En su convencimiento, nació para dirigir este país. Y no es que le falte pedigrí para el efecto.
Su bisabuelo fue nada menos que Benjamín Vicuña Mackenna. Su padre, Claudio Orrego Vicuña, fue acusado de trabajar para la CIA en los años sesenta, y conspiró como casi toda la Democracia Cristiana en contra del gobierno popular de Salvador Allende.
Es decir, su anticomunismo, en el sentido amplio del concepto, le viene de nacimiento. Su aversión hacia todo lo popular es cosa genética y militante, casi religiosa.
Hoy Orrego es la última cornisa a la que se aferra el duopolio para evitar la caída absoluta, el desfonde definitivo. Viene a ser el niño símbolo de todo lo que la gente no quiere y rechaza. Su derrota cambiaría las cosas de castaño a oscuro.
El proceso de desfonde del sistema político no comenzó en aquel octubre de nuestros recuerdos tibios. Los rasgos de un agotamiento del modelo incapacitado de ofrecer cierta dignidad en la vida de la gente más carenciada, viene desde mucho antes.
Durante este lapso el sistema hizo todo lo que estuvo a su alcance para corregir con migajas y manipular con mentiras a la gente que siguió a la espera de la alegría que llegó solo para los que se hicieron ricos afirmados en el sufrimiento del pueblo castigado.
Da la impresión de que el sistema se las arregló para que el castigo por intentar la construcción de un país humano que comenzó aquel lejano 1970, lo han querido extender hasta nuestros días. La pedagogía de horror dio paso a una cultura que llevó a la gente castigada a admirar a su verdugo.
Lo que dirigió el país en los últimos treinta años ha sido una trenza tal, que a ratos es posible confundir quienes fueron instigadores, colaboradores, cómplices y encubridores de la dictadura, con quienes alguna vez fueron sus enemigos.
El caso es que esa confusión estimulada por una idea de país plagado de celulares, antenas parabólicas, automóviles y deudas infinitas, estaría llegando a su límite máximo.
Y Orrego es un nítido representante de esa cultura que da sus primeros resuellos de agonía. Uno de los últimos adalides gastados y revenidos que buscan un triunfo más bien simbólico que les permita aferrarse a algo luego del comienzo del naufragio.
El democratacristiano ha hecho una carrera impulsada por sus orígenes en la aristocracia más que por sus limitados méritos intelectuales y se suponía uno de los cuadros del relevo necesario cuando los antiguos carcamales ya se retiraran. No escatimó en esfuerzos para mostrarse como disponible y adecuado.
Hizo gala de sus rasgos ideológicos acomodando sus opiniones según el estado del tiempo. Así, fue un entusiasta y compresivo admirador del movimiento estudiantil del 2011, pero cuando fue Intendente afloró su gen represivo en contra de esos mismos estudiantes.
Algunos recordarán cuando en el año 2017 desde su cargo de Intendente expulsó al periodista italiano Lorenzo Spairini, por considerarlo una amenaza para el Estado, lo que motivó reclamos de muchos sectores. Al más puro estilo pinochetista
Orrego busca el premio de consuelo de la gobernación de Santiago. Y en esa suerte de única apuesta se podría ir mucho de la cultura concertacionista que fue un fracaso desde el punto de vista de la gente que creyó.
El sistema estará desplegando una urgente campaña del terror: Karina Oliva es el caos y la ingobernabilidad, no tiene idea ni experiencia, estará cercada por aborrecibles izquierdistas chascones y malolientes.
Y, por cierto, la misoginia encubierta propia de esos creyentes de misa diaria: una mujer, joven y desafiante es un peligro fuera de la cocina y del cuidado de los niños.
Se hace un deber propinar a la derecha una derrota de la cual le cueste reponerse.
Jamás debemos perdernos: el enemigo es esa derecha de la que Orrego es un niño símbolo y elegir a Karina Oliva ofrece un momento sublime para un golpe directo a la moral de los prepotentes.
No se descuide ni considere que su voto no vale. Al contrario, súmese y deje sus críticas para otro momento.
Haga que su rebeldía tenga sentido.
Un nuevo tiempo es posible si el pueblo entiende que el derecho de votar lo ganó la gente en largas y cruentas luchas históricas. No fue, nunca ha sido, una benévola concesión de los poderosos.
El voto es un arma de largo alcance si se propone vinculado a la movilización popular ordenada tras un proyecto que le seduzca, lo que es infinitamente mucho más que desfiles, marchas, pañuelos y batucadas.
Ya no es posible que, en los tiempos de la información instantánea, siga triunfando la ignorancia, la desinformación y el miedo.
El próximo domingo deberá quedar clara la importancia de que la gente vote por aquellos que ofrezcan avances, aunque sean pasos iniciales y aún algo tambaleantes.