El 40 aniversario del Golpe de Estado en Chile, contra la experiencia socialista de la Unidad Popular, y el 38 del traicionado velazquismo peruano, constituyen saludables ocasiones para continuar escudriñando sobre los hechos sudamericanos más nefastos del siglo XX. Década y media antes, algo similar había operado en Guatemala, contra el gobierno revolucionario del Coronel Jacobo Arbenz. Un total de tres partos cuya paternidad es la misma y se apellida Estados Unidos de Norteamérica, asistido en su ignominia por la lacayuna oligarquía interna.
Todo ello, por encima de la secuela de desgracias que han caído desde entonces y mucho antes también, sobre los pueblos del subcontinente, estimula la necesidad de hacer un análisis comparativo entre la situación de los actuales gobiernos progresistas de la región, con la desaparición de esos ejemplares procesos emancipadores, ahogados por la pérfida alianza de las derechas vernáculas con el ala nazi de la jerarquía militar, cuyo núcleo de decisión ha sido formado en la Escuela de las Américas. Su cuartel general lo tenía Estados Unidos en Panamá.
Como lo demuestran los procesos de esos tres países mencionados, la impunidad arropa siempre a los sátrapas y sus afrentas a la dignidad humana son aún más lacerantes cuando se constata que esos torturadores y asesinos continúan gozando hasta hoy de los beneficios del poder, porque se quedaron o heredaron el manejo absoluto del Estado y las inmensas fortunas robadas a las víctimas y a los pueblos en su conjunto, con la venta de empresas públicas y las tierras fiscales a consorcios capitalistas privados, mayoría transnacionales.
Estudiado desde cualquier rincón del planeta, o de Argentina, Bolivia, Brasil, Ecuador, Nicaragua, Uruguay y Venezuela, pero especialmente desde Paraguay, sin olvidar Honduras, tiene un valor altamente concientizador ese tránsito que se ha producido en Chile, Perú y Guatemala, desde políticas democráticas, con servicios sociales gratuitos, y con justicia social, reforma agraria y recuperación de los recursos naturales, que eran explotados por corporaciones transnacionales, hacia las conocidas y nunca bien enterradas, tiranías cívico-militares.
Algunos de estos últimos infames y corporativos regímenes son recordados, y no lo suficiente, como los más sanguinarios y genocidas que registra la historia moderna en la región, con el agravante de que, a poco andar, algunos se han ido maquillando en gobiernos legales y concertaciones de partidos, utilizando las urnas y sus fraudes, buscando legitimación popular, como objetivo en el que no siempre han fracasado.
El balance, oscilando el medio siglo de esos manotazos letales del imperialismo y sus lacayos locales, deja la clara enseñanza de que el sistema capitalista, cuyos panegiristas viven elogiando su libertad competitiva, no permite que se le ponga nadie delante de sus garras. Las pocas derrotas que parcialmente ha sufrido en el último siglo, ha sido fruto de la conducción revolucionaria de los pueblos.
Recordemos, y con profundo y responsable encare crítico, a Rusia en 1917, China en 1949, Cuba en 1959 y Vietnam en 1975. En medio de esas epopeyas, la ciudadanía más consciente, encabezada por hombres y mujeres sobresalientes en dignidad, inteligencia, cultura y valentía, ha desarrollado y prosigue proyectando experiencias políticas trascendentes, con singular relieve en la última década por sus empeñosos esfuerzos de integración regional.
Sin embargo, muchas de esas hazañas han quedado asfixiadas finalmente y, sobre las actuales pende renovada amenaza, a causa, entre otros desvíos, de la concepción y praxis reformista, del legalismo formal, de la ingenuidad ante la llamada crisis, sin advertir que esa indefinición se llama lucha de clases, y de la debilidad o confusión ideológica, entre otros rasgos que, muchas veces, los pueblos traducen en cobardía, capitulación o entreguismo de sus dirigentes.
Bueno sería reconocer, al respecto, que quienes así califican, aunque en muchos casos los asista razón, pocas veces asumen su cuota en la derrota, producto quizás de la indiferencia, ignorancia, la alienación cultural que provoca la distracción mediática, y el sometimiento o esclavitud moderna que sufren a diario miles de millones de personas, para sobrevivir en esta enferma tierra, apartados de un razonamiento transformador.
El caso paraguayo, víctima aún del síndrome de la derrota que sufrió la República Independiente en la ignominiosa Guerra de la Triple Alianza entre 1865/70, es paradigmático, dado que ha llegado a la actual fase de su historia con un retorno del oscurantismo ideológico, que reinstala políticas fracasadas, privatistas y represoras de los luchadores sociales, sumamente dañinas para el pueblo.
Tras dos décadas de terapia intensiva, a la que fue sometido el resto del heroico pueblo que dejó el genocidio, nacieron el Partido Colorado, bajo el sello de Brasil, y el Partido Liberal, con predominancia doctrinaria argentina. Desde entonces y hasta ahora, está lejos de la gloria el balance de ambas organizaciones, a pesar de su siglo y cuarto de protagonismo nacional, durante el cual se privatizó la tierra, a vil precio, y se convirtió la función pública en una cantera de enriquecimiento de una élite angurrienta e inculta, paridora de una corrupción sistemática en pleno crecimiento.
Un par de guerras civiles, un conflicto armado con Bolivia durante tres años, algunos meritorios enunciados programáticos, breves pasajes de buena gobernanza, fugaces gobiernos con reformas sociales, y seis décadas de totalitarismo colorado, jalonan el entierro de la más avanzada experiencia revolucionaria republicana que registra el subcontinente americano en los últimos 200 años.
Ello comenzó con la dictadura popular de José Gaspar Rodríguez de Francia, entre 1813 a 1840, prosiguió con su sucesor Carlos Antonio López, y terminó al medio siglo con el martirio de su hijo, el Mariscal Francisco Solano López en 1865, cuando Inglaterra propulsó a Argentina, Brasil y Uruguay para aniquilar tan ejemplar modelo, algo parecido a lo que desde 1959 intenta Estados Unidos contra Cuba y en la última década con Venezuela, Bolivia, Ecuador, Argentina, Brasil, Nicaragua y Uruguay.
El infame objetivo de Estados Unidos, que su decadencia hace que sus dirigentes continúen aferrados a la creencia de que los guía un Destino Manifiesto de adueñarse del mundo, ha salido airoso en los últimos 60 años en Guatemala, Chile y Perú, y en fechas recientes en Honduras, 2009, y Paraguay 2012, en una artera traición del co-gobernante Partido Liberal, que se prestó al plan de Estados Unidos y de las corporaciones del agronegocio y de la megaminería, para someter al Presidente Fernando Lugo en una mascarada de Juicio Político, repudiado por la conciencia democrática interna e internacional, y la suspensión del país del MERCOSUR.
En su demencia senil, la cabeza imperial ha perdido en otros sitios, aunque su arsenal mediático destaque victorias, omitiendo el carácter pírrico de las mismas, que sólo arrojan la destrucción de países enteros, con culturas milenarias, casos de Kosovo, Irak, Libia, Afganistán, Somalia, y parte del Yemen, Etiopía y Sudán, enfocando ahora toda su cohetería bélica y diplomática sobre Siria, asociado al sionismo masacrador del pueblo palestino.
En la estrategia imperial, el robo de los recursos naturales de los países que no saben defenderse, es algo lógico y natural pero su agresividad ha llegado a tal punto que en muchos casos, ejemplo Libia, ni siquiera pueden beneficiarse con el petróleo como lo habían calculado sus expertos, dado que de un millón y medio de barriles diarios que producía ese país bajo el gobierno de Muamar Khadafi, hoy sólo extraen 160 mil, y deben huir de la furia de la población y del fanatismo oportunista.
El padre ideológico de la derecha morirá matando, no hay dudas, y en su ocaso hace todo lo posible por arrastrar al cementerio a la totalidad de los gobiernos sensibles con los intereses populares.
Este siglo puede convertirse en el sepulturero de la potencia más poderosa que ha conocido la humanidad, pero todo depende de la decisión de los pueblos y de su capacidad para dotarse de dirigencias convencidas de que sólo se librarán del águila rapaz, si tienen conciencia de la necesidad de transformar estructuralmente el mundo, instalando un nuevo modelo de convivencia humana.