un derecho ganado con sangre se vuelve un deber. Ganado con sangre de los de siempre, de trabajadores, profesores, estudiantes y gente simple, como nuestras familias, los chilenos que hacemos este país.
El 5 de octubre echamos a un dictador con un lápiz Faber Nº2. Por primera vez el lápiz fue más poderoso que la espada. Me pueden decir que decirlo es un acto de suprema ingenuidad, que USA ya no quería a Pinochet, que el piso político, que nada cambió y la cacha de la espada.
El punto es que ese día la Armada amaneció bloqueando Valparaíso, con sus barcos alineados a lo largo de la bahía y sus cañones apuntando hacia los cerros, los helicópteros artillados pasaban rasantes por las cabezas de la gente en La Pintana.
En Conce jeeps militares rodearon la pobla de un amigo buscando impedir que salieran, y aún así salimos.
Esa noche lloré abrazado con mi mamá en el patio de mi casa… y saben qué? estoy llorando ahora también porque me acuerdo de mis muertos y de la raya con lápiz mina que hice con fuerza y mucho cuidado, eufórico, porque nadie me va a decir que no viví lo que viví, nadie me va a decir que fue un engaño, yo estuve ahí, nadie me va a quitar el 5 de octubre porque es mío y de todos los que estuvimos ahí, no de quienes olvidaron su significado y engordaron con nuestra ayuda, sino de los votantes, de mi mamá y mi abuela que iba cagada de miedo ese día pero fue igual, de ella y de los que ya no están pero que no vamos a olvidar.
(*) Escritor