Luis Cuello (*).
“Más allá de que una ordenanza sea constitucional o no, nosotros podemos hacer la consulta a la comunidad…” lanzó el alcalde de Quilpué, primer promotor del toque de queda juvenil.
Meses antes de esa espontánea confesión, la Contraloría ya había advertido que una ordenanza municipal no puede restringir la garantía constitucional de la libertad personal.
Pero la noticia sigue en desarrollo. Varios alcaldes se sumaron, haciendo oídos sordos a las fuertes críticas de estudiantes secundarios, de la Defensora de la Niñez y del INDH.
La propuesta ha transitado por contradictorias bases y mecanismos.
La primera aproximación, la del garrote, asomó como una herramienta para controlar el orden público, para evitar “ver a niños cometiendo delitos”.
Una segunda etapa, empujada por el rechazo a la evidente estigmatización hacia la niñez, fue invadida por buenos sentimientos, por un renovado afán protector de los desvalidos.
Ahora el toque de queda sirve también para resguardar a la juventud de los peligros de la calle.
Ambas versiones son tan inútiles como engañosas. Si la policía sorprende a una persona, de cualquier edad, cometiendo un delito, será detenida.
Si un carabinero se encuentra con un niño en plena calle, a altas horas de la noche, tiene el deber de socorrerlo.
¿Cuál es entonces el sentido de un toque de queda juvenil?
La respuesta tal vez la encontremos en las palabras de José Antonio Kast, uno de los primeros personajes en apoyarlo:
“Hay que usar todas las herramientas para derrotar la delincuencia. Toque de queda juvenil, control de identidad y más facultades para Carabineros”.
Una receta muy vieja, un placebo para responder a la demanda de seguridad pública, para ocultar el fracaso.
Pero el engaño no implica que sólo sea un inocuo producto del apetito mediático.
En lo inmediato, la fórmula light de esta medida, el “horario límite recomendado” que pregona Lavín puede traducirse en controles preventivos de identidad ilegales practicados por funcionarios municipales y en un hostigamiento hacia niños, niñas y adolescentes.
Por otro lado, la ola de “consultas ciudadanas” -acompañada por una indecorosa publicidad tributaria de la campaña del “Sí”- busca legitimar el discurso del miedo, darle patente democrática a la construcción de un nuevo enemigo interno.
En regiones, representantes del ala más dura de la coalición gobernante se articulan, insuflados por un súbito espíritu democrático, para multiplicar estas consultas.
Para estos actores, el toque de queda juvenil -junto a Aula Segura y la revisión de mochilas en los colegios- aparece como una valiosa oportunidad para fabricar el tejido necesario que brinde soporte a un Bolsonaro criollo.
Aún es tiempo, sin embargo, de activar una fuerte oposición social que ponga al frente los derechos por sobre el miedo.
(*) Abogado
Fuente: El Siglo