No hay Primera sin Segunda

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El triunfo por más de un millón de votos del «en contra» en el reciente plebiscito, le colocó una cuota más de incertidumbre a la situación política.

Por ahora, el gran perdedor es Kast y su secta de fanáticos. Ciertamente, que un extremista tan intolerante y fundamentalista haya salido derrotado, representa un alivio para la sociedad.

Si bien su propuesta constitucional era la continuidad lógica del neoliberalismo dominante en la actualidad, su combinación con fundamentalismo moral y religioso así como su rancio clasismo, produjeron la reacción espontánea de la sociedad.

Las pretensiones presidenciales de Kast y la situación hegemónica que su partido había logrado ir construyendo en los últimos tres años en la derecha, quedaron en cuestión en esta pasada.

El resto del sector, con el oportunismo y la deshonestidad que lo caracteriza, ya está haciendo leña del árbol caído después de haberse puesto alegremente tras su figura y la defensa del adefesio constitucional que se sometió a plebiscito.

Probablemente una de las verdades que salen a la luz tras este resultado, es precisamente la incapacidad moral de este sector.

Insistir en otorgarle credenciales democráticas y convertir en «acuerdos» lo que debiera ser el producto de un debate democrático de cara al pueblo, es seguir lavándole la imagen para que en el momento menos esperado, como en esta ocasión, vuelva a dar el zarpazo.

Es además, legitimar la sopa en la que se ha transformado nuestra sociedad, en la que como resultado de la aplicación del neoliberalismo, todo es más o menos lo mismo.

El pueblo votó en contra de la pérdida de derechos y en principio, por la aparente tranquilidad que otorga una institucionalidad política y un sistema económico y social que le ha permitido no morir por ahora gracias a la tarjeta de crédito.

No es gran cosa pero menos malo de lo que podría haber sido si ganaba el «a favor».

Es un voto con un aspecto bifronte: por una parte, el rechazo a la profundización del neoliberalismo y de los aspectos más conservadores y clasistas de la sociedad actual; y por otro, la conformidad aparente con las migajas y las apariencias de bienestar, de éxito y realización que se pueden obtener de él por el momento.

Exactamente la condición social y cultural que ha posibilitado el ascenso meteórico de espantajos de barbarie y atraso cultural como el que condujo el segundo proceso constitucional y por lo que podríamos estar lamentando la asunción de Kast en la Presidencia de la República en las próximas elecciones.

Esta derrota de la ultraderecha hasta cierto punto facilita las cosas a la derecha tradicional y es lo que explica su avidez por sacar ventajas de ella, en lugar de estar lamentándose, incluida la resurrección de antiguas momias que habían pasado a retiro especialmente en la UDI.

El triunfo del en contra es ciertamente importante y tranquilizador pero no definitivo.

Ya están los que, con mano ajena, se aprestan a apropiarse de él para facilitar la sobrevivencia del conservadurismo político y moral, bajo el pretexto de los «acuerdos transversales» para provocar cambios que no pongan en riesgo la comodidad de la que gozan y las cuotas de poder que todavía ostentan.

Que eso no suceda, en todo caso, no depende sólo de la acción del gobierno que está haciendo su pega; ni de los representantes de la izquierda en el parlamento al que en esta ocasión van a querer transformar en el escenario de los chamullos y componendas.

Depende del involucramiento de las masas, de los movimientos sociales, las organizaciones del pueblo, en primer lugar sindicales, pero también estudiantiles y juveniles, territoriales, de género, ambientalistas, de pueblos originarios, artistas y trabajadores de la cultura.

A la rebelión de octubre de 2019, le siguió un reflujo forzado por circunstancias como la cuarentena. Durante ésta, desplegó y la asistencia mutua en las formas que históricamente lo ha hecho. Las ollas comunes, los comprando juntos.

Esa desmovilización y ese retroceso de las luchas del pueblo a la pura sobrevivencia, le facilitó las cosas a la derecha en su trabajo de desprestigiar a la Convención y confundir a la opinión pública acerca del contenido y significado de su propuesta.

Es el momento de que como ha ocurrido siempre, salga de ese reflujo y retome la iniciativa. Los partidos progresistas y las organizaciones tienen no solamente la oportunidad sino la responsabilidad de iniciar y darle forma a ese proceso.

La experiencia del segundo plebiscito es esa.

El pueblo tiene una nueva oportunidad; de la audacia y decisión que muestre la izquierda y el progresismo depende en gran parte no desperdiciarla.

(*) Profesor de arte

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