por Ernesto Águila (*)
Los comicios del 17 de diciembre tuvieron la particularidad de ser una elección con dos resultados. Una primera vuelta en la cual las candidaturas presidenciales favorables a reformas sociales alcanzaron en torno al 56%.
Ello no fue un espejismo -desmentido por la segunda vuelta- sino que se materializó en la nueva composición del parlamento: 83 escaños para los que apoyaron a Guillier y 72 para los que apoyaron a Piñera (siendo 78 la mitad más uno de la Cámara).
El resultado de la segunda vuelta fue políticamente relevante.
No por lo obvio -triunfó Piñera y será el próximo Presidente-, sino por la forma en que lo hizo, esto es, por el aumento y no por la abstención de los votantes; y por un margen superior al previsto.
Lo anterior supuso la capacidad de la derecha de romper el abstencionismo histórico a su favor y de atraer votos de centro y del Frente Amplio (FA). Ello ha dejado el espacio para infinitas elucubraciones y correrán ríos de tinta buscando dilucidar lo ocurrido.
¿Qué esperar de lo que viene?
Una actitud inicial más cauta del nuevo gobierno, dado el resultado de primera vuelta (el “giro social” de Piñera en segunda vuelta fue sintomático y se lo recordarán).
Si un triunfo de Guillier dejaba el centro de gravedad en el FA, el cual habría marcado el ritmo y profundidad de las reformas, el triunfo de la derecha traslada el eje hacia la DC (y la Federación Regionalista).
Allí están hoy los votos que pueden hacer la diferencia.
La mayoría parlamentaria de la nueva oposición tendrá su primer test en la elección del nuevo presidente de la Cámara. Esta posible articulación no cambiará el sello del nuevo gobierno, pero puede fijar sus límites.
La fragilidad de la mayoría parlamentaria, y que ella dependa de unos pocos votos conservadores en la DC, enfría las expectativas sobre el nuevo Parlamento.
Ello debiera llevar a la izquierda y al progresismo a no consumirse solo en la acción parlamentaria, sino a poner mucha energía en volver a vincularse a la sociedad civil, y en repensar y reconstruir su proyecto.
En el mediano plazo, cabe esperar una reconfiguración del sistema de partidos y de alianzas.
Es muy probable que termine por disolverse el espacio que antes ocupó la Concertación y la Nueva Mayoría. Sus partidos caminarán, por un tiempo, sin alianzas definidas.
Se confrontarán ideas de sociedad y de cambio, y surgirán distintas propuestas de alianzas: una buscará, bajo nuevas denominaciones, reeditar un acuerdo del centro con la izquierda, más cargado al centro que a la izquierda, lo que significa excluir o subordinar al PC y a las posiciones socialistas de izquierda; otra intentará una articulación amplia, sin exclusiones, que vaya desde el progresismo DC hasta la izquierda en sus distintas vertientes, incluido el FA.
El proceso que se avecina será intenso, quizás traumático, y no muy breve en su decantación y síntesis.
(*) Analista político.