por René Leal Hurtado (*).
Los hechos por todos conocidos en Venezuela, no son más que el último capítulo que el imperialismo norteamericano pretende escribir con la misma tinta de siempre, la sangre.
La abierta, desfachatada y alevosa intervención del Tío Sam en el país caribeño, en el cual no se ha puesto a la saga sino a la cabeza como vanguardia del golpe de estado en curso, revelan su propósito de intervenir el país y apoderarse de sus enormes riquezas naturales, en especial, el petróleo.
Los dueños del imperio del capital, en una actitud reaccionaria que siempre ha caracterizado a las clases dominantes, están respondiendo con extremada beligerancia de clases a los avances sociales y los proyectos progresistas que se sumaron a la lucha contra el neoliberalismo en años recientes, como fueron -y algunos siguen siendo- Cuba, Venezuela, Nicaragua, Ecuador, Brasil, Argentina y Uruguay, entre los cuales, es difícil incluir a Chile. Sin duda, el acoso a Venezuela es parte de este proceso, castigar a los que osaron desafiar al imperio del capital.
Como señalara Ralph Milliband – sólo un mes después del golpe militar en Chile en 1973 – la clase del capital entendió inmediatamente, después del triunfo electoral de Allende, que la lucha de clases cotidiana, reivindicativa, ascendía cualitativamente a una ‘guerra de clases´.
La burguesía chilena, en alianza con la norteamericana, se armaron ideológica y militarmente para terminar con el sueño de Allende del socialismo con gusto a empanada y vino tinto, quien no percibió – idealista o ingenuamente – que un cambio de esa magnitud no podía ser tolerado por aquellos que rigen a nuestro pueblos y, especialmente, a los jefes del imperio norteamericano.
Algo casi idéntico se puede reproducir hoy en Venezuela, la diferencia reside en el apoyo popular y de la unidad de las fuerzas armadas tras el Presidente Nicolás Maduro.
Pero se debe alertar a que, en esta oportunidad, el imperialismo cuenta con más elementos que lo benefician que en los setentas. Efectivamente, el gobierno de Trump puede valerse de todas las herramientas que le otorga la globalización de las comunicaciones, de la información, de la economía, de la política y de la producción cultural, que puede manejar casi a su antojo, por la propiedad que tiene de ellas, así como las tienen las clases dominantes de los países que se han sumado a la sedición internacional que se pretende instalar contra los venezolanos.
Entre ellos, la clase dirigente en Chile, encarnada por la Derecha en el gobierno y algunos en la oposición o en la ex Concertación, han jugado un papel vergonzoso, innombrable, promocionando la alianza golpista sudamericana conocida como Grupo, o más bien, ‘Cartel’ de Lima, en la cual Piñera ha sido y es uno de sus principales artífices.
Todo lo anterior es amplificado por el monopolio de los medios de comunicación que esta Derecha cavernaria controla a voluntad, verdaderos ‘medios de producción’ de distorsión de la realidad, de ‘fake news’, de mentiras, control que es posibles porque son medios de su propiedad, cuya función ideológica se ha naturalizado.
Como la fábula del Rey Desnudo, pareciera que esta verdadera ‘dictadura comunicacional y cultural’ de un nivel de impunidad y alcance global es imperceptible para la mayoría de la gente, lo que se exacerba con el gran poder que le otorga la velocidad de la dinámica relación entre espacio y tiempo, que a la vez, incrementa exponencialmente la penetración ideológica de la clase de los poderosos en la gente, en cada minuto del día, sujetos enajenados ‘aspiracionales’, convertidos en ‘rendidores individualistas’ al servicio del capital.
Coherente a lo señalado previamente, los recientes eventos en nuestro continente revelarían que ha habido un desplazamiento en la articulación de la lucha de clases, contradicción que ha comenzado a expresarse en la emergencia de programas de gobierno, políticas y anti valores culturales de viejo cuño, expresiones nacionalistas y chovinistas que reniegan de pactos internacionales como el migratorio de la ONU, de políticas interculturales que son reemplazadas por otras que buscan la militarización de la Araucanía; políticas de género que exacerban el patriarcado y la discriminación y represión de la diversidad sexual; afrentas políticas que resucitan al pinochetismo en la política, abierta y explícitamente, mostrando de esta forma el desprecio de la Derecha por la defensa y promoción de los derechos humanos, como ya lo hiciera bárbaramente durante la dictadura.
Qué decir de la desregulación laboral y la subsecuente pérdida de derechos de los trabajadores y trabajadoras a todos los niveles.
Todos estos elementos, de la política, la ideología, la economía, la cultura e incluso de la estética, que instalan las imágenes, símbolos y renacimientos de los zombis fascistas, nos alertan de que el fascismo está vivo en Chile y tiene -en el Cartel de Lima- un pilar fundamental para articular esta tendencia a nivel latinoamericano, con los Bolsonaros, Macris y Piñeras como sus principales instigadores.
Estamos en presencia entonces de un desplazamiento en la contradicción de clases capital-trabajo hacia la extrema derecha, que se está expresando en una eventual tensión entre ‘fascismo y democracia’, que se estaría sobreponiendo a la tensión entre neoliberalismo y democracia. Para algunos este sería un neo fascismo.
Pero más allá de su denominación, lo claro es que la ideología y los regímenes fascistas jamás han sido contradictorios o excluyentes del neoliberalismo; es más, son ambos criaturas del capitalismo, y pueden convivir perfectamente.
Porqué como Hayek enfatiza, lo que importa al neoliberalismo es lo que lo limita, lo que restringe su afán de acumulación, no el régimen que lo alberga.
Chile es el mejor ejemplo de ello.
El neoliberalismo se anidó aquí en un régimen fascista desbocado, y prosiguió en una democracia liberal muy bien cautelada.
La acumulación y concentración de la riqueza han siempre ido en ascenso, así como la desigualdad e inequidad entre los chilenos y chilenas, de clase, género y culturales, entre muchas otras.
Por lo tanto, fascismo y neoliberalismo son plenamente compatibles, más aun en contextos de globalización donde el capital fluye libremente y puede expandir a ambos a velocidades inimaginables.
Que lo haga reviviendo anti-valores y acciones genocidas propias del fascismo, no es un problema, sobre todo si el nivel de hegemonía que alcanza el capital en el presente lo permite.
En otras palabras, el papel que juegan el control y dominio de las conciencias, permite una ruptura desde un pensamiento conservador y retrogrado que instalan en la sociedad, a uno inquieto, crítico y rebelde.
En definitiva, que pueda ocurrir un cambio de sentido en las personas, para liberar y elevar sus niveles de conciencia social y de clases.
En razón de lo anterior, se requiere de una respuesta pronta para impedir el desplazamiento en curso de la contradicción principal hacia un estadio fascista de la humanidad.
Por lo tanto, se hace impostergable una alianza anti–fascista, sin ambigüedades, de una izquierda amplia en Chile y en América Latina.
La constitución de un frente anti-fascista estaría entonces a la orden del día, dado el actual cuadro de ofensiva y agresividad del imperialismo y las derechas en el ámbito internacional.
En consecuencia, los partidos y movimientos sociales de izquierda y progresistas anti neoliberales y anti fascistas, deben aunar esfuerzos para coordinar un movimiento político agrupado en un frente continental anti fascista, que asuma la defensa y proyecte estratégicamente sociedades más justas, diversas y con un horizonte común de superación del capitalismo bestial que amenaza no sólo la vida de la humanidad, sino la del planeta como un todo.
(*) Doctor en Sociología,
febrero 2019,
Santiago, Chile.