En todo el mundo, y también en Chile, se manifiestan signos preocupantes de surgimiento de autoritarismos y propuestas reaccionarias de diverso signo.
Es el punto de llegada de una cultura que, como preconizaba tras la caída del Muro de Berlín el filósofo pop Francis Fukuyama, se concibe a sí misma como el fin de la historia humana.
El supuesto triunfo definitivo del liberalismo y del individualismo burgués, trajo consigo el fin de las ideologías; el fin de las utopías, de los sujetos sociales, de toda trascendencia y por tanto de las éticas deontológicas.
Estas concepciones proscribieron la razón al desván de los recuerdos e impusieron una cultura de un hedonismo chato y un subjetivismo ramplón.
Además, sedujeron incluso a parte de la izquierda y es una de las razones que hicieron posible que posiciones derechistas que fueron sostén de la dictadura militar, se relegitimaran social y políticamente en los noventa.
Éstas, aunque no tengan el mismo peso político que entonces, siguen siendo un factor a considerar y menospreciarlas, una candidez que podría resultar fatal para nuestros pueblos.
El recurso a la irracionalidad, al espontaneísmo, a los comportamientos más pedestres como son la desconfianza, la ira y el temor, es a lo que la derecha -en momentos de crisis política y social como la que se manifiesta en nuestro país actualmente- ha recurrido en ocasiones anteriores.
Ello, pues ayudan a disimular las verdaderas fuentes de la dominación y facilitan las cosas a las soluciones populistas y reaccionarias.
Es una política, mezcla de neoliberalismo decadente, conservadurismo beato, negación de la ciencia y el progreso acumulado por la humanidad, incluidos derechos sociales, políticos y culturales gracias a la expansión de la democracia, para reivindicar en cambio la “tradición”, vinculada a la familia, la patria, la raza y en el pasado, a la vida rural.
Lo peor de todo, es que son posiciones que aún con todo lo que tienen de reaccionario, inmoral y embrutecedor, son presentadas en los medios, gracias a este presunto triunfo del liberalismo y esa cultura noventera para la cual la legitimidad de posiciones culturales, morales, políticas e ideológicas son un asunto estrictamente subjetivo y por tanto, individual, como una más de las “posibilidades” entre las cuales escoger.
Una posibilidad real hoy en día, efectivamente, considerando la bancarrota irremontable del candidato de la derecha tradicional y el empresariado.
En un ambiente cultural decadente, política e intelectualmente pobre como el de la derecha en la actualidad, el autoritarismo, la reacción moral, social e ideológica representa un lugar seguro que obviamente seduce a muchos de los suyos.
Es en ese contexto que el progresivo éxodo de dirigentes y parlamentarios de la UDI hacia la candidatura de JAK tienen no sólo sentido político sino también una lógica histórica y cultural. Pero no sólo la UDI.
También en RN y en todo el sector se puede apreciar la renuncia paulatina pero indeclinable a la reflexión, en beneficio de la defensa de los principios más absurdos, anticientíficos, racistas, autoritarios y clasistas que en cualquier otra parte del mundo harían avergonzarse a quien los escuche.
Semejantes esperpentos deben ser enfrentados con decisión y sin ambigüedades.
Lamentablemente, la candidata de Nuevo Pacto Social, la senadora Yasna Provoste C., los ha interpretado erróneamente como una oportunidad para irse por el supuestamente ancho y seguro camino de en medio, en lugar de enfrentarlos como lo que son, el obstáculo, la última línea de defensa del modelo.
Lamentablemente, por ese camino no va a llegar muy lejos.
En lugar de formar un frente común con la izquierda para denunciar y combatir las posiciones reaccionarias y protofascistas, busca ponerse por sobre las contradicciones reales –en este caso, las que propugnan el fin del neoliberalismo y la Constitución de Pinochet y las que recurriendo al dogmatismo y el prejuicio social y político, pretenden salvar lo que se pueda de él- para sacar dividendos electorales.
Craso error de los estrategas de su comando o supervivencia innecesaria de las concepciones concertacionistas.
Es ineludible hoy por hoy tomar partido en la contradicción que agita a la sociedad.
El riesgo de la intrascendencia ya cobró su primera víctima antes de las elecciones.
Pero en segundo lugar, y sobre todo, porque esta elusión manifestada en posiciones centristas que intentan ponerse por sobre las contradicciones reales de la sociedad, le facilita las cosas a la reacción.
Lo legitima como si se tratara de una posición racional cuando se trata realmente de fascismo puro y duro, dejando a la sociedad a merced de su charlatanería, su intolerancia y su violencia.
El fascismo de Kast, es la última línea de defensa del modelo. No se sostiene sobre argumentos racionales sino sobre prejuicios, dogmas y actitudes.
Tiene sentido solamente en tanto que el neoliberalismo y la Constitución de Pinochet no se pueden seguir sosteniendo en un discurso aparentemente racional.
Su única manera de hacerlo es recurriendo a la violencia verbal y física, a la mentira y la difamación.
Son conductas que en una sociedad democrática no se deben aceptar ni tolerar.
Muy probablemente su misma charlatanería y agresividad terminen por alejarlo del electorado que se ha manifestado consecutivamente en todas las últimas elecciones a favor de cambios de fondo al sistema político, económico y social.
Sin embargo, se va incubando en el subsuelo de una sociedad despolitizada por treinta años de un neoliberalismo que introdujo una fe de carbonero en el mercado, la competencia y el individualismo, el germen del fascismo que primero, va ganando posiciones en la derecha y que más adelante puede terminar por imponerse a toda la sociedad.
Ejemplos históricos hay de sobra.
Es respecto de ese peligro que los demócratas deben prepararse y tomar posición.
Eludirlo tras el expediente facilón de ponerse en medio, equivale a tolerarlo abriéndole las compuertas de una sociedad en crisis por la responsabilidad de los mismos que tras el discurso tradicionalista ocultan sus profundos vínculos y responsabilidad con el neoliberalismo.
(*) Profesor de arte