Robert Redford perteneció a la estirpe de los antiguos galanes del cine. Con antiguo me refiero a los que comenzaron su carrera a fines de la década de los cincuenta o comienzo de los sesenta. Actores como Alain Delon, Marlon Brando o Paul Newman, quienes sumaron, a su indiscutible apostura física, rasgos de compleja vulnerabilidad en sus actuaciones.
No es casual que, en la versión más respetable que se ha filmado de la novela de Scott Fitzgerald, El gran Gatsby (dirigida por Jack Clayton en 1974), Redford hiciera el papel de Jay Gatsby. Un hombre, que, según Scott Fitzgerald, “Tenía un extraordinario don para la esperanza, una disponibilidad romántica como nunca he conocido en nadie y como probablemente no volveré a encontrar”-
Por supuesto que estoy hablando de una personalidad fílmica, y no biográfica. Además de tomar, arbitrariamente, un aspecto de ella. Redford, al igual que su amigo Paul Newman, y su amiga Jane Fonda, fue un activo militante demócrata y férreo opositor a los gobiernos de Nixon y Reagan.
Los tramos más perdurables de su carrera los hizo bajo la dirección de Sydney Pollack. Desde Descalzos en el parque (1967), que trata sobre los desencuentros de una pareja recién casada (Redford-Jane Fonda, derrochando química).
Es una comedia ligera que tiene el mérito de ir más allá del modelo Rock Hudson-Doris Day, que había dominado el paradigma masculino-femenino del cine norteamericano inmediatamente anterior, un modelo puritano, propio del período de Eisenhower, y del cenit de la guerra fría.
Pollack -se ha dicho- fue un cineasta que dio lo mejor de sí en los dramas intimistas, concentrándose en las relaciones de pareja. Ello no quita que fuera capaz de traslucir una visión muy crítica de la sociedad estadounidense. The Way We Were, de 1973 (en Chile se dio con el título de Nuestros años felices) es, quizás, su obra maestra.
Se trata del encuentro, del enamoramiento y de la separación de dos estudiantes universitarios. Redford actúa como Hubbell -un novel escritor de aspecto y carácter muy W.A.S.P-. Katie (Barbra Streisand, en el papel de su vida) es judía, pobre y comunista. Además de ser un “patito feo”, para usar un término de la época.
Se hicieron muchas películas de tema similar en aquel tiempo -la insoportable Love Story, de 1970, por ejemplo-. Nuestros años felices es una sensible historia de amor. Pero también es un retrato de una época, y una revisión amarga respecto a la juventud, las ilusiones perdidas, y la lealtad. Así es como Hubbell abandona su sueño de ser escritor y termina escribiendo guiones para la naciente televisión. Katie por su parte, sigue repartiendo volantes contra las armas nucleares en Central Park…
En el tramo final de su carrera la dupla Pollack-Redford filmó una última obra maestra, Havana (1990) Filmada en Cuba, con la explicita voluntad de contravenir el bloqueo estadounidense, Redford compone uno sus personajes más conmovedores. Jack Weil es un jugador de cartas cosmopolita que siempre prefirió La Habana a cualquier otra ciudad. En vísperas de la caída de Batista conoce a una hermosa mujer (Lena Olin) que está casada con un importante dirigente revolucionario.
Havana es una película crepuscular y contemplativa. Que aborda sin complacencia el sentido de la lealtad y de las decisiones definitivas.
Alfonso Calderón, en su libro Una invisible comparsa, cuenta de una visita al cementerio de Pére Lachaise. Enumera -con humor y respeto- las diferentes tumbas que va encontrando; Chopin, Wilde, Edith Piaf, Jim Morrison, Isadora Duncan, Modigliani… Luego, comenta “Estos artistas han hecho nuestra vida más hermosa”.
Que así sea.
(*) Sociólogo y escritor.




