El tiempo se acaba para llegar a un acuerdo de unidad opositora para la conformación de una lista única de candidatos a la Convención Constituyente.
Así por lo menos, lo plantea majaderamente la prensa del sistema.
Los dirigentes de la Concertación han insistido en responsabilizar al Partido Comunista y a los del FA que no concurrieron, sea porque no quisieron o porque no los invitaron a las tratativas para alcanzar tan altruista propósito.
No hay que ser muy inteligente para darse cuenta de que tanta preocupación de La Tercera por la unidad opositora, no es inocente.
Ni tampoco de que el sentido que destacadas personalidades independientes de la izquierda llamando a la unidad le asignan, no está representado ni lejanamente por las declaraciones del Fuad Cahín o Carlos Maldonado, quienes -convengamos- no se han caracterizado por su interés en la unidad opositora y sí más en los «matices».
Todo lo contrario. Pareciera a veces que para los dirigentes de los partidos de la Concertación, de los años gloriosos en que fueron gobierno, en que eran una fuerza hegemónica de la sociedad y del sistema político, no hubieran pasado siquiera un par de semanas.
Tampoco que hubiese habido un levantamiento popular que le planteó a la sociedad y el sistema político tareas de reforma estructural, no cambios graduales como lo que ellos impulsaron en los noventa.
Es más, sus declaraciones parecen repartir indulgencias y condenas como si siguieran siendo esa fuerza hegemónica-lo que ya entonces, era manifestación de un espíritu chovinista y sectario-.
A duras penas, por lo demás, han logrado convocar a su mentada «amplia» unidad a pequeños grupos y personalidades cuya sinuosa trayectoria y escasa representatividad, la ponen en cuestión.
El problema en todo caso no es ese. Como dice el viejo y conocido refrán «no falta un roto para un descosido» y cada quien es libre de llegar a acuerdos con quien quiera.
El problema es que, lamentablemente, en este caso, la libertad para construir esos acuerdos está fuertemente constreñida por el marco resuelto por los mismos que hoy claman por la unidad.
Este límite lo pone el quórum acordado la madrugada del 15 de noviembre que va a tener la Convención para resolver, quien sabe si la totalidad del nuevo texto constitucional, algunas materias o el plebiscito de salida.
También es un límite, por cierto, la cantidad de convencionales, número tan «mínimo» que restringe la representatividad de la Convención, considerando que es nada menos que la Nueva Constitución lo que deberá resolver. Número además que, en función de la justa y legítima representación de pueblos originarios -excluidos en el acuerdo del 15 de noviembre y arrancado con forceps a un Parlamento también encorsetado por los mega quórums de la Constitución que se pretende cambiar-, volvió a sufrir una poda.
De esa manera, y considerando todo lo dicho hasta aquí, lo que resulta obvio es que la unidad opositora sólo será posible, y esa va a ser su prueba de fuego, no en la conformación de las listas sino en la discusión del reglamento de funcionamiento de la Convención.
En ese sentido, un primer escollo va a ser el quórum. Por esa razón, sería muy útil que Fuad Chaín, Alvaro Elizalde, Marco Enríquez, Carlos Maldonado y los demás dirigentes de la Concertación dijeran si están dispuestos a modificar dicho quórum, pues resulta obvio que quórums de 3/5 o mayorías absolutas de 50 mas 1, facilitarían bastante los acuerdos de los delegados opositores a la convención en varias materias, aun cuando hayan sido electos en diferentes pactos.
De la misma manera, en la -lamentablemente- lejana posibilidad de que salgan electos convencionales de oposición sin partido -la gran mayoría del país- esto haría mucho más fácil y natural su incorporación al debate y las resoluciones de la Convención, con un nivel de autonomía mucho mayor que el impone el mega quórum actual.
Otra materia en la que probablemente el debate de la oposición sería más útil si de conseguir la unidad se trata, es en lo que tiene que ver con el rol del movimiento social y las organizaciones sindicales y gremiales en el desarrollo de la convención.
Resulta curioso, por decir lo menos, que a los mismos que han aceptado graciosamente, la presión permanente y a ratos asfixiante de los gremios empresariales y sus centros de estudio en la discusión de todas las leyes aprobadas desde 1990 en adelante, les parezca ilegítimo decir que la convención debe ser rodeada y fiscalizada por la movilización de las organizaciones sociales, que son precisamente las que representan más directamente a una «ciudadanía» que en la concepción de los liberales equivale a una masa amorfa de consumidores.
La unidad opositora debiera también considerar la consulta permanente a organizaciones sociales, sindicales, estudiantiles, de pueblos originarios, de consumidores, en cabildos territoriales, plebiscitos intermedios, publicación de las discusiones de la Convención, audiencias públicas, etc. para hacer efectiva dicha participación directa de -como le gusta decir a los librepensadores- «la ciudadanía».
Un último punto, en que la unidad opositora es materia obligada, es en los contenidos de la nueva Constitución. A estas alturas del partido, y considerando todas las dificultades que ha tenido la oposición en el transcurso del peor gobierno de la historia después de Pinochet, resulta evidente que a este respecto, la unidad tampoco es cosa de «tirar y abrazarse». Las diferencias son muchas y muy profundas.
Nuevamente, el corset del quórum es el verdadero obstáculo para la unidad opositora. Pues la convención para la oposición no puede ser un juego de «todo o nada». Son posibles y necesarios, acuerdos en muchos contenidos de la nueva Constitución pero tampoco una obligación en aquellas materias en las que entre liberales, socialdemócratas, cristianos y marxistas, difícilmente se llegará a acuerdos.
Es finalmente el pueblo el que resolverá. La época de los expertos terminó hace mucho, probablemente como dijo un canapé de la transición -Eugenio Tironi- con la crisis del Transantiago.
La unidad opositora debe dar cuenta precisamente de este cambio político y cultural. Quienes se resistan a reconocerlo y a facilitar las condiciones más amplias de participación y de expresión de la soberanía popular, van a ser barridos por la historia.