por Hermes Benítez.
Es muy común entre quienes aún creen, o quieren creer, que el presidente habría sido asesinado, que entiendan su combate y suicidio en La Moneda como si se tratara de dos hechos desconectados o simplemente contrapuestos.
Pero en realidad esto constituye una falsa dicotomía porque Allende no tomó en un momento cualquiera la decisión de quitarse la vida, que había contemplado con mucha anticipación como su única salida ética en caso de no ser muerto en combate, sino que lo hizo después de cuatro horas y media de encarnizada lucha en contra de fuerzas militares infinitamente superiores, en los momentos en que éstas se disponían a ingresar al segundo piso de La Moneda, y cuando ya la munición de las armas se hacía escasa.
Esto significa que la inmolación del presidente Allende no puede ni debe ser entendida como el opuesto, sino como la continuación de su actitud y decisión libremente asumida, de luchar hasta el fin de su vida, y si no le quedaba otra salida moralmente digna, «morir en sus propios términos», y no en los elegidos e impuestos por sus enemigos.
Hacemos uso aquí de la expresión inglesa: «To die on his own terms» (Morir en sus propios términos) que hemos tomado de una carta de Brittany Maynard, una joven californiana de 29 años de edad, diagnosticada de un cáncer terminal al cerebro, quien decidió morir dignamente, es decir, optó por una muerte en la que ella pudiera elegir: el lugar, la forma y el momento de su partida de este mundo, lo que finalmente ocurrió el día primero de noviembre de 2014.
En aquella carta, hoy mundialmente conocida, la joven Brittany dice lo siguiente:
«He tenido por semanas [en mi poder] el fármaco [letal], no soy una suicida, si lo fuera hubiera tomado el medicamento hace tiempo. Yo no quiero morir, pero estoy muriendo. Quiero morir en mis propios términos»
En el específico sentido utilizado más arriba, pudiera decirse también de Allende que no fue un suicida, porque él no deseaba ni buscó la muerte, pero como anticipaba que los golpistas lo vejarían y matarían si llegaban a tomarlo prisionero, el presidente decidió «morir en sus propios términos» y no en los que le fuesen impuestos por sus enemigos.
Es decir, tal como la joven norteamericana, el presidente eligió el lugar: su oficina privada en La Moneda; la forma: un disparo bajo la barbilla con su fusil de asalto; y el momento de su muerte: antes de que los soldados golpistas ingresaran a su oficina, ubicada en el segundo piso de La Moneda.
He aquí la que nos parece ser la explicación abreviada más simple que podría concebirse de la decisión del presidente de inmolarse.
De modo que, en rigor, solo deberían ser denominados «suicidas», quienes en forma voluntaria buscan la muerte, la propia y la de sus víctimas, como lo hacen los terroristas musulmanes que se autodetonan.
Desde esta perspectiva, Allende no debiera ser considerado un suicida, como tampoco debiera serlo la joven Brittany Maynard, puesto que, aunque ninguno de los dos deseaba la muerte, no estaba en su poder impedirla ni evitarla, de modo que la única opción moral que les quedaba a ambos era morir por propia decisión.
Es decir, en el caso de Allende, impidiendo ser asesinado por sus enemigos, y en el de Brittany, no aceptando morir en la más completa indignidad e inconsciencia, por efecto de la crisis final de la enfermedad cerebral que padecía.
En la página de presentación de la primera edición del libro que publicaran en conjunto el doctor Luis Ravanal y Francisco Marín, este último afirmó lo siguiente:
«Hay una distancia sideral entre el Mártir que acaba su vida para evitar que el pueblo salga a la calle y se enfrente a la traición… y el Héroe que defiende a tiros el honor de su investidura y las esperanzas colectivas de un Chile nuevo».[1]
Mucho antes de haber leído estas descarriadas frases, yo había escrito lo siguiente:
«Es muy común entre quienes siguen creyendo en la fábula del magnicidio de Allende, que entiendan de manera incorrecta su combate y su suicidio, como si se tratara de hechos desconectados o enteramente contrapuestos. Porque, en realidad, el suicidio no fue para él sino la culminación de su conducta combativa, de su decisión libre y voluntariamente asumida de morir antes que entregarse vivo a los golpistas. De allí que un cierto número de sus viejos partidarios, así como la totalidad de los detractores derechistas del presidente, sigan creyendo 47 años después del golpe, que una muerte verdaderamente digna y heroica habría exigido que el presidente fuera muerto en el combate, es decir, que hubiera sido asesinado por alguno de los soldados que aquel nefasto día penetraron al segundo piso de La Moneda, muy cerca de las dos de la tarde».
Es indudable que en el origen de esta falsa opinión influyeron, por un lado, la visión católica del suicidio como un acto cobarde y moralmente despreciable, un verdadero pecado contra Dios que se paga con el Infierno, y por otro lado, el hecho de que en la mente de quienes subscriben dicha opinión común del suicidio, pareciera haber tenido lugar una especie de inconsciente identificación entre el martirologio de Cristo y el ultimo sacrificio del presidente Allende.
Como lo hemos argumentado en otra oportunidad, un héroe o un mártir, es aquel que lucha hasta la muerte en defensa de sus ideales y principios morales, sin que sea esencial a su definición como tal, si en su lucha termina siendo asesinado por sus enemigos, como el Che, o se quita la vida en un acto de supremo sacrificio y consecuencia, como el presidente Allende. Alternativa esta última que es rechazada por la visión cristiana del suicidio y la moralidad, dominante en Chile.
Pero lo que nunca debe olvidarse es que Allende no era un creyente de ninguna religión, sino un marxista y un librepensador, de manera que su comportamiento el día 11 de septiembre no debe ser medido con los parámetros de la fe ni de la moralidad cristianas, sino con la vara de sus propios valores éticos y creencias racionalistas y ateas.
Se supone que la dicotomía entre mártir y héroe introducida por Marín, nos ayudaría de algún modo a comprender la conducta de Allende el día del golpe, pero desgraciadamente no hace más que confundir las cosas, porque Allende no se inmoló para «evitar que el pueblo chileno saliera a las calles a enfrentar la traición de quienes le habían jurado lealtad», sino que después de combatir a los golpistas por más de 4 horas y media, junto a un puñado de sus partidarios, funcionarios, médicos escoltas del GAP y detectives, cuando ya escaseaba la munición, Allende les ordenó deponer las armas con el fin manifiesto de salvarles la vida, mientras él se encerraba en su oficina privada, donde se inmola para no entregarse vivo a sus enemigos y así «morir en sus propios términos», lo que haría del presidente, simultáneamente, un héroe y un mártir.
Pero si se quiere interpretar la conducta de Allende por medio de una dicotomía, sería mucho más iluminador e instructivo utilizar, por ejemplo, la dicotomía entre mártir y suicida, tal como lo ha hecho el profesor inglés, escritor, crítico literario, marxista y creyente en Dios, Terry Eagleton, quien en uno de sus más influyentes libros escribiera:
«La forma más radical de autonegación no es renunciar a los cigarrillos, o al Whisky, sino al propio cuerpo, acción que es tradicionalmente conocida como «martirologio». El martir, cede su más preciosa posesión (su vida), pero preferiría no tener que hacerlo; el suicida, por contraste, se alegra de liberarse de una vida que ha llegado a serle un peso insoportable. Si Jesús hubiera deseado morir, entonces él hubiera sido solo otro suicida más, y su muerte hubiera sido tan sin valor y tan inútil como el espantoso final de un terrorista suicida.
Los mártires, por oposición a los suicidas, son aquellos que ponen sus muertes al servicio de otros. Inclusos sus muertes son un acto de amor. Sus muertes son de tal naturaleza que pueden producir frutos en la vida de otros. Esto es verdadero no solo de aquellos que mueren para que otros puedan vivir…, sino también de aquellos que mueren en defensa de un principio que es potencialmente dador de vida para otros. La palabra «mártir» significa testigo; y lo que él o ella testifican es un principio sin el cual, en primer lugar, podría no valer la pena vivir. En este sentido, la muerte del mártir testifica el valor de la vida, no que ella carezca de importancia. Este no es el caso de los suicidas islámicos que se autoinmolan» [2]
Recuérdese aquí aquella profunda frase del presidente Allende, rescatada del olvido por el escritor uruguayo Eduardo Galeano:
«Vale la pena morir por todo aquello sin lo cual no vale la pena vivir»
Como puede verse, la dicotomía entre mártir y suicida, introducida por Terry Eagleton, permitiría a un creyente en Dios reconocer el valor moral supremo del «suicidio altruista», como le llamara Emile Durkheim por primera vez en su obra clásica de 1897, Le Suicide, y por lo tanto llegar a comprender el verdadero significado de la inmolación de Allende en La Moneda, a pesar de que la religión cristiana rechaza toda forma de suicidio.
Fuente: Piensa Chile
Notas:
[1] Luis Ravanal y Francisco Marín, Allende: «Yo no me rendiré» La Investigación Histórica y forense que descarta el suicidio», Santiago, Ceibo Ediciones, primera edición, septiembre del 2013, pág. 7.
[2] Terry Eagleton, Reason, Faith and Revolution. Reflections on God Debate, New Haven: Yale University Press, 2009, pág. 26.