Chile, un país que alguna vez fue presentado como un ejemplo de transición democrática y progreso, ha revelado con el tiempo su propia realidad, una élite corrupta, decadente y profundamente desconectada de los valores de justicia y equidad que supuestamente debía defender.
Este sistema de poder, donde las decisiones se toman entre fiestas privadas, pactos oscuros y transacciones sucias, sigue dominando la vida política y económica del país. En este contexto, la formalización de Andrés Chadwick, exministro del Interior, no es solo un asunto judicial, sino un acto de justicia histórica que podría romper el ciclo de impunidad que ha permitido que la corrupción de cuello y corbata siga prosperando en la sombra.
La impunidad como piedra angular del poder
Desde los años de la dictadura de Pinochet, la cúpula política y económica de Chile ha perfeccionado el arte de la impunidad. Se trata de una estructura en la que los poderosos se protegen mutuamente, manipulando las instituciones para sus propios intereses.
Cuando el libro Impunidad Diplomática fue censurado y su autos perseguido, quedó claro que las denuncias contra los abusos de la élite no solo serían ignoradas, sino activamente silenciadas.
Este pacto de silencio ha permitido que figuras como los hermanos Luksic, Sebastián Piñera y su círculo cercano, entre ellos Andrés Chadwick, continúen ejerciendo influencia sin enfrentar consecuencias por sus acciones.
Chadwick, una figura clave durante el gobierno de Piñera y vinculado desde sus inicios a la dictadura, ha sido acusado de ser uno de los principales responsables de la brutal represión durante el estallido social de 2019.
En esos días, la violencia estatal dejó miles de heridos, decenas de muertos y violaciones sistemáticas a los derechos humanos. La formalización de Chadwick no es solo un procedimiento judicial; es una oportunidad para exponer los mecanismos de poder que han permitido que políticos, empresarios y jueces operen con total impunidad.
La casta chilena: un sistema de corrupción normalizada
El caso de Chadwick es parte de una narrativa más amplia sobre la corrupción en la élite chilena, si recordamos que es un especie de guatón Romo más refinado en estetica, que hace parte de un grupo que ha logrado mantenerse en el poder desde la dictadura gracias a su capacidad de manipular y corromper las instituciones.
Los ejemplos abundan: desde Rodrigo Hinzpeter utilizando sus conexiones en agencias internacionales para proteger a Piñera, hasta las orgías filmadas por agentes en Rancagua.
¿Serían estos los mismo agentes que Monsalve encargó revisar camaras ?, se sabe que en lo íntimo de la masonería, poco y nada se habla del tema y para que decir las fiestas regadas de cocaína en los barrios más lujosos de Santiago, con rostros y sin rostros de la tv.
Estas historias, que han pasado de rumores a realidades tangibles, revelan cómo la corrupción y el abuso de poder son parte integral del funcionamiento de la política chilena.https://www.diariolahumanidad.info/la-justicia-crucificada/
La formalización de Chadwick debería haber ocurrido mucho antes, tal como debió pasar con figuras como Rodrigo Hinzpeter, cuyas acciones también estuvieron marcadas por la corrupción y el abuso de poder. No hacerlo es un reflejo de cómo la impunidad ha infectado todos los niveles de la sociedad chilena.
El hecho de que se tardara tanto en abrir una investigación seria contra Chadwick muestra cómo la clase política y económica ha logrado protegerse a sí misma, utilizando la justicia como una herramienta de conveniencia más que como un sistema de equilibrio.
La necesidad de un juicio para romper el ciclo de decadencia
Chile ha vivido bajo una ilusión de democracia, donde las elecciones y los cambios de gobierno solo han servido para mantener el status quo. El caso de Chadwick es emblemático no solo por los crímenes específicos que se le atribuyen, sino porque es una ventana a la podrida estructura que sostiene a la élite chilena.
Desde las orgías de empresarios y políticos y gente de los medios como canal 13, TVN, CHV, Mega, hasta la manipulación de licitaciones públicas por figuras como Julio Dittborn, todo apunta a un sistema donde lo que importa no es el bienestar del pueblo, sino mantener los privilegios de unos pocos.
La formalización de Chadwick es importante porque representa una oportunidad para enviar un mensaje claro, la impunidad no puede seguir siendo la norma. Aunque personajes como Hermosilla o Dittborn han actuado durante décadas con total libertad, creyéndose intocables, la justicia tiene que comenzar a funcionar en serio. En un país donde las decisiones más importantes se han tomado entre líneas de cocaína y favores sexuales de unos y otros, es imperativo que las instituciones recuperen su credibilidad. La formalización de Chadwick debe ser el inicio de una serie de procesos judiciales que aborden la corrupción sistémica que asfixia a Chile.
Justicia como un deber histórico
Su formalización no solo es un acto de justicia legal, sino también de justicia histórica. En un país donde los poderosos han podido actuar impunemente, desde los tiempos de la dictadura hasta el presente, es vital que Chadwick rinda cuentas por sus acciones durante el estallido social.
Los teléfonos y las pruebas que podrían estar ahí no solo incriminarían a Chadwick, sino que destaparían una red de complicidades que va mucho más allá de su persona y sin duda que abarcan a una parte importante del PS chileno, tan proclive a denunciar al gobierno bolivariano en Venezuela coincidiendo con la CIA y tan calladito para otras cositas, y eso lo tendremos que ver en otro artículo aparte.
Osvaldo Fernández Díaz, el filósofo y militante comunista que recientemente nos dejó, siempre defendió la importancia de una memoria histórica crítica. La impunidad de personajes como Chadwick no solo traiciona a las víctimas directas de la represión, sino que también mina la capacidad del país para avanzar hacia una verdadera democracia. Fernández, como pensadores latinoamericanos como José Carlos Mariátegui y Antonio Gramsci, entendía que la lucha contra la corrupción no solo es una cuestión de ética, sino de supervivencia de la democracia.
La formalización de Andrés Chadwick es una cuestión urgente para la salud de la democracia chilena. Este proceso no debe verse como un simple caso más en la justicia chilena, sino como una oportunidad para romper con la cultura de impunidad que ha infectado al país desde los años de la dictadura. No se trata solo de castigar a un individuo, sino de comenzar a desmantelar una red de poder que ha permitido que políticos, empresarios y jueces operen sin control desde republicanos a gran parte de la ex Concertacion.
El ciclo de decadencia de la élite chilena ha alcanzado niveles intolerables. Desde los excesos de la clase política hasta la corrupción en los tribunales y las fuerzas armadas, todo apunta a un sistema que debe ser reformado desde sus cimientos. La formalización de Chadwick, si se lleva a cabo correctamente, puede ser el primer paso para reconstruir un país más justo, uno en el que los poderosos no puedan seguir actuando con total impunidad.
La justicia puede tardar, pero debe llegar, y cuando lo haga, será una forma de honrar la memoria de todos aquellos que, como Osvaldo Fernández Díaz, lucharon por un Chile más justo y libre de corrupción. La élite chilena puede estar en decadencia, pero el pueblo sigue esperando un cambio real.