por Ronald Wilson (*)
La Iglesia Católica vive momentos de una profunda crisis que la ha llevado a una pérdida de credibilidad y confiabilidad que se inserta en medio de un mundo cada vez más secularizado, globalizado, e híper conectado, donde la información más recóndita del mundo se transforma en noticia instantánea, con una sociedad sensitiva que espera conocer situaciones complejas que en el pasado se pudieron haber mantenido ocultas, pero que hoy es imposible enmascarar o acallar.
Una de esas realidades es el abuso sexual a niños o adolescentes perpetrado por parte de miembros del clero católico.
Elaborar un mapa de los escándalos de abusos sexuales en el seno de la Iglesia Católica no es una tarea simple. Muchos de los delitos siguen sin salir a la luz, ya sea porque los afectados no los denuncian, porque los mismos jerarcas eclesiásticos silencian esos casos o bien porque las denuncias no pueden ser probadas. Hoy sabemos que los primeros casos de pederastia cometidos en el seno de la Iglesia empezaron a conocerse en la década de los ochenta en EEUU y en Irlanda.
A partir de 1985 el Vaticano comenzó a recibir informes de al menos cuatro diócesis de Estados Unidos sobre abusos de sacerdotes a menores. El papa Juan Pablo II sabía que había sacerdotes que abusaban sexualmente de niños, pero su actitud fue de silenciar las denuncias sobre estos casos.
Actualmente en la Iglesia hay un clamor desesperado ante los escándalos de pederastia que la Jerarquía ha ocultado. Estrago que se ha expandido por todo el mundo. La consigna de tolerancia cero, transparencia y justicia para las víctimas lanzada por el Papa Benedicto XVI se estrelló con la obstinada realidad.
Pero con desazón vemos cómo la cúpula de la Iglesia católica, sigue siendo tolerante y permisiva con los abusos. El Vaticano hasta ahora no ha reaccionado con la suficiente fuerza, mientras un infierno aniquila la vida a miles de niños y jóvenes y a sus familias. En su momento el sincero compromiso de Ratzinger con las víctimas así como su astucia política para liderar cambios profundos en la Iglesia no lograron los resultados esperados y la situación fue erosionando su fuerza, terminando por obligarlo a dimitir.
El Papa Benedicto XVI no pudo cambiar la línea de silencio que ha marcado históricamente la actitud de la Iglesia hacia los abusos clericales. Los obispos y cardenales habituados a la ocultación creían que solucionaban el problema con una simple firma del traslado del culpable a otra diócesis, pero jamás concebían llevar los casos a los tribunales civiles.
Recordemos que Tarsicio Bertone, Secretario de Estado de Benedicto en 2001 reivindicaba el secreto profesional frente a las denuncias a la justicia, eligiendo una vez más el victimizar a la Iglesia antes que enfrentar abiertamente la verdad. En esa estratagema finalmente el Papa baja los brazos, y deja entrever que se ‘condena el pecado pero no el pecador’.
El sigilo es ley máxima en el Vaticano, por eso, las explicaciones de los jerarcas suenan tibias, negligentes y balbucientes. El Vaticano históricamente ha sido un fortín asediado. La inmundicia de la que habló Ratzinger sobrepasó todos los pronósticos y el fango irrumpió libre por todas partes: Alemania, Holanda, Austria, Suiza, Italia, España, Estados Unidos, Chile, México Perú….y toda esa bazofia llegó al Vaticano y se coló por todos los intersticios de esa fortaleza inexpugnable.
Benedicto XVI, con su inteligencia y genio teológico fue incapaz de enfrentar esta aberración.
Jorge Mario Bergoglio Cardenal Arzobispo de Buenos Aires fue elegido Papa el 13 de marzo de 2013. En abril de ese mismo año, el Papa Francisco se pronunció por primera vez sobre los abusos sexuales contra los niños desde que asumió su pontificado y reconoció que combatirlo es fundamental para la credibilidad de la Iglesia por lo que pidió se actúe con firmeza para erradicar este flagelo y castigar a los culpables.
El Papa Francisco, desde el principio se manifestó como continuador de la misma línea de Benedicto XVI, en cuanto a la aplicación con “mano dura” de las normas del Derecho Canónico para combatir el abuso sexual contra niños por parte de los miembros de la Iglesia.
Francisco comunicó desde el comienzo de su pontificado que se debería insistir actuando firmemente en lo que respecta a los casos de abuso sexual, promoviendo, sobre todo, medidas para proteger a los menores, ayudar a quienes han sufrido ese tipo de violencia en el pasado, aplicando los procedimientos necesarios contra quienes son culpables.
El Papa reiteradamente ha destacado la necesidad que los obispos en todo el mundo promuevan y pongan en vigencia «directivas en este tema, que es tan importante para los testigos de la Iglesia y su credibilidad».
El Papa Francisco heredó una Iglesia en una crisis desatada por el escándalo de los sacerdotes pedófilos y de aquellos miembros de la Iglesia que en las altas esferas escondieron durante años las denuncias convirtiéndose en cómplices y encubridores.
Frente a estos hechos que cada vez iban creciendo y extendiéndose como un reguero de pólvora, amenazando la estabilidad de la Iglesia, el Papa Francisco determinó crear la Pontificia Comisión para la Tutela de los Menores Abusados, encargándole esta compleja tarea al Cardenal Patrick O’Malley Arzobispo de Boston, quien ya había asesorado a Benedicto en este mismo tema.
En Febrero de 2014 se reunió por primera dicha Comisión, expresando Patrick O’Malley, que esta fue creada para desarrollar programas de formación a miembros de la Curia y a nuevos obispos y «preparar a la Iglesia para responder cuando los religiosos no cumplan con sus obligaciones» y sobre todo, «prevenir que se den estas situaciones».
En su opinión, «en el pasado se han cometido muchos errores que han causado dolor a las víctimas y a sus familiares”, y hay que “evitar que estos errores se sigan cometiendo y hacer de la Iglesia y del mundo un lugar más seguro para los niños».
El Cardenal de Boston se mostró tajante defendiendo la «tolerancia cero». «Es necesario que haya consecuencias» si se conoce la existencia de estos abusos, subrayando que la Iglesia tiene que disponer de «procedimientos para poder actuar».
De la misma manera el Papa Francisco, en un encuentro sobre la Infancia en Roma expresaba que «Me siento interpelado a hacerme cargo de todo el mal que hicieron algunos sacerdotes, bastantes. Bastantes en número, no en comparación con la totalidad. Hacerme cargo de pedir perdón del daño que han hecho por los abusos sexuales de los niños. La Iglesia es consciente de este daño; es un daño personal y moral de ellos… No vamos a dar un paso atrás en lo que se refiere al tratamiento de estos problemas y a las sanciones que se deben poner, al contrario. Creo que debemos ser muy fuertes. Con los chicos no se juega».
La Controvertida Visita Chiley la sombra de Barros
Se ha escrito mucho sobre la visita del Papa Francisco a Chile y no siempre con la debida información ni ecuanimidad. Sin duda que esta visita ha estado marcada por la controversia.
Sin lugar a dudas, la principal razón de esta polémica a lo menos desde el punto de vista mediático, estuvo provocada por la situación no esclarecida de las graves denuncias de abusos sexuales a menores por parte de clérigos. Según información de la ONG norteamericana Bishop Accountability, son más de 80 los casos en Chile en los últimos 15 años.
Esta circunstancia caracterizó la visita papal, que pudo haber tenido otras repercusiones muy distintas, de no mediar esta implacable realidad que vive la Iglesia en Chile y en gran parte del mundo. Se sabía que este tema era crucial y fuente de posibles conflictos. Desde antes de la llegada de Francisco fue tema de debate y lo fue aún más al centrarse el foco noticioso en la provocativa presencia del Obispo de Osorno Juan Barros, en las diversas actividades del Papa.
Las acusaciones de abusos sexuales cometidos por ministros de la Iglesia se arrastra por años, la pregunta que cabe hacerse es porqué se ha centrado la crítica en la persona de Barros, acusado por las víctimas de la Parroquia de El Bosque como cómplice o encubridor de esos delitos, pero qué pasa con los demás, por qué no se mencionan. Qué sucede con otros obispos como Arteaga, Koljatic, Valenzuela, todos discípulos de Karadima.
Y qué sucede con todos los demás casos que siguen invisibilizados que no se han convertido en noticias, quizás porque muchos pertenecen a sectores más pobres y sin el poder mediático de los acusadores de Karadima. Son interrogantes que permanecen abiertas.
Frente al cúmulo de tensión mediática finalmente el Papa termina por poner fin a la disputa Barros – no de la mejor manera – al enfrentar fuera de todo protocolo a los periodistas y decir lo que parece ser su convencimiento más íntimo: «No hay una sola prueba contra el obispo Barros, todo es calumnia», poniendo fin abrupto a toda clase de disquisiciones. Para muchos esto ha sido fuente de escándalo, y con razón.
Pero a menos de 24 horas el Papa vuelve a referirse al tema, ya en su viaje de regreso a Roma, y pide perdón por sus dichos sobre el obispo Juan Barros. “La palabra prueba´´ es la que me traicionó, yo hablaría de evidencia. Yo sé que hay mucha gente abusada que no puede tener una prueba, no la tiene y que no puede o a veces la tiene, pero tiene vergüenza y la tapa y sufre en silencio”, dijo el Papa. Pero acto seguido, vuelve a entregar su respaldo al obispo al decir que “Barros seguirá ahí si no encuentro forma de condenarlo, yo no puedo condenarlo si no hay, no digo pruebas, evidencias”, agregó.
Toda esta reacción del Papa ha sido tan inusitada e incomprensible, que el mismo Cardenal Patrick O’ Malley quien dirige la Comisión que investiga los abusos del clero y principal asesor del papa en estos temas no pudo dejar de expresar su opinión crítica, «Es comprensible que las declaraciones del Papa Francisco… fueron una fuente de gran dolor para los sobrevivientes de abuso sexual por parte del clero o cualquier otro perpetrador», dijo O’ Malley. «Palabras que transmiten el mensaje ‘si no pueden probar sus afirmaciones, entonces no se les creerá»…. «Acompañando al Santo Padre en numerosas reuniones con supervivientes, he sido testigo de su dolor por conocer la profundidad y amplitud de las heridas infligidas a los que fueron víctimas de abusos y de que el proceso de recuperación puede durar toda la vida», dijo.
La pregunta que queda sin respuesta, es por qué el Papa continúa respaldando públicamente a Barros….situación que es consistente con sus afirmaciones anteriores sobre su fuerte crítica a los fieles de la Diócesis de Osorno que rechazan la presencia de Juan Barros como Obispo diocesano, por su condición de encubridor o cómplice. Pero por otro lado, estas opiniones no son coherentes con su postura permanente de rechazo frente al tema de los abusos del clero, como lo demostró desde el principio de su pontificado. Pero tampoco hemos visto acciones definitivas, terminantes, de esfuerzos claramente punitivos de parte de la Iglesia para con los culpables.
Al parecer el Papa, está en una situación de permanente cuestionamiento de parte de los poderes fácticos de la curia vaticana, y sabe que no tiene la suficiente “correlación de fuerzas” a su favor, para condenar y sacar a un obispo, que sin duda contaría con el respaldo mayoritario de los sectores más refractarios de la curia, incluidos el propio nuncio apostólico en Santiago.
Una Iglesia en retroceso en Chile
Por otro lado, la visita del Papa se ha visto enturbiada, a causa de una mal encausada organización, lo cual fue percibido por la ciudadanía como excesivamente onerosa al publicarse cifras verdaderamente ofensivas para la realidad de muchos fieles que sobreviven con un sueldo mínimo. Igualmente, el que la visita fuera preparada al margen de una participación activa y plena de las comunidades de base de la Iglesia, que se sintieron más como espectadores que como actores de primera fila. Una visita claramente mediática, con más show que sentido eclesial. Y eso no es culpa directa del Papa, sino de la consabida burocracia vaticana, sumado a los intereses de la Iglesia en Chile de darle un sentido muy aséptico y lo menos confrontacional posible a la estadía del Papa.
Todo ello creó un evidente malestar en parte importante de la sociedad chilena, sumado al creciente desprestigio de la Jerarquía Eclesiástica, una gran falta de credibilidad y una inmensa desafección de fieles. Según, los resultados de encuesta Latinobarómetro 2017, indican que un 45% de los chilenos se declara católico, un 36% de los chilenos tiene confianza en la Iglesia Católica y un 35% de los chilenos declara no tener religión. Asimismo Chile es el país que evalúa más mal al Papa. Comparando estos resultados con los del resto del continente, Chile resulta ser el país menos católico de América Latina. Estas cifras coinciden en lo general con el destape del caso Karadima.
La desafección de los chilenos de la Iglesia, además puede tener otra explicación sociológica, como es la tremenda influencia que ha tenido en la sociedad chilena, la prédica de un neoliberalismo extremo, que ha imbuido nuestra cultura y psicología social de un individualismo que repele toda forma de responsabilidad común, integración social o de respuestas colectivas. Y la Iglesia es por esencia una experiencia comunitaria.
El rechazo a la Iglesia, así como el repudio a la política, a los políticos, a las instituciones, tiene esos componentes de condena a la corrupción, a la percepción de lejanía y bajo compromiso con la realidad, sumado este creciente individualismo y aislamiento societal.
Por otro lado, en Chile al contrario de otros países de América Latina, la Iglesia Católica tiene una imagen imborrable de una institución solidaria, que durante la Dictadura Militar jugó un rol decisivo en el ámbito de la Defesa de los Derechos Humanos, salvando muchas vidas y acogiendo a víctimas y familiares de las más brutales acciones criminales de los militares. La Iglesia profética y heroica del Cardenal Silva Henríquez, de Alvear, de Hourtón, de Tomás González, del Padre Jarlán, de Mariano Puga, de Don Pepe Aldunate y de tantos otros, es comparada con la realidad mediocre y anodina, de la Iglesia actual con su Jerarquía insignificante, evidentemente sale perdiendo.
No es ningún misterio que la Iglesia Católica en Chile, a partir de la muerte del Cardenal Silva Henríquez, ha sufrido una permanente involución conservadora, con una Conferencia Episcopal que difícilmente se mueve por temas del fortalecimiento de una Iglesia popular y comunitaria, preocupada de los derechos de las personas, que surgen de los contenidos de las bienaventuranzas.
Desgraciadamente es esta Iglesia en retroceso la que recibe al Papa Francisco.
El Papa sabe a dónde viene y qué le espera en Chile
Pero la Visita del Papa es mucho más que estas controversias, que tienen asidero y son muy graves. El Papa Francisco sabía perfectamente a donde venía y cuál era la situación que se iba a encontrar. Y si algo tiene este Papa es que no elude los conflictos ni se esconde en palabras difíciles y términos teológicos complejos, enfrenta la realidad con palabras y con gestos. Muchas veces a contrapelo de lo que se suele suponer políticamente correcto o teológicamente ortodoxo.
El Papa llegó a un Chile herido, deshumanizado, consumista, individualista donde los pobres, los excluidos, los ofendidos, los agredidos son silenciados y son precisamente aquellos los que esperan una palabra de justicia y liberación del mensajero de la paz.
Pero con todo el ambiente en contra, la palabra de Francisco ha resonado fuerte y directa, sin ambages ni disfraces edulcorados. De hecho una de las primeras palabras en Chile fue pedir perdón. “No puedo dejar de manifestar el dolor y la vergüenza que siento ante al daño irreparable causado a niños por parte de ministros de la Iglesia. Sé que es justo pedir perdón y apoyar con toda la fuerza a las víctimas”. Esto lo dijo en el Palacio de la Moneda, frente a todas las autoridades del país y del Cuerpo Diplomático, sabiendo la repercusión que tendrían sus palabras.
Francisco vuelve a referirse en forma explícita al tema, en el encuentro con los Sacerdotes y personal consagrado en la Catedral de Santiago, al expresar: “Conozco el dolor que han significado los casos de abusos ocurridos a menores de edad y sigo con atención cuanto hacen para superar ese grave y doloroso mal”… “dolor por el daño y el sufrimiento de las víctima y del de sus familias, que han visto quebrada la confianza que habían puesto en los ministros de la Iglesia”, insistió. Expresando el dolor por “la duda, el miedo y la desconfianza” que esos hechos sembraron en ámbitos del clero.
¿Estas expresiones se invalidan o se convierten en palabras vacías y sin sentido, a partir de la declaración que hizo en Iquique sobre el Obispo Barros? Me parece que no, Francisco está hablando de un tema complejo, extenso, doloroso, que aqueja no solo a la Iglesia de Chile, sino a la Iglesia como institución universal.
Un aspecto sintomático de esta visita que expresa que el Papa viene a entregar una palabra de unidad, es que en ninguna de sus intervenciones, ni directa ni indirectamente se refiere a temas de conflicto, para la tradicional y conservadora postura ética de la Iglesia, como son los llamados temas valóricos, como el aborto, la ley de identidad de género o el matrimonio igualitario.
El Contenido de una prédica: la justicia y la solidaridad.
Pero el Papa siempre va al punto central de su prédica: la justicia y la solidaridad. “Es preciso escuchar” dice Francisco en su alocución en la Moneda, “escuchar a los parados, que no pueden sustentar el presente y menos el futuro de sus familias; a los pueblos originarios, frecuentemente olvidados y cuyos derechos necesitan ser atendidos y su cultura cuidada, para que no se pierda parte de la identidad y riqueza de esta nación. Escuchar a los migrantes, que llaman a las puertas de este país en busca de mejora y, a su vez, con la fuerza y la esperanza de querer construir un futuro mejor para todos.
Escuchar a los jóvenes, en su afán de tener más oportunidades, especialmente en el plano educativo y, así, sentirse protagonistas del Chile que sueñan, protegiéndolos activamente del flagelo de la droga que les cobra lo mejor de sus vidas. Escuchar a los ancianos, con su sabiduría tan necesaria y su fragilidad a cuestas. No los podemos abandonar. Escuchar a los niños, que se asoman al mundo con sus ojos llenos de asombro e inocencia y esperan de nosotros respuestas reales para un futuro de dignidad”.
Creo que sabía que le estaba hablando a Chile y a los chilenos.
Esta misma idea fuerza, la repite en su Homilía en el Parque O’Higgins, al hablar de la fuerza transformadora de las Bienaventuranzas:
“Jesús, al decirle bienaventurado al pobre, al que ha llorado, al afligido, al paciente, al que ha perdonado… viene a extirpar la inmovilidad paralizante del que cree que las cosas no pueden cambiar, del que ha dejado de creer en el poder transformador de Dios Padre y en sus hermanos, especialmente en sus hermanos más frágiles, en sus hermanos descartados”. Jesús, nos dice el Papa, “al proclamar las bienaventuranzas viene a sacudir esa postración negativa llamada resignación que nos hace creer que se puede vivir mejor si nos escapamos de los problemas, si huimos de los demás; si nos escondemos o encerramos en nuestras comodidades, si nos adormecemos en un consumismo tranquilizante (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 2). Esa resignación que nos lleva a aislarnos de todos, a dividirnos, separarnos; a hacernos los ciegos frente a la vida y al sufrimiento de los otros”.
Este es el verdadero sentido liberador de las palabras del Papa, porque son las palabras desacomodadoras de Jesús en el Evangelio, que nos interpelan continuamente a cambiar este mundo de injusticias, por un mundo de solidaridad y misericordia, donde son bienaventurados, favorecidos, esperanzados, los “descartados” como dice el Papa. Esa es la verdadera liberación del Evangelio de Jeús.
A su vez el Papa llama a superar el clericalismo vacío de creer que la Iglesia son los curas como seres privilegiados, les dice directamente a los sacerdotes, religiosos, religiosas, seminaristas:
“En medio de nuestros pecados, limites, miserias; en medio de nuestras múltiples caídas, Jesucristo nos vio, se acercó, nos dio su mano y nos trató con misericordia. Cada uno de nosotros podría hacer memoria, repasando todas las veces que el Señor lo vio, lo miró, se acercó y lo trató con misericordia”. Los invito a que lo hagan. No estamos aquí porque seamos mejores que otros. No somos superhéroes que, desde la altura, bajan a encontrarse con los “mortales”.
Y repite la sentencia de humildad y servicio, “el consagrado, es quien encuentra en sus heridas los signos de la Resurrección. Es quien puede ver en las heridas del mundo la fuerza de la Resurrección. Es quien, al estilo de Jesús, no va a encontrar a sus hermanos con el reproche y la condena”.
Muchas veces se acusa a la Iglesia y a los curas, de poca radicalidad, de asistencialismo paralizante y no transformador. Sin embargo Francisco llama a los curas a ser todo lo contrario, a ser verdaderos subversivos, “un servicio que no se identifica con asistencialismo o paternalismo, sino con conversión de corazón.
El problema no está en darle de comer al pobre, vestir al desnudo, acompañar al enfermo, sino en considerar que el pobre, el desnudo, el enfermo, el preso, el desalojado tienen la dignidad para sentarse en nuestras mesas, de sentirse “en casa” entre nosotros, de sentirse familia. Y ese, es el signo de que el Reino de los Cielos está entre nosotros. Es el signo de una lglesia que fue herida por su pecado, misericordiada por su Señor, y convertida en profética por vocación”.
La dignidad del ser humano como centralidad de la creación, aun en las condiciones más adversas, es lo que les dice Francisco a las reclusas del penal femenino, «ser privado de libertad no es sinónimo de perder sueños y esperanzas. No quiere decir dejar de soñar. Ser privado de la libertad no es lo mismo que privado de la dignidad, la dignidad no se toca a nadie, se cuida, se custodia, se acaricia. Nadie puede ser privado de la dignidad».
Y hablando directamente a los Obispos, Francisco remarca la actitud no clericalista de la Iglesia:
“La falta de conciencia de pertenecer al Pueblo de Dios como servidores, y no como dueños, nos puede llevar a una de las tentaciones que más daño le hacen al dinamismo misionero que estamos llamados a impulsar: el clericalismo, que resulta una caricatura de la vocación recibida”. Por eso, el Papa les recordó que la misión es de la Iglesia, y no del cura o del obispo, y que los laicos tienen su propia identidad. “Digámoslo claro, los laicos no son nuestros peones, ni nuestros empleados. No tienen que repetir como “loros” lo que decimos”.
También Francisco habla a los académicos, a la cultura, a la inteligencia, principalmente recalcando el rol social de la Universidad, y lo dice en nuestra conservadora Universidad Católica, todo un desafío a cumplir: “La comunidad educativa es desafiada a no quedarse aislada de los modos de conocer; así como tampoco a construir conocimiento al margen de los destinatarios de los mismos. Es necesario que la adquisición de conocimiento sepa generar una interacción entre el aula y la sabiduría de los pueblos que conforman esta bendita tierra.
Una sabiduría cargada de intuiciones, de ‘olfato’, que no se puede obviar a la hora de pensar Chile. Así se producirá esa sinergia tan enriquecedora entre rigor científico e intuición popular, expresa el Papa al mundo universitario. “La estrecha interacción entre ambos impide el divorcio entre la razón y la acción, entre el pensar y el sentir, entre el conocer y el vivir, entre la profesión y el servicio. El conocimiento siempre debe sentirse al servicio de la vida y confrontarse con ella para poder seguir progresando. De ahí que la comunidad educativa no puede reducirse a aulas y bibliotecas, sino que debe avanzar continuamente a la participación”. Es de esperar que la PUC sepa escuchar a su pastor.
Por eso cobra trascendencia la carta entregada al Papa por la Federación de Estudiantes de la UC, donde entre varios puntos tanto de orden nacional y de reflexión sobre el rol de la Iglesia, como por denuncias de carencias en el quehacer universitario, expresan que: “Una universidad debe caracterizarse como un espacio abierto al diálogo y al encuentro entre diversas posturas para lograr una búsqueda reflexiva sobre la verdad que vaya orientada hacia el bien común. Bajo un clima de respeto es donde la universidad como institución, donde se reflexiona críticamente sobre la sociedad puede florecer. Hoy ese clima difícilmente existe, la universidad se ha alejado de un clima de respeto, persiguiendo y expulsando a académicos por tener un pensamiento distinto al que profesa nuestra institución. Esta persecución nos hace ser menos universidad y menos católica”.
En Temuco, Francisco abogó por la unidad, la justicia y la paz. La primera constatación la hace reconociendo el dolor y la memoria de donde se celebraba la Eucaristía, «lo hacemos en este aeródromo de Maquehue, en el cual tuvieron lugar graves violaciones de derechos humanos. Esta celebración la ofrecemos por todos los que sufrieron y murieron, y por los que cada día llevan sobre sus espaldas el peso de tantas injusticias, y recordando estas cosas nos quedamos un instante de silencio, ante tanto dolor y ante tanta injusticia….»
Llamó en esa oportunidad a no confundir unidad con uniformidad, poniendo énfasis en el interminable conflicto y abuso con el pueblo mapuche. “Arauco tiene una pena que no la puedo callar, son injusticias de siglos que todos ven aplicar”, dijo citando el canto triste de Violeta. “La unidad no nace ni nacerá de neutralizar o silenciar las diferencias”, expresó, agregando que la riqueza de una tierra nace precisamente de que cada parte se anime a compartir su sabiduría con los demás, dejando la lógica de creer que existen culturas superiores o inferiores. “Nos necesitamos desde nuestras diferencias”.
Asimismo, puntualizó que la unidad, si quiere construirse desde el reconocimiento y la solidaridad, no puede aceptar cualquier medio para lograr este fin. Existen dos formas de violencia que más que impulsar los procesos de unidad y reconciliación terminan amenazándolos. No se puede aceptar cualquier medio. En ese sentido, expresó con fuerza que una de las formas de violencia se encontraba en la elaboración de “bellos” acuerdos que nunca llegan a concretarse. “Bonitas palabras, planes acabados, sí –y necesarios -, pero al no volverse concretos terminan “borrando con el codo, lo escrito con la mano”. Esto también es violencia, porque frustra la esperanza”.
En segundo lugar, dice el Papa, “es imprescindible defender que una cultura del reconocimiento mutuo no puede construirse en base a la violencia y destrucción que termina cobrándose vidas humanas. No se puede pedir reconocimiento aniquilando al otro, porque esto lo único que despierta es mayor violencia y división. La violencia llama a la violencia, la destrucción aumenta la fractura y separación. La violencia termina volviendo mentirosa la causa más justa. Por eso decimos “no a la violencia que destruye”, en ninguna de sus dos formas”.
Para finalizar, condenó fuertemente el uso de cualquier tipo de violencia para lograr un fin. “La violencia termina volviendo mentirosa la causa más justa”, dijo el Papa Francisco y agregó, “Señor: haznos artesanos de unidad”, explicando que el camino es la no violencia activa, como un “estilo de política para la paz”.
En su última parada, en Iquique, Francisco se refiere fundamentalmente a los migrantes, en este sentido se refirió a la necesidad de ser hospitalarios con quienes llegan a nuestro país con la esperanza de obtener una vida mejor: “Iquique es una zona de inmigrantes que nos recuerda la grandeza de hombres y mujeres; de familias enteras que, ante la adversidad, no se dan por vencidas y se abren paso buscando vida”, dijo y agregó, “Ellos —especialmente los que tienen que dejar su tierra porque no encuentran lo mínimo necesario para vivir— son imagen de la Sagrada Familia”. “Estemos atentos a los que se aprovechan de la irregularidad de muchos inmigrantes porque no conocen el idioma o no tienen los papeles en “regla”. Estemos atentos a la falta de techo, tierra y trabajo de tantas familias.
Francisco finalmente llamó a que las culturas dialoguen: “Aprovechemos también de aprender y dejarnos impregnar por los valores, la sabiduría y la fe que tiene los migrantes”…”No nos privemos de todo lo bueno que tienen para aportar”.
Un tema que no estuvo ausente y del cual él se ha hecho cargo en su Encíclica “Laudato Si”, nos llama a “a prestar una preferencial atención a nuestra casa común: fomentar una cultura que sepa cuidar la tierra y para ello no conformarnos solamente con ofrecer respuestas puntuales a los graves problemas ecológicos y ambientales que se presentan; en esto se requiere la audacia de ofrecer una mirada distinta, un pensamiento, una política, un programa educativo, un estilo de vida y una espiritualidad que conformen una resistencia ante el avance del paradigma tecnocrático”.
Lecciones de un viaje
Tal como dijo, el provincial de la Compañía de Jesús, Padre Cristián del Campo SJ, quien manifestó que «depende de nosotros como la Iglesia trabaja con fuerza para que el mensaje de Francisco aterrice entre nosotros, más allá de las polémicas que surgieron durante estos días».
Esta visita del Papa fue bicéfala, por un lado develó el gigantesco malestar social a propósito de los abusos a menores por parte del clero, y la falta de claridad y resolución frente a dichos actos execrables, y por otro lado nos deja un cúmulo de lecciones y reflexiones en torno al compromiso social, la justicia, la igualdad, la solidaridad, los derechos de los pueblos originarios, de los migrantes, de los más pobres, temas que como Iglesia debemos acoger, porque son enseñanzas que nos deja para integrar y restituir a un pueblo fracturado, hombres y mujeres, niños, niñas, adolescentes, que buscan destinos mejores.
Pero estas enseñanzas solo serán realidad si tomamos en serio la radicalidad del Evangelio, y no acomodamos la palabra de Jesús a nuestra conveniencia personal. Ya es hora de hacer una opción personal con todas las consecuencias y poner en riesgo la vida para salvar otras, entregarse sin medir las fuerzas, buscar la paz hasta perder la vida, como lo hicieron tantos hermanos y compañeros durante las oscuras horas de nuestra historia reciente. Porque el Evangelio de Jesús nos marca el camino. Dejemos ya de lamentarnos, de juzgar a los jóvenes por su indiferencia ante nuestro cristianismo aburguesado, cómodo y diluido.
«El que quiera venir conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga». Esa radicalidad subversiva de Jesús, nos descubre que el Cristianismo no es una ‘Religión’, es el acto definitivo y absoluto de seguimiento de Jesús. Pero seguir a Jesús no es obligatorio.
Es una decisión libre de cada uno, pero con todas las consecuencias que ello implica. No bastan las confesiones fáciles y complacientes. Si queremos seguirlo en su tarea apasionante de construir un mundo más humano, digno, justo y libre para todos, debemos de estar dispuestos a renunciar a los proyectos o planes que se opongan al Reino de Dios y aceptar los sufrimientos, incomprensiones, persecuciones o torturas, que nos pueden afectar por seguir a Jesús e identificarnos con su causa, que es la causa de los excluidos, los pobres, los desterrados, los ofendidos, los injuriados, los abusados, los oprimidos.
Este es el sentido subversivo y liberador del ser cristiano. Esa es la lección profunda que trajo el Papa.
Nos queda claro que el lema de la visita del Papa Francisco, “Mi Paz les dejo”, no puede ser posible sin una verdadera Justicia.
(*) Profesor de Historia; teólogo