Sergio Grez (*)
La noche del 17 de septiembre de 2008 cientos de miles de telespectadores siguieron expectantes el desenlace del programa “Grandes Chilenos de Nuestra Historia” del canal estatal Televisión Nacional de Chile (TVN).
La versión original de este programa, “Great Britons”, ha tenido 18 réplicas en el mundo: en Gran Bretaña los televidentes eligieron como “el más grande” al ex primer ministronservador Winston Churchill; en Estados Unidos, al expresidente Ronald Reagan; en Alemania al canciller de la segunda post guerrandial Konrad Adenauer; en Francia al general y expresidente de la República Charles De Gaulle; y en India, a la religiosa Teresa de Calcuta.
La versión chilena de este programa -adaptación de una licencia de la cadena británica BBC (British Broadcasting Corporation)- provocó grandes controversias. Desde los más variados sectores se formularon críticas a los procedimientos de selección de los personajes, sus contenidos, la falta de profundidad en el tratamiento de los temas, la frivolidad “mediática” o “farandulesca” con que fueron tratados los problemas históricos, la mezcolanza de figuras de distintas áreas (héroes guerreros, políticos, artistas, etc.), el sistema de votación y, sobre todo, la validez del “veredicto popular” como criterio de legitimidad histórica[1].
Para realizar la selección previa de personajes, el canal estatal convocó a una comisión asesora compuesta por dieciocho intelectuales, quienes designaron a 60 personajes ya fallecidos. A partir de esa muestra extensa, estudiantes y profesores de enseñanza básica, media y superior de todo el país escogieron diez nombres como finalistas.
En una tercera etapa el concurso se abrió a todos quienes quisieran participar. Las votaciones del público se extendieron desde el 8 de julio -fecha de inicio de las transmisiones semanales de documentales con la vida y obra de los personajes en competencia- hasta el 17 de septiembre, última emisión en la que se dio a conocer el resultado del concurso. Varios cientos de miles de “electores” expresaron sus preferencias a través de la telefonía y por Internet (cada persona podía votar hasta tres veces por día).
Durante las últimas semanas se estableció una cerrada competencia entre los partidarios de los dos personajes que se vislumbraban como los posibles vencedores: el capitán de Marina Arturo Prat Chacón, héroe de la Guerra del Pacífico, y el expresidente socialista Salvador Allende Gossens. Aunque en cierto momento Prat parecía seguro vencedor porque aventajaba a Allende por 8% o más de los sufragios del público, la distancia entre ambos personajes se fue acortando progresivamente.
Los cómputos que entregaba TVN reflejaban que en los últimos días una ventaja ínfima separaba a ambos personajes: en un momento aparecía Prat a la cabeza del concurso, poco después Allende, y así sucesivamente. Finalmente, la noche del 17 de septiembre -cuando se iniciaban los largos festejos de Fiestas Patrias- la conductora del programa televisivo anunció el estrechísimo resultado definitivo de los más de cuatro millones de votos emitidos por los televidentes: Salvador Allende 38,81 por ciento, Arturo Prat 38,44 por ciento.
Luego venían, muy abajo, en orden decreciente: el sacerdote jesuita Alberto Hurtado, declarado santo por la Iglesia Católica; el cantautor Víctor Jara, torturado y asesinado pocos días después del golpe de Estado de 1973; el político y guerrillero independentista Manuel Rodríguez; el militar y cabeza de uno de los primeros gobiernos patriotas durante la “Patria Vieja”, José Miguel Carrera; el jefe mapuche Lautaro; los poetas Pablo Neruda y Gabriela Mistral, ambos ganadores del Premio Nobel de Literatura; finalmente, cerrando la lista de “elegidos”, la cantautora popular Violeta Parra.
La victoria simbólica de Allende, pocos días después de cumplirse 35 años de su muerte y en el año del centenario de su nacimiento, causó un impacto innegable. Rápidamente los medios de comunicación difundieron la noticia por todo el mundo y las reacciones de partidarios y detractores del que fuera la principal figura de la izquierda chilena del siglo XX no se hicieron esperar. Unos festejando esta victoria simbólica, otros restándole validez, importancia y legitimidad.
Más allá de las múltiples interpretaciones que pueden hacerse sobre este programa de televisión, en tanto ciudadano e historiador, debo constatar con preocupación el gran abismo que separa al grueso de la comunidad de los historiadores de las preocupaciones y sensibilidades ciudadanas respecto de la Historia y de los problemas históricos.
Aunque es evidente que esta “votación popular” no podía constituirse en un “tribunal de la Historia” (porque los juicios históricos son por definición cambiantes y porque es evidente que todos los televidentes no disponían de los elementos para emitir opiniones bien informadas), creo que en torno a este programa se generó una situación interesante en términos de lo que se ha denominado la “batalla por la memoria”.
Los diez personajes seleccionados por profesores y alumnos de la enseñanza media y universitaria ponen en evidencia el desfase existente entre la historia oficial (omnipresente en los manuales escolares, en los medios de comunicación de masas y en la historiografía tradicional) por un lado, y la memoria popular, por el otro. Grandes íconos de esa enseñanza, símbolos de una visión de Estado y sociedad, no fueron considerados por nuestros conciudadanos llamados a constituirse en jurados.
Los sectores más conservadores de la sociedad chilena vieron con sorpresa y malestar que en esa selección final no quedaron figuras como Bernardo O’Higgins, Diego Portales, Manuel Montt, Arturo Alessandri Palma, Carlos Ibáñez del Campo o Augusto Pinochet, “padres fundadores” o “refundadores” de la institucionalidad nacional, siempre al amparo de la fuerza armada. Sobre este punto cabe agregar que prácticamente todos los elegidos, a pesar de sus grandes diferencias, tienen en común el ser personajes caracterizados por la firmeza de sus convicciones, su honestidad, el heroísmo o la sensibilidad artística y, en muchos casos, un final digno a la vez que trágico.
En este sentido, las más altas mayorías de este programa de televisión deben ser interpretadas como el reflejo de cierta legitimidad histórica en la conciencia de los chilenos de comienzos del siglo XX.
El triunfo de Allende significa, entre otras cosas, que la sistemática labor de desprestigio y denigración de su figura realizada por la dictadura y las fuerzas sociales y políticas que le dieron sustento, así como el ocultamiento vergonzante de su obra que han realizado las fuerzas en el gobierno desde 1990, no han dado resultado. Allende ganó a pesar del muy deficiente programa que le consagró TVN en el marco de este concurso. Dicho programa fue el resultado de una cuidadosa operación política destinada a proyectar una imagen edulcorada del líder socialista, acorde con las necesidades políticas actuales del bloque en el gobierno.
Así, por ejemplo, se hizo un sugerente silencio sobre la campaña presidencial de 1964, ganada por Eduardo Frei Montalva con el apoyo de la derecha, el concurso millonario de los Estados Unidos y una campaña del terror contra el “comunista Allende”. Es evidente que para la Concertación gobernante, especialmente para la Democracia Cristiana (que no logró colocar a ninguna de sus figuras entre los “diez grandes”), Allende es incómodo y molesto.
Cabe señalar que, como quedó consignado en un reportaje publicado en La Nación Domingo (del 14 al 20 de septiembre), el equipo asesor de estos programas estuvo conformado exclusivamente por historiadores de centro y de derecha de la Pontificia Universidad Católica, y que el programa consagrado a Allende fue revisado tres veces por Daniel Fernández, director ejecutivo del canal estatal, quien diagnosticó que su final era muy “utópico” y “sugirió” un cambio para “contemplar otra visión de la crisis institucional de 1973”. De esta manera, se le agregó elementos que lo “equilibraran”. ¡Una laboriosa construcción a la medida de las necesidades del poder!
Aunque muchos chilenos ignoran aspectos esenciales de su trayectoria, es evidente que -como dijo el propio Allende en su discurso de despedida- la semilla que él y otros sembraron no ha podido ser arrancada de la “conciencia digna de miles y miles de chilenos”.
La actualidad, vigencia y popularidad de Allende en el Chile de nuestros días debe explicarse no solo por su muerte heroica, sino también porque numerosos compatriotas siguen alentando sueños y proyectos de profundo cambio social que rescatan muchos de los elementos del allendismo de las décadas de 1950, 1960 y 1970. Reconocer, incluso valorar este fenómeno, no implica que los historiadores debamos acreditar los mitos que desde distintos segmentos sociales han surgido sobre la figura de Allende[2] -al igual que sobre cualquier personaje histórico descollante- sino, simplemente, situar los hechos y fenómenos que percibimos en una justa perspectiva que reconoce convergencias, cruces, desencuentros y tensiones entre historia (más precisamente historiografía), memoria y política[3].
De igual forma, el alto score obtenido por Arturo Prat debe ser leído en clave política. Prat también es una figura heroica, pero a diferencia de Allende, que fue un héroe de la lucha por la emancipación social, Prat es un héroe patriótico en la fase final de la expansión del Estado nacional. Sin haber sido conservador, sino más bien liberal, este oficial de la Armada chilena fue enarbolado en esta votación como el símbolo de los sectores conservadores de nuestros días para evitar un nuevo triunfo, esta vez simbólico, de Allende.
Por Internet circularon profusamente mensajes de sectores de derecha y de militares en retiro (al parecer también en servicio activo) llamando a votar por el héroe naval para impedir el triunfo del “marxista Allende”. Esos sectores conservadores -a diferencia de algunos militantes y académicos de izquierda que miraron con olímpico desdén el concurso televisivo- entendieron bien el contenido político del enfrentamiento y movilizaron todas sus fuerzas para ganar esta batalla simbólica.
A su favor contaban, además, con la influencia de los manuales escolares donde Prat ocupa un sitial destacadísimo, a diferencia de Allende cuya figura y obra son casi siempre atacadas, deformadas o minimizadas.
Lo ocurrido con este programa televisivo –de una complejidad mucho mayor de la que puede reflejarse en estas breves líneas- nos remite a la estrecha relación entre historia, memoria, ciudadanía y política, a la cual me he referido en otras oportunidades. No obstante el evidente vínculo existente entre estas cuestiones, gran parte de los historiadores de nuestro país son reacios a establecer una relación muy explícita entre ellas, optando por separar la labor historiográfica -concebida como puramente académica y “objetiva”- de sus propias preocupaciones y definiciones políticas y ciudadanas. En ello reside probablemente el desprecio o la indiferencia que manifestaron por el ejercicio de ciudadanía historiográfica que durante dos meses y medio realizaron cientos de miles de chilenos, especialmente jóvenes, a través de los medios más modernos y masivos de comunicación (teléfono, televisión e Internet).
Aunque, evidentemente, el juicio histórico de las personas es el fruto de muchos elementos condicionantes -como la influencia de la enseñanza escolar, de los medios de comunicación de masas y de las fuerzas sociales y políticas en disputa, además de sus propias experiencias personales y colectivas- ello no invalida las posibilidades de relecturas de la historia que las personas realizan permanentemente en función de los problemas planteados en la sociedad.
Estas interpretaciones ciudadanas de la historia pueden o no coincidir con la historia erudita que elaboramos los historiadores (a decir verdad, ello ocurre raramente), pero tienen el valor de constituirse en explicaciones del mundo en las que se apoyan los hombres y mujeres comunes y corrientes para dotarse de identidades colectivas y proyectarse hacia el futuro en comunidad.
Pienso que los historiadores deberíamos asumir esta realidad en lugar de despreciarla, tratando de que nuestra obra sea comprensible y atractiva para sectores mucho más vastos que los escasos contingentes de la cofradía historiográfica y de las disciplinas aledañas. De esta manera nuestro trabajo podría aportar a los ciudadanos ciertos elementos de reflexión crítica que la historiografía tradicional, patriótica o institucional es incapaz de proporcionar[4].
Por último, cabe destacar que, pese a los reparos de todo tipo que pueda formular la academia, el “veredicto” de estos cientos de miles de “jurados” es coincidente con el juicio universal de los “ciudadanos de a pie” del mundo entero. ¿Cuál es el “más grande de los chilenos? La respuesta ha sido dada hace mucho tiempo a escala planetaria. ¿Cuál es el chileno más conocido, valorado y honrado en todo el mundo? ¿Cuál es el más “universal”? Basta salir de Chile o simplemente hacer una búsqueda rápida en Internet para saberlo. La respuesta es aplastante: Salvador Allende Gossens es, en términos de su impacto y valoración histórica, “el más grande”, si estoy obligado a ocupar este término que como historiador me cuesta mucho avalar.
En todo el mundo hay miles de calles, plazas, hospitales, monumentos y hasta localidades que llevan su nombre. Igualmente se cuentan por miles los libros, artículos y documentales centrados en su vida y obra. Ninguno de los otros personajes de la lista del comentado programa de televisión tiene ese eco universal. Varios de ellos son conocidos exclusivamente en Chile o, a lo sumo, en algunos círculos restringidos de los países vecinos, no solo por una cuestión mediática sino porque su acción no tuvo mayor trascendencia fuera de las fronteras nacionales. A diferencia de otros personajes de la historia nacional y mundial, la figura de Allende no se ha empequeñecido luego del término de su ciclo vital. Al contrario, se ha mantenido y crecido, a pesar de la “caída de los muros” y del “fin de la historia” anunciado por algunos exégetas de la sociedad actual.
(*) Doctor en Historia y Profesor de la Universidad de Chile
Fuente: Radio Universidad de Chile
Notas:
[1] En mi opinión, por sus relevantes aportes en el plano de la cultura, de la política o de la organización social, podrían haber figurado en la lista de “finalistas” personajes como Benjamín Vicuña Mackenna, José Manuel Balmaceda, Luis Emilio Recabarren y Clotario Blest, entre otros. En cambio, a pesar de su fulgor, Lautaro, el jefe mapuche que resistió brillantemente la invasión española en el siglo XVI, difícilmente podría ser considerado como “chileno”. En aquella época Chile era solo una expresión geográfica, no existían los “chilenos”. Solo una alambicada operación historiográfica y política del siglo XIX, al servicio de la construcción imaginaria de la “chilenidad”, lo ha incluido como parte de esta nacionalidad. Lautaro era mapuche, no chileno, y así lo recuerdan los integrantes actuales de ese pueblo originario.
[2] Un excelente ejemplo de desmontaje de mitos y manipulación de la realidad histórica por parte de diferentes actores políticos, lo encontramos en el libro de Hermes H. Benítez, Las muertes de Salvador Allende. Una revisión crítica de de las principales versiones de sus últimos momentos, Santiago, RIL Editores, 2006. Aunque Benítez es filósofo, en esta obra se revela como un eximio historiador.
[3] Véase, Sergio Grez Toso, “Historiografía y memoria en Chile. Algunas consideraciones a partir del Manifiesto de Historiadores”, en Bruno Groppo y Patricia Flier (compiladores), La imposibilidad del olvido. Recorridos de la memoria en Argentina, Chile y Uruguay, La Plata, Ediciones Al Margen, 2001, págs. 209-228.
Sergio Grez Toso, “Historiografía, memoria y política. Observaciones para un debate”, en Cuadernos de Historia, Nº24, Santiago, marzo de 2005, págs. 107-121. Versión electrónica: http://www.sepiensa.net/edicion/index.php?option=content&task=view&id=630&Itemid=40
Pablo Aravena Núñez, “Historiografía, ciudadanía y política. Conversación con Sergio Grez Toso”, en Analecta. Revista de Humanidades, N°2, Viña del Mar, diciembre de 2007. Versión electrónica: http://www.rebelion.org/docs/64871.pdf
[4] Sobre la historiografía institucional, patriótica e institucional, véase Marc Ferro, L’histoire sous surveillance, Paris, Calmann-Lévy, 1987. Sobre la relación entre historia y política, véase también, Jacques Le Goff, Histoire et mémoire, Paris, Éditions Gallimard, 1988, especialmente págs. 341-352.