por Peter Rosset (*)
Está de moda especular sobre qué esperar del próximo gobierno de México. Aunque nadie puede predecir el futuro, el análisis comparativo puede ayudar a establecer ciertos marcos para nuestras expectativas. Honduras, Paraguay, Uruguay, Argentina, Brasil, Ecuador, Venezuela, Bolivia, Chile, Perú, El Salvador y Nicaragua han tenido gobiernos que decían o dicen ser progresistas, y me gustaría hacer aquí un balance de lo bueno, lo malo y lo feo de sus resultados.
Cada uno de esos gobiernos aplicaba una estrategia de lo que se podría denominar conciliación de clases, ya que, excepto Cuba, la generación previa de lucha armada y lucha de clases había sido derrotada. Cada uno de los gobiernos, incluyendo las expresiones más radicales de Chávez, Morales y Correa, gobernaban de manera conjunta con sectores importantes de oligarquías, burguesías nacionales y grupos de capital.
El saldo frío de esos gobiernos, casi sin excepción aunque en menor o mayor grado, incluye sendos elementos en común. Todos lograron reducciones importantes de la pobreza extrema, sobre todo mediante programas de corte compensatorio y asistencialista, incluyendo las transferencias directas y la mal llamada inclusión financiera, que permite a los pobres acceder a un mayor nivel de consumo mediante el endeudamiento con el crédito. También lograron niveles significativos de democratización del acceso a la educación superior usando becas, cuotas y abriendo nuevas universidades públicas.
Todo esto, sin embrago, sin grandes cambios estructurales favorables a los intereses de las clases trabajadoras y campesinas o de las poblaciones indígenas y afrodescendientes. Más bien sus mandatos fueron escenarios de mayor trasnacionalización de las economías, la llegada del capital financiero internacional y el aumento exponencial de las concesiones mineras. A la par de crear pequeños ministerios o subsecretarías para atender la agricultura familiar y campesina con modestos presupuestos de crédito y compras públicas, entregaron los ministerios o secretarías de agricultura, con mega presupuestos, a los hombres y mujeres de Monsanto y del agronegocio. Liberaron los transgénicos y no avanzaron en la reforma agraria. En Brasil, los gobiernos de Lula y Dilma vieron la mayor expansión territorial del agronegocio en la historia del país. Han sido políticas de neodesarrollismo y neoextractivismo que justifican la expansión del agronegocio y la minería a cielo abierto con una mayor recaudación de impuestos y regalías por el Estado, modelo que ha entrado en crisis con el fin del boom de los commodities.
Cado uno de esos gobiernos ha sido asociado con el ascenso de nuevos sectores del capital ligados al presupuesto público (la Boliburguesía en Venezuela, Odebrecht y JBS en Brasil, etcétera) y la corrupción ha sido casi tan notaria como en los gobiernos de derecha. En estados, provincias y municipios han gobernado en nefastas alianzas electorales con las oligarquías locales de siempre.
Hoy día varios de esos gobiernos han llegado a tristes finales o se encuentran en situaciones complicadas. Los golpes blandos contra Zelaya, Lugo y Dilma, Lula preso; las derrotas electorales de Fernández de Kirchner y Bachelet, y las guarimbas del imperialismo en calles de Venezuela y Nicaragua levantan dudas legítimas sobre los límites reales de una estrategia de conciliación de clases.
Se puede argumentar, por ejemplo, que mediante la conciliación de clases Lula, Dilma y el PT alimentaron la serpiente que luego los mordió. El primer mandato de Lula, con popularidad en alrededor de 80 por ciento, habría sido el momento para hacer la reforma política que pedían los movimientos sociales. No lo hizo, permitiendo la continuación de un sistema parlamentario que fomenta la tiranía de pequeños partidos de derecha. Cuando TV Globo estaba en quiebra, Lula la rescató con dinero público. No cortaron la cabeza de la serpiente. Alimentaron el agronegocio y los ruralistas, con subvenciones públicas, pusieron a un conocido corrupto de derecha, Michel Temer, como vicepresidente de Dilma y terminaron víctimas de las fuerzas que ellos mismos mantuvieron.
Una interpretación dice que el poder siempre ha querido avanzar la agenda del capital. Que los gobiernos militares llegaron a sus límites y dieron lugar a los gobiernos democráticos pero neoliberales, que también llegaron a sus límites. Y que la única manera de avanzar más en la agenda del capital (minería, agronegocio, etc.) era bajo supuestos gobiernos de izquierda, con su capacidad de contención de las masas, que ahora llegan a sus límites, y regresa la derecha de nuevo.
Viendo la composición del gabinete propuesto por AMLO, futuros nombramientos y propuestas de políticas, ¿será tan diferente en México? ¿Es AMLO tan diferente de estos otros presidentes? México, sí, tiene particularidades, pero ¿serán tan distintos los resultados?
(*) Profesor del Colegio de la Frontera Sur (Ecosur) en Chiapas.
Fuente: Pressenza