Por Javier Pardo Mella (*)
El 30 de mayo de 1968 Charles de Gaulle anunciaba la realización de un referéndum para ver su continuidad al mando de la República, luego de las revueltas y tomas en fábricas y universidades. Un par de días después ganó el referéndum en una apelación implícita a la “mayoría silenciosa”.
Con esto, De Gaulle logró frenar el intento revolucionario en el momento más álgido del mayo francés con el apoyo de una mayoría de ciudadanos que miraban con desconfianza el proceso que estaba en curso.
Analizando esto bajo una óptica marxista, se nos revela que en este caso, tal cual como destacaban algunos intelectuales de izquierda de la época, los estudiantes no podrían hacer la revolución sin el apoyo popular.
Los estudiantes franceses pertenecían a capas medias y de la pequeña burguesía, es decir sectores ilustrados que tenían la capacidad de ver y sentir las crecientes contradicciones que tenía el capitalismo occidental, pero no lograron convencer a los sindicatos (CGT), de los cuales obtuvieron un tibio apoyo, ni menos sumar a amplios sectores populares.
Tomando como base el ejemplo de ese proceso, y guardando las proporciones históricas y coyunturales, vuelvo a la pregunta inicial ¿Se puede construir un proyecto sólido de izquierda sin el apoyo del mundo popular?, ¿se puede llevar a término un proceso profundo de transformaciones para el pueblo, pero sin su apoyo explícito?
La hipótesis de este artículo es la izquierda chilena del siglo XXI, la heredera de los proyectos de la UP y la que vivió las olas de revueltas del 2006 y 2011, tiene pies de barro, pues no cuenta con una sólida base popular.
El 2011 fue, a mi entender, un proceso de movilización social que involucró principalmente a capas medias ilustradas que, al igual que el mayo francés, no supo conectarse con grandes masas de clase popular. Las nuevas generaciones de estudiantes movilizados, luego de la letanía de los años de la Concertación, pertenecían principalmente a liceos emblemáticos y universidades tradicionales.
Tuvieron la capacidad de involucrar a más sectores sociales, como centrales obreras (CUT) y otras organizaciones, sin embargo, los procesos de cambio cultural son lentos y me parecería imposible pensar que en tan sólo en una década se pudiera borrar la hegemonía neoliberal instalada y mantenida por más de 40 años en toda la sociedad.
Por otra parte, sostengo que efectivamente lograron instalar una contra hegemonía que reivindica los valores de lo público y que ataca frontalmente el lucro en educación, pero sin involucrar a sectores mayoritarios del mundo popular, que aún siguen siendo subalternos en términos culturales.
Es decir, lograron hacer ver a la estática opinión pública chilena la posibilidad de un cambio real de paradigma, lo cual tuvo un fuerte eco sectores de centro izquierda de la Concertación y despertaron el hambre de la izquierda extraparlamentaria, pero sin entusiasmar e incorporar al sujeto popular en su proyecto.
Bajo esta lectura las movilizaciones estudiantiles, más allá de que efectivamente lograron instalar en la agenda pública ideas rupturistas frente al modelo son, a mi entender, revueltas de clase media. Una clase media que, producto de la bonanza económica de los años 90 y de la ampliación de la matrícula en educación superior, ahora era ilustrada y con ello comenzó a comprender y hacerle sentido las injustas condiciones del modelo en educación, salud, pensiones, etc.
Ahora, ¿estas demandas tuvieron eco en el mundo popular? Antes de responder esto mencionaré que desde la Unidad Popular no existe en Chile un proyecto Nacional Popular, lo cual traduzco como una voluntad colectiva organizada. Una forma de medir lo nacional popular dentro de un proceso de construcción histórica es a través de: “el índice de un desplazamiento de las capas intelectuales hacia el pueblo, la erección de un nexo orgánico intelectuales-masas, la puesta en marcha de un proceso de conocimiento que se articulase alrededor de la compresión.
Es decir, de la educación recíproca. Nacional-popular significa entonces expresión coherente y organizada del pueblo”. Dicho de otra forma, lo Nacional-popular depende de la conexión de voluntades e intereses de capas medias ilustradas y populares, lo cual claramente no ocurre en el caso chileno.
¿Existen estos proyectos hoy en día en Latinoamérica? A mi entender sí, de hecho coinciden con los tres gobiernos que no han podido ser derrotados por la ofensiva derechista en nuestro continente: Venezuela, Bolivia y Ecuador.
En estos tres casos nos encontramos con un proyecto Nacional-popular sólido apoyado en amplias bases de la clase trabajadora. Finalmente, mencionaré que la clave del éxito de esos procesos es la comprensión mutua, y sobre todo el diálogo para la construcción colectiva de un proyecto que sea beneficioso para ambos sectores.
En relación a lo anterior, la compleja composición de clases de la sociedad chilena actual hace muy difícil la construcción de un proyecto Nacional-popular. Por una parte tenemos una clase media, que si bien es más ilustrada, es propensa a mantener el orden neoliberal en cuanto a su construcción como “sociedad de consumo”, y que además, no está dispuesta a una profundización de reformas que pueda amenazar este orden (aunque esto solo sea una creencia sin fundamentos en base a la campaña del terror derechista sobre el gobierno de la Nueva Mayoría).
A esto se agrega que la clase media solo estuvo dispuesta a protestar y movilizarse en temas que la atañen directamente y, aunque puede que estas preocupaciones también le hagan sentido al mundo popular, el fin de la movilización fue instalar demandadas en la opinión pública en función de sus intereses de clase.
La movilización por la educación es un ejemplo: las demandas que surgieron de los planteles tradicionales velaban por la gratuidad en la educación superior para estos, a lo que se puede agregar el fin del copago (adonde también estudian las capas medias).
El caso de las AFPs también puede ser ejemplificador. Sin hacer un exhaustivo análisis sobre la composición del trabajo en nuestra sociedad, habría que hacer notar que es a las capas medias a quienes más afectan o afectarán, las paupérrimas jubilaciones del sistema actual por medio de una drástica reducción de sus rentas.
A esto se agrega que, producto del plan laboral de la dictadura y su mantención, generalmente los sujetos de clase popular no tienen contratos indefinidos y, si es que los tienen, son de sueldos tan bajos que de todas maneras necesitarán el apoyo del Estado a través del Pilar Solidario.
A lo anterior se puede sumar que el característico clasismo chileno funciona separando la cultura de las capas medias de la de clase popular. El arte, y en particular la música, puede ser un buen ejemplo. Sin embargo, las distinciones peyorativas de la capas medias hacia las bajas lo reflejan claramente: “lo flaite” o el reclamo político tildando al votante popular de Piñera como “facho pobre”, no hacen más que distinguir culturalmente a ambas clases, acrecentando los resentimientos mutuos.
En el caso del mundo popular tenemos una suma de capas de diverso origen. Una cultura compleja donde se puede encontrar la yuxtaposición de diferentes procesos históricos y sociales. En este sentido, sería absurdo e irresponsable decir que existe solo una cultura popular. Sin embargo, hay que hacer notar un par de elementos:
1° La ampliación hacia estos sectores del consumo masivo propio del capitalismo tardío, un acceso que hasta los noventa tenían negado, y que por medio de las tarjetas de crédito de algunas casas comerciales y cadenas de supermercados ahora tendrían, aunque con el grave fenómeno del endeudamiento crónico.
2° En base a ese acceso deficitario a la sociedad de consumo, pero acceso al fin, y a la baja calidad en la educación que se les brinda, se apropian de valores y de la cultura burguesa por medio de diferentes canales de información, principalmente por la televisión nacional abierta, aun altamente sintonizada en este mundo.
3° Debido a la precariedad en sus empleos (inestables, sin contrato, disgregado, etc), lo que se suma al endeudamiento creciente de esta población y la necesidad cultural de mantener un ritmo de consumo (punto 2), el miedo a perder el empleo se transforma en algo crítico.
Frente a lo anterior las elecciones del domingo 19 noviembre deben dejar a las izquierdas un par de lecciones claras:
1° Existe un vínculo ideológico y cultural más fuerte entre la derecha y el mundo popular, que desde la izquierda.
2° No ha existido un diálogo fecundo y sobre todo fraterno, entre las capas ilustradas de clase media y el mundo popular, lo cual se fundamenta, por una parte, en el clasismo de nuestra sociedad y la desconfianza mutua, y por otra, en la penetración estable y sostenida de los valores y cultura de la burguesía en la clase subalterna.
3°No se puede construir un proyecto Nacional-popular que se sostenga en el tiempo sin este diálogo y comprensión mutua. En este sentido, cualquier proyecto político de izquierda que no escuche las demandas del mundo popular y que renuncie a hacerlo transitar hacia sus posiciones, está destinado al fracaso electoral primero, y luego al ideológico.
Las filtraciones de votos de las candidaturas de izquierda (MEO y FA) hacia la de Piñera, son un reflejo de que la izquierda chilena y su proyecto tiene pies de barro: haciendo un análisis por clase, las filtraciones se dieron fundamentalmente en el mundo popular, no así en las comunas de clase media y clase media alta, en las cuales la votación de izquierda (sin la DC) se traspasó completa al candidato de la Nueva Mayoría.
Finalmente, quiero ser claro. Lo anterior no significa que el diagnóstico político de las izquierdas este errado; al contrario, tenemos un proyecto político macizo de refundación de la República y que logró construir un ideario anti neoliberal consistente, pero que no ha logrado incorporarse al imaginario de las grandes masas del mundo popular.
Dicho de otro modo, las ideas que se instalaron le hacen sentido a amplios sectores sociales, lo que también incluye a fracciones del mundo popular, pero sin lograr ser hegemónicas en este sector.
Frente a este panorama el único camino que le queda a nuestra izquierda es volcarse hacia a las organizaciones sociales representativas del mundo popular, sean territoriales o de trabajo, y por medio de un diálogo abierto y fraterno, incorporar sus demandas y necesidades con el fin de levantar una nueva contra hegemonía que unifique, represente y organice los intereses de ambas clases para así concretar un proyecto político-histórico sostenible.
*Periodista (UPLA). Profesor y Licenciado en Historia (UV).