domingo, noviembre 24, 2024
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Cómo Ganaron los Fascistas la Segunda Guerra Mundial

por H. Bruce Franklin.

Voy a contarles una historia misteriosa. Trata de un edificio que –al final estarán de acuerdo conmigo– debería haber sido bombardeado.

Venid amos de la guerra

 Los que construís las grandes armas

 Los que construís los aviones de la muerte

 Los que construís todas las bombas

 Los que os escondéis tras los muros

 Los que os escondéis tras los escritorios

 Quiero que sepáis

 Que puedo veros a través de vuestras máscaras

 “Masters of war”, Bob Dylan

Antes de la construcción del Pentágono durante la Segunda Guerra Mundial, los mayores y más famosos edificios de oficinas del planeta Tierra eran el Empire State Building y la sede del mastodonte industrial germano IG Farben.

Estos dos palacios del capitalismo se construyeron en una carrera frenética en 1930-1931, al inicio de la Gran Depresión. Ambos edificios habían sido diseñados para inspirar asombro, “rascando el cielo” en Nueva York y por su abrumadora grandiosidad en Frankfurt.

A diferencia de las torres gemelas originales del World Trade Center, ambos edificios siguen en pie. No es ningún misterio que la robusta estructura de acero del Empire State Building sobreviviera al impacto en su piso 79 de un bombardero bimotor B-25 en 1945, que se perdió en la niebla sobre la ciudad.

Pero el hecho de que el cuartel general de IG Farben sobreviviera a la Segunda Guerra Mundial es un misterio cuyas profundidades ocultan vínculos secretos entre el pasado y el presente.

Al crecer en Brooklyn durante la Segunda Guerra Mundial, el Empire State Building es un rasgo indeleble de mi paisaje mental; pero la primera vez que presencié el edificio de IG Farben fue en el cine.

Berlin Express, de Jacques Tourneur es una película de 1948 que vi por primera vez mientras el presidente de Estados Unidos hacía lo posible por seguir la senda de Hitler al poder.

Como el film de Alfred Hitchcock Notorious (titulado “Encadenados” en España y “Tuyo es mi corazón” en Latinoamérica), es un thriller que trata sobre una conspiración nazi para recuperar el poder. No conozco ninguna otra película de posguerra sobre un intento nazi de volver al poder, algo bastante sorprendente en los años de “desnazificación” y de los juicios por crímenes de guerra.

Vale la pena visionar Berlin Express como una película de misterio y suspense, excelentemente producida e interpretada. Se trata también del único film de posguerra que conozco que advierte de los peligros de la emergente Guerra Fría y aboga por la restauración de la alianza que acabó con el fascismo durante la guerra.

Pero su extraordinaria fuerza procede de sus sorprendentes revelaciones visuales. Rodado en 1947, Berlin Express fue la primera película comercial filmada en la Alemania ocupada. Los créditos a toda pantalla de inicio de la película proclaman:

Las escenas reales en Frankfurt y Berlín fueron filmadas con la autorización de
El ejército estadounidense de ocupación
El ejército británico de ocupación
El ejército ruso de ocupación

Cuando el edificio IG Farben aparece al principio de la película me quedé sin aire. Ahí estaba. Rodeado por acres de cuidadas zonas verdes, sus seis monumentales secciones interconectadas (similares a los cinco del Pentágono) se extendían formando un arco elevado con la intención de dominar el espacio.

Cada sección era en sí misma un enorme edificio de nueve plantas revestido de bloques de precioso mármol de Travertine. La cámara nos lleva a través de las macizas columnas del pórtico hasta el ornamentado vestíbulo para continuar por encima de los resplandecientes suelos de mármol hasta el elevador paternóster que, sin puertas ni paradas, traslada sin cesar a las personas que se dirigen a su trabajo.

En un piso superior, seguimos uno de los cuarenta y cinco corredores curvos que entrelazan esta colosal estructura, que alberga 283.000 metros cúbicos de espacio de oficinas y que, entre 1933 y 1945, fue el corazón de la maquinaria bélica nazi. La siguiente escena tiene lugar dentro de una oficina, a través de cuyas ventanas vislumbramos interminables vistas de escombros, las ruinas de la ciudad de Frankfurt.

Durante quince años el edificio fue el cuartel general del gigantesco conglomerado alemán IG Farben.

El principal campo de trabajos forzados durante la guerra, Auschwitz, fue diseñado, administrado y financiado desde el interior de estas paredes, y los beneficios del mismo eran remitidos a estas oficinas.

Josef Mengele enviaba los informes detallados de sus espantosos experimentos en Auschwitz directamente aquí, y los directores del complejo autorizaban obedientemente sus pagos y requisaban cualquier equipo o provisiones que solicitara.

Aquí se inventó el gas Zyklon-B usado para asesinar a millones de judíos, comunistas, gitanos y homosexuales. Pero aún tiene mayor trascendencia que el edificio alojara al cerebro y otros órganos vitales de la compañía que inventó y produjo el caucho sintético, el aceite sintético y las nuevas aleaciones ligeras que permitieron a los aviones y los tanques de la Wehrmacht conquistar Europa, desde el Canal de la Mancha a los alrededores de Moscú, Stalingrado y Leningrado.

En el tribunal de guerra que juzgó a los dirigentes nazis, el fiscal jefe, el general Telford Taylor afirmó que estos hombres permitieron hacer realidad las fantasías de Hitler 1.

Antes de que la descomunal maquinaria industrial de guerra nazi pudiera gestionarse desde este espléndido palacio de muerte, era preciso conseguir financiación para ella y fabricarla.

Las primeras contribuciones de IG Farben a Hitler y a su partido nazi llegaron en un momento crucial de la historia. Los nazis, que habían conseguido el 37,5 por ciento de los votos en la elección de julio de 1932, cayeron al 33,1 por ciento en la elección de noviembre, lo que les supuso la pérdida de 34 escaños en el parlamento.

Superados por el conjunto de diputados socialdemócratas y comunistas, los nazis fueron incapaces de conseguir una coalición que les diera la mayoría, pero Hitler, apoyado por muchos industriales alemanes y algunas corporaciones estadounidenses, persuadió al presidente Hindenburg para que le nombrara canciller con control sobre la policía. Se programaron nuevas elecciones parlamentarias para marzo de 1933.

A finales de febrero de 1933 Hitler se reunió en secreto con la flor y nata de los empresarios alemanes. Con IG Farben a la cabeza, que aportó la mayor contribución, las gigantescas corporaciones financiaron un tsunami de propaganda nazi, gigantescas manifestaciones y desplegaron la guardia de asalto hitleriana (la Sturmabteilung, o SA, conocida como los Camisas Pardas).

En la elección de marzo de ese año, la última en libertad, los nazis alcanzaron su mayor cifra de votos (43,9 por ciento), suficiente para consolidar la dictadura de Hitler.

¿Cómo es posible que ese edificio no fuera el principal objetivo de los bombardeos estadounidenses y británicos –por razones militares exclusivamente, dejando aparte las morales?

Sin embargo, por otras razones, las fuerzas aliadas nunca obtuvieron permiso para atacar la ciudadela del poder nazi, el centro de mando de los mayores crímenes de guerra alemanes.

No fue por el mismo motivo que se perdonó al casco antiguo de Frankfurt, donde se coronaron los reyes y emperadores germanos desde el 855 d.C.

Berlin Express nos ofrece una vista panorámica de los restos bombardeados de Frankfurt. La espléndida fotografía en blanco y negro de Lucien Ballard capta interminables kilómetros de esqueletos de edificios, enormes montones de escombros, mendigos mutilados y personas sin hogar.

Algunas de las principales escenas tienen lugar en medio de los escombros, incluyendo escenas clave en un club nocturno clandestino pronazi al que se accede a través de las ruinas. El edificio de IG Farben permanecía sin daños en medio de una ciudad bombardeada hasta quedar convertida en una versión moderna de la edad de piedra.

Los amos de la guerra, como cantaba Bob Dylan, se “esconden tras los muros”. ¿Qué muros?

En Estados Unidos, la imagen más cercana a esos muros que sirven para esconderse la ofrece el Pentágono. Pero el Pentágono no es más que el lugar de trabajo de sus subalternos, de sus matones y mercenarios, sentados tras los escritorios con sus uniformes de oficiales o ajetreados por los corredores tras su retiro militar, enfundados en trajes caros, como representantes de nuestras empresas de “defensa”.

Pero en la Alemania nazi todos podían ver los ostentosos muros tras los que acechaban los especuladores amos de la guerra. Se vanagloriaban de sus muros y querían que el mundo los conociera. El cuartel general de IG Farben, por tanto, combinaba los principales objetivos de los atentados del el 11-S, el World Trade Center y el Pentágono, los dos edificios de oficinas más famosos del mundo del siglo XXI.

Llamamos “terroristas” a los autores de dichos atentados, un término que oscurece tanto su motivación como el asombroso y espantoso éxito de su misión geopolítica: sumir a Estados Unidos en una guerra interminable e imposible de ganar en el corazón del mundo musulmán.

El terror no era su objetivo, sino atraer a Estados Unidos hacia Afganistán, donde los yihadistas –con importante respaldo de Washington– acababan de derrotar a la URSS. Por el contrario, los bombardeos británicos y estadounidenses sobre Frankfurt –y otras ciudades alemanas y japonesas– estaban desarrollando una estrategia terrorista.

Se trataba de una estrategia específicamente fascista expuesta por el teórico fascista italiano Guilio Douhet y desarrollada en Gran Bretaña por el brigadier mayor Hugh “Boom” Trenchard y el general Arthur “Bomber” Harris, y en Estados Unidos por el general Billy Mitchell (como se explica y documenta minuciosamente en el apartado “A la victoria por el poder aéreo” de mi libro War Stars: The Superweapon and the American Imagination).

La estrategia se desarrolló a partir del bombardeo italiano de Libia en 1911 y el bombardeo británico de Irak en 1922, cuyo objetivo en ambos casos fue el de infundir terror.

Douhet explicó su teoría en una serie de tratados recopilados en El dominio del aire, un plan de acción ahora denominado “bombardeo estratégico” que se convirtió en la principal estrategia aérea de la Segunda Guerra Mundial y posteriormente en la misión del Comando Aéreo Estratégico de Estados Unidos, donde serví como copiloto y oficial de inteligencia.

Como, en palabras de Douhet, el objetivo es “difundir el terror y el pánico, es mucho más importante destruir una panadería que bombardear una trinchera”.

Los principales objetivos son “almacenes, factorías, tiendas, suministros alimentarios y centros de población”. Douhet estaba entusiasmado con las bombas incendiarias, las bombas explosivas y el gas tóxico. Anticipaba que “las personas presas del pánico” huirían de las ciudades ardiendo “para escapar del terror procedente del cielo”.

Tal vez la más conocida de las primeras víctimas de esta teoría fascista de la guerra sea Guernica, la ciudad española sin importancia militar sometida a un bombardeo aéreo de saturación por la Luftwaffe en 1937. El magnífico cuadro que pintó Picasso de esta masacre tiene la bien merecida fama de ser una de las mayoras obras de arte plástico contra la guerra.

Yo encuentro que los horrores de la película de 1989 Black Rain, una reconstrucción japonesa del bombardeo de Hiroshima y sus consecuencias, son más desgarradores. Pero cuando medito sobre lo que veo en Berlin Express y lo relaciono con las noticias actuales, esta antigua película de Hollywood me golpea con implicaciones más terroríficas.

¿Por qué nunca se bombardeó el cuartel general de IG Farben? ¿Cómo es posible que este edificio fuera el lugar más seguro de cualquier ciudad alemana? Jamás se ha dado ninguna explicación oficial al respecto.

Berlin Express repite un rumor que corría por entonces: el general Eisenhower decidió en 1944 que quería instalar su cuartel general en dichas dependencias (que es lo que vemos en las escenas rodadas realmente en esa estructura en 1947). Pero esa explicación no convence cuando se conoce la historia del bombardeo de Frankfurt.

Los británicos bombardearon Frankfurt 54 veces antes del 25 de julio de 1942. Durante el resto de 1942 y 1943 se produjeron intermitentes bombardeos masivos de la RAF que saturaron Frankfurt de explosivos y bombas incendiarias.

Solo en el ataque del 4 de octubre de 1943 se arrojaron sobre la ciudad 300.000 toneladas de bombas incendiarias líquidas y sólidas.

El primer ataque aéreo estadounidense sobre Frankfurt se produjo el 29 de enero de 1944, cuando una inmensa flota de 800 Fortalezas Volantes B-17 borró del mapa la ciudad al completo –excepto el edificio IG Farben y sus terrenos.

La mayor parte de la tripulación de los B-17 eran veteranos de ataques sobre otras ciudades alemanas.

En esta misión se encontraron con algo que nunca habían experimentado. Les “asombró” la ausencia de resistencia alemana en la trayectoria hacia su destino.

Ni fuego antiaéreo de las baterías alemanas desde tierra ni aviones de combate nazis por el aire, así hasta que acabaron con el bombardeo y regresaron de vuelta a casa.

¿A qué se debía su asombro? Los B-17 eran más vulnerables cuando iban cargados de explosivos en estrecha formación de bombardeo. Los defensores no podían fallar el tiro a 800 Fortalezas Volantes y podrían haber aprovechado para derribar a docenas de ellos.

Solo se me ocurre una explicación para este comportamiento de las fuerzas nazis cuya misión era defender la ciudad: si atacaban a los aviones cuando iban cargados de bombas, estas podrían caer en cualquier lado, incluyendo el sacrosanto cuartel general IG Farben.

Lo cual no tiene sentido, a no ser que los defensores supieran de antemano, sin duda por las decenas de incursiones anteriores, que los atacantes no iban a apuntar a IG Farben.

¿Quiénes fueron los ángeles guardianes de IG Farben? La respuesta a esa pregunta ayuda a explicar por qué la aparente victoria en nuestra llamada “Guerra Buena” de alguna manera se convirtió en nuestra “Guerra Eterna”, dirigida en la actualidad por un presidente que sigue meticulosamente el camino de Hitler al poder.

La respuesta está en el laberinto de interconexiones de IG Farben con las mayores corporaciones británicas y estadounidenses.

Una manera de orientarse por el laberinto internacional de IG Barber es seguir los pasos de John Foster Dulles. Hasta que Estados Unidos entró en la guerra, el representante de IG Farben en EE.UU. era Sullivan & Cromwell, un bufete jurídico dirigido por Foster y secundado por su socio Allen.

Tan pronto como Hitler ganó la elección de 1933, Sullivan & Cromwell empezó todos sus cablegramas con el saludo “Heil Hitler”. A la vez que negociaba acuerdos internacionales cruciales para IG Farben, incluidos sistemas para ocultar el control de corporaciones estratégicas estadounidenses que ejercía la compañía, Foster hacía apología del régimen nazi y fue uno de los fundadores del movimiento de apaciguamiento American First 2.

Durante la guerra Allen dirigió la oficina suiza de la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS, antecesora de la CIA), donde se reunió con diversos espías y agentes alemanes, eliminó informes sobre el Holocausto y organizó la estrategia antisoviética de posguerra 3.

Los hermanos Dulles se hicieron con el mando de la Guerra Fría estadounidense cuando Foster se convirtió en secretario de Estado y Allen en jefe de la CIA bajo la presidencia de Eisenhower.

Cuando Estados Unidos iba camino de la Segunda Guerra Mundial en 1941, el Departamento de Justicia sacó a la luz el cartel bizantino creado por IG Farben y Standard Oil, que incluía una corporación estadounidense de propiedad conjunta.

Los altos directivos de Standard Oil fueron condenados por conspiración criminal junto a IG Farben (cada una de estas corporaciones fue sancionada con una multa de 5.000 dólares). Mediante una red de holdings y sociedades pantalla, IG Farben también consiguió participaciones en otros grandes competidores estadounidenses, incluyendo Dow Chemical y Alcoa.

¿Su objetivo?

Evitar que Estados Unidos produjera su propio caucho y aceite sintéticos, así como metales estratégicos ligeros, especialmente las nuevas formas de magnesio tan importantes para los aviones de combate.

¿Su táctica?

Tentar a las compañías estadounidenses con ofertas de patentes de IG Farben para luego firmar acuerdos que limitaban de forma drástica cualquier producción que utilizara dichas patentes. Gracias a las relaciones cordiales e íntimas entre los directivos germanos y estadounidenses, este sistema favoreció los planes de guerra nazis.

Descubrí los complejos vínculos entre IG Farben y Dow Chemical cuando colaboraba en la creación de un movimiento contra el uso de napalm en Vietnam. Dow, claro está, era el principal productor de napalm. Entonces escribí: “En la década de los 30, Dow Chemical y IG Farben formaron un cártel internacional.

Parte de su acuerdo era limitar la producción estadounidense de magnesio y dejar que Alemania asumiera el liderazgo mundial en ese elemento vital. Como resultado, al inicio de la Segunda Guerra Mundial Alemania producía cinco veces más magnesio que EE.UU.”.

¿Es posible que los ángeles guardianes de la sede de IG Farben fueran los mismos que salvaron a los ejecutivos de dicha corporación de ser ejecutados o condenados a cadena perpetua?

Mientras se producía el rodaje de Berlin Express en Frankfurt, a 225 kilómetros de allí, en Núremberg, 23 de los principales directivos de IG Farben estaban siendo juzgados como criminales de guerra. En la película los nazis siguen siendo el enemigo. Pero a esas alturas Estados Unidos ya estaba involucrado en la reconstrucción de la industria alemana para hacer frente a la amenaza percibida del comunismo soviético.

Al frente de las acusaciones contra los fiscales de los cabecillas de IG Farben estaba el congresista de Michigan George Dondero, quien afirmó en el Congreso que Josiah DuBois, el abogado principal de la acusación, y otros cinco miembros de su equipo eran “simpatizantes comunistas” que “intentan ensuciar el nombre de IG Farben”.

Resulta que el distrito congresual de Dondero incluía Midlan, la sede internacional de Dow Chemical, cuyos vínculos con IG Farben ya habían sido aireados por la prensa. En esa misma institución, el congresista de Misisipi, John Rankin, calificó el juicio como “una desgracia” en la que “miembros de una “minoría racial” están “juzgando a empresarios alemanes en nombre de Estados Unidos”.

Diez acusados fueron absueltos de todos los cargos. Trece fueron hallados culpables de diversos crímenes de guerra. Ninguno pasó más de tres años en prisión y la mayoría estuvieron encerrados mucho menos.

En cuanto a la propia IG Farben, la empresa fue dividida, en su mayor parte entre las tres compañías que previamente se habían fusionado para crear las múltiples cabezas de la bestia: BASF, Hoechst y Bayer. Tan pronto como salieron de prisión, muchos de los condenados pasaron a desempeñar cargos directivos en esas mismas tres compañías.

Karl Wurster, que obtuvo la absolución total a pesar de haber sido el director de la empresa que suministraba el gas Zyklon B utilizado en las cámaras de la muerte, se convirtió en cabeza de la compañía BASF.

BASF, acrónimo de Badische Anilin und Soda Fabrik, fue la principal compañía de la fusión que creó IG Farben. Cuando investigaba a Dow Chemical y el napalm en 1966 descubrí que BASF había renovado sus relaciones con Dow y que ambas compañías eran actualmente socias en la compañía Dow-Badische, poseedora de una gigantesca factoría química en Freeport, Texas.

En 1966 formé parte de una pequeña delegación que se reunió con los ejecutivos de UTC (subcontratista de Dow con un inmenso contrato de napalm en el Área de la Bahía de San Francisco), y lleno de ingenuidad, les presenté el informe de mi investigación.

Barnet Adelman, presidente de la UTC y judío como yo mismo, respondió con las mismas palabras que había empleado la defensa de los criminales de guerra de IG Farben en Núremberg:

“Cualquier cosa que nuestro gobierno nos pida que hagamos es correcta”.

Cuando los directivos de IG Farben consiguieron escapar de cualquier condena significativa por sus monstruosos crímenes de guerra (con sus fortunas intactas), los fiscales estadounidenses abandonaron su caso pendiente contra Deutsche Bank.

Al ser el mayor banco alemán, Deutsche Bank financió el ascenso de los nazis y amasó una fortuna colosal gracias al genocidio de los judíos y la absorción de bancos extranjeros, a medida que las naciones caían ante la Wehrmacht.

El Deutsche Bank financió tanto los campos de exterminio como la fábrica de trabajo esclavo de IG Farben en Auschwitz. Cuando los judíos y otras víctimas eran gaseados con el Zyklon-B de IG Farben, los funcionarios recogían y fundían sus anillos de matrimonio y empastes dentales de oro.

Deutsche Bank vendía el oro para conseguir el dinero en efectivo que exigía la maquinaria bélica nazi para seguir funcionando.

El libro de David Enrich Dark Towers: Deutsche Bank, Donald Trump, an an Epici Trail Destruction muestra la continuación de la historia. Cuando los bancos estadounidenses pusieron a Donald Trump en su lista negra, por numerosos impagos, Deutsche Bank le concedió un préstamo tras otro, y así fue, de quiebra en quiebra, de impago en impago, hasta financiar eficazmente su imperio inmobiliario.

Al haber nacido en 1934, muchas veces me he preguntado cómo pudo triunfar el nazismo en Alemania, posiblemente la nación más avanzada del mundo por aquel entonces.

Supongo que estamos empezando a entender el por qué.

Espero que no sea demasiado tarde.

Fuente: Rebelión

Publicado originalmente en Counterpunch

Traducción: Paco Muñoz de Bustillo

Notas:

1: Para conocer la historia definitiva de IG Farben, véase el excelente libro Hell’s Cartel: IF Farben and the Making of Hitler’s War Machine, de Diarmuid Jeffrey.

2: Los antecedentes previos a la guerra de los hermanos Dulles se cuentan con contundencia en el libro de Nancy Lisagor y Frank Lipsius A Law Unto Itself: The Untold Story of the Law FirmSullivan & Cromwell.

3: Una lectura esencial sobre Allen es el libro de David Talbot The Devil’s Chess board: Allen Dulles, the CIA, and the Rise of American’s Secret Government.

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