El 11 de enero de 1919, el socialdemócrata alemán Gustav Noske ingresa a Berlín dirigiendo a los Freikorps, que eran grupos de lucha anticomunistas paramilitares, compuestos por ex veteranos del ejército del Kaiser y civiles.
Rosa Luxemburgo y sus camaradas, la base inicial del recién fundado KPD desde diciembre de 1918, son severamente perseguidos. Ernest Meyer y George Ladebour, destacados líderes comunistas, son arrestados.
En la mañana del 15 de enero de 1919, Luxemburgo y Liebknecht escriben sus últimos artículos para la prensa del partido “Bandera Roja”, el de Liebknecht lleva de título «A pesar de todo».
Ese mismo día, los freikorps, en una acción planificada y organizada desde diciembre de 1918, detuvieron y asesinaron cobardemente a Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht durante el gobierno de Friedrich Ebert y bajo la responsabilidad de Gustav Noske, el socialdemócrata que era ministro de Gobierno.
Los dos revolucionarios fueron llevados al Hotel Edén, el centro de operaciones contrarrevolucionarias, y reubicados desde allí para ser golpeados y ejecutados, a pesar de que la versión oficial hablaba del intento de escape de Karl Liebknecht, su cadáver fue entregado como desconocido, y sobre Rosa Luxemburgo que una multitud la había sacado de sus escoltas y no se sabía dónde estaba, cuando la arrojaron del puente de Liechtenstein al Canal Landweth.
La noche del 15 de enero de 1919 en Berlín, Rosa Luxemburgo era una mujer indefensa con cabellos grises, demacrada y exhausta. Una mujer mayor, que aparentaba mucho más de los 48 años que tenía.
Uno de los soldados que la rodeaban, le obligó a seguir a empujones, y la multitud burlona y llena de odio, que se agolpaba en el vestíbulo del Hotel Edén, la recibió con insultos.
Ella alzó su frente ante la multitud y miró a los soldados y a los huéspedes del hotel que se mofaban de ella con sus ojos negros y orgullosos. Y aquellos hombres en sus uniformes desiguales, soldados de la nueva unidad de las tropas de asalto, se sintieron ofendidos por la mirada desdeñosa y casi compasiva de Rosa Luxemburgo.
La insultaron: «Rosita, ahí viene la vieja puta». Ellos odiaban todo lo que esta mujer había representado en Alemania durante dos décadas: la firme creencia en la idea del socialismo, el feminismo, el antimilitarismo y la oposición a la guerra, que ellos habían perdido en noviembre de 1918.
En los días previos los soldados habían aplastado el levantamiento de trabajadores en Berlín. Ahora ellos eran los amos. Y Rosa les había desafiado en su último artículo:
«¡El orden reina en Berlín! ¡Ah! ¡Estúpidos e insensatos verdugos! No os dais cuenta de que vuestro orden está levantado sobre arena. La revolución se erguirá mañana con su victoria y el terror asomará en vuestros rostros al oírle anunciar con todas sus trompetas: ¡Yo fui, yo soy, yo seré!».
La empujaron y golpearon. Rosa se levantó. Para entonces casi habían alcanzado la puerta trasera del hotel. Afuera esperaba un coche lleno de soldados, quienes, según le habían comunicado, la conducirían a la prisión. Uno de los soldados se fue hacia ella levantando su arma y le golpeó en la cabeza con la culata. Ella cayó al suelo. El soldado le propinó un segundo golpe en la sien. El hombre se llamaba Runge.
El rostro de Rosa Luxemburgo chorreaba sangre. Runge obedecía órdenes cuando golpeó a Rosa Luxemburgo. Poco antes él había derribado a Karl Liebknecht con la culata de su fusil. También a él lo habían arrastrado por el vestíbulo del Hotel Edén.
Los soldados levantaron el cuerpo de Rosa. La sangre brotaba de su boca y nariz. La llevaron al vehículo. Sentaron a Rosa entre los dos soldados en el asiento de atrás. Hacía poco que el coche había arrancado cuando le dispararon un tiro a quemarropa.
La noche del 15 de enero de 1919 los hombres del cuerpo de asalto asesinaron a Rosa Luxemburgo. Arrojaron su cadáver desde un puente al canal. Al día siguiente todo Berlín sabía ya que la mujer que en los últimos veinte años había desafiado a los poderosos y que había cautivado a los asistentes de innumerables asambleas, estaba muerta.
Meses después, el 31 de mayo de 1919, se encontró el cuerpo de una mujer junto a una esclusa del canal. Se podía reconocer los guantes de Rosa Luxemburgo, parte de su vestido, un pendiente de oro. Pero la cara era irreconocible, ya que el cuerpo hacía tiempo que estaba descompuesto. Fue identificada y se le enterró el 13 de junio de 1919.
(*) Historiador del Centro de Extensión e Investigación Luis Emilio Recabarren, CEILER