viernes, noviembre 22, 2024
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La Ciudad Vivible y la Habitabilidad de una Ciudad

por Rosa Chandía Jaure (*).
A propósito de la expansión del límite urbano de la ciudad de Santiago de Chile.  Nos preguntamos, ¿cuál es la escala apropiada para que una ciudad resulte habitable?.


Pensando en que la ciudad funciona como una máquina que requiere un flujo constante de materia prima y energía para abastecerse,  la escala debe mirarse desde un punto de vista sostenible,  lo cual significa encontrar el mayor equilibrio entre los requerimientos para la habitabilidad, el confort de los habitantes, y la disponibilidad de los recursos que abastecen a la ciudad y su persistencia en el tiempo.

Esto implica abordar el tema desde el aspecto territorial, ambiental y social.

Desde el punto de vista territorial y ambiental, el metabolismo de la ciudad, debiera mover sus  flujos de recursos necesarios dentro esta misma, con la producción de la energía, materia prima y agua necesaria para cubrir todas las demandas, y se debe hacer cargo de los residuos generados una vez que los recursos entran en el sistema y son utilizados.

Sin embargo, hoy la ciudad debe inyectar, desde afuera, incluso a grandes distancias, todos los recursos que necesita, y una vez utilizados, expulsar los residuos, deteriorando el entorno favorable para la productividad.

La alimentación, depende de los territorios agrícolas y ganaderos que dispone, el agua depende de escorrentías cuya fuente se mueve kilómetros para entrar en la ciudad.  Los antecedentes históricos nos demuestran que no existe ciudad, sin una periferia que sea capaz de abastecer de recursos y mantenerlos en el tiempo.

Como señala Clive Pointing (1992) resulta significativo el hecho de que en la región donde primero se desarrolla la idea de urbanismo, con las primeras ciudades -Mesopotamia, en la rivera de los ríos Tigris y Eufrates-, sea donde también constan antecedentes de la primera gran crisis ambiental, que tuvo como resultado un agudo proceso de desertificación, que convirtió los fértiles valles en el gran desierto que hoy conocemos.

La reflexión de Antonio Alero (1999) nos muestra que la idea de urbanismo moderno, que implica la expansión ilimitada de la ciudad en pos del progreso, va acompañada de una progresiva desertificación de las tierras que la proveen de energía y materiales, ya que se produce una excesiva explotación de los territorios agrícolas que concluyen en un deterioro constante de los suelos productivos.

Por este motivo resulta fundamental, el dimensionamiento de la ciudad considerando el territorio anexo que requiere para su efectivo funcionamiento y de manera tal, que garantice la futura disponibilidad de los recursos necesarios para satisfacer todas las demandas de los habitantes.

Ahora bien, si vemos la ciudad desde el punto de vista social, debiéramos preguntarnos cuál sería la escala que permita al habitante vivenciar  la ciudad, cuál es la distancia en la que se mueve, qué tan resueltas tiene sus actividades cotidianas en un área que permita desplazarse por la ciudad a una velocidad tal, que pueda disfrutar de los acontecimientos que ocurren dentro de ésta.

Esto quiere decir, que no es lo mismo ir de casa al trabajo en el automóvil, con el aire acondicionado, y la radio encendida, sintiendo a la ciudad como un ente externo a la vida propia, un mero espacio urbano construido, que nos sirve para que el automóvil nos traslade desde un punto a otro de la ciudad, sin importarnos lo que ocurre fuera de éste durante  del trayecto del viaje.

Diferente es movernos desde la casa al trabajo, a una distancia que puede ser vivida, esto es, prescindiendo del mundo propio del automóvil, y utilizando los medios de transporte que nos obligan a interactuar con el espacio y reconocer cada calle  y lugar por el cual nos estamos trasladando.

Caminar o viajar en bicicleta, nos permiten apreciar la ciudad una velocidad, que resulta imposible desentenderse, aparece el aire, las miradas, los avisos, un café en el camino, una tienda, una plaza, personas paseando a las mascotas, gente caminando, asientos en las veredas, árboles en las aceras.  La ciudad comienza a ser vivible, por lo tanto habitable.

Los defensores de la expansión del área urbana de la ciudad,  citan como un ejemplo de ciudades desarrolladas a Los Ángeles, ciudad con una de las mayores áreas urbanas del mundo, y cuyo ideal de vida es promovido constantemente  a través del cine, la prensa y la televisión.

Lo cierto es que esta ciudad obliga a que el  desplazamiento entre un punto y otro sea similar a una tele-transportación, donde lo único importante es el dónde estoy, y donde tengo que estar, subiendo obligatoriamente en el coche para movilizarse, sin importar el trayecto que realice ni los sucesos que se vivencian en el recorrido.

Este modelo de ciudad, es un modelo individualista, que desarticula la vida urbana.

En este modelo, ni siquiera es necesario plantar árboles en las aceras, porque la gente no camina, solo se mueve dentro del mundo privado del automóvil, y la ciudad como tal no existe, solo existen los puntos de inicio y llegada dentro de un territorio urbanizado, que por cierto, para existir, requiere muchísima mas energía y recursos que en las ciudades que tienen el mismo desarrollo, pero dentro de un área urbana mas densa, controlada y mas impregnada de información.

Como la periferia no está dotada del equipamiento y servicios necesarios para abastecer a los habitantes del entorno inmediato, estos terminan dependiendo del automóvil como principal medio de transporte.

María Elena Ducci (1998) nos advierte que este modelo de ciudad dependiente del automóvil conlleva al desaparecimiento de los lugares de encuentro casual, que ligados o no al comercio, han sido la base del surgimiento de ideas y proyectos de la civilización humana.

El real problema del crecimiento de la ciudad no se resuelve con  la expansión sino mas bien haciéndose cargo de las micro-zonas en el interior de ésta, que mas que la configuración de centros urbanos dentro de una ciudad, se trata de la configuración de barrios, como sucede en ciudades mediterráneas como  Barcelona, donde los habitantes, probablemente trabajan en un área cercana  a su vivienda, y prácticamente todos los requerimientos de servicios de un habitante, se resuelven dentro de unas distancias que permiten vivenciar la ciudad, por lo tanto, obtener mejor calidad de vida, menos consumo energético y de recursos, y con el resultado global de una ciudad diversificada, que no necesita expansión para alcanzar el desarrollo.

(*) Académica del Departamento de Planificación y Ordenamiento Territorial,  Universidad Tecnológica Metropolitana;  candidata a Doctor en  Arquitectura, Energía y Medio Ambiente,  Escuela Técnica Superior De Arquitectura De Barcelona – Etsab- Universidad Politécnica De Cataluña, Barcelona;  Master Arquitectura, Energia y Medio Ambiente,  Universidad Politécnica De Cataluña, Barcelona.

Fuente: La Ciudad Vivible

Referencias:

Alero, Antonio. (1999) Desertificación y Urbanización: El fracaso de la utopía. Artículo electrónico disponible en: http://habitat.aq.upm.es/boletin/n9/aaale.html

Ponting, Clive (1992) Historia Verde del Mundo. Paidos.

Ducci, Maria Elena (1998) Santiago, ¿una mancha de aceite sin fin?¿Qué pasa con la población cuando la ciudad crece indiscriminadamente?disponible en: http://redalyc.uaemex.mx/redalyc/pdf/196/19607205.pdf

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