La cultura es creación de los pueblos, producto de la interacción de hombres y mujeres entre sí y de estos con la naturaleza.
Arte, ciencia, tecnología, son obra del trabajo, de la creatividad y el esfuerzo humanos y pueden ser tanto para hacer más armónica y coherente su relación y la que establecen con su entorno natural como para hacerlo más injusto, opresivo e inhóspito, incluso para hacerlo inhabitable para todos los seres vivos.
La fe ingenua en que la cultura por sí sola es un factor de progreso y bienestar, es una creencia que el capitalismo ya en el siglo XIX desmintió categóricamente y respecto de la cual, incluso, entonces se discutía y salvo el positivismo más recalcitrante, antecedente del neoliberalismo actual, no ha tenido un solo apóstol más desde entonces.
En efecto, la apropiación privada de lo que es un producto social del trabajo de todes, para convertirse en capital, en lugar de ser para uso y disfrute de la humanidad, es precisamente lo que puede determinar que la cultura, en lugar de ser una herramienta de progreso y bienestar; de armonía y desarrollo social y ambientalmente sustentable, se transforme en una fuente de sometimiento, opresión y destrucción de la naturaleza.
Las zonas de sacrificio; el abuso de las empresas con los consumidores; la sobrexplotación de los recursos naturales y de la tierra; la asimetría en las relaciones entre trabajadores y empleadores, entre hombres y mujeres; entre etnias y culturas diversas; también intergeneracionales. En fin, todas son expresión de una cultura basada en el dominio que proviene de la apropiación privada del trabajo y lo producido por la inteligencia y el esfuerzo humanos, para reducirlos a ser solo un eslabón más de la cadena de valorización del capital, origen del poder de una clase sobre el resto de la sociedad y fuente por lo tanto de su opresión e infelicidad.
El neoliberalismo no ha hecho sino agravar todas estas características propias del capitalismo hasta convertirlo en una caricatura de sí mismo. Las relaciones de clase que se expresan en esta cultura basada en la apropiación privada del trabajo, transforman todo en una cosa y a todas estas «cosas» en seres independientes de sus creadores y creadoras, para adquirir una existencia autónoma que se presenta bajo la forma de mercancías.
En el neoliberalismo, para poder acceder a todas estas «cosas», es necesario acudir al mercado. Su posesión se transforma en la finalidad de sus existencias, como si éstas no fueran obra de su propia creación. Por ello el consumismo, no es un efecto indeseado de la cultura del sistema sino una consecuencia fundamental de ésta.
La Constitución de 1980, instaura jurídicamente esta concepción de la sociedad. No es sólo un sistema económico lo que garantiza. Es precisamente la expresión jurídica de la sociedad neoliberal. La legitima política e institucionalmente y la convierte además poco menos que en la fuente natural del orden social expresado en el principio de subsidiariedad del Estado.
Por esa razón, la creencia de que era posible construir otra sociedad y superar el neoliberalismo manteniendo la Constitución del 80 -bajo el supuesto de que eludiendo el problema de su legitimidad sería posible reformarla, tesis sostenida entonces por la Concertación- fue el pecado original de la transición y el origen de la crisis social actual.
El sistema educacional, fue precisamente el instrumento que presuntamente iba a hacer posible la reforma social post dictadura, sin tocar ni una línea de la Constitución. Sin embargo, dentro de los límites del principio de subsidiariedad del Estado, no hizo más que profundizar y consolidar el tipo de sociedad neoliberal contenido en ésta.
Ya en 1995, el entonces Ministro de Educación, Don Sergio Molina Silva, terminaba su presentación de la reforma educacional de Eduardo Frei R. con las siguientes palabras: «El conjunto de políticas que venimos a presentar a este honorable Senado, representan una política cultural». Increíble pero cierto.
Por ello es necesario que en la futura Constitución Política, la cultura sea concebida no como uno más de los derechos que debe garantizar el Estado en el futuro, sino como el principio que la inspire. Una cultura de derechos, de la igualdad, la fraternidad, el trabajo, la libertad, el respeto por el medioambiente que se exprese en un sistema educacional radicalmente transformado y que incluya a todes.