Sólo con inversión social y una firme acción legal contra las redes delictivas se puede aliviar el drama de los niños mexicanos y centroamericanos que emigran a EE.UU. cada vez más desprotegidos y vulnerables, afirmó el director regional de Unicef para América Latina y el Caribe, el noruego Bernt Aasen, en un artículo dedicado a los menores migrantes con motivo del vigésimo quinto aniversario de la Convención sobre los Derechos del Niño. Aasen analizó qué falta por hacer para resolver un problema que a todas luces » tiene su raíz en la pobreza» y ha vuelto a ponerse de «dramática actualidad» en los últimos meses. «Hoy, los viajes que realizan están acompañados de grandes riesgos y de un terrible impacto sobre ellos y sus familias. Mientras, aumentan las enormes ganancias de quienes se lucran del tráfico de personas y este horrible negocio crece sobre las espaldas de los más vulnerables», declaró el alto representante del Fondo de Naciones Unidas para la Infancia.
El funcionario, quien está al frente de la oficina regional de Unicef desde 2009, dio cuenta de la «inmensa presión hacia la migración» que supone para miles de personas la falta de servicios básicos y oportunidades en sus países.
Al mismo tiempo, «la atracción de la migración» crece al ver que los migrantes ya instalados en EE.UU. envían sus remesas cada mes y también por el anhelo de una reunificación familiar, una razón de peso para los que se lanzan a «realizar tan peligroso trayecto».
Para el director regional de Unicef, una de las principales preocupaciones en torno a la migración de niños y adolescentes es su vulnerabilidad frente a las redes delictivas que trafican con personas, un negocio de «miles de millones de dólares al año».
«Sus ganancias, su control creciente del territorio y su penetración en las instituciones facilitan que dichas redes operen con impunidad, debilitando la justicia y la vida democrática».
Además, «los grupos criminales expanden la violencia como cultura dominadora en las distintas esferas de la vida social, en particular urbana, pero cada vez más en entornos rurales».
Como ejemplo menciona que El Salvador ostenta el mayor índice mundial de homicidios de adolescentes: 27 por cada 100.000 habitantes.»Son cifras de guerra, de un duelo cotidiano donde padres y madres son quienes entierran a sus hijos», enfatiza.
Los niños migrantes, los cuales entre otras cosas buscan escapar de la violencia en sus países, se la encuentran en todas sus formas en el camino hacia EE.UU., particularmente a raíz del aumento de los controles fronterizos en algunos países de la región.
«Los niños toman nuevas rutas para intentar sortear los controles, viajan en grupos más reducidos y multiplican su riesgo de agresiones por parte de bandidos, de extorsión por parte de funcionarios deshonestos y de abuso sexual», subraya.
Como consecuencia de estos controles más severos, se genera un aumento del costo a pagar por los migrantes y sus familias a los traficantes de personas.
Aasen dice que los menores de edad que hacen el viaje al margen de las redes de tráfico «corren aún más riesgos, incluyendo el de ser asesinados por criminales ordinarios u organizados».
El viaje de vuelta de los que no logran su propósito de cruzar a EE.UU. tampoco es fácil. «La débil presencia de servicios del Estado en las comunidades de origen dificulta el seguimiento de los retornados y su reintegración social», explica Aasen.
Para el responsable de Unicef en la región, «una mayor inversión social focalizada en servicios sociales, educación, desarrollo y oportunidades laborales es la vía central a tomar por los Estados para mitigar las causas de la migración».
Pero, además, «se requiere una acción legal firme contra la impunidad de la que gozan las redes criminales para frenar la violencia e inseguridad en las zonas expulsoras y de tránsito migratorio».
Ambas son «tareas arduas, pero posibles. Y, en definitiva, son claves para liberar a la niñez de la pobreza, de la inseguridad y del miedo que existen en la base de la migración irregular», concluye.Bernt Aasen.