Alguna vez, Richard Nixon dijo que donde va Brasil, va América Latina. Si esto es así, el próximo 28 de octubre, tanto Brasil como América Latina enfrentarán una dramática encrucijada.
Por un lado, el autoritarismo filo fascista apoyado por Estados Unidos y el neoliberalismo mundial, incluido en primera fila y cómo no, Sebastiàn Piñera, y de otro, una desprestigiada democracia restringida, pero democracia en último término.
En caso de la estadísticamente probable victoria de Jair Bolsonaro, el riesgo de regresión conservadora, de intervención militar contra los procesos progresistas de Venezuela, Bolivia y Nicaragua y de fractura institucional de las débiles democracias de la región, conocida como el patio trasero de los Estados Unidos, se incrementa en forma exponencial.
A continuación la reflexión y la advertencia de calificados analistas e intelectuales humanistas.
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Indice
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- Brasil en peligro: tres bombas reloj
- Fascismo en Brasil: Carta abierta de Manuel Castells a los intelectuales del mundo
- Odio, frustración y valores reaccionarios
- Brasil: Otra vez la alternativa es entre “socialismo o barbarie”
- A Chile le gusta el plan económico de la ultraderecha brasileña
- Brasil, alerta roja
Brasil en peligro: tres bombas reloj
Por Boaventura de Sousa Santos*
La democracia brasileña está al borde del abismo. El golpe institucional que se inició con el impeachment contra la presidenta Dilma Rousseff y prosiguió con el encarcelamiento injusto del expresidente Lula da Silva está casi consumado. La consumación del golpe significa hoy algo muy diferente de lo que inicialmente pensaron muchas de las fuerzas políticas y sociales que lo protagonizaron o no se opusieron.
Algunas de esas fuerzas actuaron o reaccionaron con el convencimiento genuino de que el golpe pretendía regenerar la democracia brasileña por vía de la lucha contra la corrupción; otros entendieron que era el modo de neutralizar el ascenso de las clases populares a un nivel de vida que más tarde o temprano amenazaría no solo a las élites, sino también a las clases medias (muchas de ellas producto de las políticas redistributivas contra las que ahora se movilizan).
Obviamente, ninguno de estos grupos hablaba de golpe y ambos creían que la democracia era estable. No se dieron cuenta de que había tres bombas reloj construidas en tiempos muy diversos, pero con la posibilidad de explotar simultáneamente. Si esto ocurría, la democracia revelaría toda su fragilidad y posiblemente no sobreviviría.
La primera bomba reloj se construyó en el tiempo colonial y en el proceso de independencia, se accionó de modo particularmente brutal varias veces a lo largo de la historia moderna de Brasil, aunque nunca se desactivó eficazmente. Se trata del ADN de una sociedad dividida entre señores y siervos, élites oligárquicas y el pueblo ignorante, entre la normalidad institucional y la violencia extrainstitucional, una sociedad extremadamente desigual en la que la desigualdad socioeconómica nunca puede separarse del prejuicio racial y sexual. A pesar de todos los errores y defectos, los gobiernos del Partido de los Trabajadores (PT) fueron los que más contribuyeron a desactivar esa bomba, creando políticas de redistribución social y de lucha contra la discriminación racial y sexual sin precedentes en la historia de Brasil.
Para que la desactivación fuera eficaz sería necesario que dichas políticas resultaran sostenibles y permanecieran durante varias generaciones a fin de que la memoria de la extrema desigualdad y de la cruda discriminación dejara de ser políticamente reactivable. Como esto no ha sucedido, las políticas tuvieron otros efectos, pero no el efecto de desactivar la bomba reloj. Por el contrario, provocaron a quien tenía poder para activarla y hacerlo cuanto antes, antes de que fuera demasiado tarde y las amenazas para las élites y las clases medias se volvieran irreversibles. La avasalladora demonización del PT por los medios oligopolistas, sobre todo a partir de 2013, reveló la urgencia con la que se quería poner fin a la amenaza.
La segunda bomba reloj se construyó en la dictadura militar, que gobernó el país entre 1964 y 1985, y en el modo en que se negoció la transición a la democracia. Consistió en mantener a las Fuerzas Armadas (FFAA) como último garante del orden político interno y no solo como garante de la defensa contra una amenaza extranjera, como es normal en las democracias. “Último” quiere decir en situación de disposición para intervenir en cualquier momento definido por las FFAA como excepcional. Por eso no fue posible castigar los crímenes de la dictadura (a diferencia de Argentina, pero en la misma línea de Chile) y, por el contrario, los militares impusieron a los constituyentes de 1988 veintiocho párrafos sobre el estatuto constitucional de las FFAA.
Por eso también muchos de los que gobernaron durante la dictadura pudieron seguir gobernando como políticos elegidos en el Congreso democrático. Apelar a la intervención militar y a la ideología militarista autoritaria quedó siempre latente, a punto de explotar. Por eso, cuando en los últimos meses los militares comenzaron a intervenir más activamente en la política interna (por ejemplo, apelando a la permanencia de la prisión de Lula), parecía normal, dadas las circunstancias excepcionales.
La tercera bomba reloj se construyó en Estados Unidos a partir de 2009 (golpe institucional en Honduras), cuando el Gobierno estadounidense se dio cuenta de que el subcontinente huía de su control mantenido sin interrupción (con la excepción de la “distracción” en Cuba) a lo largo de todo el siglo XX. La pérdida de control contenía ahora dos peligros para la seguridad de Estados Unidos: el cuestionamiento del acceso ilimitado a los inmensos recursos naturales y la presencia cada vez más preocupante de China en el continente, el país que, mucho antes de Trump, se consideró la nueva amenaza global a la unipolaridad internacional conquistada por Estados Unidos tras la caída del Muro de Berlín.
La bomba comenzó entonces a construirse, no solo con los mecanismos tradicionales de la CIA y el Instituto del Hemisferio Occidental para la Cooperación en Seguridad (también conocido por su denominación anterior, Escuela Militar de las Américas), sino sobre todo con los nuevos mecanismos de la llamada defensa de la “democracia amiga de la economía de mercado”.
Esto significó que, más allá del Gobierno estadounidense, la intervención podría incluir organizaciones de la sociedad civil vinculadas a los intereses económicos de Estados Unidos (por ejemplo, las financiadas por los hermanos Koch). En consecuencia, es una defensa de la democracia condicionada por los intereses del mercado y, por eso, descartable siempre que los intereses lo exijan. Esta bomba reloj mostró que ya estaba lista para operar en Brasil desde las protestas de 2013.
Fue mejorada gracias a la oportunidad histórica ofrecida por la corrupción. La gran inversión norteamericana en el sistema judicial se inició a principios de 1990, en la Rusia postsoviética, y también en Colombia, entre muchos otros países. Si la cuestión no es el regime change, la intervención tiene que ser despolitizada. La lucha contra la corrupción es precisamente eso. Sabemos que los datos más importantes de la operación Lava Jato fueron proporcionados por el Departamento de Justicia de Estados Unidos.
El resto fue resultado de la miserable “delación premiada”. El juez Sérgio Moro se transformó en el agente principal de esa intervención imperial. Solo que la lucha contra la corrupción por sí sola no será suficiente en el caso de Brasil. Lo fue para neutralizar la alianza de Brasil con China en el ámbito de los BRICS, pero no será suficiente para abrir plenamente Brasil a los intereses de las multinacionales. Es que, como resultado de las políticas de los últimos cuarenta años (algunas venidas de la dictadura), Brasil tuvo hasta hace poco inmensas reservas de petróleo fuera del mercado internacional, tiene dos importantes empresas públicas y dos bancos públicos, y 57 universidades federales completamente gratuitas. Es decir, es un país muy distante del ideal neoliberal, y para aproximarse al mismo se requiere una intervención más autoritaria, dada la aceptación de las políticas sociales del PT por la población brasileña.
Así surgió Jair Bolsonaro como el candidato “preferido de los mercados”. Lo que él dice sobre las mujeres, los negros o los homosexuales o acerca de la tortura poco interesa a los “mercados”. Poco interesa que el clima de odio que él creó esté incendiando el país. En la madrugada del pasado lunes 8, el conocido maestro de capoeira Moa do Katende fue asesinado en Salvador por un seguidor de Bolsonaro a quien no le gustó que el maestro expresara su apoyo a Haddad. Y esto es solo el comienzo. Nada de esto interesa a los “mercados” con tal de que su política económica sea semejante a la del dictador Pinochet en Chile. Y todo lleva a pensar que lo será, pues su economista jefe tiene conocimiento directo de esa infame política chilena. El político de extrema derecha estadounidense, Steve Bannon, apoya a Bolsonaro, pero es solamente la cara visible del respaldo imperial.
Los analistas del mundo digital están sorprendidos con la excelencia de la técnica de la campaña bolsonarista en las redes sociales, que incluyó microdireccionamiento, marketing digital ultrapersonalizado, manipulación de sentimientos, fakenews, robots, perfiles automatizados, etcétera. Quien vio la semana pasada en la televisión pública norteamericana (PBS) el documental titulado “Dark Money”, sobre la influencia del dinero en las elecciones de Estados Unidos, puede concluir fácilmente que las fakenews en Brasil (sobre niños, armas y comunismo, etcétera), son la traducción al portugués de las que el dark money hace circular en Estados Unidos para promover o destruir candidatos. Si algunos centros de emisión de mensajes tienen sede en Miami y Lisboa es poco relevante (pese a ser verdadero).
La victoria de Jair Bolsonaro en segunda vuelta significará la detonación simultánea de las tres bombas reloj. Y difícilmente la democracia brasileña sobrevivirá a la destrucción que provocará. Por eso la segunda vuelta es una cuestión de régimen, un auténtico plebiscito sobre si Brasil debe continuar siendo una democracia o pasará a ser una dictadura de nuevo tipo. Un muy reciente libro mío circula hoy bastante en Brasil. Se titula Izquierdas del mundo, ¡uníos! Mantengo todo lo que digo ahí, pero el momento me obliga a una invocación más amplia: demócratas brasileños, ¡uníos!
Es cierto que la derecha brasileña reveló en los últimos dos años una afección muy condicional a la democracia al alinearse con el comportamiento descontrolado (más bien controlado en otros sitios) por parte del poder judicial, pero estoy seguro de que amplios sectores de ella no están dispuestos a suicidarse para servir a “los mercados”. Tienen que unirse activamente en la lucha contra Bolsonaro. Sé que muchos no podrán pedir el voto por Haddad, pues tanto es su odio al PT.
Pero basta que digan: no voten por Bolsonaro. Imagino y espero que eso sea dicho públicamente y muchas veces por alguien que en otro tiempo fue gran amigo mío, Fernando Henrique Cardoso, expresidente de Brasil y, antes de eso, un gran sociólogo y doctor honoris causa por la Universidad de Coímbra, de quien pronuncié el discurso de elogio.
Todos y todas (las mujeres no tendrán en los próximos tiempos un papel más decisivo para sus vidas y las de todos los brasileños) deben involucrarse activamente y puerta a puerta. Y es bueno que tengan en mente dos cosas. Primero, el fascismo de masas nunca lo hicieron masas fascistas, sino minorías fascistas bien organizadas que supieron capitalizar las aspiraciones legítimas de los ciudadanos comunes a vivir con un empleo digno y seguridad. Segundo, al punto que llegamos, para asegurar un cierto regreso a la normalidad democrática, no basta que Haddad gane: tiene que hacerlo con un holgado margen.
(*) Académico portugués. Doctor en sociología, catedrático de la Facultad de Economía y Director del Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coímbra (Portugal). Profesor distinguido de la Universidad de Wisconsin-Madison (EE.UU) y de diversos establecimientos académicos del mundo. Es uno de los científicos sociales e investigadores más importantes del mundo en el área de la sociología jurídica y es uno de los principales dinamizadores del Foro Social Mundial.
Traducción de Antoni Aguiló y José Luis Exeni Rodríguez.
Fuente: Other News
Artículo enviado a Other News por el autor el 10 de octubre de 2018.
Fascismo en Brasil: Carta abierta de Manuel Castells a los intelectuales del mundo
por Manuel Castells (*)
El reconocido sociólogo español escribió una carta abierta “a los intelectuales del mundo” a propósito de los resultados de la primera vuelta en las elecciones presidenciales de Brasil.
Amigos intelectuales comprometidos con la democracia:
Brasil está en peligro. Y con Brasil, el mundo, porque después de la elección de Trump, de la toma del poder por un gobierno neofascista en Italia y por el ascenso del neonazismo en Europa, Brasil puede elegir como presidente a un fascista, defensor de la dictadura militar, misógino, sexista, racista y xenófobo, que ha obtenido 46% en la primera vuelta de las elecciones presidenciales.
Poco importa quién sea su oponente.
Fernando Haddad, la única alternativa posible, es un académico respetable y moderado, candidato por el PT, un partido hoy día desprestigiado por haber participado en corrupción. En una situación así, ningún intelectual, ningún demócrata, ninguna persona responsable del mundo en que vivimos, podemos quedarnos en una indiferencia generalizada hacia el sistema político brasileño.
Pero la cuestión no es el PT, sino la presidencia de un Bolsonaro capaz de decir a una diputada, en público, que “no merece ser violada por él”. O que el problema con la Dictadura no fue la tortura, sino que no matara en lugar de torturar.
Yo no represento a nadie más que a mí mismo. Ni apoyo a ningún partido.
Simplemente, creo que es un caso de defensa de la humanidad, porque si Brasil, el país decisivo de América Latina, cae en manos de este deleznable y peligroso personaje, y de los poderes fácticos que los apoyan, los hermanos Koch entre otros, nos habremos precipitado aún más bajo en la desintegración del orden moral y social del planeta, a la que estamos asistiendo. Por eso les escribo a todos ustedes, a los que conozco y a los que me gustaría conocer.
No para que suscriban esta carta como si fuera un manifiesto al dictado de políticos, sino para pedirles que cada uno haga conocer públicamente y en términos personales su petición para una activa participación en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, el 28 de octubre, y nuestro apoyo a un voto contra Bolsonaro, argumentándolo según lo que cada uno piense, y difundiendo su carta por sus canales personales, redes sociales, medios de comunicación, contactos políticos y cualquier formato que difunda nuestra protesta contra la elección del fascismo en Brasil.
Muchos de nosotros tenemos contactos en Brasil, o tenemos contactos que tienen contactos. Contactémoslos. Un mensaje de Whatsapp es suficiente, o una llamada telefónica personal. No nos hace falta un # (hashtag).
Somos personas, miles, potencialmente hablando a millones, en el mundo y en Brasil, porque a lo largo de nuestra vida hemos adquirido con nuestra lucha e integridad cierta autoridad moral.
Utilicémosla en este momento, antes que sea demasiado tarde.
Yo lo voy a hacer, lo estoy haciendo. Y simplemente ruego que cada una/uno haga lo que pueda.
(*) Sociólogo y economista español. Ejerce como profesor de Sociología y Urbanismo en la Universidad de California en Berkeley. Es director del Internet Interdisciplinary Institute y presidente del consejo académico de la Next International Business School.
Fuente: Arcadia
Arcadia
Odio, frustración y valores reaccionarios
La expresiva performance del candidato ultraderechista Jair Bolsonaro, del Partido Social Liberal (PSL), puede ser explicada por tres factores que actuaron de forma simultánea: antipetismo (odio), rechazo al sistema político (frustración) y la consolidación cultural de valores conservadores en la sociedad brasileña.
Odio:
Bolsonaro reactivó y capitalizó el “antipetismo” visceral de las clases altas y medias, pero lo llevó hasta los límites socioeconómicos de esas clases y capturó parte de los sectores populares.
Montado en el mismo sentimiento que movilizó una parte de junio de 2013, que casi provocara la derrota de Dilma Rousseff en 2014 y que le diera aire al poder judicial y el legislativo para avanzar en un impeachment de dudosa legalidad, Bolsonaro aglutinó para sí el odio al PT que otrora condensara el tradicional polo “tucano” (PSDB, el partido del ex presidente Fernando Henrique Cardoso) de la ecuación política de los últimos 20 años del Brasil.
El candidato Geraldo Alckmin sólo obtuvo 6% de los votos (4to lugar), y perdió 19 escaños en el Parlamento, la peor elección en la historia del partido.
Frustración:
En un marco de profunda frustración con la clase política, Bolsonaro ha sido muy hábil en librarse de su pasado y construirse como el outsider que no es: fue diputado federal por 27 años, estuvo afiliado al PP durante 11 años de esos 27, el partido con mayor cantidad de cuadros procesados en la operación Lava Jato.
El vendaval de esta operación, con matices, claro, pues el principal blanco siempre fue el PT, cayó sobre todos los partidos que formaron parte del juego democrático desde el restablecimiento de la misma a fines de los 80.
Los escándalos de corrupción alcanzaron al PT, al PSDB, el MDB (ex PMDB, el partido de Temer), DEM (ex PFL, el partido conservador más tradicional), y a muchos de los llamados “partidos fisiológicos”, del centro pragmático, produciendo un descrédito generalizado en la población en relación a la política.
En un contexto de “son todos ladrones”, “son todos iguales” o “sólo trabajan en beneficio propio”, el ex capitán, con un estilo simplón y directo pero de mucha astucia, logró despegarse de esa clase y erigiste como una persona fuera de ese sistema corrompido. Sin dudas, el hecho que no tenga denuncias fuertes ha ayudado a fomentar esa imagen.
Valores reaccionarios:
Los valores de tolerancia y respeto a la diferencia e inclusión social que fueron promovidos mediante políticas públicas y como producto de reivindicaciones sociales muy fuertes en la sociedad brasileña reactivaron, de forma paulatina, reacciones quizás más fuertes aún de los sectores conservadores. En la retórica conservadora, las políticas positivas en relación a raza, género, sexo y condición socioeconómica fueron transformadas en “privilegios”, en “paternalismo”, en atentado a la “familia”, en políticas de fomento a personas que no quieren trabajar, o que no se merecen la ayuda del Estado.
A esta reacción conservadora se le debe sumar el creciente peso social y cultural de las iglesias evangélicas, que en Brasil están muy cercanas a superar el número de fieles de las iglesias católicas.
A pesar de su diversidad y de que no todos los fieles repiten en la política lo que sus dirigentes indican, los evangélicos mayoritarios o más activos políticamente son los más conservadores y sus valores dialogan con el discurso de conservadorismo radical de Jair Bolsonaro: familia, anti gays y unión LGBT, o aborto, más la noción de meritocracia, derivada de la llamada “teología de la prosperidad” que atribuye al esfuerzo individual la razón del éxito en la vida.
Por ejemplo, el movimiento de mujeres #EleNão (#ElNo) sirvió en la estrategia del candidato, para atizar con imágenes y mensajes manipulados (fake news) los valores “de la izquierda” y contra la familia que este movimiento pregonaría – y no la lucha por la amenaza a derechos que las posiciones de Bolsonaro representan para las mujeres, protagonistas de las principales movilizaciones de calle realizadas en el contexto de la campaña electoral.
La guerra electoral.
El bombardeo electoral de alta intensidad que las huestes del candidato del PSL desataron contra el candidato del PT en los últimos 10 días antes de la elección, fundamentalmente a través de las redes sociales (whatsapp), se mostró extremadamente eficiente para activar el antipetismo y la reacción conservadora.
El aluvión de audios, videos y memes circulando por las redes sociales, siendo un altísimo porcentaje de fakenews o de información manipulada, desactivó el mayor tiempo de televisión que otros candidatos tuvieron y acertó un golpe decisivo a Haddad y el PT que, tras una campaña mayoritariamente basada en propuestas programáticas (“paz y amor”), decidió ya tarde iniciar el contraataque sobre Bolsonaro.
Hoy las bolsas suben y el dólar cae, es la “euforia” del mercado en relación a la posibilidad de un gobierno que promete no tocar los intereses económicos de las elites brasileñas y mano dura para controlar las contradicciones sociales que las medidas de ajuste y retroceso de la protección social y laboral ya están generando en la población más pobre del Brasil.
En las tres semanas que vienen, se verá si es posible cambiar la tendencia, iniciada con el retorno de la democracia brasileña, de que quien gana el primer turno gana también el segundo. Bolsonaro ya dijo que seguirá su campaña del mismo modo, Haddad intenta desde el minuto 1 agrupar al campo democrático y hacer señas hacia el centro del espectro político para disputar sectores democráticos liberales. Tendrá al mismo tiempo que atacar al candidato del PSL para intentar una “desconstrucción” de su figura en los medios, las redes y las calles.
Y podrá, finalmente debatir propuestas y programas frente a frente con Bolsonaro, que aprovechó el atentado que sufrió en manos de una persona desequilibrada para huir de los debates televisivos y la confrontación directa sobre políticas públicas.
Dependerá del talento personal del petista y del empeño del campo democrático y popular evitar que el Brasil se transforme en otro de los tristes casos de atraso político, social y cultural de la onda fascistoide del neoliberalismo actual en el Mundo.
Fuente: Alainet
Brasil: Otra vez la alternativa es entre “socialismo o barbarie”
por Carlos Aznárez
Lo más temido pero previsible a la vez, ya ha ocurrido. Bolsonaro estuvo a punto de alzarse con la presidencia de Brasil en primera vuelta y gracias al voto consecuente del pobrerío del Nordeste, se quedó en la puerta. Remarco lo de consecuente ya que hubo infinidad de barrios periféricos de las grandes ciudades y pueblos de diferentes Estados, donde no solo viven los más rezagados y expoliados del Brasil profundo sino también son amplios reductos afrodescendientes, que por esas cosas que facilita esta “democracia”, se inclinaron por el Hitler latinoamericano.
Son múltiples los aspectos y causas que han influido en la conformación de este escenario, que si bien no es definitivo (no puede serlo hasta que se cuente el último sufragio el próximo 28 de octubre) obliga a prender todas las luces rojas posibles.
En primer lugar, como viene ocurriendo en otros países del continente y del Tercer Mundo, la razón principal sigue siendo este enfermizo apego a sostener “democracias” burguesas que sólo sirven para emboscar y hacer retroceder cualquier posibilidad de construir una alternativa liberadora. Estas falsas opciones con las que no se come, no se educa, no se cura y menos se crece en un marco de cierta dignidad para nuestros pueblos, son el corset fundamental para “entretenernos” en el mejor de los casos y dividirnos desde la izquierda, a fin de domesticarnos por derecha.
¿Cuántas veces más vamos a probar la fórmula que nos impone este sistema que lentamente se va pareciendo a las dinastías opresoras de la Edad Media? Es precisamente en este marco que surgen primero como jugadores periféricos y luego se van institucionalizando poco a poco, los exponentes más declaradamente fascistas al estilo Jair Bolsonaro o Donald Trump, también están los Macri o los Piñera que no se quedan atrás en los métodos que aplican, aunque pretendan disimular su apego a una derecha extrema.
Los primeros, lanzan un discurso donde reemplazan la palabra “cambio” por “orden”, y así convencen muy fácilmente a sectores importantes de la población que creen que los problemas de la inseguridad se resuelven con más policías o expulsando a los inmigrantes. Muchos de ellos y ellas, creen que para conservarse puros e impolutos es necesario lanzarse a la caza (primero discursivamente, y luego en los hechos, como ocurriera con Marielle Franco) de las disidencias sexuales, los y las afrobrasileñas o todo aquel o aquella que no comulgue con sus prácticas de clara raíz patriarcal.
Es por ello que también está en la mira de sus odios el feminismo popular que se les opone y los denuncia en las calles.
Obviamente, que para que esta operación de envenenamiento ideológico tenga mayor entidad, la mayoría de quienes comulgan con prácticas autoritarias, ha sido cocinada a fuego lento por la prédica de los medios hegemónicos.
Así, de buenas a primeras, personajes como Bolsonaro, que casi siempre cuando irrumpen son subestimados por la izquierda, no tienen pelos en la lengua para expresar cualquier tipo de amenazantes propuestas, y ser recibidas con fanática aceptación por sus interlocutores. Insisto, no toda la audiencia de Bolsonaro son hombres blancos y de clase media alta.
De esta forma se va perfilando el primer eslabón de construcción del fascismo en un cuerpo social enfermo y convenientemente desilusionado por la “política”. En realidad, no es distinto a lo ocurrido en la Alemania pre-hitleriana o en la Italia pre-mussoliniana, y ya se sabe en que terminó aquella historia.
Necesario es comprender además que los Bolsonaro, los Macri y otros similares son piezas de un plan de recolonización continental impulsada por el imperialismo estadounidense, que ambiciona ya no quedarse con el “patio trasero” sino con todo el edificio y las riquezas que este encierra.
El otro gran factor que posibilita estos rápidos ascensos de extrema derecha son los propios errores (u horrores) que se cometieron en el propio campo de la izquierda progresista. En el caso especial de Brasil, es obligatorio nombrar al Partido de los Trabajadores, que gobernó durante tantos años y que si bien abrió un amplio abanico de libertades e impuso importantes cambios sociales (muchos de ellos de corte únicamente asistencialista) no quiso romper el molde del capitalismo, y fue abandonando poco a poco la idea original (con la que el propio Lula agitaba en sus orígenes a los trabajadores metalúrgicos) de la opción por el socialismo, quedándose estancado solo en el “progresismo”.
Aquí viene otro tema sustancial y se trata de entender que esa matriz ideológica tiene límites muy concretos y en aras de arribar y luego sostenerse en un gobierno, genera alianzas que luego le cuestan la vida, eufemísticamente hablando. No es lo mismo aspirar a una práctica progresista que tener una fuerte aspiración de recorrer un rumbo revolucionario.
En ese sentido tampoco es casualidad que del amplísimo mapa de gobiernos de características populares que hasta hace poco se mantenían en pie en el continente, sólo permanecen erguidos Cuba (como siempre, un faro indispensable), Venezuela bolivariana y la Bolivia plurinacional de Evo Morales.
El tercer factor a tener en cuenta en la difícil coyuntura brasileña, es que más allá del esfuerzo y el sacrificio asumido en las calles de todo el país por algunos de los más importantes movimientos sociales como son los Sin Tierra y los Sin Techo, ambos alineados en frentes que reivindican la izquierda popular y socialista, la movilización de las masas no estuvo a la altura de las circunstancias en todos estos meses, y en especial desde la injusta detención de Lula.
Este hecho, el encarcelamiento de un líder popular y el ex presidente que mayores posibilidades le brindó a los más humildes, debería haber desencadenado una importante revuelta social, con cientos de miles de personas en las calles. Esto no ocurrió así, y en ese aspecto pesa otra vez la equivocada idea de que todos los problemas se resuelven con la “democracia” y las urnas que esta ofrece como instrumento, cuando es en la lucha callejera, donde los pueblos han logrado históricamente sus más altas conquistas.
Eso lo entendieron muy bien los militantes del MST y sus liderazgos, cuando además de movilizarse constantemente e incluso mantener casi en solitario el campamento frente a la prisión donde encerraron a Lula, lanzaron un mensaje a futuro, señalando que si la izquierda representada por Haddad-Lula ganara las elecciones, el gobierno que se derivara de ello debería abandonar cualquier atisbo de “conciliación de clases” y emprender cambios profundos en un giro radical hacia la izquierda y el socialismo.
Ahora bien, convengamos que el escenario que se ha abierto este pasado domingo es de una notoria gravedad, y que lo que ocurra el 28/O no solo afectará a Brasil sino a toda la Patria Grande. En ese sentido, a sabiendas de que otra vez la suerte habrá que jugarla en el campo del enemigo, resulta indispensable encontrar los mecanismos para hacer un esfuerzo descomunal a fin de frenar el ascenso del fascismo representado por Bolsonaro. Por un lado, se impone la unidad de toda la izquierda y el campo popular, que abandonando en esta ocasión el lenguaje “políticamente correcto” y cualquier atisbo de “buenísmo” que suele circundar a algunos sectores, se expresen y actúen radicalmente.
Es indispensable que se genere confianza en que si Fernando Haddad obtiene la victoria (que no es para nada imposible) se van a realizar y cumplir por fin con todas las demandas que el movimiento popular viene exigiendo desde hace años, y que pasan por reforma agraria, nacionalización del comercio exterior, terminar con la dictadura de los “grandes medios” y otras reivindicaciones de carácter revolucionario.
Porque al fascismo no se lo derrota con discursos ni prácticas moderadas sino con toda la fuerza que imponen las circunstancias de estar entre la vida y la muerte.
Eso es importante que se tenga en cuenta a la hora de hacer una campaña de pocos días donde habrá que enfrentar a todos los poderes fácticos, desde el aparato gubernamental-empresarial y eclesiástico (sobre todo el evangélico Pentecostal) hasta la andanada descerebrante de los mass media.
El discurso diferenciado entre un candidato y otro debe no ser simplemente una expresión de lenguaje, sino el tratar de convencer que como en otras ocasiones de la historia la alternativa es “socialismo o barbarie”.
Y que si esta última triunfa, los perjudicados, como siempre, serán los y las humildes y no pocos sectores de la clase media brasileña.
El desafío está planteado, la consigna es tan conocida como necesaria:
“No pasarán”.
Fuente: Resumen Latinoamericano
A Chile le gusta el plan económico de la ultraderecha brasileña
por Sergio Alejandro Gómez.
Si el polémico candidato de la ultraderecha brasileña, Jair Bolsonaro, hace titulares por su apoyo a la dictadura, comentarios homofóbicos o de irrespeto a las mujeres, el plan económico que aplicaría en caso de llegar a la presidencia es su verdadera carta de triunfo, al menos de cara a los mercados.
Así lo confirmó el presidente chileno, Sebastián Piñera, quien no esperó a conocer los resultados de la segunda vuelta de las elecciones para alabar la agenda económica de Bolsonaro.
“La verdad que conocemos poco a Bolsonaro. Yo conozco a su equipo económico que acaba de hacer ayer un plan muy concreto, muy específico de cómo van a enfrentar los problemas de Brasil y que yo comparto en gran medida”, dijo Piñera durante una visita oficial a España como parte de una gira europea.
El mandatario chileno, abierto defensor del neoliberalismo, sin dudas reconoce en el brasileño a uno de los suyos.
En su cuenta de Twitter, Bolsonaro aseguró el lunes que de ser electo reducirá la cantidad de ministerios y privatizará empresas estatales.
Pero si alguien dudaba que la envoltura antisistema del “Donald Trump brasileño”, como ya lo llaman algunos medios, escondía en realidad el mismo programa neoliberal que empobreció a América Latina a finales del siglo pasado, el reciente nombramiento de Paulo Guedes como asesor económico deja las cosas claras.
Guedes, de 68 años, es uno de los Chicago Boys formados por Milton Friedman para aplicar la doctrina neoliberal en la región. Es conocido por sus arriesgados movimientos en el mercado financiero de Río de Janeiro, donde creó Ibmec, un instituto de investigación vinculado al thinkthank Millennium y al Banco Pactual.
Su nombramiento como “gurú económico” de Bolsonaro fue un mensaje directo a los mercados sobre cuál será el futuro de Brasil en caso de que resulte vencedor en el balotaje del próximo 28 de octubre, cuando se medirá al candidato del Partido de los Trabajadores, Fernando Haddad.
“Las señales que está dando en cuanto a abrir la economía brasileña, reducir el déficit fiscal, reformar las pensiones, reducir el tamaño del sector público con muchas privatizaciones, creo que es lo que un país como Brasil, que es un gigante, necesita”, dijo Piñera sobre el programa de la ultraderecha.
Una posible victoria de Bolsonaro, que se quedó cerca de ganar en primera vuelta con el 46 % de los sufragios, podría conllevar a una chilenización del gigante sudamericano.
A diferencia de su vecino, los gobiernos de Luiz Inácio Lula da Silva y Dilma Rousseff apostaron por un fortalecimiento de las políticas sociales y la inversión estatal, con lo que lograron sacar a más de 30 millones de personas de la pobreza y ubicar a Brasil en el mapa de las potencias mundiales.
Sin embargo, durante los últimos dos años de gobierno interino de Michel Temer se ha retrocedido en los avances sociales y se han aplicado paquetazos para cargar a los trabajadores la crisis económica que sufre el gigante sudamericano.
Esa tendencia sin dudas se profundizaría en caso de una victoria de Bolsonaro. Lo único que resta en el camino para materializar los planes es el Partido de los Trabajadores. Su candidato, Fernando Haddad, promete cumplir el plan de Gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva para la recuperación económica y social de Brasil.
“Bastaron dos años para que Brasil volviera al mapa del hambre, todo lo que han hecho hasta ahora fue desestabilizar, traer el caos, el desorden y la intolerancia para un pueblo que solo quiere trabajar”, subrayó el candidato en uno de sus actos de campaña. “No aceptaremos el Brasil del siglo XX, del siglo XIX o del XVIII. No queremos aquel Brasil desigual. Sabemos de nuestro potencial”.
Fuente: Cubadebate
Brasil, alerta roja
por Eduardo Contreras.
La reciente victoria en primera vuelta del archifascista Jair Messias Bolsonaro como candidato a la presidencia de Brasil enciende una amenazante luz roja que debe llamar a preocupación a toda América Latina.
De llegar a ganar en segunda vuelta, lo que hoy aparece como muy probable, se consolidaría el predominio de gobiernos de derecha ultrareaccionarios en la región, lo que unido a la presencia de un personaje como Donald Trump al mando del gobierno de los EEUU de Norteamérica abre la puerta a toda suerte de violaciones a los derechos humanos de los pueblos del continente, de atropellos a sus conquistas sociales y económicas y de graves retrocesos en los más diversos planos.
Sería una vuelta a un pasado ignominioso, como aquellos años de la década del sesenta del pasado siglo cuando en el propio Brasil una dictadura derrocó al gobierno constitucional de Joao Goulart inaugurando una época siniestra en la que luego se sucederían las dictaduras militares fascistas en Argentina, Uruguay, Chile y otros países de la región.
Bolsonaro representa lo más cavernícola del pensamiento de las derechas. Militar y diputado, su título es ser egresado de la escuela de educación física del ejército brasileño.
Su fama proviene en buena medida de increíbles frases suyas, en su mayoría dirigida a personas concretas como a aquella mujer a la que le dijo, “no mereces ser violada porque eres muy fea” o cuando, en relación al tema de la homosexualidad, afirma que “prefiero ver a mi hijo muerto que besándose con uno de bigotes ”.
O cuando, categórico, sostiene que, “estoy a favor de la tortura”, aunque en seguida afirme que “ el error de la dictadura fue torturar y no matar” o haya dicho que “deben ser fusilados unos treinta mil, empezando por el presidente Fernando Henrique Cardoso”
Lo grave de la situación es que tales aberrantes juicios no sólo no han provocado un distanciamiento entre el mundo popular de quien los emite, sino que le suman puntos al estrafalario y peligroso militar y político.
Lo que habla mal de la organización social y de la formación ideológica de las masas en ese inmenso país.
Dicho en palabras recientes del intelectual argentino Atilio Borón, “ En ese clima ideológico sus escandalosos y violentos disparates, como los de Hitler, decantan como un razonable sentido común popular y podrían catapultar a un monstruo como Bolsonaro al Palacio del Planalto que, como dato adicional habría que recordar que le prometió a Donald Trump autorizar la instalación de una base militar de EE.UU. en Alcántara, cosa a la que se negaron los gobiernos petistas. Si llegase a triunfar sería el comienzo de una horrible pesadilla, no sólo para el Brasil sino para toda América Latina.”
Compartimos esa preocupación.
Es cierto que tras las dictaduras del siglo pasado emergieron gobiernos democráticos que supieron interpretar las demandas populares en América del Sur. Chávez en Venezuela, Evo Morales en Bolivia, Kirchner en Argentina, Lula en Brasil, el Frente Amplio en Uruguay, Correa en Ecuador, Bachelet en Chile. Pero eso no es lo de hoy.
Se mantiene Venezuela, Bolivia, Uruguay, pero están Macri en Argentina, Moreno en Ecuador, Temer en Brasil y Piñera en Chile.
Un gobierno encabezado por el militar Bolsonaro y al alero de Trump puede ocasionar retrocesos y daños inmensos a su país y encender el peligro de los contagios autoritarios en la región.
Ha sido una sorpresa desagradable que este apologista de la tiranía de su país de 1964, de la que salieron muchos de los maestros que instruyeron a los agentes de la Dina en Chile, saltara de sus bajos porcentajes en las encuestas a vencedor en primera vuelta. Notable ha sido la ayuda que le prestan las iglesias evangélicas, conservadoras hasta el infinito, contrarias a todo cambio.
Pero la principal lección que deja el episodio es que no basta con lograr las indispensables mejoras sociales y económicas del pueblo trabajador. Eso hicieron Lula y Dilma.
Pero ese esfuerzo corre el riesgo de perderse en el tiempo si no va acompañado de la necesaria educación que haga comprender a las masas las razones reales de sus pésimas condiciones de vida y los caminos para superar esa situación, la relación entre lo social y lo político, entre la política y el poder real.
Por ahora, hay incertidumbre a la espera de la segunda vuelta.
Fuente: Radio Cooperativa
Radio Cooperativa