Como una pesadilla, o un monstruoso deja-vu, la derecha cavernaria de Argentina, tan bien representada por el decadente Mauricio Macri, quedó instalada a la vuelta de la equina de la Casa Rosada, luego de las elecciones PASO del 12 de septiembre, anticipo de las elecciones de mitad de término, el próximo 14 de noviembre.
El gobierno del presidente Alberto Fernández y la vicepresidente, Cristina Fernández, sufrió una ruda y hasta cierto punto inesperada derrota.
Sin embargo, una mirada más detenida muestra la verdadera naturaleza de la crisis.
Y esta, siendo estructural, no es algo que se pueda resolver mediante una elección u otra.
Indice
- Crónica de una derrota no anunciada
- Una reflexión sobre la crisis política
- La crisis en el gobierno argentino tras las PASO
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El kirchnerismo en su peor momento
Crónica de una derrota no anunciada
Lara Goyburu. (*)
El gobierno de Alberto Fernández y Cristina Kirchner sufrió una dura derrota electoral en las elecciones primarias, que funcionaron en la práctica como un simulacro de las elecciones de mitad de término que se llevarán adelante el próximo 14 de noviembre, a manos de la centroderecha aglutinada en Juntos por el Cambio.
Las elecciones argentinas del 12 de septiembre fueron Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO), en las que toda la ciudadanía es convocada a elegir la conformación de las listas de las fuerzas políticas que aspiren a presentar candidaturas para competir en las elecciones generales, en este caso las elecciones legislativas intermedias del 14 de noviembre.
Estas, como ya ha mostrado suficientemente la ciencia política local, contribuyen a ordenar y concentrar la oferta electoral habilitando la competencia interna en aquellos espacios que la tengan, así como obligar a todas las fuerzas aspirantes a presentar candidaturas en las elecciones generales a superar el 1,5% del padrón electoral para poder hacerlo.
Pero para quienes votan, y para quienes se postulan, es una especie de primera vuelta, por lo que los resultados se leen como los de una elección común y silvestre.
Y, en este caso, lo que se puede leer es una tan imprevista como contundente derrota del peronismo en el poder a manos de la centroderecha que tiene al ex-presidente Mauricio Macri como referente y al actual jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta, como presidenciable para 2023.
Si estas hubieran sido las elecciones generales, el bloque opositor de Juntos por el Cambio alcanzaría la primera minoría en la Cámara de Diputados, y el oficialista Frente de Todos (peronismo) perdería la mayoría propia en la Cámara de Senadores. De cara a la próxima presentación del Presupuesto 2022, que el Poder Ejecutivo nacional tiene que hacer frente al Congreso en los próximos días, y a las negociaciones en curso con el Fondo Monetario Internacional (FMI), estos resultados si serían una catástrofe.
Pero son las PASO, y de acá a noviembre -cuando se desarrollará la elección en la que efectivamente quedará conformado el Congreso Nacional que acompañará a la gestión presidencial de los próximos dos años- el gobierno nacional tiene la oportunidad de, si no revertir el resultado, lo cual parece muy difícil, mejorar su performance de modo de aminorar el fuerte golpe recibido. Por lo pronto, los resultados del domingo fueron un baño de agua fría que el oficialismo no esperaba. La oposición de centro derecha ganó la estratégica Provincia de Buenos Aires, territorio de la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner, pese a que todo el peronismo fue unido, y en la mayoría de las provincias, incluso las de hegemonía peronista.
El voto económico
La situación económica en la Argentina no mejora. No obstante, el oficialismo se esforzó en mostrar datos que mostraban una recuperación de la economía, que a sus graves problemas de arrastre sumó los efectos de la pandemia.
Con un gobierno nacional que puso su mayor esfuerzo en el avance de la campaña de vacunación en los últimos meses, llegando a vacunar al 40% de la población con las dos dosis, el gobierno fue flexibilizando las medidas de restricción que caracterizaron los primeros 15 meses de pandemia y así la actividad económica en junio demostró un repunte de 2,5% mensual.
Sin embargo, hace tiempo que, desde varios sectores, propios y ajenos, se le advertía al oficialismo nacional la necesidad de tomar nota (y actuar en consecuencia) de la no recuperación o incluso empeoramiento de variables económicas que hacen al día a día de la vida de las personas, de la no traducción de esta recuperación de las variables macro en la vida cotidiana de, especialmente, los sectores más bajos de la población. Todo lo cual puede verse en la caída del salario real.
Las tasas de pobreza e indigencia, aun con las políticas de transferencias monetarias de 2020, se mantienen actualmente en torno de 42% y 10,5% respectivamente. Estos índices son especialmente dramáticos si se hace un recorte de la población de 0 a 17 años. Para esta porción de la población, de acuerdo con el Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina (UCA), la pobreza asciende a 62,5% y la indigencia a 15,8%.
En este contexto, el trabajo registrado no logra recuperarse al ritmo de la recuperación de los niveles de actividad, y la presión sobre el salario que ejerce la inflación es cada vez más alta.
A su vez, el acceso a la vivienda dejó de ser una posibilidad alcanzable no ya para los sectores bajos de la población, sino para la clase media trabajadora. Justo ese, el voto que inclina balanzas para cualquier lado de la «grieta» que divide a la sociedad argentina.
Con un mercado inmobiliario valuado en dólares en la Argentina, la falta de acceso al crédito y políticas publicas oficiales insuficientes para satisfacer la demanda habitacional esto se manifiesta hoy con toda crudeza.
Por supuesto, estos no son problemas nuevos; la pandemia puso de relieve problemas estructurales que las recetas coyunturales de ninguno de los últimos gobiernos, ni progresistas ni conservadores, han podido resolver. La demanda por trabajo registrado, salarios suficientes, acceso a la vivienda, y las propuestas claras del cómo, cuánto y para quién, con recursos extraídos de dónde fueron temas que sobrevolaron la campaña con señalamientos desde la oposición y sin que el oficialismo diera respuestas concretas más allá de propuestas de futuro que no satisficieron, a decir de las urnas, las demandas del presente.
El avance en las agendas del siglo XXI, vinculadas al acceso a derechos y diseños de políticas para la promoción de industrias que atraen divisas, pero no generan trabajo en el corto plazo ni para grandes porciones de la población, se topó con una Argentina heterogénea que aun arrastra problemas del siglo XX.
Mientras la política de vacunación avanza, la oposición capturó más rápidamente que le oficialismo el agotamiento de la pandemia como recurso retórico, aprovechando además electoralmente los errores autoinfligidos del oficialismo nacional, como el denominado «vacunatorio vip», el cumpleaños de la primera dama en medio del confinamiento y otros traspiés cometidos durante el último año por el gobierno de Alberto Fernández.
Participación, coaliciones y terceras fuerzas
Según datos de la Cámara Nacional Electoral la participación electoral rondaría el 68%, y si bien es cierto que es la participación más baja desde la implementación de las PASO, no es un porcentaje menor en un escenario de pandemia y descontento social. Acá no hay crisis de representación.
A este dato que puede ser leído como positivo, se suma que alrededor del 70% del voto a nivel nacional se concentró en las dos grandes coaliciones que hoy dominan el escenario político nacional: Juntos por el Cambio (que incluye, entre otras fuerzas, al macrismo y a la Unión Cívica Radical) y el Frente de Todos (una coalición panperonista).
El bi-coalicionismo es ya una realidad presente en la Argentina para el votante promedio, las PASO incentivan su supervivencia y esto implica mayores incentivos para los actores políticos para no romper con sus aliados.
Sin embargo, esta lectura seria miope si no se da cuenta de dos fenómenos que, si bien territorializados, llaman la atención en el escenario local.
El experimento de la alt-right criolla, personificado en la candidatura de Javier Milei por la fuerza La Libertad Avanza recogió 14% de los votos en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Con un discurso libertario de derecha, este excéntrico economista atrajo el voto joven y capturó el descontento de porciones de la población metropolitana vinculado a la presión del Estado sobre la actividad privada, e incluso canalizó las frustraciones de posiciones de los sectores más bajos de la población que interpretan que la ayuda del Estado no compensa la realidad que viven, y logró construir un ethos local que se tradujo en votos. Fue, no obstante, un fenómeno limitado a la Ciudad de Buenos Aires.
Por su parte el Frente de Izquierda y los Trabajadores (FIT, trotskista), prácticamente la única izquierda fuera del Frente de Todos, mejoró sus guarismos electorales. En los dos grandes distritos, Ciudad y provincia de Buenos Aires obtuvo el 6,23% y 5,1% de los votos respectivamente, así como alcanzó a convertirse en la tercera fuerza en la provincia de Jujuy (en el norte argentino fronterizo con Bolivia) con 23% de los votos.
Para evitar una merma de votos por derecha como en 2019, Juntos por el Cambio abrazó a gran parte de la derecha metropolitana en la candidatura de López Murphy, y otros candidatos con discursos más radicales, que hoy juegan por dentro de la coalición.
Finalmente, el gran ganador del que pocos hablan es el centenario partido al que se ha dado por muerto varias veces, pero sigue ahí resucitando. Los resultados en el nivel local de la Unión Cívica Radical
-parte de Juntos por el Cambio- dan cuenta de que el partido que lideró la transición democrática con Raúl Alfonsín y en estos años giró a la centro-derecha fue, es y seguirá siendo un socio necesario para cualquier coalición que busque disputar poder al pan peronismo nacional.
La candidatura del neurólogo Facundo Manes en la provincia de Buenos Aires obtuvo resultados, especialmente en el interior provincial, que muestran a las claras que, aunque el partido no logre hace ya décadas impulsar un liderazgo nacional aglutinante, si tienen estructuras locales vitales que se muestran útiles a la hora de las elecciones.
Lo que se viene
Restan exactamente dos meses de cara a las elecciones parlamentarias de noviembre. El oficialismo nacional no tiene demasiado tiempo ni márgenes para recuperarse de esta derrota. En un contexto de negociaciones con el Fondo Monetario Internacional (FMI) donde la estabilización de las variables macro se vuelven un imperativo, la posibilidad de mejora de las variables micro vía trasferencias monetarias tiene límites muy estrechos.
Los desafíos son muchos para el gobierno, y con la derrota vuelven a emerger las pujas internas entre «albertistas» y «cristinistas», que se tradujeron en frases públicas de la vicepresidenta sobre los «funcionarios que no funcionan», pujas dentro del espacio oficialista sobre las políticas de seguridad, y sectores del kirchnerismo desanimados con un gobierno al que consideran demasiado «centrista».
Hoy cambiar a las autoridades económicas -que son parte del «albertismo»- se complica ya que se encuentra en proceso la negociación con organismos internacionales de crédito que son claves para la recuperación económica.
Qué puede pasar en los próximos días es tarea de adivinadores, y no de politólogos ni politólogas, que, a las postres, tampoco avizoramos semejante derrota del oficialismo.
Para Juntos por el Cambio, por su parte, el desafío está en retener los votos obtenidos, evitar el crecimiento de una derecha externa que no avizora intenciones de dialogar futuro, y lograr capturar el mayor porcentaje de ese alrededor del 30% del padrón que no se presentó a votar en estas PASO.
Finalmente, para la Argentina, y más allá de los resultados del último domingo y de los del 14 de noviembre, resta poner sobre la mesa una discusión que es esquiva pero necesaria: la estabilización de las variables macro y micro de la economía sin costos sociales mayores a los que actualmente existen llevan mucho más tiempo que los dos años que las reglas actuales imponen entre elección y elección, sometiendo al sistema político nacional a un estrés que se presenta como impedimento para los acuerdos sectoriales de largo plazo necesarios para dar respuesta a los problemas estructurales que la pandemia desnudo con toda su crudeza.
(*) Licenciada en Ciencia Política por la Universidad de Buenos Aires y magíster en Ciencia Política por la Universidad Torcuato Di Tella. Es profesora en ambas casas de estudio. Es integrante de la Red de Politólogas.(*)
Fuente: Brecha, 17 de septiembre 2021
Una reflexión sobre la crisis política
Rolando Astarita (*)
A pocas horas de la derrota electoral del oficialismo se ha desatado una profunda crisis política. La vicepresidente presiona al Gobierno mediante la renuncia de los ministros y altos funcionarios alineados con ella. Y Alberto Fernández busca apoyo en gobernadores, intendentes, la CGT y los movimientos sociales oficialistas. Al momento de escribir estas líneas la crisis sigue abierta, y es imposible prever su evolución. Pero sí es necesario bucear en las raíces últimas del conflicto.
En este respecto, desde la izquierda se ha adelantado un análisis que, sintéticamente, dice: a) el trasfondo de la crisis política es la derrota electoral; b) todas las partes en conflicto defienden, en esencia, la misma política económica, caracterizada por la subordinación al FMI; c) por lo tanto, aquí está en juego una discusión por cuotas de poder. No habría otro contenido. En particular, se subraya que el sector pro – K no representa ninguna propuesta progresista o nacionalista.
Se trata de la misma caracterización que sostenía la mayoría de la izquierda en la elección de 2019: “todos [Juntos por el Cambio, Frente de Todos] son agentes del FMI” (para una crítica, véase aquí).
Pasados dos años se sigue con lo mismo: “son todos iguales”. Por lo tanto la crisis se debe solo a una lucha por el poder.
Simplista y reductiva
Pues bien, considero que la anterior caracterización de la situación de la clase dominante es simplista y reductiva.
En la nota de 2019 decía: “… las fuerzas burguesas, o pequeñoburguesas, expresan intereses distintos, y tienen orientaciones distintas. No se pueden pasar por alto estas diferencias”.
Por ejemplo, en la coalición oficialista están desde maoístas y PC, hasta burócratas y funcionarios de la tradicional derecha peronista. Es imposible que semejante sopa heterogénea tenga coincidencias de fondo en políticas y programa económico.
Entre otras, existen diferencias en torno a cuánta intervención estatal (controles de precios, estatizaciones) en la economía; sobre si proteccionismo o apertura de la economía; sobre la relación entre exportaciones y mercado interno; sobre si financiar el déficit fiscal con más emisión monetaria o tomando más deuda; y sobre la cuantía de subsidios y planes.
Los alineados con el pensamiento K pugnan por imponer una orientación más estatista y nacionalista, y los que se agrupan en torno a Alberto Fernández resisten esa presión. Y para el capital estas posiciones no dan igual.
De ahí la euforia con las acciones y bonos argentinos cuando llegan noticias del retroceso del kirchnerismo; y la reacción opuesta cuando ven que avanza. Esto no se puede explicar diciendo “son todos iguales” y al capital (o al FMI) le da lo mismo quién gane.
Por lo tanto, es infantil negar que existen diferencias. Y estas se profundizaron a partir del resultado electoral. Por eso, algunos dirigentes dicen que la pérdida de votos del Frente de Todos se debe a que el gobierno no fue lo suficientemente “nacional y popular” (el argumento es contrafáctico; pero algunos también muestran el crecimiento de la izquierda).
Y otros sostienen que la pérdida se debió a que la economía está muy mal, y es necesario avanzar hacia “los equilibrios macroeconómicos” (y muestran el crecimiento electoral de la “derecha pro-mercado ortodoxa”).
Y entre estas posturas polares encontramos una variedad de posiciones. Es cierto entonces que todos dicen querer arreglar con el FMI, pero eso no agota las cuestiones en disputa. Con el agregado de que, por fuera de las negociaciones con el Fondo subyace la presión del capital que, de conjunto, exige lo mismo que el FMI –la “flexibilización” laboral en primer lugar- para volver a invertir.
La fractura es real
Por lo tanto, la fractura es real porque las diferencias son reales. Repetimos, no existe una clase dominante homogénea. En su seno hay tensiones y diferencias que se corresponden a posiciones de clase distintas, y tienen sus correspondientes expresiones políticas.
Incluidas, cómo no, las expresiones “radicales” del estatismo y nacionalismo pequeñoburgués –aunque a veces se auto consideren “marxistas”. Las brutales peleas por el poder, como ocurre hoy en Argentina, enraízan en intereses, orientaciones y programas de clases y fracciones de clases distintas y hasta opuestas.
Por último, ¿significa lo anterior que los marxistas debemos considerar más progresista a la fracción nacional-estatista? No, en absoluto.
El programa nacional-estatista burgués, o pequeñoburgués, no tiene nada de progresivo para la clase obrera. El progresismo nacionalista burgués no tiene manera de responder a la huelga de inversiones, al movimiento globalizado de los capitales y a la presión que ponen sobre las políticas de los gobiernos.
Por eso también en la actual coyuntura –entre otros elementos, quietud y desorientación de la clase obrera ocupada- no existe posibilidad alguna de que haya una salida progresiva, para los explotados y oprimidos, de la crisis en curso.
Reconocer que existen diferencias en la clase dominante no es sinónimo de apoyar a alguna corriente burguesa contra la otra.
(*) Profesor de economía de la Universidad de Buenos Aires.
Fuente: Blog del autor https://rolandoastarita.blog/
La crisis en el gobierno argentino tras las PASO
Fabián Kovacic (*)
Mientras la vicepresidenta se distancia de la conducción económica presidencial, el macrismo de Horacio Rodríguez Larreta celebra un resonante triunfo y la ultraderecha se prepara para entrar al Congreso en noviembre.
La decisión del ministro del Interior de Argentina, Eduardo de Pedro, de poner a disposición su cargo ante el presidente, Alberto Fernández, por la derrota electoral del domingo desató la crisis en la coalición oficialista.
Lo siguieron los ministros de Ambiente, Juan Cabandié; Cultura, Tristán Bauer, y Ciencia y Tecnología, Roberto Salvarezza, los tres más cercanos a la vicepresidenta, Cristina Fernández.
A ellos se sumó media docena de funcionarios de segunda y tercera línea también del ala dura que responde a Cristina Fernández. «Esto es una masacre insólita y ridícula, porque todos tenemos buenos números de gestión para mostrar en plena pandemia», confió a Brecha un ministro cercano a Alberto Fernández.
El miércoles estalló la crisis e inmediatamente quedaron expuestos los protagonistas de la puja. El sector liderado por Cristina Fernández protesta por la estrategia electoral que le hizo perder votos en provincias donde la imagen pública de la vicepresidenta es mayor que la del propio gobernador.
Este jueves, Cristina publicó una explosiva carta donde acusa al presidente y su entorno de no escuchar sus propuestas y críticas a «una política de ajuste fiscal equivocada que estaba impactando negativamente en la actividad económica y, por lo tanto, en el conjunto de la sociedad y que, indudablemente, iba a tener consecuencias electorales». «No lo dije una vez… me cansé de decirlo… y no sólo al Presidente de la Nación», remata.
La tremenda derrota del domingo, de repetirse con los mismos números en las elecciones legislativas de noviembre, dejaría al peronismo, por primera vez desde 1983, sin mayoría propia en el Senado –la cámara presidida por la vice–, un espacio clave no solo para el tratamiento de leyes, sino también para el vínculo con los gobernadores peronistas.
El titular de la Cámara de Diputados, Sergio Massa, líder del Frente Renovador y potencial presidenciable en 2023, reunió esta semana a su sector para analizar la situación y dar un tibio apoyo al presidente.
Mientras tanto, los ministros fieles a Alberto Fernández analizaron la situación en la Casa Rosada, ratificaron su permanencia en el gabinete y sumaron el apoyo de la Confederación General del Trabajo, los gobernadores peronistas y algunos movimientos sociales, como el Movimiento Evita, de arraigada inserción territorial en el Gran Buenos Aires y media docena de provincias donde el gobierno sufrió la derrota el domingo.
Cristina Fernández tiene su principal apoyo en su partido, Unidad Ciudadana, y en la organización La Cámpora, liderada por su hijo Máximo Kirchner, cabeza del bloque de Diputados del frente oficialista y con influencia directa en la gobernación de Buenos Aires, gestionada por el exministro de Cristina Fernández, Axel Kicillof.
El reclamo de este sector apunta directamente a lo que entiende como una gestión deficiente del presidente y dos de sus colaboradores: el ministro de Economía, Martín Guzmán, y el de Desarrollo Productivo, Matías Kulfas.
La propia vicepresidenta llamó a Guzmán en la tarde del miércoles para aclararle que ella jamás pidió su renuncia. Para Guzmán fue un día D: no solo estuvo a punto de salir del elenco oficial, sino que ese mismo día presentó el proyecto de la ley de presupuesto 2022 con las proyecciones económicas y los ajustes planteados para saldar la deuda contraída por el gobierno de Mauricio Macri con el Fondo Monetario Internacional (FMI).
Los voceros de Guzmán y Kulfas confirmaron a Brecha que los ministros siguen, pero no se sabe por cuánto tiempo.
Para contrarrestar la derrota del domingo, el presidente estudia tres medidas concretas: un aumento del 10 por ciento para todos los salarios, un incremento del 11 por ciento para los bonos de los jubilados y los pensionados, y modificaciones impositivas a favor de la clase media, golpeada por la inflación en medio de la pandemia. Lo cierto, al cierre de esta edición, es que la interna oficial así expuesta quiebra, quizá de forma definitiva, una alianza de 19 partidos que llegaron para frenar la debacle liberal causada por cuatro años de macrismo.
Los políticos antipolíticos
Antes de las elecciones, Javier Milei reconoció que fue asesor del exgobernador de Tucumán impuesto por la dictadura, el exmilitar condenado por delitos de lesa humanidad Antonio Bussi, cuando este fue diputado, en los años noventa. Además, llevó como segunda en su lista a la abogada Victoria Villaruel, defensora de militares con prontuarios similares al de Bussi.
No en vano, en su plataforma electoral apuntan a terminar con los juicios por delitos de lesa humanidad en el país. Por otra parte, a pesar de su prédica antiestatista, el carismático economista trabaja actualmente para el grupo empresarial de Eduardo Eurnekian, el cuarto mayor contratista del Estado argentino, beneficiado por diversos subsidios y concesiones públicas.
Nada de eso impidió que el ícono mediático, hasta hace poco outsider del mundillo político, cosechara algo más del 13 por ciento en las elecciones primarias, abiertas, simultáneas y obligatorias (PASO) del domingo en la capital argentina, donde fue la tercera fuerza, mientras que su socio en la provincia de Buenos Aires, José Luis Espert, se quedó con algo más de 4 puntos porcentuales y mejoró su performance como precandidato presidencial en 2019.
«Milei representa la reacción de los votantes que vieron en el primer Macri el ideario de la antipolítica. Para 2015, cuando llegó a la presidencia, Macri había perdido ese discurso y negoció con el mundo político para poder gestionar», señala a Brecha el consultor Raúl Aragón. «Son experiencias que generalmente no duran mucho en el firmamento político, pero pueden producir cimbronazos en el sistema» y torcer el rumbo de la discusión pública, remata. Lo cierto es que, de repetir los números del domingo en las parlamentarias de noviembre, tanto Milei como Espert se asegurarían una banca en Diputados.
Con su típico discurso antipolítico y verborrágicamente desaforado, tras conocerse los resultados el líder de Avanza Libertad señaló en LN+ al jefe de gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, como «el gran perdedor en la ciudad», por el crecimiento, a sus expensas, de la nueva fuerza derechista. Lo cierto es que Rodríguez Larreta fue el ideólogo del victorioso enroque de la campaña macrista entre María Eugenia Vidal y Diego Santilli.
La exgobernadora pasó de ser candidata en la provincia de Buenos Aires a postularse por la capital, donde finalmente se quedó con el 48 por ciento de los votos.
Santilli, que fue de la capital a la provincia, logró triunfar en la interna partidaria sobre el neurólogo Facundo Manes y, sumando los votos de ambos, superó al peronismo. A nivel nacional, Juntos por el Cambio (J×C) logró el 40 por ciento de los votos, frente al 31 por ciento del Frente de Todos, mientras que la tercera fuerza fue la izquierda trotskista, que consiguió el 6 por ciento y en la provincia de Buenos Aires superó a Espert.
Deuda oficial
«Con la macroeconomía ordenada no se ganan elecciones» fue la frase repetida en la Casa Rosada el lunes, tras la derrota. El gobierno busca entender por qué su renegociación de la deuda externa con los privados y el FMI, su estabilización de las cuentas generales y sus anunciados proyectos de obras públicas no alcanzaron a la hora de seducir al votante. Por eso el gobierno piensa anunciar con cierta urgencia el paquete de medidas económicas en alivio de las clases medias de cara a noviembre.
Si la derrota del Frente de Todos en seis de las ocho provincias que elegirán senadores en noviembre se repitiera con números similares a los del domingo, el peronismo perdería dos senadores y pasaría a tener 35 bancas.
El nuevo Senado podría albergar 31 asientos para J×C y seis para los partidos provinciales, poniendo en aprietos el cuórum peronista. Algo similar ocurriría en Diputados, donde el peronismo pasaría de 120 a 116 legisladores, mientras que J×C crecería de 114 a 116. Las dos bancas de diferencia se las llevarían la buena elección de Espert en Buenos Aires y la de Milei en la capital.
Pero en noviembre habrá que ver hacia dónde se vuelca el 6 por ciento de los votos que suman los partidos que en las PASO no alcanzaron el piso requerido del 1,5 por ciento, si se modificará el 6 por ciento de los votos en blanco y anulados, y si el 33 por ciento de los empadronados que no concurrieron al cuarto oscuro esta vez lo hará. «Escuchamos el mensaje de la sociedad y mañana nos pondremos a trabajar para revertir este resultado», dijo Alberto Fernández sobre la medianoche del domingo, en un escenario originalmente montado para festejar un triunfo.
Corresponsal de Brecha en Buenos Aires. Estudió periodismo en TEA donde dicta clases desde 2009. Es docente en la Carrera de Ciencias de la Comunicación de la UBA desde 1999 y Editor en la agencia de noticias de esa carrera.
Fuente: Brecha, 17 de septiembre 2021
El kirchnerismo en su peor momento
Carlos Abel Suárez (*)
Tras una campaña electoral caracterizada por la ausencia de ideas y abundancia de grotescos, la estrepitosa e inédita derrota del peronismo, a lo largo y ancho del país, particularmente en lo que han sido sus bastiones desde el regreso de la democracia en 1983, provocó una grave crisis política.
La pandemia había puesto en duda la realización de las PASO (Primarias abiertas, simultáneas y obligatorias), que originalmente estaban programadas para agosto. Luego de idas y venidas, entre el oficialismo y oposición, se acordó su postergación al 12 de septiembre último y las elecciones de medio termino se pasaron de octubre al 14 de noviembre.
La coalición oficialista definió una única lista de candidatos a la usanza del peronismo, por lo que sólo competían por candidaturas y en algunos distritos electorales, los partidos opositores.
La sorpresa fue mayúscula. Todas las encuestas advertían que los números no andaban bien para el gobierno, pero esperaban un triunfo ajustado en el conurbano bonaerense, la madre de las batallas, el histórico fuerte del peronismo en todas sus variantes.
Sucedió que el oficialismo perdió unos 5 millones de votos con relación a las PASO de 2019. Tal diferencia, aunque se trate de un simulacro, provocó desde la madrugada del lunes 13 un terremoto político, que habría encontrado un equilibrio precario, con daños todavía no contabilizados, luego de cinco días de peleas y negociaciones, algunas a voz cantante.
Hay un apotegma en la mitología del peronismo que dice que todo puede ser perdonado menos la derrota. Pasadas las primeras horas de estupor, comenzó la búsqueda del culpable. El presidente Alberto Fernández en un improvisado discurso dijo esa misma noche que si se habían cometido errores iban a ser revisados y corregidos.
La vicepresidenta, Cristina Fernández de Kirchner (CFK), que compartía el escenario no pronunció palabra, pero su rostro y su gesto hacia la principal candidata en la lista de la provincia de Buenos Aires (que responde a Alberto Fernández), dijeron mucho.
A las pocas horas se conoció una carta de CFK dirigida al presidente, ampliamente difundida por las redes y los medios de comunicación del Estado, recordándole que ella lo había puesto en ese cargo.
Resumiendo, le pasa factura por la derrota, y en términos imperativos le pide una rectificación del rumbo, recordándole que, en una charla privada, ya le había sugerido reemplazar al jefe de Gabinete, al tiempo que proponía un candidato en su reemplazo.
Simultáneamente todos los ministros y funcionarios que responden a la Cámpora, la agrupación dirigida por su hijo Máximo, presentaban su renuncia. De ese modo, con esa suerte de ultimátum, la coalición que unificó al peronismo y ganó las elecciones de 2019 quedó colgada de un hilo.
A diferencia de otros tiempos, la calle no fue noticia. El Movimiento Evita llamó a una marcha hacia la Plaza de Mayo en apoyo del presidente, pero rápidamente fue desactivada.
Alberto Fernández, tras negociaciones con su equipo leal, designó un nuevo gabinete, advirtiendo que era de transición para enfrentar la coyuntura hasta las elecciones. Cotejando la trayectoria de los flamantes ministros con el tono y contenido de la carta de CFK, la crisis política parece haberse saldado con una rendición del presidente. La serie Borgen quedó opacada si la comparamos con la intimidad del poder político argentino durante los últimos meses.
Del viejo gabinete sobrevivieron muy pocos aliados de Alberto Fernández. Su vocero, que había sido acusado directamente por CFK de operaciones de prensa en su contra, renunció.
El jefe de gabinete, Santiago Cafiero, también un blanco de Cristina, fue trasladado a Cancillería, dejando en el aire al canciller Felipe Solá que estaba en México por pronunciar un discurso en la reunión de la CELAC.
Quedaron confirmados todos los ministros que responden a CFK y se agrega como jefe de Gabinete, Juan Manzur, el candidato de Cristina, actual gobernador de Tucumán y ex ministro de Salud.
Un personaje destacado por sus vínculos con la Iglesia, antiabortista a lo Trump, y uno de los hombres más ricos de su provincia. También se incorpora como ministro de Seguridad, Aníbal Fernández, quien fuera jefe de Gabinete en el anterior gobierno de CFK, y uno de los padres de la derrota de 2015 cuando fue candidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires, mientras que Julián Domínguez, hombre del Opus, retorna al ministerio de Agricultura y Ganadería.
La rosca política se olvida de estos números
El salario real está en su registro más bajo desde la última década. La inflación anualizada supera el 50 por ciento, licuando salarios, jubilaciones y pensiones, aumentando inusitadamente la pobreza e indigencia. La pandemia profundizó un proceso de estancamiento económico de diez años, una década donde el PBI per cápita cayó un 15%. A la salida de la crisis del 2001, la mayor de la historia argentina, los subsidios focalizados alcanzaban a 2 millones de personas, ahora son 22 millones quienes reciben algún tipo de asistencia del Estado.
Durante el kirchnerismo, terminado el ciclo del boom de las materias primas, se disparó la pobreza, aunque se pretendió tapar interviniendo el INDEC y adulterando las estadísticas. Luego pegó un salto con la devaluación del entonces ministro de Economía Axel Kicillof, se agravó durante la horrible gestión económica de Mauricio Macri y sigue en franco aumento en los dos últimos años.
Este balance tan desastroso, al que se pueden agregar numerosos datos, no fue leído bien por el gobierno, ensimismado en la política de maniobras, calculando que la capacidad de administrar la pobreza en el conurbano bonaerense -a lo que se va reduciendo la gestión del peronismo- era suficiente para salir airosos de la elección de medio término. No repararon en algo que sí medían bien las encuestas que es al grado de rechazo, de imagen negativa, que acumulan la mayoría de los dirigentes, oficialistas y opositores.
Otras lecturas de las PASO
La baja participación, el 66,2%, con relación a las PASO precedentes donde la concurrencia fue mayor, alcanzando el 74,91% en 1975, más el voto en blanco, que superó la tasa habitual en algunos distritos electorales, permite especular sobre su posible participación en noviembre y, en tal caso, en qué medida modificar los resultados finales.
Sin embargo, son conjeturas, que difícilmente podrían cambiar los números determinantes.
Es importante destacar que, de repetirse los números de las PASO en las elecciones de noviembre, la izquierda podría superar el millón de votos y elegir cuatro diputados.
Esta posibilidad está abierta en tanto se desgrana el voto de trabajadores y trabajadoras que tradicionalmente se canalizaban al peronismo. Podrían repetirse casos como en Jujuy donde un obrero, candidato del FIT, alcanzó el 23 por ciento de los votos.
En la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA) una parte del voto bronca o antipolítico fue captado por un personaje extravagante, Javier Milei, autodefinido como “libertario” que logró en las PASO 138.000 votos, 13,6%, y podría en noviembre elegir cuatro parlamentarios. Se presenta vestido como una estrella de rock, peinado a lo Trump, de quien se dice admirador –no olvida asimismo a Bolsonaro- y según la audiencia a la quiera dirigirse, canta éxitos de La Renga o recita los autores de la escuela de economía austríaca.
Despotrica contra el Estado, quiere eliminar el Banco Central, etc., todo el catecismo, pero de pronto agita la consigna “Argentina Potencia”, que identificaba al “brujo” López Rega, cofundador de la Triple A.
Igual que el brujo, convoca a una cruzada anticomunista, antisocialista, donde mete en la misma bolsa a Adam Smith, Marx, Keynes, Alfonsín y a quien se le pasa por la cabeza.
También sostiene que el calentamiento global es una mentira, lo que dio lugar a una crítica contundente (ver aquí). Lo preocupante de Milei es que las primarias mostraron que su base electoral está entre los jóvenes de los barrios más pobres de la ciudad. Y puede crecer.
Vale recordar aquella reflexión de Trotsky frente a la emergencia de Hitler y del nazismo: es el vómito decía, de todo aquello que la sociedad capitalista no pudo digerir. Los jóvenes que escuchan ese discurso anti Estado, no sospechan que Milei fue empleado y está financiado por empresarios que hicieron toda su fortuna en su relación con el Estado.
(*) Integrante del comité de redacción de Sin Permiso
Fuente: Sin Permiso, 19-9-2021