por Santiago Mayor.
La crisis económica argentina se aceleró en las últimas semanas y llevó a la Alianza Cambiemos a su situación más complicada desde que asumió el Gobierno en diciembre de 2015.
Tanto por la presión de los capitales internacionales —a través de la fuga masiva de divisas que provocó una devaluación del peso— como por una sociedad con un importante nivel de organización y movilización.
A diferencia de las movilizaciones de 2001, la sociedad argentina cuenta con mecanismos de protección social. Sin embargo, el proyecto Macri se resquebraja y se dispara la evasión de capital.
El alza del dólar, que llegó a superar los 40 pesos la última semana —provocando una devaluación de más del 100% en lo que va del año— obligó al Ejecutivo liderado por Mauricio Macri a tomar medidas drásticas. Enmarcado en su plan neoliberal, la resolución fue apostar por mayores medidas de ajuste, algunas inéditas en la historia democrática del país.
Entre estas últimas se destaca la degradación del Ministerio de Salud al estatus de Secretaría dependiente de la cartera de Desarrollo Social. Lo mismo sucedió con el Ministerio de Trabajo, que ahora quedará bajo la órbita de Producción, retrocediendo así 70 años de historia.
A su vez, esto se enmarca en una apuesta por reducir el déficit fiscal que busca ser llevado a cero para 2019. Una medida que tiene un antecedente poco feliz para la sociedad argentina: fue anunciada como la salvación por el Gobierno de Fernando de la Rúa meses antes de que estallara la crisis más grande de la historia del país sudamericano en diciembre de 2001.
Para esto se reducirá aún más el gasto público eliminando los subsidios a empresas privadas de servicios lo cual, se espera, repercuta en más aumentos de tarifas y más inflación (originalmente prevista por el Gobierno en un 15% anual y que ya se pronostica por encima del 35%).
«A comienzos de 2018, los mismos mecanismos que permitieron la entrada de divisas para la especulación financiera, garantizaron su rápida salida cuando el alza de la tasa de interés en EE UU golpeó todas las economías del mundo»
También continuarán los despidos de trabajadores de la Administración Pública como viene sucediendo de manera sostenida, pero esta tendencia ahora se verá agudizada por la eliminación de Ministerios enteros y sus consecuentes programas. Se une el recorte del presupuesto para la Educación y la Ciencia, lo que ha desatado un extenso conflicto en las Universidades Nacionales que se encuentran hace un mes en huelga.
Todo esto hará aumentar la desocupación y la pobreza, tal como reconoció el propio presidente durante un discurso al país emitido el lunes.
Las razones de la crisis
Desde su llegada a la presidencia, Macri desarrolló una política económica con lineamientos netamente neoliberales que, combinada con problemas estructurales, dejaron la Argentina en una situación muy frágil ante cualquier embate del mercado mundial.
Entre las primeras medidas estuvo bajar y, en algunos casos directamente eliminar, el impuesto a las exportaciones de la producción agropecuaria y minera. De esta forma se anuló una de las principales fuentes de divisas. A su vez se permitió la libre remisión de dinero de las empresas a las casas matrices (previamente, las multinacionales estaban obligadas a tenerlo un año en el país).
Además se implementaron enormes aumentos de tarifas de servicios públicos (electricidad, gas, agua, transporte, combustibles) que impactaron en el bolsillo de la población y redujeron el consumo. Generando así una caída de la actividad económica.
Estas decisiones fueron acompañadas de una desregulación total del mercado financiero y una tasa de interés alta que permitió a capitales especulativos hacer negocios con las llamadas Letras del Banco Central (Lebacs), generando un importante ingreso de dólares durante los primeros dos años de gestión pero no para inversión en industrias ni para generar puestos de trabajo.
A comienzos de 2018, los mismos mecanismos que permitieron la entrada de divisas para la especulación financiera, garantizaron su rápida salida cuando el alza de la tasa de interés en EE UU golpeó todas las economías del mundo. A una primera crisis cambiaria en mayo le siguió una más reciente en agosto.
«El cuerdo con el FMI por 50.000 millones de dólares convirtió a la Argentina en el país más endeudado con el ente financiero a nivel mundial»
Durante este proceso la administración Macri elevó la tasa de interés de referencia primero al 40% y luego al 60% (guarismos únicos en el mundo), haciendo imposible cualquier tipo de financiamiento o crédito, sobre todo para las pequeñas y medianas empresas que son las principales creadoras de puestos de trabajo.
El combo llevó a una economía estructuralmente dependiente —cuyo principal ingreso de divisas proviene de la exportación de materias primas— a sufrir los embates de la falta de dólares y ponerla al borde de una crisis.
Fue entonces que Macri solicitó un préstamo al Fondo Monetario Internacional (FMI). El acuerdo por 50.000 millones de dólares convirtió a la Argentina en el país más endeudado con el ente financiero a nivel mundial y profundizó su dependencia ya que debió adaptarse a los objetivos impuestos por el organismo presidido por Christine Lagarde.
Paradójicamente no pudo cumplir ni siquiera con esas medidas y debió llevar a cabo recientemente lo que fue calificado por diversos analistas como un “ajuste del ajuste”.
Las primeras chispas de un pueblo organizado y expectante
Tras los anuncios de esta semana, se dieron episodios aislados que recuerdan a la anterior crisis: hubo cacerolazos en la Ciudad de Buenos Aires y saqueos de comercios en algunos puntos del país. El más trágico fue el que sucedió en la localidad de Saénz Peña, en la provincia de Chaco (noreste), donde un joven de 13 años murió de un disparo en el pecho en el marco de la represión policial.
Sin embargo, una de las principales diferencias con la crisis de 2001 y que permiten suponer que el desenlace no será igual, es el nivel de organización que tiene la sociedad argentina y su entramado de contención. Hay dos grandes movimientos que se destacan por su dinamismo y presencia callejera: el feminismo y la economía popular.
El primero, conformado al calor de décadas de organización paciente de las mujeres argentinas, cobró masividad a partir de 2015 en el marco de las movilizaciones de #NiUnaMenos contra los feminicidios y este año marcó un hito al lograr que el debate del aborto llegara al Congreso. A pesar de que el Senado rechazó el proyecto, eso no quitó que la discusión generara una transformación cultural que tuvo su corolario en la marcha de dos millones de mujeres el 8 de agosto.
A su vez, fue este movimiento el primero en realizar un paro nacional al gobierno de Macri en octubre de 2016 cuando la principal central sindical, la Confederación General del Trabajo (CGT) se mostraba, como ahora, dubitativa.
Por su parte, el movimiento de la Economía Popular representa a los sectores desclasados que no lograron ser integrados durante los gobiernos de Néstor y Cristina Fernández de Kirchner. Se trata de personas que se crearon su propio trabajo y se nuclean centralmente en cooperativas hoy organizadas en torno a la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP) y otras organizaciones similares.
Este movimiento consiguió importantes triunfos, incluso legislativos, como la Ley de Emergencia Social, y ha sido uno de los que pudo arrancarle más recursos al Gobierno por su fuerte inserción en los barrios populares, principalmente de los grandes centros urbanos y sus periferias.
Un actor más a considerar son los sindicatos que, aunque con poca reacción en general —salvo excepciones—, siguen siendo organizaciones con un importante poder de presión y capacidad de paralizar el país. A pesar de su posición históricamente negociadora, han sido obligados a desplazarse cada vez más hacia la oposición ante la imposibilidad de acordar condiciones aceptables para sus bases.
Todas estas expresiones, todavía con demandas parciales y desarticuladas, han tenido sin embargo un enfrentamiento frontal con el modelo neoliberal, ya sea por orientación política (como en el caso del feminismo) como por reivindicaciones concretas (como en la economía popular y el sindicalismo tradicional).
Finalmente, se complementan con una oposición política que también se encuentra dispersa pero que tiene en el kirchnerismo —con la figura de la senadora y expresidenta Cristina F. Kirchner a la cabeza— y las distintas expresiones de la izquierda, a dos actores que también han mantenido su carácter confrontativo y sin vacilaciones con el Gobierno.
¿Un nuevo 2001?
Si bien las medidas económicas y algunas de sus consecuencias son muy similares a las de la última gran crisis del país, las bases sobre las que se asientan son diferentes. La Argentina de hoy no tiene más de un 20% de desocupación ni la mitad de la población vive en la pobreza y su PBI es un 150% más grande que en aquel entonces.
Además, durante los gobiernos anteriores se gestó una red de asistencia social que, aunque hoy deteriorada, sigue haciendo de barrera de contención: jubilaciones, asignación universal por hijo, programas laborales en los barrios, etc. permiten a gran parte de la población tener aunque sea un mínimo ingreso económico.
Estas condiciones generales se complementan con los actores políticos y sociales mencionados anteriormente que canalizan y organizan la bronca popular. De esta forma, es probable que la espontaneidad callejera que se vio durante la rebelión de 2001 hoy no se manifieste de la misma forma ya que posee otros marcos organizativos e institucionales sobre los cuales sostenerse y expresarse.
Dependerá en gran parte de los movimientos del propio Gobierno en las próximas semanas cuál sea el desenlace. Si logra llegar a las elecciones de octubre de 2019 a fuerza de ajuste y represión o debe optar por una salida anticipada ante la imposibilidad de sortear la crisis.
En cualquier caso, el modelo neoliberal está golpeado y quien venga después de Macri —sea del signo político que sea— deberá resolver si elige seguir los dictados del FMI y el capital transnacional o apoyarse en un pueblo que empieza a decir basta y está dispuesto a salir a la calle.
Fuente: El Salto