Un error generalizado de la izquierda chilena es creer que la derecha de nuestro país es un bloque monolítico donde todos piensan de la misma manera.
Están los que añoran al viejo Partido Conservador que, pese a todo, era republicano. Están los muchachos que se hacen los lesos con el pasado de sus padres y creen genuinamente en el modelo neoliberal. Y están los pillos, los “macanudos”, los que ganaron con Pinochet y con la Concertación y cuya ideología se resume a una palabra: plata.
Ciertamente, la derecha criolla tiene en común un pecado original: apoyó de manera transversal el quiebre de la democracia en septiembre de 1973, guardó silencio sobre las graves violaciones a los derechos humanos y apoyó las reformas constitucionales y económicas que han convertido a Chile en la Corea del Norte del capitalismo moderna.
Pero así como la izquierda tradicional se fue transformando desde el año 1990 en adelante desde una fuerza que defendía a los trabajadores a un grupo que ha tratado sacar ventajas del modelo económico, también existen sectores en la derecha que se sienten traicionados por su sector en el último cuarto de siglo.
Sin ir más lejos, en las últimas elecciones municipales de octubre la prensa y los opinólogos sacaron conclusiones obvias: la derecha había triunfado al conquistar localidades clave y emblemáticas del país. Se hablaba de la enorme hemorragia electoral que había sufrido la Nueva Mayoría, ejemplificado en la dura derrota de Carolina Tohá en Santiago.
En sólo cuatro años, la alcaldesa había perdido la mitad de sus votos. Pero lo que pocos analizaron es que la votación de la derecha también sufrió una fuerte baja, aunque esta fue menos pronunciada que la del oficialismo.
En otras palabras, así como existe una izquierda que añora volver a algunos de sus orígenes –como defender con mayor fuerza la justicia social- también existe una derecha que añora volver a los valores republicanos y social-cristianos que defendían de manera relativamente democrática antes de 1973.
Al observar las primarias de la coalición derechista Chile Vamos, se ven claramente tres derechas distintas.
El senador Manuel José Ossandón quiere representar a esa antigua derecha patriarcal, pero que participaba –con altos y bajos- en el juego democrático. Se trata ciertamente de una derecha patronal, una que cree que si el dueño del fundo se porta bien con sus peones se llega a un equilibrio social sin mayores conflictos. Pero, aunque sea ranciamente católica, también tiene la sabiduría suficiente como para saber que es una minoría.
Columnistas dominicales de El Mercurio, como el profesor de filosofía de la Universidad de los Andes Joaquín García-Huidobro, forman parte de la elite intelectual de este grupo.
Después está la derecha neoliberal en lo económico pero joven y liberal en lo cultural, que es la que pretende representar el diputado Felipe Kast. Aunque provenga de una familia que no sólo colaboró a nivel técnico con la dictadura, sino que contribuyó activamente a la represión y el asesinato de campesinos en la zona rural al sur de Santiago (para más sobre ello se recomienda leer el último libro de Javier Rebolledo), el líder de Evópoli se desentiende del pasado y gracias a su juventud representa una derecha economicista moderna.
Hay pocos símiles en el mundo, pero tal vez lo más parecido sea el pequeño pero influyente partido liberal alemán (FDP). Su columnista favorito probablemente sea Axel Káiser, un furibundo neo-Chicago Boy que parece no haberse enterado que estamos llegando al fin de la segunda década del nuevo siglo.
Y, finalmente, está esa tercera derecha que representa Sebastián Piñera.
Es una derecha que, apoyada por la UDI y grandes sectores de RN, niegan su pasado autoritario al afirmar de manera majadera que el país quiere mirar al futuro. Y eso que altos representantes de esta candidatura, como la senador Jacqueline van Rysselberghe, pasan la mayor parte de su tiempo visitando a los presos de Punta Peuco o arreglando leyes con los grandes representantes de la industria pesquera.
O el propio Piñera que, siendo senador cuando detuvieron a Pinochet en Londres en octubre de 1998, participó de un acto en el Apumanque donde desde el estrado vociferó:
“El senador Pinochet y su familia están viviendo hoy tiempos difíciles en Londres, en estos momentos, y por eso merecen toda nuestra solidaridad. Constituye un agravio y un atentado a nuestro Estado, a lo más profundo de nuestra soberanía, de nuestra independencia y de nuestra dignidad”.
Pero la derecha piñerista, apoyada sólo en los últimos años por la ultraderecha representada por la UDI, hoy significa otra cosa. Son los ganadores, los “macanudos”, los que saben hacer las cosas. Ese, al menos, era el relato que estaba detrás del supuesto gobierno de excelencia y de las chaquetas rojas.
Pero incluso en algunos sectores de la derecha, esta derecha huele mal. Ven en Piñera y en los chicos Penta a los pillos neoliberales, a gente sin escrúpulos, a una camarilla que no tiene otra ideología que no sea la plata. Les daría lo mismo amasar sus fortunas en el Chile neoliberal o en la China comunista.
Las fracturas ideológicas que vive actualmente Occidente son mucho más amplias y profundas de lo que muchos podemos creer. Así como en la izquierda causó indignación el fideicomiso ciego del Partido Socialista, que incluía invertir en instrumentos financieros de la empresa de la cual se apropió el yerno de Pinochet, en la derecha hay quienes están indignados con las constantes pillerías al filo de la legalidad de Tatán.
Por eso, la crisis que actualmente vive la socialdemocracia por haber abandonado a su electorado y sus ideales fundamentales, no es un asunto exclusivo de ese sector. También en la derecha está comenzando el ajuste de cuentas.
Fuente: Radio Universidad de Chile