por Daniel Blinder.
El desarrollo de la inteligencia artificial supone desafíos para el mundo del trabajo. Las miradas optimistas y las fatalistas imaginan futuros antagónicos. Lo cierto es que la inteligencia artificial destruirá empleos actualmente existentes y generará otros de mayor cualificación. ¿Existe alguna forma de gobernar ese futuro?
Viejas y nuevas distopías
Cuando aquella noche de 1984 Sarah Connor, nerviosa, sentada en una mesa, esperaba a la policía de Los Ángeles en la discoteca Technoir, ya era la última de la lista de tres Sarah Connor. Esperaba a las autoridades, temerosa de ser asesinada por alguien que ya había matado violentamente a las dos primeras del listado. Inesperadamente, tuvo un accidente menor que le salvó la vida haciéndole agacharse a recoger del piso un objeto justo cuando el implacable asesino, pasaba su vista entre la gente bailando una música alegre.
Todas las luces teñían el ambiente de un color rojizo. Al levantarse, cruzó la mirada con un hombre que la miraba fijo, como si fuera a atacar.
Era el soldado Kyle Reese. De inmediato el exterminador (Terminator), una máquina de matar, un robot con inteligencia artificial (IA) cubierto con tejido humano viviente, la distinguió y apuntó su arma calibre 45, pero Reese pudo salvarla con disparos de escopeta.
Esta escena marca el comienzo de la cacería humana a aquella mujer, que en un futuro daría a luz a John Connor, héroe de la resistencia contra las máquinas en un distópico escenario de un lejano año 2029. En 1997, las máquinas habían tomado conciencia de su existencia, y habían iniciado una guerra nuclear y convencional contra los seres humanos.
Terminator es una metáfora del efecto de la tecnología sobre la sociedad en transformación de la década de 1980. Pero el exterminador, a pesar de ser un robot con increíbles habilidades (entre ellas inteligencia propia) era un asesino analógico: tuvo que recurrir a la guía telefónica para encontrarla.
Por eso siguió simplemente el patrón por el cual aparecían en listado, en orden alfabético. Eso no pasaría en la actualidad.
Si esta película hubiera sido concebida hoy, el robot habría encontrado a su víctima apenas llegado a este tiempo, pues basado en su interconexión con el sistema informático, de telecomunicaciones e internet, habría adquirido la información mediante los datos que voluntariamente otorgamos a las distintas compañias que gestionan nuestros datos personales, como fotografías familiares, números telefónicos de las agendas, locación exacta vía Global Position System (GPS), pensamientos volcados en redes sociales, redes de amistades con las que se conforma un patrón de consumo y personalidad y que consentimos con un click.
Este escenario distópico ya está planteado en su uso dual, tanto para fines bélicos como para la paz. El agregado de la IA a las otras tecnologías existentes hoy en día complejiza un escenario para las próximas décadas en el que se verá afectado todo el entramado económico y el tejido social: parece que, una vez más, las máquinas reemplazarían a los hombres. Esto ya ocurrió en otras ocasiones.
Durante la Revolución Industrial del Siglo XVIII,como explica Marx en su capítulo Maquinaria y Gran Industria de El Capital, crearon nuevas condiciones y reglas de trabajo, desplazando habilidades y obreros hacia otros oficios mecanizados; sucedió además con la irrupción de otras revoluciones tecnológicas, como la Era del vapor y los ferrocarriles en 1829, la Era del acero, la electricidad y la ingeniería pesada en 1875, la Era del petróleo y el automóvil en 1908, y la Era de la informática y de las telecomunicaciones en 1971.
Todos son procesos de cambio tecnológico que suceden, como sostiene Carlota Pérez en su libro Revoluciones tecnológicas y capital financiero, cada aproximadamente sesenta años. Hoy estaríamos en un nuevo período en el cual la combinación de distintas tecnologías -materiales compuestos, energía, robótica, telecomunicaciones, y aeroespacial- están configurando lo que algunos economistas denominan la Cuarta Revolución Industrial.
Los efectos de la IA en la producción
Cada vez que una nueva tecnología disruptiva llega al mundo de la producción, aparecen los temores de los cambios que podría producir, especialmente sobre el mundo del trabajo. En la segunda mitad de la década de 1970, el robot y la automatización ingresaron como herramientas en ascenso, piloteando en tiempo real la producción en la cinta transportadora de las fábricas, tal como lo afirma Benjamín Coriat en su libro El taller y el robot. Este temor se profundiza al percibir que se trata de una tecnología capaz de «pensar» por sí misma.
¿Qué es la IA? Es aquella tecnología con capacidad de realizar operaciones comparables a las de la mente humana, como el aprendizaje o el razonamiento lógico. La inteligencia humana,es capaz de entender, comprender y resolver problemas.
La IA puede tomar decisiones por sí misma, que en el sistema productivo, al estar regulado bajo un parámetro de variables ejecutadas por una computadora, la vuelve más efectiva que el trabajador de carne y hueso. Además, el sujeto, como ciudadano y trabajador, está atado a una serie de regulaciones formales que hacen a la vida del trabajo -como salario mínimo, jornada laboral, descanso, productividad- pero al mismo tiempo está enmarcado en una trama que lo hace puramente humano -tiene sentimientos, opiniones, amistades y familia-.
El trabajador tiene que parar, alimentarse y dormir para tener cierto grado de efectividad; puede estar disconforme con su situación y su entorno social y político. Los robots y la IA no: solo ejecutan la acción que se les ha encomendado.
Según Pérez, la IA es una forma avanzada de la informática, que junto a la robótica logrará aumentar la productividad en muchas industrias, y no representa un peligro en sí para los trabajadores, puesto que con una regulación adecuada y la adaptación a su uso podrá traer beneficios para el conjunto de la sociedad. Siguiendo a la autora, todas las tecnologías nuevas crean desempleo y luego generan un salto hacia adelante.
Según un documento de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) «la llamada Industria 4.0 es un nuevo paradigma de producción basado en la convergencia de la Inteligencia Artificial que posibilita la analítica avanzada de los datos y la interface humano – máquina; el internet de las cosas que permite que los aparatos se comuniquen y haya una revolución en sensores y artefactos inteligentes, la impresión 3D y la robótica. (…) Máquinas en red que ‘hablan’ entre ellas y que combinan el mundo físico de la transformación de materiales con el mundo virtual de la información justo a tiempo, la automatización y el control digital». Los peligros para el mundo del trabajo redundan en que la IA y la robotización amenazan con hacer obsoletas las distintas especializaciones laborales y un mayor riesgo de desigualdad, dado que muchos quedarán afuera por falta de competencias, y porque una máquina resuelve más rápido y en mayor cantidad que un humano.
La posible solución para la OIT es generar una revolución en el aprendizaje, la educación y la empleabilidad, pilares que permitirán manejar este entramado que incluye a máquinas que piensan y ejecutan tareas, que crean mercancías tangibles e intangibles que serán colocadas en el mercado. Software inteligente, robótica, Big Data, e IA destruirán empleos actualmente existentes y generarán otros de mayor cualificación.
Pero aquellos que queden desempleados pasarán a formar parte del ejército industrial de reserva que las propias nuevas tecnologías aplicadas a la producción han generado, puesto que su uso, control y conocimiento es propiedad del sector capital y no del trabajo.
La IA representa, además, un desafío geopolítico de magnitud: tanto en términos económicos como militares. La IA tiene aplicaciones en sistemas expertos que emulan al profesional humano, algorítmos para análisis financieros, industria, medicina, redes sociales y medios de comunicación, y telecomunicaciones, entre otros. Agencias gubernamentales y compañias ya la utilizan.
Geopolítica de la IA
Además de un propósito, toda tecnología tiene un lugar de producción y desde donde se controla. De acuerdo a un informe de la revista Fortune, de las 100 principales compañías de IA, 77 de ellas son firmas de los Estados Unidos. El resto son de Reino Unido, España, Francia, Japón, Taiwán, China, Israel,y Canadá. Si bien este no es un recorte global del mercado sino de las mayoresempresas, es una muestra del anclaje territorial de este desarrollo tecnológico.
La investigación médica, los vehículos autónomos o la ciberseguridad a partir de la IA, son campos concentrados en un mapa en la cual la respuesta es geopolítica: existe una concentración y circulación de poder de economías avanzadas, innovación y desarrollo, puesto que es allí donde se dan las mejores condiciones para hacerlo.
La IA, como una de las formas avanzadas de la computación, constituye también un valor agregado a la producción y la competitividad. Por ello, es probable que marque tendencia de futuros productos y organización social que, obligará a las periferias a adaptarse a estos cambios, quedando de lo contrario, rezagadas.
Esta tendencia no es solo para uso civil, pues se trata de una tecnología de uso dual: también la IA tiene aplicaciones militares que harán más eficientes el comando y control, la velocidad de las decisiones, la destrucción de los objetivos. Si esto es así, habrá fuerzas armadas que serán ampliamente superiores y que, de contar con robots combatientes, ya sean estos «humanoides» o máquinas voladoras -tal como presenta el ejemplo de Terminator- la profesión militar será no solo una cuestión de táctica y estrategia, sino una tarea de la filosofía.
En efecto, ¿quién carga las órdenes de procedimiento a la IA? ¿Quién garantiza que decidan correctamente? Así como los productores de autos inteligentes se preguntan qué debe hacer el piloto de la computadora cuando el conductor-persona pierde el control del vehículo, y las variables son chocar contra una pared y matar al conductor, o a transeúntes que cruzan una acera pero salvar al chofer; la IA militar también se tendría que preguntar por situaciones en las cuales el cálculo salva a la misión, pero es costosa en vidas humanas.
O los mismos ejércitos que con contratos millonarios con un gran complejo militar-industrial tendrán a disposición robots para aniquilar con una velocidad inusitada a soldados humanos o controlar territoriosen un equipo humano-máquina.
Una geopolítica de la IA, y una razonable gestión de la gobernanza de la misma aplicada a la producción, como impresoras 3D, telecomunicaciones y tecnología aeroespacial, materiales o informática puede sin dudas constituir una revolución productiva y oportunidades para crear y distribuir riqueza, y mejorar la calidad de vida.
Pero pensar el espejo distópico, también es posible a la luz de las advertencias de quienes vemos mayor concentración de firmas en países avanzados y en algunas economías emergentes, que puede aumentar la brecha social y geográfica entre quienes tienen y quienes no.
En un escenario de crecientes tensiones mundiales por cuestiones de desigualdad o acceso a recursos naturales, en el que todos poseen una teléfono celular con acceso a ante
Fuente: Nueva Sociedad